lunes, 22 de noviembre de 2021

ESQUELETOS

 

Lo llamaron para una guerra que no creía. Con el petate al hombro a punto de subir a aquel tren que lo llevaría lejos de casa, a un país lejano, del que no sabía nada y que lo alejaría de su pueblo y de su familia, no pudo reprimir que unas lágrimas se deslizaran por sus mejillas. Su madre, al darse cuenta de lo que su hijo estaba sufriendo lo abrazó con ternura, mientras le susurraba al oído un “te quiero” y “vuelve pronto a casa, Juan”. Aquello no hizo más que incrementar, si cabe, la pena que embargaba el corazón de aquel muchacho. Se subió al tren triste y desolado despidiéndose de ella, de su padre y su hermana pequeña, con la mano.

Los días en los barracones se hacían eternos. Intentaban con bromas, ahuyentar el miedo que sentían al escuchar las bombas, que cada vez sonaban más y más cerca.

Un día un anciano de una aldea cercana entró corriendo en el barracón. No entendía lo que decía, hablaba muy rápido en una lengua extraña para ellos.

Llamaron a su superior que se personó inmediatamente. Lo escuchó en silencio. Luego le respondió algo en la lengua de aquel hombre que hizo que su semblante, antes triste y preocupado, se tornara esperanzado, aflorando incluso, una sonrisa en su arrugada cara.

Luego les explicó a los allí presentes que aquel hombre buscaba alguien que atendiera a su hija enferma. Llamaron al médico y en un jeep fueron hasta la aldea. Lo acompañaban dos soldados, uno de ellos era Juan.

Entraron en una humilde casa de madera. En un viejo colchón descansaba una muchacha. El corazón del soldado al verla, comenzó a latir en su pecho con tal fuerza, que parecía le fuera a salir del sitio. Se había quedado maravillado ante la belleza de la joven. Era de su edad. El cabello negro como el azabache contrastaba con su piel blanca como la nieve y sus ojos azules como el mar. El médico después de un rato atendiéndola le diagnosticó apendicitis. La operaron de urgencia. El tiempo que estuvo en la enfermería el muchacho la visitaba dos o tres veces al día, hasta que estuvo lo suficientemente recuperada para volver a su casa. Se había formado entre ellos un estrecho vínculo. La chispa del amor había prendido en el corazón de aquellos dos muchachos.

Al día siguiente de la marcha de la joven, Juan entró en combate. Aunque durante aquellos meses les habían enseñado a pelear y a disparar el fusil, Juan estaba muy nervioso y temía que a la hora de la verdad no pudiera apretar el gatillo. Temía morirse en aquella guerra y no volver a ver a su familia ni a Luna, su enamorada.

Antes de irse la visitó en su casa y le pidió:

-Bésame con el atrevimiento de no saber, si es lo correcto, bésame por primera y quizá última vez.

Durante aquel día y hasta bien entrada la noche, los disparos no cesaron, al igual que los llantos y los terribles gritos de dolor que proferían los soldados heridos. Juan vio morir a algunos de sus compañeros y no entendía como él todavía seguía con vida.

Los moribundos dejaron de gritar cuando la muerte se los llevó. El capitán les gritó a los supervivientes que volvieran al campamento. Quedaba una docena de hombres con vida y como figuras espectrales, caminaban entre los muertos con pasos vacilantes para no pisarlos.

Creyendo que el peligro había pasado, unos gritos terroríficos, no muy lejos de donde estaban, los sobresaltó. La luz de la luna era lo suficientemente intensa para dejarles ver algo que los consternó y los embargó de un terror inimaginable.

Vieron aproximarse a ellos a unos enormes esqueletos. Medían unos dos metros de altura y caminaban entre los muertos. Se agachaban sobre ellos y tanto Juan como el resto de soldados que estaban con él, vieron para su sorpresa, que éstos les chupaban la sangre a los cadáveres, después de arrancarles la cabeza con una facilidad pasmosa, indicándoles con aquello que poseían una fuerza descomunal. Pero aquello no era todo. Su tamaño incrementaba con la sangre que bebían.

El capitán les hizo señas de que se tiraran en el suelo y que fueran reptando hacia unos árboles que no distaban mucho de donde estaban. Aquellos seres todavía no se habían dado cuenta de su presencia. Por lo menos, de momento.

Estaba amaneciendo cuando llegaron al campamento, con la cara desencajada por terror y el pánico que invadía sus cuerpos.

No esperaron a que cayera la noche para irse de allí.

Escondidos entre los árboles unas calaveras los vigilaban por encima de las copas de los árboles.

