No sabía con exactitud el tiempo que llevaba en aquel
sitio. Al principio, iban a visitarlo bastante a menudo, una o dos veces al
mes. Le llevaban un ramo de sus flores que impregnaba el ambiente con su olor
evocándole recuerdos de su casa.
Las visitas se fueron distanciando. Pasando a ser una vez cada dos meses, luego cada
seis y desde hacía un par años sólo iban a visitarlo el día de su cumpleaños.
El tiempo que pasaban con él también se vio reducido a
unos escasos minutos, lo justo para dejarle las flores, saludar e irse.
La verdad es que se sentía muy solo en aquel lugar,
aunque hubiera más gente allí. Casi todos eran muy amables con él. Encontró
gente de su edad, jóvenes que al igual que él había acabado con sus huesos allí
de manera prematura.
La última vez que había visto a su hermano gemelo se
percató de lo mucho que había crecido. Se había convertido en un joven muy
guapo, alto y atractivo. Sus padres habían envejecido bastante y su madre siempre
lloraba cuando dejaba sobre tumba el ramo de margaritas blancas que siempre
fueron sus preferidas.
Una tarde dando un paseo por los pasillos de aquel
recinto, se encontró con un hombre con aspecto de cura, lo había visto varias
veces por allí, aunque nunca habían entablado una conversación sólo un ligero
movimiento de cabeza a modo de saludo. Siempre iba leyendo el mismo libro que
llevaba entre sus manos agarrándolo con fuerza como un tesoro. Al acercarse a
él se dio cuenta de que se trataba de la Biblia. Le preguntó amablemente, cómo
podría salir de aquel lugar.
El hombre lo miró fijamente, entornó los ojos y le sonrió
de una manera casi lastimera al tiempo que le decía.:
-Jovencito, para salir de estos muros has de ir
acompañado de alguien que te venga a visitar. Y por lo que veo por las flores
marchitas que hay sobre tu tumba, hace mucho tiempo que nadie lo hace.
Soltó una carcajada que resonó en el cerebro del joven
como una guitarra desafinada y se alejó.
Faltaban unos meses para su cumpleaños. Tendría que
esperar hasta ese día a que vinieran a visitarle para poner en práctica su plan
de fuga.
Pero su espera resultó ser más corta de lo que esperaba.
Unos días después hubo un entierro. Un nuevo huésped se
alojaría en aquel lugar para siempre, donde dormiría el sueño eterno.
Una joven se acercó a su tumba. Tenía los ojos enrojecidos
de tanto llorar. Al principio no la reconoció. Había cambiado mucho. Pero al
hablar supo con certeza quién era aquella joven tan guapa que le hablaba. Era
Elisa, su novia.
Le contó que acababa de morir su abuelo. Él conocía bien
el cariño que se procesaban el uno al otro y entendió el dolor por el que
estaba pasando ella, un dolor desgarrador que con el paso del tiempo se iría
calmando.
Luego se puso a hablar, atropelladamente, de lo que le echaba
de menos, que todavía no le había olvidado. Aquello le sonó a despedida más que
a una declaración de amor.
Un joven se acercaba a ella caminando entre las tumbas.
No hizo falta que se acercara mucho para saber de quien se trataba, era mi
hermano gemelo. Llegó al lado de Elisa, la agarró por la cintura, la besó en
los labios y le dijo que tenían que irse ya. No le dejaron ni una mísera flor,
nada. En ese momento se dio cuenta de la cruda realidad, morir es olvido.
Estaba furioso, con todos y con todo. Quería gritar, descargar
su enojo sobre ellos. No existía una extensión más grande de dolor que el que
sentía aquel joven en aquellos momentos.
Escuchó un ruido.
Al lado de su tumba había un gran ángel de piedra con las
alas desplegadas.
Le habló durante unos minutos. El rostro del joven mudó
por completo.
El ángel le convirtió en vengador.
Le dijo lo que tenía que hacer.
Se subió a lomos de la joven, su Elisa de antaño.
Fue al atravesar las puertas del cementerio cuando la
muchacha comenzó a sentirse mal. Se sentía cansada, le dolía todo el cuerpo y
notaba una presión enorme sobre su espalda y sobre todo le costaba mucho respirar.
Su novio llamó una ambulancia que no tardó en llegar.
Mientras se encaminaban al hospital la joven pudo ver su
imagen reflejada en una de las ventanas de la ambulancia. Aquello la volvió
loca. Tenía unos brazos alrededor de su cuello y la cabeza de un muchacho junto
a la suya. Gritó….
Que triste y real historia. Debe doler y mucho.
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