sábado, 4 de diciembre de 2021

FINALES



FINAL 1:

El Hombre de traje negro y con un maletín del mismo color en su mano derecha, entró en la cafetería. Una joven camarera se acercó a él, presurosa, para tomar nota de su pedido.

-Un café con leche, por favor –Le pidió amablemente.

Mientras esperaba desplegó el periódico que había comprado en el quiosco de la esquina y se puso a leer.

“ESTA MADRUGADA, HAN ROBADO UN OBJETO MUY VALIOSO DEL MUSEO DE HISTORIA”. Se trata de un hacha vikinga que, algunos no han dudado en mencionar que una cierta maldición se cierne sobre ella, fue hallada en una excavación arqueológica realizada en….

-Su café –le indicó la amable camarera, interrumpiendo su lectura.

Su móvil comenzó a sonar cuando estaba revolviendo el azúcar.  Era su jefe. Lo escuchó detenidamente mientras apuraba el contenido de su taza. Colgó y salió de la cafetería, no sin antes dejar una buena propina a la simpática camarera que lo había atendido.

De camino a su despacho, vio a un hombre, llevaba algo entre las manos envuelto en una tela negra. Se proponía tirarlo a un contenedor de basura. Se comportaba de manera sospechosa, mirando a ambos lados a cada paso que daba. Levantó la tapa y lo lanzó a su interior, tras lo cual, echó a correr como alma que lleva el diablo. El hombre del traje le gritó, pero el hombre ya había doblado la esquina desapareciendo de su vista. Entonces se encontró con el dilema de seguir adelante, como si no hubiera visto nada o levantar la tapa y ver lo que había tirado aquel hombre. Optó por la segunda opción, imaginándose que se estaba deshaciendo de las partes de un cuerpo después de haberlo mutilado, vistas las manchas de sangre que cubrían su cara, sus manos y su ropa. Debido a la cantidad de basura que había acumulada en aquel contenedor, como si hubieran pasado semanas desde la última que vez que lo habían vaciado, no le resultó difícil encontrarlo. Le quitó la tela que lo cubría y se encontró con un objeto muy antiguo con forma de hacha. Le sonaba. Había visto una foto de aquello en el periódico. Lo desplegó y sus sospechas se hicieron realidad, era el hacha vikinga que habían robado.  No tenía tiempo de llamar a la policía porque ya debería estar en una reunión importante que había comenzado hacía unos minutos. Lo haría al terminar. A medida que iba caminando comenzó a notar un hormigueo en el brazo que portaba el hacha, similar a pequeños calambres.  No le dio importancia. Pero al llegar a su despacho e intentar dejarla sobre su mesa, se dio cuenta, con total desconcierto, que se había pegado a su piel. No podía desprenderse de ella. Su jefe se estaba acercando, lo veía claramente a través de la cristalera. Empezó a sudar por la situación tan extraña en la que se encontraba y porque no sabía cómo reaccionaría su superior, si le decía lo que le estaba pasando. Su jefe seguía muy enfadado con él porque no había logrado llegar a un acuerdo con un cliente muy importante la tarde anterior y aquella situación, en la que se encontraba, no le favorecía ni lo más mínimo. Su raciocinio lo abandonó por completo para dar paso a una locura extrema que poseyó su mente en cuestión de segundos. Se escondió tras de la puerta de su despacho. Esperó pacientemente, la llegada de su superior.  Sin titubear ni un segundo, descargó el hacha sobre la cabeza de su jefe, partiéndosela a la mitad.

 

FINAL 2:

Una joven había terminado su turno de trabajo en un restaurante de comida rápida. En dirección a casa, pensó en parar a comprar leche en el supermercado. Aceleró un poco el paso para que le diera tiempo a comprarla e ir a recoger a su hermano pequeño a la escuela. Se levantó una ligera brisa que fue incrementado, poco a poco, hasta el punto de formar varios remolinos en la calle. Un sombrero, que había salido volando de la cabeza de algún viandante, le dio de lleno en la cara. Miró a su alrededor esperando ver el dueño o la dueña de dicho complemento, pero parecía que nadie lo echaba en falta. Entró en el súper, compró la leche y se encaminó con paso rápido hacia la escuela.

