miércoles, 23 de agosto de 2023

LOCURA

 

A las once de la mañana de una calurosa tarde de verano, el cielo de la ciudad se cubrió de una gran cantidad de gaviotas. Daniel alertado por el graznido de los pájaros se asomó a la ventana de su dormitorio.  Se quedó boquiabierto al ver la gran multitud de aquellas aves que surcaban el cielo. Llamó a su mejor amigo. Desde que tenía uso de razón había escuchado en boca de los mayores que cuando las gaviotas se adentran en tierra firme lo hacían por un motivo: el mar estaba embravecido. Su amigo le respondió al segundo tono. No, le dijo, el mar estaba en completa calma. Aquello no tenía sentido, pensó Daniel. Entonces… ¿qué les pasaba a las gaviotas?

Hablaron durante unos minutos y quedaron en verse por la tarde. Durante el transcurso de la llamada Daniel no se había apartado de la ventana. Tuvo un mal presentimiento. Las aves parecían que se organizaban. Comenzaron a atacar a la gente que pasaba por la calle. Daniel se llevó las manos a la boca intentando ahogar el grito que se había formado en su garganta. No lo logró del todo. Una de las gaviotas pareció escucharlo. Sus miradas se cruzaron durante unos segundos. Y entonces…. Un grupo enorme de ellas se abalanzó sobre el cristal de la ventana. Daniel, gritando como un poseído salió corriendo de su habitación al tiempo que escuchaba como el cristal se rompía en mil pedazos. Logró llegar al cuarto de sus padres. Los pájaros picoteaban la puerta haciendo un ruido semejante al de un martillo que lo estaba volviendo loco.

Se acercó a la ventana. Tenía que huir de allí. Abrió la ventana. El móvil sonó en el bolsillo trasero de su pantalón. Miró la pantalla. Era su madre. Casi no lograba entenderla, estaba nerviosa, al borde de un ataque de nervios. Le decía que se encerrara en casa y no saliera a la calle. Las gaviotas se habían vuelto locas. Y no solo ahí sino en todo el mundo. Atacaban a la gente. Mientras tanto los picoteos en la puerta no cesaban. Habían logrado hacer un pequeño agujero que pronto sería lo suficientemente grande para que pudieran colarse por él. La llamada se cortó tras escuchar un grito agónico de su progenitora. Aquello no pintaba bien. Se asomó a la ventana. Vivía en un quinto piso. Si se tiraba sabía que sería su fin. La calle estaba cubierta de cuerpos sin vida. Reconoció a casi todos. Personas que vivían en su misma calle, algunos en su edificio. El vecino de enfrente le gritó algo. No lo entendió por el estruendo que producían los graznidos de los pájaros. Pero en su semblante reconoció el pánico absoluto. Entonces… ante sus ojos se arrojó a la calle. Daniel entró en pánico. Miró a su alrededor. Vio el armario. Se escondería allí, pensó. Pero no llegó. Demasiado tarde. Las gaviotas ya habían entrado y se ensañaron con él, le quitaron los ojos y le rajaron el cuello. Las aves degollaron a la humanidad.


miércoles, 16 de agosto de 2023

LA PROFECÍA

 

Cuenta la leyenda que desde tiempos inmemorables una profecía enturbiaba la vida en el castillo de Clarón. Dicha profecía vaticinaba que el rey sería asesinado por un hijo nacido con cabellos rubios como el sol. Así que durante generaciones cada vez que la reina daba a luz un hijo varón todo el reino rezaba para que sus cabellos fueran oscuros como la noche más tenebrosa.

Una mañana fría y lluviosa la reina Victoria se puso de parto. El rey fue avisado de dicho acontecimiento. El ambiente del castillo se volvió frenético. Avisaron a la comadrona y ésta en compañía de dos doncellas se encerraron en los aposentos de la reina para traer al mundo a la criatura que estaba a punto de nacer.

