Aquella tarde sentí que alguien me observaba con
insistencia. Me extrañó mucho. En el tiempo que llevaba yendo a aquel parque
que era mucho, podría estar hablando de meses, incluso algún que otro año (a
veces pierdo la noción del tiempo) era la primera vez. Me sentaba en el banco
que estaba justo frente al estanque de patos. Por lo general, pasaba
desapercibido al resto de la gente que frecuentaba aquel lugar en concreto.
Algunos pasaban por allí caminando, otros corriendo y la mayoría simplemente se
sentaban a mi lado observando las vistas que no solían variar mucho de un día a
otro. Muy de vez en cuando alguna de aquellas personas me hacía un ademán con
la cabeza a modo de saludo.
¿Por qué iba allí todos los días? Porque desde que lo
venía haciendo el dolor había remitido por completo. Aquel dolor físico como si
cientos de cuchillos atravesaran todo mi cuerpo. Un dolor interno que me
desgarraba las entrañas y que no me daba tregua, ya no existía desde que me
sentaba en aquel banco.
Y porque me traía muchos recuerdos. Allí me sentaba con
Raúl. El amor de mi vida. Lo echaba mucho de menos. No sé lo que había pasado. Todo
está muy borroso en mi mente. Sólo sé que un día desapareció de mi vida. Un día
dejó de sentarse a mi lado en aquel banco. Comprendí, muy a mi pesar, de que ya
no volvería. Pero yo no dejé de acudir a aquel lugar esperándolo. Esperando su
regreso.
Mi memoria ya no es la de antes. No puedo recordar lo
que hago antes de acabar sentado en aquel banco. Sólo tengo una idea fija cada
tarde. Sentarme en aquel banco y observar los patos. Tal vez estuviera sufriendo
alguna enfermedad mental de la que no tenía ni idea. Pero no me importaba, sólo
sabía que estar allí me hacía sentir bien.
Como decía, esa tarde me sentí observado. Giré la cabeza
y lo vi. Había un joven a pocos metros de donde me encontraba, sentado en un
banco similar al mío. Tenía un block de dibujo entre sus manos. Cuando lo miré
él estaba trazando unas líneas en él con un lápiz. No se dio cuenta de que lo
estaba mirando. Cuando levantó la vista yo giré la cabeza deprisa y seguí
contemplando los patos como si fuera la más asombroso que hubiera visto jamás.
Creo que exageré en poner demasiada atención en ellos. Pero bueno, nunca supe
disimular muy bien y menos en situaciones como aquella en que los nervios están
a flor de piel.
Comprendí una cosa: me estaba dibujando. Para él no era
indiferente, era especial de alguna manera. Y eso me gustó. Me gustó mucho. Pasar
de ser invisible a que dediquen su tiempo a dibujarte era casi un milagro.
De vez en cuando miraba de reojo para asegurarme que
seguía allí. Inconscientemente o no, me erguí un poco en el banco, me peiné con
los dedos el pelo, me coloqué bien la camiseta, esbocé una sonrisa y me dejé
dibujar.
Respiré hondo, dejé pasar unos minutos y lo volví a mirar.
Era muy guapo. A pesar de que tanto su camiseta como su pantalón pedían a
gritos un buen lavado y su pelo un buen peinado, el joven estaba muy bien.
Me vino una idea a la cabeza, así de la nada, como quien
no quiere la cosa y me pareció bastante buena: “donde nada es seguro todo es
posible”.
Así que, me levanté. Sacudí una mota inexistente de polvo
de mi pantalón y me acerqué a él.
Estuvimos charlando unos quince minutos. Cuando más lo
conocía más me gustaba. Me contó que acababa de llegar a la cuidad hacía poco.
Y que desde que descubrió aquel parque acudía cada día para dibujar lo que más
le gustaba: retratos. Había quedado con un amigo. Le había costado mucho
convencerle de que fuera. Le traía recuerdos muy dolorosos aquel lugar.
Entonces escuchamos a alguien gritar su nombre y el
sonido de unos pasos corriendo hacia nosotros.
Sergio, el joven con el que estaba hablando, se levantó.
Le dio un par de besos al muchacho que había llegado.
- ¿Qué haces? -le preguntó mientras se sentaba a su lado.
-Dibujando a este joven que conocí en el parque –le dijo
mientras se giraba hacia donde se suponía que estaba sentado. Pero esta vez no
me vio y Raúl tampoco lo hizo.
-No lo entiendo…. –comenzó a decir balbuceando- estaba
aquí hace un momento.
- Enséñame el dibujo –le pidió Raúl.
Sergio se lo mostró.
Su amigo se puso pálido como la cera. El block de dibujo
se le cayó de las manos. Rompió a llorar.
Sergio al ver la reacción de Raúl se preocupó enormemente
y le preguntó:
- ¿Lo conoces?
-Sí –logró decir- es Mario
- ¿Tu novio Mario que murió el año pasado?
-Sí -respondió entre sollozos.