Como le estorbaba en la mano se lo colocó en la cabeza. Le sentaba bien, dictaminó mientras se contemplaba su reflejo en el escaparate de una tienda. Era de su talla.

Su hermano pequeño y él llegaron a casa. El pequeño alabó el sombrero de su hermana, ella le sonrió, le dio las gracias y le dio un sonoro beso en la mejilla. Dejó la leche en la nevera, se quitó el abrigo e hizo lo mismo con el sombrero. Había decidido quedarse con él, le encantaba. A su parecer le daba un cierto aire sofisticado, de actriz de cine, que le encantaba. Entonces sucedió lo impensable. No podía quitarse el sombrero de la cabeza por más que tirara de él. Llamó a su hermano para que la ayudara. Pero al hacerlo, comprobaron que con él también se desprendía parte del cuero cabelludo provocándole un dolor inenarrable.

Entre los gritos de su hermana y el miedo total y absoluto que le había embargado, el chaval llamó a su abuela y llevaron a la joven al hospital.

 

FINAL 3:

Un niño y su abuela estaban en la sala de espera. La madre del chiquillo había sufrido un accidente de coche y la estaban operando de urgencia. La señora le preguntó si quería beber algo. Él le pidió un refresco. La abuela se levantó y se encaminó hacia las máquinas expendedoras que se encontraban en un rincón de la sala. En la pared que había frente a las sillas donde estaban sentados, había un cuadro. En él se veían unas casas a lo largo de una calle, un poco deterioradas pero pintadas con colores muy alegres. Aquel cuadro le fascinaba por algún motivo que no sabía explicar. Se levantó y se acercó a él. Entonces lo vio. Un niño salía de una de las casas con un balón en la mano. Al llegar a la calle se puso a jugar con él. El niño se movía. Podía jurarlo. Entonces el niño se giró, lo miró y le sonrió. Le estaba diciendo algo. Se acercó todavía más para escucharlo mejor, e incluso pegó la oreja al cuadro:

- ¿Quieres jugar conmigo? –oyó que le preguntaba.

Cuando la abuela volvió con el refresco, el niño no estaba en la sala. Nadie lo había visto salir de allí.

En el cuadro se veían dos niños jugando con un balón.

 

FINAL 4:

El conductor de la ambulancia, Carlos, había terminado su turno. El ultimo paciente que había llevado al hospital le había traumatizado bastante. Creía que ya lo había visto todo en lo referido a enfermedades y situaciones extrañas que formaban parte de su trabajo, pero lo de aquella chica que no podía quitarse el sombrero, lo había dejado algo tocado.

Así que, junto a su compañero Andy, decidieron parar a tomarse unas cervezas, de camino a casa.

El viento se había calmado por completo, dando paso a una tarde soleada y tranquila.

Se sentaron en la terraza de una cafetería. Hablaban animadamente mientras esperaban sus consumiciones. Llegaron acompañadas de unos aperitivos, los cuales, fueron recibidos por los jóvenes, con una gran sonrisa y muy buen humor. Carlos, agarró el vaso y se lo llevó a la boca. El semblante de Andy que estaba sentado frente de él, demudó de color tornándose blanco como la cera, al ver como en aquel vaso se movían unos gusanos de aspecto asqueroso y repugnante que, al inclinar el líquido hacia la boca, se introducían en la garganta de su amigo. Le gritó con desmesurada desesperación que no bebiera, pero ya era tarde. Carlos había apurado hasta la última gota del vaso.

Al rato estaba retorciéndose en el suelo presa de dolor, mientras aquellos gusanos lo devoraban por dentro.

 

FINAL 5.

