Se despertó sobresaltado. Había tenido una pesadilla. Se
ahogaba, no podía respirar. El terror y el pánico más absoluto se habían adueñado
de él. Entonces…. Abrió los ojos. Pero no lograba ver nada. A su alrededor todo
era oscuridad. Mirara hacia donde mirara, no había ni un resquicio de luz que
iluminara la penumbra en la que se encontraba. Inhaló una bocanada de aire que
llenó sus pulmones exhalándola después. Volvió a repetir lo mismo varias veces.
El poder respirar era en gran medida un alivio, pero aquella negrura que lo envolvía
no ayudaba a que pudiera relajarse totalmente.
La sensación de ahogo volvió con más intensidad a cada segundo
que pasaba. Sentía que su movilidad estaba bastante reducida. Podía mover los
brazos y piernas ligeramente. Ahora bien, si las levantaba se topaba con algo
sólido que no le permitía alzarlas por completo. También intentó incorporarse.
La primera vez se llevó un buen golpe en la cabeza, debido al impacto sentía un
gran dolor en la cabeza. Se tocó el sitio dañado y vio que le había salido un
bulto del tamaño de un huevo de codorniz. Varias ideas cruzaron su mente. Pero sólo
pilló una al vuelo. La que se repetía más veces. Quizá la menos adecuada en su
situación. Pero la que más veracidad podía tener teniendo la situación en la
que se encontraba. Lo habían enterrado vivo. ¿Pero cómo era posible sentir
dolor y miedo si estaba muerto?
—¿Hola?
Contuvo la respiración durante un instante. Le pareció
que alguien le hablaba. ¿No estaba solo? ¿A cuántos más los habían enterrado
con vida a su lado? Tal vez aquella voz estuviera en su cabeza. Tal vez se
estaba volviendo loco. Tal vez….
—¿Estás bien?
Otra vez aquella voz. No sonaba muy lejos. No a su lado,
pero sí muy cerca. Decidió responderle.
—Hola…. Estoy bien, o eso creo. ¿Dónde estoy? –le preguntó
con un deje de miedo en su voz.
—Escucha –le respondió- impúlsate con los pies para
subir.
—Cómo?
—Sólo tienes que dar un salto y podré verte. Hazme caso sé
de lo que hablo –le dijo el desconocido.
«Dar un salto, pensó David». ¿Podría hacerlo? Lo intentaría. Por intentarlo
que no quedara.
Dobló las rodillas y se impulsó. Al hacerlo sintió como
si fuera un cohete propulsado hacia el espacio. Pero su viaje terminó en la
rama de un árbol.
Sintió como sus pulmones se llenaban de aire puro. La
claridad le hizo entornar los ojos. Volvió a escuchar la voz.
—Tranquilo te irás adaptando poco a poco a la luz –le decía-
por cierto, me llamo Antonio.
Tardó unos minutos en que su visión se adaptara a tanta
luz. Cuando lo hizo vio cientos, quizá miles de árboles que se levantaban majestuosos
delante de sus ojos formando un inmenso bosque del que no se veía el final. Giró
la cabeza en la dirección de donde provenía aquella voz desconocida. Vio a un
muchacho de unos veinte años vestido con vaqueros rotos y una camiseta negra
con el logotipo de una conocida banda de rock. Lo miraba fijamente, sonriendo.
Hasta ahí todo bien. Pero lo que no encajaba era que aquel muchacho estaba
sentado sobre la rama de un árbol. Se asustó. Pero pronto fue consciente de su situación.
El también estaba encaramado en la rama de un árbol. Otro árbol.
Gritó. Un grito desgarrador salió de lo más profundo de
su garganta.
—Tranquilo –le dijo el muchacho en un tono sosegado y
amable- no te vas a caer. Estás a salvo. Ahora perteneces al árbol.
—Pero… qué estás diciendo? ¿Que yo soy un árbol?
—Algo así –le respondió.