Los gritos de la reina retumbaban en las paredes de piedra hasta que un silencio sepulcral indicó que el parto había llegado a su fin.

El rey Walter se encaminó hacia los aposentos de su esposa para ver a la criatura. La comadrona no le dejó entrar alegando que tanto la reina como el bebé estaban muy débiles y que corrían peligro. El rey le suplicó que no los dejara morir y que estaría esperando las buenas noticias. Una de las doncellas salió de la habitación y volvió al cabo de un buen rato cargada con un fardo de ropa limpia. Más tarde volvió a salir con un fardo de ropa cubiertas de sangre. Entonces fue cuando por fin llamaron al rey y le dieron la buena nueva de que tanto madre como hijo estaban bien.

Emocionado contempló a su primogénito. Un bebé con la piel muy blanca y el pelo negro como el azabache. Pero su dicha duró poco. Un hombre de su confianza le informó que una doncella había salido del castillo montada a caballo llevando un fardo de ropa sucia con ella.

El rey dio la orden de interceptarla. La pararon a varios kilómetros del castillo. Entre la ropa había un bebe recién nacido con el cabello rubio. Pero los soldados del rey no lograron hacerse con el niño porque un grupo de hombres salieron a su encuentro y los mataron.

La profecía convirtió al rey en asesino. Enterado de lo que había pasado no le llevó mucho tiempo descubrir que el niño que estaba en el lecho con su esposa no era suyo. El verdadero había desaparecido. Tenía que matarlo o la profecía se cumpliría. Pero antes de salir a buscarlo acabó con la vida de la reina, la comadrona y todos los que habían participado en aquella mentira.

Sin embargo, nunca logró encontrar a aquel niño.

Años después el país vecino le declaró la guerra.  El rey Walter sabía que sería una contienda dura porque el ejército enemigo estaba dirigido por un joven inteligente, fuerte y despiadado, de nombre Alberto, esposo de la hija del rey vecino.

La guerra duró meses hasta que el rey Walter fue herido de muerte por aquel joven. Cuando miró a los ojos de su asesino, supo con certeza que aquel joven de cabellera larga y rubia era su propio hijo. La profecía se había cumplido.


miércoles, 9 de agosto de 2023

EL FIN

 


Habitación 232. Una enfermera situada en el umbral de la puerta observaba a los dos pacientes que estaban en ella. Su cara reflejaba pena y resignación a partes iguales.

Le preocupaba la joven, tumbada en la camilla que estaba más cerca de la puerta. Se debatía entre la vida y la muerte. Estaba enchufada a una máquina que la mantenía con vida. Un joven había permanecido a su lado desde que había llegado al hospital, tres días atrás. Se había quedado dormido con la cabeza apoyada sobre la cama agarrando la mano de la muchacha.

En el otro lado de la habitación, separados tan solo por una cortina blanca, un hombre mayor dormía plácidamente.

Se disponía a entrar en la habitación, cuando sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Se detuvo. La temperatura había bajado considerablemente. Sabía lo que significaba aquello: la muerte estaba cerca.

-Hola Gladys –le saludó cordialmente una figura embozada en una túnica negra que apenas dejaba ver su rostro mientras se acercaba a ella.

-Hola –le respondió la enfermera- me imagino que no estás aquí por casualidad.

La entidad soltó una carcajada.

-Mi querida enfermera, parece mentira que a estas alturas no sepas que yo no hago nada por casualidad

Ella esbozó una triste sonrisa. Intenta hablar, pero la muerte se adelanta y le toma la palabra

- ¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos?

Ella sabía de sobra la respuesta.

-Más de diez años -le respondió Gladys- Me da pena que ella…. Ya sabes…

La muerte hizo un ademán rápido con su huesuda mano, en señal de que ya sabía a lo que se refería.

-Lo sé. Pero ya sabes que la vida es un regalo y que yo apareceré cuando menos se espera.

-No es justo –le espetó ella, en un tono que distaba mucho de ser cordial.