 

Los senderistas llevaban horas caminando por el bosque acompañados de un guía de la zona. Estaban cansados y los ánimos empezaban a decaer. Quedaban pocas horas para que la tarde llegara su fin. Les urgía encontrar un lugar donde acampar, para pasar la noche.

El hombre les animó a seguir unos minutos más, prometiéndoles que a escasos metros había un claro donde podrían colocar las tiendas.

A pesar de las dudas del grupo, el guía cumplió su promesa. El lugar indicado estaba más cerca de lo que habían pensado. Prepararon el campamento. Había un lago muy cerca y algunos decidieron darse un chapuzón antes de cenar y otros optaron por recoger leña y hacer un fuego.

Una de las chicas que formaban el grupo, había salido a explorar por su cuenta. Se subió a una pequeña colina y desde la cima les llamó a gritos. Se la oía eufórica y visiblemente emocionada por lo que había encontrado. No paraba de gritar, una y otra vez, que había encontrado el paraíso.

Fueron hasta allí para ver qué era aquello tan espectacular que la hacía comportarse como una loca.

Todos enmudecieron ante aquella visión. Al otro lado de la colina había un campo de tulipanes. Era tan extenso que se perdía en la lejanía.

Eufóricos decidieron bajar. Cuando llegaron al prado, caminaron entre las flores, se tumbaron entre ellas. Por un momento todos sus problemas se esfumaron y una inmensa paz y tranquilidad envolvió sus corazones.

El guía que había llegado a la cima de la colina, cuando todos ya habían bajado, tuvo la visión más terrorífica y dantesca que ni en sus peores pesadillas podría imaginarse algo así, por lo siniestras y aterradoras que eran.

El grupo al completo, había quedado apresado por los tallos de aquellas flores. Se enredaban alrededor sus cuerpos inmovilizándolos por completo. Las flores habían aumentado de tamaño y pudo ver unos dientes afilados en los pétalos que se clavaban en la carne de aquellos chicos y chicas, mordiéndolos, mientras éstos no dejaban de gritar, presas del dolor y el pánico que sentían. Antes de perder el conocimiento vio como una de aquellas flores le arrancaba de un mordisco un trozo de carne a una de las chicas. Los estaban comiendo.

 

 

FINAL 6

 

Un inmenso prado, bordeaba el campo de golf.

Un hombre había realizado un lanzamiento casi certero, la bola quedó a escasos centímetros del hoyo final.

No hubo ninguna aclamación, ni vítores, ni mucho menos aplausos. Estaba solo. Con paso lento y acompasado se dirigió al lugar donde había quedado la pelota para darle el empujón definitivo.

Lo tenía más que fácil. Aun así, escenificó, de manera exagerada la escena, con estiramientos de dedos y un par de flexiones, seguidas de unas respiraciones acompasadas como si estuviera a punto de dar a luz, la mejor jugada de la historia.

Un sonido lo alertó. Alzó la mirada. Pero ante lo que se le venía encima no pudo reaccionar con la suficiente rapidez y evitar así una muerte segura. Un meteorito del tamaño de un coche se acercaba a él a toda velocidad. Lo sepultó en el hoyo final.

 

 

FINAL 7

 

Una pareja de recién casados paseaba por un mercado de antigüedades, en busca de alguna reliquia con la que aumentar su colección.

La joven vio algo que le llamó la atención.

Su flamante marido la siguió.

La mujer detuvo sus pasos delante de un tenderete donde un par de flamencos, de tamaño natural, realizados en cerámica, habían llamado su atención. Los observó con detenimiento con una mirada fría y calculadora que a él no le pasó desapercibida porque ya la había visto con anterioridad, alguna que otra vez. Significaba la certeza, el triunfo, de que había dado con algo muy antiguo y de gran valor. Después de regatear durante treinta minutos llegaron a un acuerdo con el dueño y cada uno tomó una en brazos, dispuestos a llevárselos al hotel.

