Tras la llamada angustiada de mi madre de hacía dos
noches mi vida cambió por completo.
Me pedía ayuda para cuidar de mi hermana diez años más
joven que yo. Estaba enferma. Muy enferma, según sus palabras. El tratamiento
parecía no hacerle el más mínimo efecto y los médicos habían sido muy clara con
ella respeto a su estado de salud, no creían que mejorara y aquello sólo podía
significar una cosa, la muerte la estaba acechando.
Mi madre y mi hermana pequeña seguían viviendo en el
pueblo que vio nacer a mi abuela y a la madre de ésta. Una casa grande de
piedra en muy buen estado de conservación gracias a los cuidados de mi padre y
antes que él de mi abuelo. El jardín que lo rodeaba siempre había sido labor de
las mujeres de la familia. Mi madre tenía un don especial para cultivar todo tipo
de plantas y flores y el jardín era el más bonito de todos los que había visto
hasta entonces.
Yo había vivido allí hasta que tuve edad para ir a la
universidad. Al terminarla comencé a trabajar y trasladé mi lugar de residencia
a la ciudad, donde vivía ahora. Mi hermana pequeña siempre tuvo una salud muy
delicada pero los últimos años habían empeorado considerablemente, apenas salía
de casa, comía poco y su ánimo fue cayendo en picado al mismo ritmo que su
peso.
Yo la adoraba. Siempre que podía iba a visitarla. Así que
no dudé ni un instante en acudir a la llamada de mi madre. Mi padre hacía un
par de años que había fallecido. Mi madre estaba sola a su cuidado. Tenía a
Agatha una mujer agradable y muy simpática que le ayudaba con los quehaceres de
la casa y la comida y a Antonio un hombre que se encargaba del mantenimiento y
últimamente del jardín, ya que, mi hermana le robaba todas las horas del día a
mi madre.
Hablé del tema con mi jefe y arreglamos todo para que
pudiera seguir trabajando desde allí. Cuando me puse en camino ya había
oscurecido. A mitad del camino comenzó a
llover ralentizando en gran medida mi avance por la carretera.
Cuando llegué a casa de mi padre ya pasaban de las doce
de la noche.
Me dijo que mi hermana estaba durmiendo que era mejor que
la visitara por la mañana. Le dije que era lo mejor. Estaba muy cansada y
deseaba fervientemente darme una ducha de agua caliente y meterme en la cama.
Mi madre insistió en que comiera algo antes de irme a dormir. No la quise
contrariar y me comí el sándwich de jamón y queso que me había preparado y me
había dejado sobre la mesilla de noche mientras me estaba tomando una ducha.
De madrugada escuché mi nombre.
—¿Estás despierta Ana? ¿Puedo dormir contigo?
Somnolienta le dije que sí. Reconocí la voz de mi
hermana.
Ella se metió debajo de las mantas. Yo la abracé con fuerza
y le di un gran beso en la mejilla. Estaba fría, muy fría. La arrimé hacia mi
cuerpo para que entrara en calor.
—Te quiero hermanita –me dijo.
—Yo también «bichito» -le respondí.
Nos quedamos dormidas.
Por la mañana me desperté sola en la cama. Mi hermana en
algún momento de la noche se había regresado a su habitación.
Salí de mi habitación y bajé las escaleras en dirección a
la cocina.
Encontré a mi madre llorando.
Le pregunté qué le pasaba.
Mi hermana había muerto durante la noche.
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