 

 

 

 

 

 

EL CHARCO

 

Había un coche aparcado frente de un edificio de oficinas. Una mujer estaba sentada al volante. Miraba fijamente la entrada. Parecía esperar a alguien, una persona en concreto que, en cualquier momento cruzaría aquellas puertas de cristal que se habrían automáticamente al detectar movimiento. Hacía escasos minutos que había dejado de llover. La calle mojada mostraba charcos de agua allí donde el asfalto se había deteriorado con el paso del tiempo y por la continua circulación de coches. Mientras esperaba, sus pensamientos viajaron en el tiempo, a una fecha y un lugar concreto. A pesar del dolor que sentía en su corazón, no pudo evitar sonreír ante aquel recuerdo. Había sido amor a primera vista. Desde el minuto uno, supo que aquel hombre, apuesto, guapo y simpático era con quien quería compartir el resto de su vida. Él parecía haber sentido lo mismo porque poco tiempo después de aquel encuentro, le confesó: “cuando te conocí supe que cada sueño aun sin vivirlo, resucitó contigo”.

Su espera llegó a su fin. Vio salir a un hombre, vistiendo un abrigo negro que le cubría el traje de marca que siempre mostraba impecable, fuera cual fuese, la hora del día. La mujer se enderezó en su asiento. Era su marido. Encendió el coche, pero no las luces. Lo que se proponía hacer tenía que llevarlo a cabo sin ser vista y sin levantar sospechas. Quería que desapareciera de su vida, estaba dolida por sus muchas mentiras y por sus engaños que se iban sumando, exponencialmente, día a día. Tenía que matarlo. Y no se lo ocurrió mejor manera de hacerlo que, atropellarlo con el coche.

Aceleró para seguirlo, pero…. una mujer salió tras él. Él se dio la vuelta y le sonrió. Se miraron unos segundos y luego sus bocas se fundieron en un apasionado beso. Caminaron cogidos de la mano. Cruzaron la calle en dirección a un coche aparcado a pocos metros donde estaba la mujer vigilándolos. Había un gran charco de agua, en el medio y medio de la calzada. No lo vieron. Y si lo hicieron fue de manera casual, sin darle mayor importancia. Estaban más pendientes de llegar cuanto antes al coche, que ver por donde pisaban. Entonces sucedió lo inexplicable, lo insólito, lo absurdo. Pisaron el charco y entre gritos de angustia y terror pidiendo auxilio de manera desesperada, desaparecieron en cuestión de segundos, engullidos por aquella agua estancada.

La mujer profirió un grito desgarrador desde el coche al ver aquella macabra escena. Su primer impulso fue bajar y ayudarlos. Pero algo la sujetaba al asiento con tal fuerza, que no podía moverse, al tiempo que una voz en su cabeza le preguntó. ¿Por qué quieres ayudarle? ¿No era eso lo que querías? Aquella agua empozada había hecho su trabajo, por ella. Respiró hondo un par de segundos. Encendió las luces del coche, ya no había motivo alguno para no hacerlo, y salió de allí, bordeando aquel charco que se había comido a su marido.

viernes, 19 de noviembre de 2021

NOCHE DE LUNA LLENA

 

Estaba anocheciendo. La ciudad había encendido sus luces. Aquella mujer, subida en una vieja escoba, la observaba desde el lugar privilegiado que le ofrecía uno de sus muchos poderes, en este caso el de volar como un pájaro. En pocas horas el mundo mágico se entrelazaría con el mundo real. Los personajes de los cuentos que algún padre le estaría leyendo a su hijo antes de dormir, tomarían forma y todo lo inimaginable, podría hacerse realidad. Aquella noche era especial. Por tal motivo tenías que tener cuidado con lo que desearas, porque, para bien o para mal, se haría realidad. Un brindis por la llegado de un amor verdadero, un nuevo trabajo, un hijo, se cumpliría. Un pez en su pecera deseando ser un tiburón, vería cumplido su sueño. Una flor ansiosa de ser bella más allá del invierno, lo conseguiría. Todo, cualquier deseo por inverosímil que pareciera se haría realidad aquella noche de luna llena.

La bruja dio una vuelta rápida por la ciudad. Las calles estaban casi vacías. Tras las ventanas iluminadas de los edificios de viviendas, había familias preparando la cena y niños siendo arropados preparados para dormir. Parejas entregándose al amor. Hombres y mujeres solos, sin más compañía que sus mascotas o sin ellas, viendo algún programa en la televisión esperando que llegara el ansiado sueño.