Dejaron el barullo del mercado atrás para adentrarse en el ruido del tráfico de la gran avenida donde estaba situado su hotel. En un cruce, esperando que el semáforo cambiara de color, se dieron cuenta de un sonido que les había pasado por alto hasta entonces. Un tic tac que provenía de las figuras de cerámica. Pero para cuando se dieron cuenta de que aquello no presagiaba nada bueno, y antes de que pudieran reaccionar, estallaron en sus brazos.

lunes, 29 de noviembre de 2021

ZAPATOS NUEVOS

 

Lo que mejor se le daba, en esta vida, era matar gente. Lo hacía de manera rápida e indolora para la víctima. No disfrutaba viendo el sufrimiento que padecían antes de morir, no, le molestaba los llantos, quejidos y gritos que proferían, eran molestos y le producían dolor de cabeza. Mataba por el poder que le confería hacerlo. Mataba porque aquello lo ponía a la altura de algo poderoso, algo que todos temían, mataba porque siempre admiró a la Muerte y quería ser como ella. Verla reflejada en los ojos de sus víctimas le daba un placer inenarrable.

Días de vigilancia, a veces semanas, hasta que conocía al detalle el horario de su víctima. Escogía bien el lugar donde lo mataría, generalmente un sitio donde no estuviera muy concurrido. Sus lugares favoritos eran los parkings o los parques al anochecer. Con un cuchillo les abría la garganta, cogiéndolos por sorpresa. La persona elegida moría sin mostrar resistencia alguna y sin entender muy bien lo que estaba pasando. Luego pasaba a la siguiente fase. Los colgaba de unos ganchos boca abajo, como carne de matadero, con el mismo cuchillo hacía un corte desde la entrepierna hasta el cuello. Los órganos y las tripas caías desparramadas sobre el suelo.

Hecho esto, pasaba a desollarlos. Aquello le llevaba mucho tiempo, porque intentaba con mucha delicadeza e utilizando diversos instrumentos, sacar tiras de piel lo más grandes posibles.  Luego las sumergía en agua para eliminar la grasa y los pelos.

Cada mes, se presentaba un hombre en su casa y le daba una buena suma de dinero por aquellas pieles. Lo había conocido por casualidad navegando por internet en una web oscura. Al principio desconfió, pero aquel hombre le demostró que no le importaba de dónde las sacara siempre y cuando le proporcionara una cantidad fija todos los meses. Pactaron no hacerse preguntas, ni de la procedencia ni lo que harían con ellas.

Su actual vigilancia era de un joven de gran tamaño, tanto de altura como de grosor. Iba algo retrasado ese mes. Su madre estaba enferma y había pasado mucho tiempo en el hospital con ella, dejando a un lado su “trabajo”. Aquel muchacho era justo lo que necesitaba. Tenía mucha piel. Sabía que con ella tenía el mes salvado. No lo había vigilado tanto como a sus otras víctimas, pero ya sabía lo suficiente de sus horarios para entrar en acción. Lo haría aquella misma noche.

Se despidió de su madre, prometiéndole que volvería por la mañana, como hacía siempre. Estaba saliendo por la puerta de la habitación cuando se topó con la enfermera del turno de noche. La conocía. Era una joven muy guapa, amable y muy simpática. Se pararon un rato a hablar. Incluso ella le insinuó que podían ir a cenar juntos algún día. Aquello lo desestabilizó por completo, nunca había tenido una cita. A pesar de que pronto cumpliría los 30 todavía no había estado con una mujer. Su vida, hasta entonces, la había dedicado única y exclusivamente a hacer lo que más le gustaba y llenaba, matar gente. Sabía que era bastante atractivo. Había visto a más de una chica girarse al pasar junto a él, para mirarlo. Trabajaba de informático en una empresa de seguridad y lo hacía desde su casa. Tenía un horario flexible que le permitía compaginar las dos vidas que llevaba. La de un trabajador modélico y eficiente y la de un asesino serial, frío y calculador.