-Lo sé, querida.

-Parece que no te importa –le reprochó la enfermera.

-Importe, o no, tengo que hacer mi trabajo –le dijo un poco enfadada la muerte por el atrevimiento de Gladys en juzgarla- así que es mejor que te apartes.

- ¿Sino que? –le desafió ella mirándole fijamente a la cara. Una calavera carente de ojos y de cualquier señal de vida.

La muerte lanzó una sonora carcajada que retumbó en todo el pasillo del hospital que a esas horas de la noche estaba desierto. Tenía agallas aquella mujer, pensó.

La enfermera se aportó.

La muerte no se movió.

Se escuchó un estruendo a lo lejos. La enfermera no había dejado de mirar los dos agujeros negros de aquella cara huesuda en ningún momento. Y atisbó un cambió en la cadavérica cara de aquel ser.

El suelo se tambaleó.

Algo había pasado. Algo no estaba bien. Una bomba había estallado.

—Sonreíste al estallar la bomba –le dijo Gladys- ¿por qué? ¿acaso sabías que iba a pasar?

La muerte sin dejar de sonreír le dijo:

—No estoy aquí por ella, ni por él – le respondió mientras señalaba a las dos personas acostadas en sendas camas de la segunda planta del hospital de Colmenado. –Estoy aquí por todos vosotros.

 

 

 

 

 

 

 

 


miércoles, 2 de agosto de 2023

CLARISA

 


Clarisa no estaba muy contenta con la llegada de aquel bebé a casa. Decían que era su hermano. Ella no lo había pedido. Así que no tenía por qué gustarle. Y menos ahora que había empezado a gatear y la perseguí por todas partes, quitándole su espacio y sus cosas. Lo odiaba desde el primer momento que supo de su existencia y con el paso del tiempo fue incrementando a medida que el bebé iba creciendo. Deseaba su muerte. Deseaba que desapareciera de una vez por todas. Su madre y su padre siempre estaban pendientes de él. Ya no le prestaban la misma atención. Ya no había miércoles de palomitas y película, ni iban al campo los fines de semana. Todo había cambiado con su llegada.

Era domingo. Día de ir a la iglesia. Su madre le pidió que vigilara al niño mientras se duchaba. Éste estaba en su cuna. Se había quedado dormido. Ella lo contempló. Sus ojos desprendían odio, rabia, ira. Cogió una almohada de la cama de sus padres. Lo colocó sobre la cara del niño lentamente.

—No creo que lo vayas a hacer –escuchó una voz tras ella.

Se giró y vio a un anciano vestido completamente de negro. Tenía el pelo completamente blanco y llevaba un bastón. Le seguía sorprendiendo su mirada, sus ojos, rojos como la sangre, rojos como su vestido.

No se asustó. Había realizado un rito, que había sacado de internet, hacía unos meses, en el cual podía invocar al mismísimo diablo. Había funcionado. El rito de la niña perversa trajo al demonio. Y desde entonces había hablado con él en numerosas ocasiones casi siempre esperando que le dijera qué tenía que hacer. Y él siempre se lo decía.  Como aquella vez que había untado el pan de un compañero de clase con crema de cacahuete, sabiendo que era alérgico a él. O puesto una serpiente en la mochila de otra compañera de clase provocándole una mordedura que casi la mata. O cortar los cables del freno del coche de la vecina porque siempre le decía que era una «niña muy rara». Estuvo meses en el hospital.

—¿Lo dudas? –le preguntó ella mientras apretaba la almohada contra la cara de su hermano.

—¡Esta es mi chica! –le respondió él –si cruzas esta línea ya nada te podrá parar, ¿lo sabes?

—Sí.

