Un gran cartel a la entrada del hotel Finisterre rezaba: Prensa no. Aquel mensaje no hizo que Ana, reportera del periódico “La voz de Galicia”, desistiera echando a perder la oportunidad de escribir un gran reportaje que la lanzara a la fama.
Se escondió detrás de unos enormes setos que había en un lateral del edificio. Desde allí podía obtener buenas fotografías de los invitados que iban llegando a la fiesta de Navidad que el gran Gatsby había dispuesto.
Grandes y lujosos coches con los cristales tintados, iban parando frente a la puerta. De ellos bajaban personalidades del mundo de la política, el cine, la televisión, la música, deportes e incluso gente de la nobleza, ataviados con sus mejores galas. Sacó una foto tras otra esperando captar cada detalle de cada personaje, sus sonrisas, muecas, y con suerte algún tropezón. Ésto último les encantaba a sus lectores, esos traspiés demostraban que aquellos seres eran tan humanos como el resto de los mortales.
Después de más de media hora de fotos, el ir y venir de los coches de lujo cesó.
Ana aprovechó aquel parón para echar un vistazo a las instantáneas que había realizado.
No fue poca la sorpresa que se llevó al contemplar algo muy curioso en todas ellas. Aquellas personas no llevaban zapatos, no iban calzados.
Aumentó el zoom de algunas de las fotografías y descubrió que aquellos pies descalzos, tenían garras con una uñas muy largas donde deberían estar los dedos de los pies.
Tenía que entrar. Pero no sabía cómo hacerlo.
Fue hasta el coche, dejó las cámaras y abrió una bolsa donde había un vestido. No era tan caro ni lujoso como los que llevaban aquellas mujeres pero esperaba dar el pego. Se vistió en el coche, se maquilló y recogió el pelo en un moño y se acercó hasta la puerta de la entrada esperando que la dejaran pasar. Pero allí no había nadie y la puerta estaba abierta. Entró. Subió las escaleras sin encontrarse con ningún personal del hotel, se imaginó que todos estaban muy ocupados en satisfacer todas las demandas del anfitrión.
Estaba claro donde se celebraba la fiesta, los gritos y la música se podían escuchar en el hall. Estaba en el último piso.
Cogió el ascensor y subió hasta el último piso. No tuvo problemas en colarse entre la gente. No podía creer que todo le hubiese salido tan bien y que hubiera sido tan fácil colarse allí. Nadie la miró. Nadie le habló. Cogió una copa de champán que le ofreció uno de los camareros. El gran Gatsby charlaba con unas mujeres muy hermosas.
Faltaban menos de quince minutos para la medianoche. La gente bailaba dando vueltas y vueltas por el salón desinhibida por la bebida.
Entonces dieron las 12.
Los camareros se retiraron.
Con terror Ana escuchó que cerraban las puertas del salón con llave.
Las luces se apagaron.
Ana se escondió en un rincón tras una enorme columna. Podía escuchar el corazón latiendo descompasado en su pecho.
Cuando las luces se encendieron, un grito murió en su garganta antes de perder el conocimiento al contemplar el horror que sus ojos le mostraron.
Los invitados se despojaron de la ropa y la piel humana que los cubría, quedando a la luz su verdadero aspecto.
La fiesta de Gatsby convocó a los demonios oscuros.
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