Se excusó diciéndole que esa noche no podía, pero le prometió que al día siguiente irían a cenar.

Cumplió su palabra. Se presentó a la cita ojeroso. La matanza del joven le había llevaba más tiempo del que había calculado. Estaba muy cansado, pero a la ver eufórico por su primera cita. Cenaron, fueron a bailar y acabaron en casa de la muchacha. Sentados en el sofá, mientras se besaban, ella le susurró al oído “adónde tu piel me lleve ahí pienso anidar una noche o una eternidad”. La palabra “piel” hizo que un resorte saltara en su cabeza. Mil pensamientos se agolparon, cada cual más terrible, intentando salir al exterior y ponerlos en práctica. Una lucha interna se estaba librando dentro de él. Una voz le decía que ella sabía su secreto, conocía lo que hacía y que aquello era una encerrona, que seguramente ya había alertado a la policía. Otra voz le decía que aquello era una tontería que la mujer era sincera y que simplemente le estaba haciendo un halago. Quiso creer a la segunda voz, necesitaba creerla o se volvería loco.  Pero el siguiente comentario que hizo la joven desencadenó una furia de mil demonios en su interior: “tu piel es tan suave…”

Se abalanzó sobre ella, presionándole el cuello con sus manos hasta que la mujer dejó de respirar.

Luego la llevó hasta el sótano de su casa, donde realizaba sus prácticas macabras.

Hizo lo mismo que con sus anteriores víctimas. Pero la piel de la joven no la vendió. No podría hacerlo. Tenía otros planes para ella.  Después de curtirla y prepararla, la llevó a hacer unos zapatos a medida. Anidaría en ellos, una noche o una eternidad. Calzaría su recuerdo en busca de nuevas pieles.

 

 

 

 

 

Adónde tu piel me lleve.... (letras oscuras)

 

Nada tiene sentido si no tengo tus caricias, tus besos.

Nada tiene sentido….

Mi vida se apaga, poco a poco, si no puedo sentir el contacto de tu cuerpo junto al mío.

Nada tiene sentido….

Entre mis brazos, expiras tu último aliento.

¡Oh, mi amor no te vayas! ¡No me abandones! ¡No me dejes a merced de la soledad y el dolor que embargan mi corazón!

Te miro y sé que mi vida termina aquí y ahora, porque…

Nada tiene sentido….

 Adónde tu piel me lleve ahí pienso anidar, una noche o una eternidad.

Sin ti, ya nada importa. El destino, en forma de daga, nos unirá para siempre.

 

Adónde tu piel me lleve....

 

Adónde tu piel me lleve ahí pienso anidar, una noche o una eternidad

sin importar el destino

sin importar el tiempo

sin importar el final

porque cuando me acaricias, mi alma encuentra la paz

porque cuando me acaricias, mi corazón late desbocado

porque cuando me acaricias, mi cuerpo vibra al compás de las olas

porque cuando me acaricias, puedo tocar el cielo

porque cuando me acaricias, mi amor, cuando me acaricias, mi cuerpo y el tuyo se funden en un abrazo eterno.

viernes, 26 de noviembre de 2021

MIRA HACIA ARRIBA

 

Una joven había comenzado a trabajar en aquella institución psiquiátrica hacía un par de días. Pronto congenió con otra enfermera, unos años mayor que ella. En su primer día ya se había fijado en la joven que estaba sentada junto a una ventana de la zona común del hospital, donde los pacientes leían o veían la televisión. Estaba inmóvil, abrazándose a sí misma y con la mirada perdida mirando hacia el infinito. Era como una estatua, no se movía, casi parecía que no respiraba, sabías que lo hacía, porque abría y cerraba los ojos de manera convulsiva.

