Ella había creído
todas y cada una de las palabras de amor que salían de la boca de aquel hombre.
Estaba enamorada. Hasta que el detective privado, que había contratado hacía un
par de meses, no le había puesto sobre la mesa hasta la última prueba de sus
infidelidades, ella nunca había dudado de él.
Pero… la había
subestimado. Un corazón roto puede ser un arma de doble filo.
Fingió que todo
iba bien. Preparó la cena, como cada día. Le cocinó su plato favorito y le
compró una botella de su vino preferido.
Él no pudo
terminar de cenar. Se desplomó sobre el plato, víctima de un sedante que ella
le había puesto en la copa.
Cuando despertó
estaba amordazado y atado a una silla, en la cocina.
Ella lo
observaba a poca distancia, mientras esbozaba una sonrisa malvada, siniestra. Sus
preciosos y grandes ojos verdes habían perdido su brillo y su mirada hiriente transmitía
desprecio y un total desinterés hacia el hombre. En su mano derecha portaba un
cuchillo de grandes dimensiones.
El hombre estaba
verdaderamente asustado, en su cara se veía reflejado el terror que invadía
todo su cuerpo. Las lágrimas que se agolpaban en sus ojos, lo delataban como el
verdadero hombre que era, débil y endeble y no como el hombre fuerte y seguro
de sí mismo, que aparentaba ser.
-Es una pena que
no puedas hablar, amor mío. –le dijo la mujer- pero creo que es mejor así.
Estoy harta de tu palabrería barata y tus falsas promesas de amor.
Él comenzó a
moverse en la silla intentando aflojar las cuerdas que lo tenían anclado a ella.
Ella profirió
una carcajada que retumbó en los oídos del hombre y que contribuyó a aumentar
más, si cabe, el terror que sentía.
-Me enamoraste
con tu palabrería barata, tus promesas de amor y tus halagos. Creí en ti y me
has mentido. Me has estado engañando todos estos años, lo sé, porque hice que
te vigilara un detective privado. No me temblará el pulso cuando clave este
cuchillo en tu corazón y ponga fin, de una vez por todas, a esta farsa. Fuiste las ganas de tenerlo todo y la rabia
de quedarse sin nada. Pero sobreviré, mientras tú te pudrirás bajo tierra.
Mientras le
hablaba, la mujer se había colocado de espaldas a él, para que no pudiera ver
las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.
Cuando se dio la
vuelta dispuesta a clavarle el cuchillo, el hombre ya no estaba en la silla.
Desconcertada lo
buscó con la mirada por toda la cocina, pero el hombre, había sido rápido y se
había colocado tras ella. La agarró del cuello, apretándoselo fuertemente, dispuesto
a asfixiarla. Ella gritó y trató de librarse de él. La fuerza del hombre
superaba con creces la suya, pero…se dio cuenta de que todavía llevaba el
cuchillo en la mano, y que si no actuaba con rapidez su vida acabaría allí y
ahora.
Así que le
asestó una puñalada en la pierna, el hombre preso del dolor aflojó la fuerza
que estaba infligiendo sobre su cuello, ella logró librarse de él. El hombre
logró agarrarla por un brazo, ella perdió el equilibrio y se dio de bruces
sobre las frías baldosas.
Los primeros
rayos de sol de la mañana, arrojó luz sobre la cocina, poniendo al descubierto
un par de cuerpos bañados por su propia sangre.