- ¿Te fijas cuanta gente se ha reunido hoy aquí, Mario?
El tal Mario, un adolescente alto y desgarbado, miraba a
su alrededor asombrado y sin llegar a entender muy bien que un entierro tuviera
un gran parecido con un día de feria. Viejos y no tan viejos rostros pasaban
ante él. Casi todos eran conocidos. Los asistentes mostraban semblantes
compungidos, enmascarando corazones helados. Caminaban como sonámbulos en busca
de un poco de paz para sus ya condenadas almas.
Mario caminaba entre ellos mirando en todas direcciones
como si no buscara algo en concreto. Una
conversación entre una joven muy guapa, la cual no conocía, y un chico, el
único amigo que había tenido en su vida, salvo Juan, claro está captó su
atención. Se detuvo a poca distancia de ellos, quería escuchar lo que hablaban.
Juan se puso a su lado. Mario le dijo entre susurros que
no hiciera ruido y que escuchara.
- ¿No te das cuenta de que somos invisibles para todos
ellos? –le replicó Juan
-Aun así, no te muevas, por favor –le respondió en todo
casi suplicante Mario.
La chica le había pedido a su amigo que le contara lo que
había pasado para que aquel nublado y frío del mes de octubre se reunieran en
aquel lugar que le producía escalofríos. Nunca le gustaron los cementerios.
Había escuchado retazos de ella, pero dudaba que todo lo que se decía por ahí
fuese cierto. Ella sabía que él conocía si no todos, por lo menos si la mayoría
de los detalles de lo acontecido.
Juan y Mario iban juntos al instituto. Juan llegó el
último año y en cuanto la mirada de aquellos dos chicos se cruzó en clase, el
flechazo fue total. Mario no tenía muchos amigos. Se apartaban de él como si su
homosexualidad fuera una enfermedad contagiosa. Pasaba los días en la biblioteca.
Era el primero de su clase. Siempre quiso ser cirujano y lo hubiese
conseguido….
A veces, yo acudía también a la biblioteca a estudiar con
él. Siempre me ayudaba en los deberes de matemáticas. Gracias a Mario logré
graduarme.
El padre de Mario era un hombre muy religioso. Un día descubrió a los chicos en una “aptitud
comprometedora” según sus palabras, al abrir la puerta de la habitación de su
hijo y fue a partir de aquel momento cuando sus vidas se convirtieron en un
auténtico infierno.
Intentaron separarlos de todas las maneras posibles, pero
ellos siempre volvían a reencontrarse.
Hasta que decidieron que lo mejor para ellos eran poner
millones de litros de agua por medio. Mandarían a Mario a la otra punta del
mundo.
Aquello los volvió locos. No podían ni pensar que no
volver a ver. Aquello los estaba enloqueciendo. Entonces tomaron una decisión y
lo prepararon todo….
Por las mejillas de la muchacha empezaron a resbalar unas
lágrimas. Sabía la difícil decisión que habían tomado y su trágico final.
-Tuvieron que llegar a esto para estar juntos –le dijo a
su amigo señalando los dos féretros que esperaban pacientemente descender a la
oscuridad de la tierra.
-Pero no fue tan fácil que hoy se vayan a enterrar
juntos. Sus familias querían enterrarlos por separado. Pero logramos que
nuestra petición fuera escuchada. E incluso que grabaran esa inscripción en su
lápida compartida.
“Hay amores mortales por sus temores,
inmortales por sus deseos”
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