Le preguntó a su compañera qué le pasaba a aquella paciente. Era muy joven, una adolescente de no más de diecisiete años. La otra enfermera la miró detenidamente, como sopesando si era merecedora de contarle el mal que corrompía a aquella muchacha. Su semblante cambió esbozando una triste sonrisa, y le dijo que podían ir a la cafetería y que allí se lo contaría.

Era media tarde, no había mucho que hacer, los pacientes estaban tranquilos y si se producía algún altercado, los de seguridad las avisarían inmediatamente. Así que, ante sendas tazas de humeante café, su compañera comenzó a relatarle la historia de aquella paciente.

-Lo que voy a contarte lo sabemos por boca de sus padres y amigos. Ella lleva aquí dos años y en todo ese tiempo no dijo ni una sola palabra. Al principio., cuando llegó, no dejaba de gritar que no la mirásemos y sobre todo que no le sonriéramos. Si nos acercábamos a ella gritaba todavía más se tapaba la cara con las manos mientras nos decía que por favor, no la comiéramos.

Los padres nos dijeron que su comportamiento cambió radicalmente de un día a otro. Una tarde llegó a casa corriendo del colegio y se encerró en su cuarto. A la mañana siguiente no apareció en el desayuno. Sus padres la llamaron repetidas veces sin respuesta, fueron a su habitación y se encontraron la puerta cerrada. Ella no les quiso abrir. Ese día no fue a la escuela. Tampoco el siguiente día, ni la siguiente semana. Lo verdaderamente preocupante es que no salía ni para comer, ni para ir al baño. Intentaron echar la puerta abajo, pero de alguna manera había conseguido colocar el armario delante de ella.

Vivían en una casa de dos plantas. Desde fuera vieron que había bajado las persianas. Permanecía a oscuras en su habitación. Llamaron a la policía y le explicaron lo que les pasaba. La niña ya llevaba tres días encerrada sin salir. Éstos llamaron a los bomberos que consiguieron abrir la puerta de su habitación. No opuso resistencia, estaba blanca como la cera y con la mirada perdida. En el hospital comprobaron su estado físico, salvo deshidratación y falta de alimentos gozaba de buena salud, así que la remitieron al pabellón de psiquiatría. La sedaron y la alimentaron por vena. Pero una tarde la joven se despertó e intentó escapar del hospital. Lo habría conseguido sino fuera por los aterradores gritos que profería en el aparcamiento exterior del hospital. Cuando la agarraron ella les suplicaba que la soltaran, que no había hecho nada, que era la gente que la miraba y le sonreía de manera siniestra mostrándoles unos dientes afilados La querían devorar viva. Era tal el pánico que sentía, por aquellas alucinaciones tan reales que tenía, que le llevaban a perder el conocimiento.

Llegó la cosa a tal punto, que los padres se pusieron en contacto con un sacerdote y éste con el Vaticano, quienes mandaron a un experto en posesiones para que evaluara aquel caso.

No mostraba un caso de posesión, no reaccionaba con violencia al agua bendita ni al crucifijo y no hablaba en lenguas extrañas. A día de hoy todavía no saben a ciencia cierta el mal que la aqueja, la mantienen sedada porque temen que lesione a lo haga con ella misma. En fin, querida, es una pena, pero esa joven ya no tiene sueños, ni alas, sólo silencio y soledades amargas.

Terminaron el café. La joven enfermera había quedado muy impactada con la historia de aquella adolescente. Fue a verla. Seguía en la misma posición. Se acercó a ella y se agachó para que su cabeza quedara a la altura de la suya. La muchacha pareció no darse cuenta de su presencia, no se movió y no dejó de parpadear. La enfermera le habló:

-Siento mucho todo lo que te ha pasado. Me gustaría que fuésemos amigas.

Empezó a levantase cuando notó una presión en su mano derecha. La joven se la agarraba con fuerza. Entonces giró la cabeza y la miró fijamente. Su mirada era fría y calculadora. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la enfermera.

-Mira hacia arriba –Le dijo en un susurro.

La enfermera así lo hizo y levantó la cabeza hacia el techo.