 

 


miércoles, 26 de julio de 2023

LA COMIDA

 

Teresa y Paco habían regresado a Galicia hacía unos días. Él lo sabía. Vivía en un pueblo pequeño donde no había secretos. Mateo esperaba paciente la llamada de su ex novia. Lo llamaría. Lo sabía. Teresa lo había puesto fin a su relación hacia un año para irse a estudiar a Madrid. Paco, su hermano pequeño, hacía unos meses que vivía allí. Había conseguido un trabajo de profesor en un buen colegio. No desperdició esa oportunidad de irse a vivir a una gran ciudad, nunca le había gustado estar en el pueblo. Se le hacía demasiado pequeño.

Supo, meses después de que Teresa se fuera, que se había liado con Paco. Él siempre pensó que aquello había sido planeado por los dos. Ahora Teresa y su hermano habían regresado al pueblo para anunciar su compromiso de boda. Estaba muy enfadado, se sentía traicionado por los dos y aquella rabia lejos de mitigarse iba en aumento. Esa noche se emborrachó. No pasó buena noche. Al despuntar el alba, sonríe al despertar de la pesadilla que hará realidad.

Estaba a punto de salir de casa cuando recibió la llamada de Teresa diciéndole que tenían que verse y hablar. Él aceptó. Quedaron en su casa para comer. Había construido una cabaña en el bosque cerca de la gasolinera donde trabajaba y allí es donde vivía ahora tras abandonar la casa de sus padres.

Mateo pidió el día libre en el trabajo y se dedicó a cocinar toda la mañana. Le gustaba hacerlo. Le relajaba. Era un gran cocinero. Un hobby que tenía desde que era muy pequeño y que le llevó a hacer numerosos cursos de cocina.

Teresa fue puntual a la cita. Comieron, bebieron y ella alabó tanto la comida como la tarta de chocolate que había hecho el anfitrión.

Al día siguiente se presentó su hermano en la gasolinera. Estaba alterado, nervioso y angustiado. Teresa no había ido a dormir aquella noche y nadie la había visto desde que había salido para verlo el día anterior.

Mateo trató de tranquilizarlo y le ofreció irse a su casa donde hablarían con más calma. Paco aceptó la invitación.

Ya en la casa, Mateo se puso a cocinar el plato preferido de su hermano, hígado encebollado.

—Con el estómago lleno pensaremos mejor –le dijo

Paco no paraba de hablar sobre Teresa preguntándole a su hermano cómo había transcurrido su cita con ella y de que habían conversado.

Mateo le dijo que ella le había hablado de cómo se habían conocido en Madrid y del compromiso que los unía. Lo hacía mientras recogía la mesa.

—¿Sabes dónde está?

—Sí –le respondió Mateo.

Hizo una pausa y prosiguió:

—La estás comiendo.

Su hermano se giró para mirarlo. No entendía lo que le estaba diciendo. Mateo estaba detrás de él. Le había puesto un cuchillo en el cuello.

—Hoy he soñado que ella me mataba y me arrancaba el corazón. Simplemente me he adelantado a los hechos.

Sin vacilar le rajó el cuello a su hermano.

 

 

 

 

 

 

 

 


miércoles, 19 de julio de 2023

MUERTA EN VIDA

 

Desde que tengo uso de razón cada anochecer me arrebataba un trozo de mi vida. Al despuntar el alba la noche se había llevado con ella un pedacito de mi inocencia y de mis ganas de vivir, dejándome en el alma un agujero negro y profundo lleno de ira, rabia, desolación y un miedo desmesurado a la llegada de las sombras que en su oscuridad infinita me cubrían con su manto negro y tenebroso ocultando a los ojos del que quisiera ver, mi sufrimiento.

Cada noche una sombra alargada entraba en mi habitación y se deslizaba entre mis sábanas. Al principio me resistía de ser poseída por aquel demonio infernal que se adueñaba de mi cuerpo, pero noche tras noche aprendí que aquello era un error y opté por permanecer tumbada muy quieta, mirando el techo, esperando que sus ansias de placer terminaran cuanto antes.

