lunes, 3 de abril de 2023

LA VISITA

 


El dolor por la pérdida de un hijo es un dolor único, inexplicable y antinatural. El dolor a que muera es un sentimiento que se instala en los padres desde el momento que llega a este mundo y lo ven por primera vez. Por eso cuando esa inesperada, o no, muerte llega, el dolor que cae sobre los progenitores es tal, que el desinterés por la vida recae sobre ellos.

Martín, una tarde calurosa del mes de agosto sufrió un accidente de tráfico en compañía de sus padres después de pasar unos días a la sierra, en una casa que había sido de sus abuelos.

María y Antonio vivieron en sus propias carnes aquel dolor que parecía hacerse más grande a medida que el tiempo pasaba y que los iba engullendo a pasos agigantados en el pozo negro y profundo de la depresión.

La pareja decidió huir de los recuerdos y buscando la paz y el recogimiento se fueron a vivir a la vieja casa que distaba varios kilómetros del pueblo más próximo, rodeada de árboles y al lado de un gran lago, estaba prácticamente aislada del mundo. Para ellos era el lugar ideal para pasar el duelo y calmar el dolor que los corrompía de dentro a afuera.

Una fría tarde de invierno, dos años después del trágico accidente, un coche se detuvo frente a la puerta de la casa. Conducía un hombre, sentado en el asiento de al lado iba un muchacho de unos doce años.

El chaval se apeó del coche y comenzó a caminar hacia la entrada.

Sabía que no había timbre. Golpeó la puerta. Ésta se abrió lentamente. No estaba cerrada con llave. Entró.

El hombre que se había quedado en el coche no dejaba de mirar hacia la puerta. Se le veía nervioso. Comprobaba la hora a cada rato.

El muchacho dio una vuelta por la casa, se tomó su tiempo.

Cuando entró en el coche el hombre, visiblemente preocupado, le preguntó:

—Martín, ¿los has visto?

El chaval guardó silencio unos minutos intentando reprimir, sin mucho éxito, unas lágrimas que comenzaban a deslizarse por sus mejillas.

—Sí.

El hombre movió la cabeza a ambos lados.

—Te dije que esto no era buena idea. María era mi hermana, la quería mucho, pero a los muertos hay que dejarlos en paz.

 

 

 


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