Nacida en una cueva oscura hizo temblar la tierra para salir.
Pero aquella no era la dulce y cariñosa Sara que todos habían conocido, no, aquella era la parte tenebrosa y malvada de ella, su mitad oscura.
Aquel movimiento de la tierra, si bien, no había sido de gran magnitud había sido lo suficientemente enérgico para que los habitantes del pueblo salieran a la calle asustados.
Pero la peor parte del terremoto había ocurrido en la montaña que bordeaba el pueblo, concretamente en una zona conocida como «la cueva del diablo» Una llamada al cuartel de la guardia civil alertaron de que varios senderistas habían subido a la montaña al amanecer y que seguramente habían quedado atrapados.
El corrimiento de tierras hizo imposible poder acceder por las carreteras secundarias. Así que llamaron a los servicios de emergencia que acudieron en un helicóptero.
Un par de hombres descendieron de la aeronave y lograron acceder al lugar.
«La cueva del diablo» parecía no haber sufrido muchos daños.
Entraron.
Lo primero que vieron alumbrando con sendas linternas fue un gran hoyo en el suelo y unas pisadas que se dirigían a la profundidad de la caverna.
Preguntaron por radio si aquel sitio tenía otra salida.
Tras estudiar los planos de la zona, descubrieron que sí.
Willian se encontraba desayunando en su casa. Su hijo Bill le había llamado poniéndole al día de los acontecimientos que se habían producido en la montaña.
Willian llevaba retirado de la policía unos cinco años. Ahora era Bill, su hijo, quien trabajaba allí.
La voz de Bill sonaba temblorosa. Estaba asustado.
El hombre se levantó para dejar la taza en el fregadero.
Escuchó cerrarse la puerta de la calle.
Vivía solo desde la muerte de su mujer y sólo él tenía la llave.
Apagó la radio.
Silencio.
Pisadas acercándose.
Cogió un cuchillo del cajón y se acercó a la puerta de la cocina.
La abrió despacio y salió.
Nadie a la vista.
Siguió caminando hasta el salón.
Vio una cabeza sobresaliendo del sillón donde él se sentaba para ver la televisión.
Se acercó despacio.
—¡Hola, papá!
Bill se metió en el coche patrulla para pedir refuerzos.
Sus manos le temblaban al coger la radio.
Al cerrar la puerta del coche, las puertas se bloquearon al momento.
Él no había tocado nada.
Un escalofrío recorrió por su espina dorsal.
Intentó abrir la puerta. No lo consiguió. Escuchó una respiración a su lado. Se giró y en el asiento del copiloto vio a su hermana Sara.
—Hola hermanito, ¿qué tal estás? -le preguntó al tiempo que le ofrecía una sonrisa macabra mostrando una fila de dientes podridos.
LLevaba puesto el vestido blanco con el que su padre y él la habian enterrado en aquella cueva fría y oscura.
No había sido por casualidad que estuviera muerta. Los celos que sentía hacia ella le corrompían por dentro. Habían sido gemelos, inseparables desde pequeños. Pero ella siempre recibía más atención por parte de sus padres que él, o eso creía. Un día que habían ido a coger setas al bosque ella había tropezado con una rama. Se cayó de bruces en el suelo golpeándose la cabeza en la caída.
Bill se acercó a ella. Estaba inconsciente. Y entonces una idea le pasó por la cabeza.
Cogió una piedra grande y la dejó caer sobre la cabeza de su hermana. La sangre comenzó a manchar su camiseta y el suelo donde estaba. No se asustó. Sonrió. Había sido fácil acabar con ella.
Corrió hasta la casa y le contó a su padre lo que había pasado, omitiendo que él la había rematado. Pero su padre se dio cuenta de lo que había hecho su hijo y decidieron no contarlo a nadie, ni siquiera a su madre y enterrarla en la cueva del diablo. Luego dieron la alerta de que Sara se había perdido en el bosque.
Después de semanas de búsqueda la dieron por muerta, aunque nunca encontraron el cuerpo. Hasta ahora.
Su lado oscuro había regresado con muchas ganas de venganza.