Algún ladrón escondido entre las sombras para hacerse con lo ajeno. Un asesino esperando pacientemente dentro del coche a su siguiente víctima. Todo aquello y muchos más, estaba ocurriendo en la gran ciudad.

La bruja hizo un giro inesperado con su escoba. Faltaba poco para las doce de la noche. La hora señalada. Se encaminó hacia “El parque de los enamorados” un lugar idílico con la luz del sol, lleno de árboles y flores, con senderos para ir en bicicleta, correr o simplemente pasear y disfrutar de la naturaleza y desconectar del mundanal ruido de la urbe. Ahora se mostraba vacío y en penumbra. Su aspecto cambiaba por completo al caer la noche convirtiéndose en un lugar siniestro, lúgubre, ideal para llevar a cabo las hazañas más terroríficas que la mente humana pueda urdir.

Se veían bancos de madera que había por centenares a lo largo y ancho de aquel lugar, cubiertos por alguna que otra hoja que indicaba que el otoño había llegado para quedarse. La mujer “aterrizó” en la zona sur del parque. Posó su vieja escoba sobre uno de aquellos bancos y se sentó a su lado. Su aspecto estaba lejos de dar miedo. Era joven y muy guapa. No pasaba de los veinte años y sus ropas, aunque antiguas y pasadas de moda desde hacía mucho tiempo, eran de colores vivos. Llevaba un vestido rojo que le llegaba a los pies y su cabeza estaba cubierta por un sombrerito negro que le daba un aspecto de lo más gracioso. Pronto llegarían las demás. Juntas atraparían los deseos de la gente y los harían realidad. Ella ya tenía unos cuantos guardados deseosa de llevarlos a cabo. No eran las brujas malas, que aparecían en las ilustraciones de los cuentos infantiles, con el deseo de asustarlos. No. Ellas no eran de esas. Ellas eran las buenas. Las malas se juntaban en la parte norte del parque.

Estaba inquieta, el tiempo se le hacía eterno e intentaba pasar el rato contemplado la inmensa y majestuosa luna llena. Entonces escuchó un llanto a sus espaldas. Un llanto que cualquier mortal nunca oiría porque nuestro sentido auditivo no estaba ni por asomo, tan desarrollado como el de aquella bruja. Sonaba junto al árbol que había a sus espaldas. Se levantó y fue hasta allí. Vio una diminuta araña suspendida en su tela. Ella era la que sollozaba. La mujer se agachó para colocarse a su altura y le preguntó qué le pasaba. La araña sorprendida de que alguien la escuchara se asustó. Pero vio algo en los ojos de aquella joven que hizo que su temor desapareciera completamente.

-Me gustaría ser grande y provocar miedo en todos los que me vieran –le dijo.

La bruja le iba a responder cuando escuchó risas a su espalda. Sus hermanas habían llegado.

Eran tres, a cada cual más hermosa. Cada una de ellas representaba una estación del año. Sólo se reunían una vez al año y ese era el gran día. Después de los besos y abrazos que conllevan a la alegría de volver a reunirse todas, la joven bruja vestida de rojo, que representaba el otoño, les habló de la araña y de su petición.

La decisión fue unánime. Harían realidad su sueño y viviría con ellas eternamente, siendo la mascota de cada una, según la época del año.

Las cuatro fueron hacia ella para darle la gran noticia. La pequeña araña se mostró muy contenta ante la notica. La convirtieron en una gran araña, peluda y asquerosa, como era su deseo. Pero, había algo en su mirada que no les pasó desapercibida. Aquella no era una araña normal.

Ante ellas se transformó en una bestia horripilante, con garras y grandes colmillos. Donde tendrían que estar sus ojos había unas cuencas vacías y oscuras como el averno. Las jóvenes brujas se quedaron petrificadas a causa del miedo que las embargaba. Entonces se escuchó la voz de un niño pequeño, retumbando en el parque vacío:

-Quiero que se desaparezcan todos los monstruos del mundo.

Estaba arrodillado junto a su cama. Tenía las manos entrelazadas. Rezaba a cualquier dios, entidad o lo que fuera que lo estuviera escuchando para que cumpliera su deseo.

Entonces sucedió. En medio de unos gritos aterradores, aquel demonio comenzó a arder. En cuestión de minutos, en el suelo donde se había revolcado presa de un terror inenarrable, vieron cenizas.