Unos días después la adolescente abandonó el hospital totalmente curada.

Frente a la ventana, acurrucada, abrazándose a sí misma y con la mirada perdida estaba la joven enfermera.

 

 

miércoles, 24 de noviembre de 2021

LA TORRE

 

Había ido a la ciudad, a primera hora de la mañana, a una entrevista de trabajo. Al mediodía, decidió no tomar la autopista y hacer el viaje de vuelta por carretera. Pero se encontró que un tramo de ésta, estaba en obras. Tomó un desvío que atravesaba el bosque. Después de varias horas dando vueltas, tuvo que reconocer que se había perdido. Una luz en el salpicadero del coche, le indicaba que apenas había gasolina. A su derecha vio una estación de servicio. Respiró aliviado. Estaba llenando el depósito, cuando un hombre salió de la tienda y se acercó a él. Su aspecto era desaliñado y sucio, sus ropas estaban llenas de manchas. Lo puso en alerta el detalle de ver que no vestía el uniforme de la empresa. Sin mediar palabra, se abalanzó sobre él dispuesto a clavarle un cuchillo que llevaba en la mano. El joven reaccionó con rapidez y le roció la cara con gasolina.  Se subió al coche. El hombre logró ponerse delante. El muchacho pisó el acelerador a fondo y lo atropelló mortalmente. Luego escapó a toda velocidad de allí, sin mirar atrás. Pero la huida terminó a un par de kilómetros, porque el coche después de hacer unos estrepitosos ruidos, se negó a seguir.

Había anochecido. Estaba en una carretera secundaria desconocida para él, rodeado de árboles y sin atisbo alguno de encontrar a alguna persona por aquellos parajes. Lo que el joven no sabía y, no lo sabría nunca, es que el hombre que había atropellado, había asesinado al empleado de la gasolinera, así como a una pareja que estaban en la tienda en el momento que había irrumpido en ella. La policía llevaba semanas buscándolo. Operaba en lugares apartados, más bien aislados y tras robar a sus víctimas las acuchillaba hasta acabar con sus vidas.

El joven caminó un trecho de la carretera alumbrando sus pasos con la linterna de su móvil, que en esos momentos sólo le servía para eso, porque no podía hacer ninguna llamada pidiendo auxilio. No había cobertura. Era una cálida noche de verano y el cielo estaba cargado de estrellas. La luz de la luna le facilitaba bastante poder distinguir lo que había a su alrededor. Entonces la vio. Había una torre cerca de donde estaba. Aceleró su paso. Al llegar a su altura vio el aspecto ruinoso que presentaba. Encontró la única puerta que daba acceso al interior. Entró. Dentro olía a excrementos y orina.  Había una mesa y una silla volcadas en el suelo y papeles esparcidos por el suelo. La puerta se cerró tras él de un golpe. Se giró y vio un espectro. Lo reconoció, era el hombre de la gasolinera. Iba a por él. El fantasma se vengó en la torre. Una fuerza descomunal lo golpeó contra la pared. Unos grilletes salieron de ella y lo sujetaron de manos y pies. Cientos de ratas aparecieron de la nada y empezaron a trepar por su cuerpo, devorándolo vivo.

lunes, 22 de noviembre de 2021

ESQUELETOS

 

Lo llamaron para una guerra que no creía. Con el petate al hombro a punto de subir a aquel tren que lo llevaría lejos de casa, a un país lejano, del que no sabía nada y que lo alejaría de su pueblo y de su familia, no pudo reprimir que unas lágrimas se deslizaran por sus mejillas. Su madre, al darse cuenta de lo que su hijo estaba sufriendo lo abrazó con ternura, mientras le susurraba al oído un “te quiero” y “vuelve pronto a casa, Juan”. Aquello no hizo más que incrementar, si cabe, la pena que embargaba el corazón de aquel muchacho. Se subió al tren triste y desolado despidiéndose de ella, de su padre y su hermana pequeña, con la mano.

