Sus ansias de poder no tenían límites. Andrés Tobarro era un constructor de prestigio, con un gran éxito profesional a sus espaldas, logrado no siempre dentro de los cauces de la ley. Los sobornos y la extorsión eran su pan nuestro de cada día.
Estaba obsesionado con un pueblo minero en el que tan sólo vivían unas pocas familias que se negaron a abandonar aquel lugar que los vio nacer.
Andrés Tobarra tenía un proyecto en mente para aquel lugar y que quería llevar a cabo costara lo que le contara: una urbanización de lujo y un gran centro comercial.
Tras innumerables negociaciones con aquella gente no lograba que abandonaran el lugar.
Se convirtió en una obsesión para él aquel proyecto.
Desesperado acudió a ver a Eloisa una mujer anciana con fama de hacer conjuros vudú.
Le explicó lo que quería. Ella lo escuchó atentamente. Al terminar de relatar el motivo que le había llevado hasta allí, ella le dijo que podría ayudarle.
Andrés se sintió aliviado ante la respuesta de la mujer. Pero su semblante cambió cuando ella le dijo que aquel ritual tenía un alto precio para pagar, y que no se refería al dinero.
Al día siguiente volvió a la vieja cabaña perdida en el bosque con su primogénito y la guitarra de éste.
Ella le dio a beber una sustancia amarga al chaval que se quedó dormido al momento.
Luego hizo sendos cortes en las palmas derechas de las manos del padre y del hijo y dejó que la sangre que emanaba de ellas cayera sobre la guitarra.
-Ve con ella a la iglesia a las 12 de la noche. Cuando la gente del pueblo está dentro cierra las puertas y comienza a tocarla en el altar. Te aseguro que al amanecer no quedará nadie en el pueblo.
El conjuro vudú sonó en la guitarra infernal “cogí la guitarra como quien podía haber cogido el revólver de tener más valor o, simplemente, menos sentido del humor”
una y otra vez hasta que los primeros rayos del sol comenzaron a arrojar luz sobre las sombras de la iglesia que, al igual que el pueblo, estaba vacía.
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