 

 

 

jueves, 18 de noviembre de 2021

TRAS LA MÁSCARA

 

Creían que, tras aquellas máscaras, la muerte no los reconocería y pasaría de largo. Bebían y bailaban confiados ante aquella idea. Pero aquel hombre sabía que a la Parca no se la podía engañar, porque sus ojos y oídos llegan donde no llegan los de los mortales. Vive entre nosotros y se regocija de ello provocándonos miedo, pánico, terror, tan solo, con el mero hecho de pensar en ella.

Soñó su muerte en la mascarada, escondida tras una de las muchas caretas que danzaban en el gran salón de baile. Se obsesionó por encontrarla. Increpaba a cada uno de los asistentes, que lo miraban como si se hubiera vuelto loco.

Perdido en su desesperación, tropezó con un enmascarado. Vestía de negro. Tenía unas manchas rojas a la altura del pecho. Nervioso, lo asió de la camisa y de un tirón le arrancó la máscara. El terror lo hizo estremecer de pies a cabeza, al descubrir el sangrado en la boca y la nariz de aquel hombre. Presentaba un aspecto demacrado, cadavérico. La Muerte Negra estaba ante él. Al día siguiente, rechazó la invitación a la fiesta y huyó de la cuidad. Pero no se libró de ella. La muerte lo alcanzó. Nadie puede huir de la Parca cuando su hora ha llegado.

lunes, 15 de noviembre de 2021

VENGANZA

 

Ella había creído todas y cada una de las palabras de amor que salían de la boca de aquel hombre. Estaba enamorada. Hasta que el detective privado, que había contratado hacía un par de meses, no le había puesto sobre la mesa hasta la última prueba de sus infidelidades, ella nunca había dudado de él.

Pero… la había subestimado. Un corazón roto puede ser un arma de doble filo.

Fingió que todo iba bien. Preparó la cena, como cada día. Le cocinó su plato favorito y le compró una botella de su vino preferido.

Él no pudo terminar de cenar. Se desplomó sobre el plato, víctima de un sedante que ella le había puesto en la copa.

Cuando despertó estaba amordazado y atado a una silla, en la cocina.

Ella lo observaba a poca distancia, mientras esbozaba una sonrisa malvada, siniestra. Sus preciosos y grandes ojos verdes habían perdido su brillo y su mirada hiriente transmitía desprecio y un total desinterés hacia el hombre. En su mano derecha portaba un cuchillo de grandes dimensiones.

El hombre estaba verdaderamente asustado, en su cara se veía reflejado el terror que invadía todo su cuerpo. Las lágrimas que se agolpaban en sus ojos, lo delataban como el verdadero hombre que era, débil y endeble y no como el hombre fuerte y seguro de sí mismo, que aparentaba ser.

-Es una pena que no puedas hablar, amor mío. –le dijo la mujer- pero creo que es mejor así. Estoy harta de tu palabrería barata y tus falsas promesas de amor.

Él comenzó a moverse en la silla intentando aflojar las cuerdas que lo tenían anclado a ella.

Ella profirió una carcajada que retumbó en los oídos del hombre y que contribuyó a aumentar más, si cabe, el terror que sentía.

-Me enamoraste con tu palabrería barata, tus promesas de amor y tus halagos. Creí en ti y me has mentido. Me has estado engañando todos estos años, lo sé, porque hice que te vigilara un detective privado. No me temblará el pulso cuando clave este cuchillo en tu corazón y ponga fin, de una vez por todas, a esta farsa.  Fuiste las ganas de tenerlo todo y la rabia de quedarse sin nada. Pero sobreviré, mientras tú te pudrirás bajo tierra.

Mientras le hablaba, la mujer se había colocado de espaldas a él, para que no pudiera ver las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.

Cuando se dio la vuelta dispuesta a clavarle el cuchillo, el hombre ya no estaba en la silla.

Desconcertada lo buscó con la mirada por toda la cocina, pero el hombre, había sido rápido y se había colocado tras ella. La agarró del cuello, apretándoselo fuertemente, dispuesto a asfixiarla. Ella gritó y trató de librarse de él. La fuerza del hombre superaba con creces la suya, pero…se dio cuenta de que todavía llevaba el cuchillo en la mano, y que si no actuaba con rapidez su vida acabaría allí y ahora.

Así que le asestó una puñalada en la pierna, el hombre preso del dolor aflojó la fuerza que estaba infligiendo sobre su cuello, ella logró librarse de él. El hombre logró agarrarla por un brazo, ella perdió el equilibrio y se dio de bruces sobre las frías baldosas.

Los primeros rayos de sol de la mañana, arrojó luz sobre la cocina, poniendo al descubierto un par de cuerpos bañados por su propia sangre.