Recé durante días, semanas y meses, implorando, suplicando al Dios todopoderoso para que escuchara mis plegarias y pusiera fin a mi sufrimiento. Pero nada hizo. Nada pasó.

Cada anochecer regresaba aquella sombra sigilosa a mi habitación y cada amanecer los primeros rayos del sol que se colaban por mi ventana me encontraban exhausta, empequeñecida y consumida por la pena y el dolor. Me sentía muerta en vida.

Opté por buscar otra ayuda y mis ruegos y súplicas las dirigí al Príncipe de las Tinieblas. Te invoqué aquella noche para que me ayudaras, Satán. Faltaban minutos para que cayera la noche. Frente al espejo supliqué tu ayuda mientras requería tu presencia pronunciando tu nombre. No tardaste en escuchar mis ruegos. Me consolaste y me prometiste ayuda. Lloré agradecida sobre tu hombro. Pero tu auxilio tiene un precio. Me pareció justo. Accedí. Me libraste de aquel monstruo y a cambio te llevaste al ser que crecía en mis entrañas, fruto de aquella violación. Ahora estamos en paz. Pero sé que cuando tenga miedo o esté en apuros podré contar contigo.

 


miércoles, 12 de julio de 2023

LA LOBA

 

Cuenta la leyenda que una poderosa bruja se internó en el bosque en busca de unas raras y escasas hierbas para curar las heridas de su marido, causadas por el ataque que sufrió por una loba de regreso a casa. Tras una lucha encarnizada entre la bestia y el hombre éste logró matarla asestándole una puñalada en el corazón. A duras penas llegó a casa donde su mujer le curó las heridas. Pero la fiebre había comenzado a subir de manera alarmante por eso salió en busca de aquellas hierbas que le curarían. 

Llevaba en su regazo a su bebé recién nacido.

En su camino se encontró el cuerpo de la loba muerta. Sin dudarlo, sacó un puñal que llevaba entre su ropa y le arrancó el corazón al animal. Seguidamente se lo acercó a la boca del niño para que lamiera la sangre. Pero había algo más. Unos aullidos lastimeros detrás de unos matorrales la pusieron en alerta. Se acercó sigilosamente para descubrir que había una cría de lobo asustada y hambrienta allí.

La mujer no lo dudó ni un instante y acercó al lobezno a su pecho para que bebiera su leche.

Una vez que hubo comido la mujer lo colocó junto a su bebé y prosiguió su camino. No tardó en dar con las hierbas y volvió a casa.

Durante meses un enorme lobo macho, negro como la noche más oscura, observaba la casa, viendo como su cachorro iba haciéndose más grande a medida que pasaban los días. Pero de la misma marera que su lobezno se iba haciendo adulto, su ira y sus ansias de venganza crecían al mismo ritmo.

Una noche la manada se llevó al cachorro humano.

En un claro del bosque, iluminado por la luz de la luna llena, yacía el niño gritando y llorando de miedo. A su alrededor siete lobos caminaban en círculo a su alrededor, gruñéndole.

La mujer acompañada por el lobo que había rescatado y de su marido llegaron a aquel lugar. Los lobos cesaron su danza macabra y los miraron con auténtica fiereza dispuestos a atacar.

Pero no movieron un músculo cuando presenciaron la transformación del hombre y de la mujer en licántropos.

El joven lobo avanzó unos pasos sin dejar de mirar al líder de la manada, el gran lobo negro, su padre.

Todos se apartaron conocedores de la pelea que en pocos minutos iban a presenciar. Una pelea a muerte. Sólo uno podría quedar con vida. El gran lobo se abalanzó sobre su adversario. Pero este más joven y más ágil esquivó el golpe.  La pelea duró varias horas hasta que el hijo venció al padre.

La luna incitó al lobo a festejar con sangre su victoria. Sus padres humanos acababan con el resto de la manada, éste arrancó el corazón de su padre del pecho. Hizo un ademán a su hermano humano para que se acercara y juntos compartieron el festín.

 

 

 

 


REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...