Tormento se cansó del chantaje.
Cuando se despertó la habitación estaba en penumbra. El
despertador que había sobre su mesilla de noche marcaba las tres de la
madrugada. Giró la cabeza hacia el otro lado de la cama, pero el dolor que
sintió al hacerlo le arrancó un grito lastimero y unas lágrimas comenzaron a
descender por sus mejillas. Optó por alargar su mano izquierda. No le dolió al
hacerlo. Comprobó que ese lado de la cama estaba vacío. Mejor así, pensó. Se
levantó con gran esfuerzo y arrastrando los pies logró llegar al baño. El espejo situado sobre el lavabo, le
devolvió el reflejo de ella misma. No se reconocía. Tenía un ojo amoratado,
cerrado en su totalidad. La cara hinchada, moretones en el cuello como si
alguien hubiese intentando estrangularla. Le faltaba un par de dientes y
sospechaba que tenía la nariz rota. Aquel rostro que veía en el espejo no era
el de ella. No podía serlo. No reconocía a aquella mujer que la estaba mirando.
Le dolía todo el cuerpo, pero lo peor no era el dolor físico
sino el dolor del alma. Para el dolor físico
que la atormentaba se tomó un par de analgésicos. El dolor del alma sería más difícil
de curar, no había pastillas para calmarlo.
El baño comenzó a girar a su alrededor. Despacio y con
gran esfuerzo apoyó su espalda en la puerta. Lloró. Lloró como no lo había
hecho nunca. Esta vez su marido se había lucido de lo lindo.
Gritó. Fue grito
desgarrador, desesperado, terrorífico.
No se sintió mejor al hacerlo.
Cerró los ojos.
Escuchó una voz. La reconoció al momento. Era la suya.
Alzó la mirada y se vio. Allí plantada delante de ella estaba otro yo mirándola
fijamente. Había desafío en sus ojos, determinación y coraje, algo que hacía
tiempo que no sentía.
- ¡Mírame! –le instó- soy tus emociones. Soy el miedo, el
asco, la ansiedad, la culpa, la ira, la tristeza. Llámame tormento. Vengo a
ayudarte.
Lo que ocurrió a continuación lo recordaba de forma
distorsionada. Recordaba que había escuchado abrirse la puerta de la calle. Luego
unos pasos que conocía muy bien, acercándose a la cocina. Ella estaba allí tras
la puerta. No recordaba cómo había llegado. Pero allí estaba esperándolo,
conteniendo el aliento a cada paso que él daba, para no ser descubierta.
Recordaba tener algo en la mano. Un cuchillo.
Su marido entró tambaleándose. Había estado
bebiendo. Fue directo a la nevera. Ella
se situó detrás de él.
Pronunció su nombre. Él se giró sobresaltado. La hacía en
la cama. No esperaba que estuviera levantada esperándolo. Todo un detalle por
su parte, nada mejor que una buena paliza para doblegar a las mujeres, pensó.
Sonreía cuando se giró. Al hacerlo sintió un dolor punzante y frío en el abdomen.
Miró lo que le había pasado y vio sangre, mucha sangre traspasando su camiseta
blanca. Levantó la mirada. Ya no sonreía. Su mirada rabiosa se clavó en la de
ella. Ahora era ella la que estaba sonriendo. Antes de desplomarse agarró con furia a su
mujer. Intentó pegarle, pero las fuerzas le abandonaron y se desplomó sobre el
frío suelo de la cocina.
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