Aquello era una locura. Estaba soñando. No podía ser de
otra manera. Aquello era una terrible pesadilla, no le cabía la menor duda. Se
tocaba y era aire. La nada había adquirido la forma de su cuerpo. Era un
fantasma. Tenía que ser eso. Se tocó la cabeza. El chichón seguía allí. Era de
locos.
—Tengo que salir de aquí –le dijo al joven
Intentó descender por la rama para llegar al suelo.
Estaba muy alto. Era consciente de que si se caía se mataría. Pero….
—Si te caes no te matarás –le dijo el joven como si le
hubiera leído el pensamiento- no puedes volver a morir. Las ramas te recogerán antes
de que caigas al suelo. Todo eso ya lo hice yo. Intenté huir como quieres
hacerlo tú ahora. Puedes intentarlo, eres libre de hacerlo, pero no lo conseguirás
nunca.
—Entonces… [estaré en este árbol para siempre? –le preguntó
David asustado y desconcertado.
—Bueno hay una manera de quedar libre.
—Cuál? –le preguntó David deseoso de conocer la respuesta
para poder ponerla en práctica cuanto antes.
—La muerte del árbol.
David no podía creer lo que le acababa de decir. El árbol
se tenía que morir para que quedara libre. Aquello tenía que ser una broma.
Porque cómo podría morirse un árbol. Se le ocurrieron algunas opciones, que lo
talaran, un incendio, que lo partiera un rayo, una plaga….
—Sí, colega, un poco difícil pero no imposible –le dijo
Antonio al ver la cara de incredulidad de su nuevo vecino.
—Y… ¿Cómo llegué aquí?
—Eso sí que te lo puedo decir. Te has suicidado.
David no entendía nada. No recordaba nada. Antonio siguió
hablando.
—Cuando te quitas de en medio tu alma es absorbida por un
árbol, donde se supone que purgas el pecado de acabar con tu vida. Yo llevo aquí
cinco años. Me maté cuando tenía veinte. Era un drogadicto. Siempre me metía en
problemas. Lo perdí todo. Así que decidí desaparecer. Fue fácil. Me inyecté una
dosis letal y cuando desperté me encontré en esta mierda de lugar. Tuve una compañera. Fíjate en lo que queda
del árbol a mi derecha. Está seco. Creo que le entró una plaga o algo así. La tía
que vivía en ahí quedó libre. Fue ella quien me contó todo esto y a ella se lo contó
otra persona y así sucesivamente. La tía llevaba aquí veinte años. ¿Te
imaginas? ¡Veinte años! A dónde fue. Ni idea
colega, pero ya no está. Recordarás lo que te pasó con el tiempo cuando estés más
tranquilo. Bueno y dónde estamos, pues no lo sé. Podremos estar cerca de casa
como al otro lado del mundo. Vete tú a saber.
Todo era muy raro. Se había suicidado. Había acabado en
un árbol del que sólo podría salir si se moría. Definitivamente tenía que estar
soñando. Aquello superaba cualquier película de terror que hubiera visto.
Antonio hizo un comentario. Luego se recostó sobre la
rama y cerró los ojos como si fuera a echarse una siesta. David lo agradeció.
No le caía mal el chaval. Le gustaba no estar solo. Pero tenía que pensar
detenidamente en todo aquello.
—Qué has dicho? –le preguntó
—El mundo se acaba colega, tarde o temprano, es un hecho –le
dijo Antonio antes de quedarse dormido.
Todo cobró sentido en ese momento para David. Comenzó a
recordar.
Se vio con el móvil en la mano enviando un mensaje a su
grupo de amigos, al grupo de sus compañeros de trabajo y al grupo que tenía con
la familia. El mensaje le vino claro a la mente EL MUNDO SE EXTINGUIRA A LAS
12. Lo envió minutos antes de la hora señalada.
Luego…. Una bañera, su bañera llena de agua caliente. Y sangre,
mucha sangre. El agua se había teñido de rojo en pocos minutos. Se había
cortado la yugular. Su mundo explotó. Se extinguió.
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