lunes, 11 de julio de 2022

¿ME ECHABAS DE MENOS?

 

Sonreía mientras conducía su deportivo rojo descapotable en aquella tarde calurosa del mes de julio, sobrepasando con creces la velocidad permitida por aquella carretera. No le importaba lo más mínimo. Conocía a cada uno de los policías del condado. Le temían. Lo sabía. Era intocable, poderoso. Tenía el éxito sentado a su lado. También sonreía. Era el propietario del noventa por ciento de las tierras y nadie movía un dedo sin antes consultárselo. Había comenzado a hacer grandes mejores en el pueblo. Lo primero fue el centro comercial. Lo siguiente el mayor casino conocido a ese lado del país. La gente más influyente y rica de todo el mundo acudiría allí. Pero antes tenía que arreglar unos asuntillos. Por eso había invitado a cenar a algunos vecinos del pueblo que no veían con buenos ojos aquel proyecto. Su esposa llevaba toda la semana con los preparativos.

Faltaba poco para que llegara a casa. Se tomaría una cerveza bien fría y se daría un chapuzón en la piscina. Al atardecer llegarían los invitados para la cena. Él en persona se había encargado del más mínimo detalle, los mejores manjares estarían sobre la mesa aquella noche y una orquesta amenizaría la reunión.

El sonido del móvil lo sacó de sus pensamientos. No conocía el número que aparecía en la pantalla. Sin dejar de sonreír atendió la llamada.

- ¿Señor Guzmán? –le preguntaron

-Sí, quién llama?

-Soy el director del centro psiquiátrico, "un mundo feliz” donde está ingresada su madre.

Fue tal la sorpresa, que por un momento perdió el control del coche. Giró el volante a tiempo de que el coche no se saliera de la carretera. Paró en la cuneta.

- ¿Qué quiere? –le espetó

-Hace unos días le hemos enviado una carta. Espero que la haya recibido. La escribió su madre en un momento de lucidez.

-Sí, me ha llegado –le dijo con brusquedad, de hecho, la carta estaba en la guantera del coche no se había atrevido a abrirla- ¿algo más que me quiera decir?

Silencio al otro lado de la línea, unos segundos que le parecieron eternos. Luego escuchó la voz del director de nuevo.

-Su madre acaba de fallecer. ¿Qué quiere que hagamos con su cuerpo?

Sintió como la sangre se le congelaba en el cuerpo. Su madre había muerto. Pensó que se iba a alegrar por ello. Toda la vida había esperado ese momento. Pero ahora…no sentía alegría, sentía pánico. No podía permitirse que se supiera que su madre había sido una alcohólica y que el alcohol la había llevada a la locura. No podía permitirlo. Tenía una reputación que salvaguardar. Si conocían aquella parte de su parado sus planes se irían al traste.

-Hagan lo que quieran con su cuerpo, estoy demasiado ocupado para hacerme cargo –dicho lo cual, colgó.

Sentado en el asiento de cuero de su coche deportivo, proyectiles de recuerdos comenzaron a bombardearlo. Se veía de niño, apenas 8 años, cuando su padre los abandonó por la peluquera de su madre. Lo que había sido una vida perfecta para él hasta ese momento, se convirtió de la noche a la mañana, en un infierno. Su madre comenzó a gastarse el dinero en alcohol. Nunca había comida en casa, si quería sobrevivir tenía que hacerla él. Ella perdió su empleo, subsistían con una mísera ayuda que les daba el gobierno. Tuvieron que dejar la casa por no poder pagar el alquiler y se fueron a vivir a una caravana, sin agua y sin luz. Juró que saldría de aquella. Se fue del pueblo. Su madre hacía tiempo que se había ido con un camionero y no conocía su destino. Comenzó en el mundo de la droga como camello. Poco a poco, fue haciéndose un lugar en aquel mundo. Confiaban en él, tenía cabeza para los números y lo más importante don de gentes. Le empezaron a confiar trabajos más grandes, importantes. Su carrera se hizo imparable hacia su ascenso al poder. Ganaba tanto dinero que no sabía qué hacer con él. Decidió regresar al pueblo que lo vio nacer y crecer. Compró la mayor parte con sobornos y amenazas. No sería un miserable nunca más. Ahora tenía poder y el dinero. Lo respetaban. Ya no era un don nadie. Lo primero que hizo fue deshacerse de su madre. La encontró vagabundeando en la ciudad, viviendo en una comuna bajo un puente. No tuvo el valor de matarla y la encerró en aquel lugar. Pagaba las mensualidades religiosamente. Nadie le preguntó por ella jamás, todos la daban por muerta.

Nunca fue a verla, nunca se preocupó por ella.

Y ahora…. golpeó el volante repetidas veces en un ataque de furia. Respiró hondo, intentó relajarse. Al cabo de unos minutos decidió continuar su camino. Le esperaba la piscina en casa. Un baño le ayudaría a despejar la mente.

Pero antes tenía que hacer otra cosa. Sacó la carta de la guantera del coche bajo los papeles del coche, escondida en el fondo.

Desgarró el sobre y con manos temblorosas leyó lo que había escrito en la hoja que había dentro:

La sórdida región de esta almohada parece lagrimar

del alma mía que confiesa al azar la pena clara

Un fuerte olor a tabaco impregnó el coche. Lo reconoció al instante, era el mismo olor del tabaco negro que fumaba su madre mientras bebía a morro de la botella de vino y veía la ruleta de la fortuna.

-Hola Juanito, ¿me echabas de menos?

Dio un salto en su asiento al escuchar aquella voz. El corazón le dio un vuelco en el pecho cuando la vio sentada en el asiento del copiloto. Pudo ver su sonrisa a través del humo del cigarrillo que tenía entre sus dedos amarillentos por la nicotina,

Aquella cosa que estaba a su lado tenía la voz de su madre, pero no se parecía en nada a ella. La recordaba rolliza, con una abundante cabellera negra y unos ojos azules como el mar. Aquella cosa era un saco de huesos recubiertos de piel. En su cabeza había trozos donde no había pelo. Y el poco que le quedaba era gris y se le veía sucio y pegajoso. Sus ojos eran negros y carecían de brillo. Al sonreír, dejaba ver unos cuantos dientes, pocos eran los que le quedaban, negros como la noche y su voz era hueca y cavernosa.

Unas perlas de sudor comenzaron a deslizarse por su frente. Se aflojó el nudo de la corbata que lo estaba asfixiando. Aquello no podía estar sucediendo. No podía ser real. El corazón le palpitaba a mil revoluciones por segundo, temía que en cualquier momento le explotara en el pecho.

- ¡No estás aquí, estás muerta, vete! –le gritó mientras se tapaba los ojos con las manos.

Ella soltó una carcajada siniestra, espeluznante, que le puso los pelos de punta.

--Juanito, Juanito, ¿pensabas que te ibas a librar de mi tan fácilmente?

- ¡Déjame en paz, veteeee! –le gritó él- no estás aquí, eres una alucinación.

- ¿Tú crees? -le preguntó ella- ¿Eso también es una alucinación? -le preguntó mientras señalaba con el dedo un punto delante del coche.

No sabía cómo había llegado a su casa. Su hija pequeña salió corriendo en cuanto lo vio llegar. Ofuscado, confundido y embargado por el miedo, el desconcierto, la ira y la pena no logró frenar a tiempo.

 

 

 

 

 

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