miércoles, 6 de julio de 2022

LA PIEDRA NEGRA

 

El mundo se despertó aquella mañana con la misma noticia en todos los canales de televisión.

Un gran terremoto había asolado la tierra que vio nacer a Mahoma. La Meca quedó arrasada. Los viejos chamanes y hechiceros del todo el mundo, conocedores de los viejos dioses y tradiciones antiguas auguraron una nueva era. Una era donde la oscuridad gobernada por el oscuro, regiría el mundo.

La piedra negra que se levantaba en la playa entre la Meca y Medina, la cual era objeto de veneración en honor a la diosa Manat, desapareció.

 

Al lado del ayuntamiento había una zapatería que había estado abierta por décadas y que, tras la jubilación del dueño, hacía más de un año, permanecía cerrada. Una mañana del mes de julio, los vecinos se levantaron con la noticia de que un nuevo negocio abriría en breve en aquel local.

Una semana después una modista abría sus puertas.

La primera clienta fue la mujer del alcalde. Una señora corpulenta, parlanchina entró, esperando sacar la mayor cantidad de información posible sobre la propietaria, para luego contarlo en el club de amas de casa que se reunían todos los lunes en el casino. No sacó mucha información, la costurera, una joven muy atractiva, demasiado para su gusto, pensó la esposa del alcalde, era más bien reservada con sus cosas, pero sí daba pie a que le contara todas las habladurías y chismorreos que conociera, jurando que de su boca no saldría una palabra. Sabía escuchar. Y aquello le agradó a su nueva clienta que en menos de una hora la puso al día de aquellas noticias que no salen en los diarios pero que formaban parte de la vida cotidiana de los vecinos del pueblo.

Al día siguiente le entregó un vestido que a ojos de aquella oriunda mujer era la viva imagen de la perfección y según sus palabras le quitaba más de 20 kilos de encima y otros tantos años. La noticia corrió como la pólvora por el pueblo y en menos de una semana ni una sola mujer que viviera allí no había pasado ya por la tienda de costura.

La joven comenzó a regalar con las prendas confeccionadas un colgante con una pequeña piedra negra.

Sus clientas salían encantadas con sus vestidos bajo el brazo y el regalo en su cuello.

Pero no todas eran merecedoras de aquel agasajo.

Un día una jovencita, la hija del panadero, una muchacha de unos 15 años cuando fue a recoger un vestido para su hermana vio que la costurera, no le regalaba aquel colgante del que todas las mujeres del pueblo hablaban. Se lo hizo saber.

La modista le respondió:

-Si quieres uno se lo pides a Dios –dicho lo cual, se dio la vuelta y se puso a coser un vestido, dando así por finalizada la conversación.

Salió de allí algo asustada por la contestación de la modista. Y dicha preocupación no se disipó de su mente aun cuando llegó a casa. Dejó el vestido en una silla del salón y subió a su habitación. Rebuscó en internet información sobre piedras negras. Encontró varias, pero una de ella le llamó la atención. Hablaba de una diosa llamada Manat, vio una foto y era clavada a la de la modista. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Siguió leyendo:

El nombre «Manat» deriva de las palabras árabes ma'niyya y manum, que significan ‘muerte’, ‘destino’ y ‘tiempo’.

Se la adoraba bajo la forma de una piedra negra que se levantaba en la playa entre la Meca y Medina. 

Hacía unos meses que un terrible temblor había azotado esa zona. Y algo había leído de la desaparición de una gran piedra negra, a la cual se veneraba en su honor.

Aquello no le gustó lo más mínimo.

Su madre tenía aquella piedra, su hermana también, colgadas del cuello. Casi todas las mujeres del pueblo, excepto las niñas y algunas de sus amigas. Y no solo eso por lo que sabía también pasaba con los hombres, casi todos los hombres adultos lo llevaban, exceptuando los más jóvenes y niños.

Efectivamente la diosa Manat, que había adquirido la forma de costurera, haciéndose llamar Sara en el mundo de los mortales, tenía un plan. Aquellas piedras negras, salvaguardaban de las enfermedades e incluso de la muerte a las personas que las portaban. Personas con el corazón impuro, personas que en algún momento de sus vidas habían pecado. Algunas pensaban que sus actos viles e inmorales serían enterrados con ellos, pero ella podía ver el alma de los incautos, de los pecadores.

Se había aliado con el oscuro. Conquistarían el mundo y se apoderarían de las almas puras. Aquellas que no estaban marcadas con el dedo del pecado.

Pronto comenzaron a crisparse los nervios entre los vecinos. Los que llevaban al cuello la piedra negra no enfermaban nunca, incluso los más ancianos parecían recuperar años haciéndose más jóvenes, en cambio los que no la llevaban colgada del cuello les pasaba todo lo contrario. Mujeres de 20 años envejecían a pasos agigantados. Las enfermedades tomaban sus cuerpos como si algo las atrajesen a ellos.

Las agresiones no se dejaron esperar.

Manat decidió la muerte de los puros de corazón, casi todos niños y jóvenes.

La ira, la venganza, la envidia y la rabia al no ser portadores de aquella piedra, el bien tan preciado que tanto deseaban, agredían a los demás. Estaban en desventaja. Sus oponentes no morían, ellos sí. Sus almas puras hasta entonces se tornaban negras como la oscuridad de una noche sin luna y sin estrellas.

 

 

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