Los días en los barracones se hacían eternos. Intentaban con bromas, ahuyentar el miedo que sentían al escuchar las bombas, que cada vez sonaban más y más cerca.

Un día un anciano de una aldea cercana entró corriendo en el barracón. No entendía lo que decía, hablaba muy rápido en una lengua extraña para ellos.

Llamaron a su superior que se personó inmediatamente. Lo escuchó en silencio. Luego le respondió algo en la lengua de aquel hombre que hizo que su semblante, antes triste y preocupado, se tornara esperanzado, aflorando incluso, una sonrisa en su arrugada cara.

Luego les explicó a los allí presentes que aquel hombre buscaba alguien que atendiera a su hija enferma. Llamaron al médico y en un jeep fueron hasta la aldea. Lo acompañaban dos soldados, uno de ellos era Juan.

Entraron en una humilde casa de madera. En un viejo colchón descansaba una muchacha. El corazón del soldado al verla, comenzó a latir en su pecho con tal fuerza, que parecía le fuera a salir del sitio. Se había quedado maravillado ante la belleza de la joven. Era de su edad. El cabello negro como el azabache contrastaba con su piel blanca como la nieve y sus ojos azules como el mar. El médico después de un rato atendiéndola le diagnosticó apendicitis. La operaron de urgencia. El tiempo que estuvo en la enfermería el muchacho la visitaba dos o tres veces al día, hasta que estuvo lo suficientemente recuperada para volver a su casa. Se había formado entre ellos un estrecho vínculo. La chispa del amor había prendido en el corazón de aquellos dos muchachos.

Al día siguiente de la marcha de la joven, Juan entró en combate. Aunque durante aquellos meses les habían enseñado a pelear y a disparar el fusil, Juan estaba muy nervioso y temía que a la hora de la verdad no pudiera apretar el gatillo. Temía morirse en aquella guerra y no volver a ver a su familia ni a Luna, su enamorada.

Antes de irse la visitó en su casa y le pidió:

-Bésame con el atrevimiento de no saber, si es lo correcto, bésame por primera y quizá última vez.

Durante aquel día y hasta bien entrada la noche, los disparos no cesaron, al igual que los llantos y los terribles gritos de dolor que proferían los soldados heridos. Juan vio morir a algunos de sus compañeros y no entendía como él todavía seguía con vida.

Los moribundos dejaron de gritar cuando la muerte se los llevó. El capitán les gritó a los supervivientes que volvieran al campamento. Quedaba una docena de hombres con vida y como figuras espectrales, caminaban entre los muertos con pasos vacilantes para no pisarlos.

Creyendo que el peligro había pasado, unos gritos terroríficos, no muy lejos de donde estaban, los sobresaltó. La luz de la luna era lo suficientemente intensa para dejarles ver algo que los consternó y los embargó de un terror inimaginable.

Vieron aproximarse a ellos a unos enormes esqueletos. Medían unos dos metros de altura y caminaban entre los muertos. Se agachaban sobre ellos y tanto Juan como el resto de soldados que estaban con él, vieron para su sorpresa, que éstos les chupaban la sangre a los cadáveres, después de arrancarles la cabeza con una facilidad pasmosa, indicándoles con aquello que poseían una fuerza descomunal. Pero aquello no era todo. Su tamaño incrementaba con la sangre que bebían.

El capitán les hizo señas de que se tiraran en el suelo y que fueran reptando hacia unos árboles que no distaban mucho de donde estaban. Aquellos seres todavía no se habían dado cuenta de su presencia. Por lo menos, de momento.

Estaba amaneciendo cuando llegaron al campamento, con la cara desencajada por terror y el pánico que invadía sus cuerpos.

No esperaron a que cayera la noche para irse de allí.

Escondidos entre los árboles unas calaveras los vigilaban por encima de las copas de los árboles.

 

 

 

 

 

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...