Chamán así lo llamaban. Era respetado y temido por su
pueblo a partes iguales.
El viento susurraba suavemente en la noche cuando se
internó en el bosque. La luna sonreía a las estrellas en el cielo.
El tiempo no espera a nadie. Y él lo sabía. Los espíritus
le hablaron. Azazel otorgó la brujería a su hija pequeña y tomó su cuerpo. Desde
hacía un tiempo se había fijado en el comportamiento de ella. Tenían razón.
Cogida de la mano le acompañaba una niña. Las lágrimas
acariciaban las mejillas de la muchacha. Estaba muerta de miedo, no sabía a
dónde la llevaba su padre. Suplicaba piedad a su progenitor.
Llegaron a un claro. El chamán tenía que expulsar a aquel
poderoso demonio que habitaba en ella. Había oído hablar de él, conocía su
punto débil. Solo tenía unos minutos para pasar de un cuerpo a otro, sino lo
hacía regresaría al infierno de dónde había salido.
Solo tendría una oportunidad. Debería actuar con rapidez.
Le habló a Azazel, tenía que tentarlo, ofrecerle algo que
deseara, así que le ofreció su cuerpo a cambio del de su hija. Las ansias de
poder de aquel demonio no le dejaron ver la trampa, así que aceptó.
Abandonó el cuerpo de la pequeña y en los escasos minutos
que tenía el hombre, le gritó a su hija que corriera todo lo rápido que pudiera
y que no mirara atrás.
El demonio entró en él y, antes de que pudiera tomar
posesión de su nuevo cuerpo, el Chamán se cortó el cuello.