 

 

 

 

 

domingo, 14 de noviembre de 2021

EL ACOMPAÑANTE PERFECTO

 Encontré, en aquel cohibido muchacho, el acompañante perfecto para mis paseos nocturnos entre los vivos. Llevaba mucho tiempo vagando entre ellos, tanto, que los recuerdos felices que tenía antes de mi muerte, se habían ido disipando de mi memoria, hasta desaparecer por completo. Sin embargo, mis actos más atroces y viles, los que me habían llevado a perecer en  la horca, esos, no se borrarían jamás, porque por ellos, podía deambular entre los vivos hasta el final de los tiempos.

Lo vi por casualidad. Era una noche como tantas otras. Sin nada importante que me hiciera pensar lo contrario.

El verano había llegado y con él las noches cálidas y estrelladas.

Estaba algo apartado del grupo. Observaba a sus amigos de una manera que, a mí, acostumbrada a ver aquella mirada en algunos vivos que escogen las noche para realizar los actos más depravados, no me pasó desapercibida. Además, era idéntica a la que me devolvían los espejos cuando aun podía ver mi imagen reflejada en ellos.

No puedo decir lo mismo del resto de aquellos chicos que, conversaban y bebían, ajenos a aquellos ojos cargados de ira y envidia que los contemplaba desde el refugio que le otorgaban las sombras.

Pude vislumbrar su alma oscura y su corazón helado, latiendo con furia desmesurada en su pecho.

Aquello no hizo más que incrementar la certeza de que mi búsqueda había terminado. Estaba en mis manos, que mi soledad, al fin, terminara.

Por aquellas noches que pasé a su lado, observándolo, mientras mis caricias, como una suave brisa sobre su piel, hacían que su cuerpo se estremeciera, supe que a su lado la calma es tan salvaje, que su timidez hace que todo salte por los aires. Estaremos juntos eternamente y seremos felices. Lo sé. Pero para ello... tiene que morir.

Permanecí a su lado mientras la muerte sesgaba su vida. Le agarré fuertemente la mano, cuando su alma abandonó su cuerpo, al fin libre de las ataduras que la tenían sujeta al mundo de los vivos. Pero no fui lo suficientemente rápida para evitar que una bola de fuego la atrapara, envolviéndola en llamas. Lo perdí, antes de tenerlo.


domingo, 7 de noviembre de 2021

NUEVA VIDA

 

Cuando fue consciente de su propia existencia, sintió que no estaba solo.

Notaba otras presencias a su lado. Estaba muy oscuro y no podía distinguir cuantos eran, pero algo le decía que eran muchos los que igual que él, estaban allí encerrados.

El lugar tenía forma ovalada. Sintió su textura sedosa y elástica. Sabía que aquello los protegía, era cómodo y la temperatura allí dentro era muy agradable.

A medida que el tiempo transcurría dentro de aquel huevo, sus movimientos se iban haciendo más precisos y su tamaño iba aumentando.

No sabía cómo había terminado allí. Lo último que recordaba es estar postrado en una cama de hospital. Escuchó a los médicos hablar con su esposa del estado muy crítico en el que se encontraba. Se acordaba del accidente de coche. No tenía dolor. Escuchaba el ir y venir de los médicos y enfermeras, entrando y saliendo de su habitación, incluso podía escuchar lo que hablaban entre ellos, pero no podía mover ni un solo músculo de su cuerpo, tampoco podía abrir los ojos. Permanecía tumbado en aquella cama mientras el tiempo iba pasando. Entonces… la máquina, a la que estaba conectado, comenzó a emitir un sonido, estridente, ensordecedor. Después de eso, nada, salvo el silencio más absoluto.

Ahora sentía un cuerpo, pero muy diferente al que tenía. Podía pensar, e incluso su visión se iba haciendo, poco a poco, más nítida, empezaba a distinguir formas a su alrededor. Quiso agarrarse a aquella pared de seda. Se dio cuenta de que no tenía manos. Tenía patas. Un total de ocho.

Su desconcierto le hizo entrar en pánico. En su desesperación quiso gritar, pero no tenía garganta y sin ella tampoco existían cuerdas vocales que emitieran algún sonido, por muy leve que fuera. Tampoco podía llorar. Sus ojos estaban secos. Sentía unos deseos enormes de romper aquella tela y salir al exterior. Sus compañeros, sus hermanos, sintieron lo mismo que él, porque al unísono, se pusieron a golpearla hasta que hicieron un agujero lo suficientemente grande, por el cual pudieron colarse. Una gran tarántula los estaba esperando fuera con pequeños trozos de insectos para alimentarlos.

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...