Subió de dos en dos los peldaños de la escalera del sótano que daba a la cocina. Abrió el frigorífico y sacó la botella de champán que había comprado para celebrar el éxito de su trabajo.
¡Al fin lo había conseguido!
Fue al salón con la botella y una copa, se sentó en su sillón preferido y en su tocadisco dejó que sonara su músico preferido de todos los tiempos, Mozart.
Cerró los ojos y dejó que su paladar se deleitara con el agradable sabOr del champán y sus oídos disfrutaran de la música.
Sus “soldados” (así llamaba a aquella especie nueva que había creado, mitad caimán, mitad serpiente, minúsculos como bacterias pero eficaces como una bomba atómica) estaban listos para entrar en combate.
Ya tenía el terreno preparado tras unas cuantas llamadas. No hay nada que no compre el dinero. Y él tenía mucho. Los introduciría en una famosa marca de cerveza, ya se había encargado de que sus “soldados” fueran introducidos en los tanques de producción, pronto estarían dentro de las latas y botellas y luego directamente al consumidor.
Nadie conocía su proyecto. Lo había llevado en el más estricto secreto. Lo había realizado en el sótano de su casa habilitado como laboratorio y donde trabajaba en su tiempo libre. Sin mujer ni hijos tenía mucho, muchísimo.
Había elegido la ciudad de Snowville para comenzar con su labor por una razón de peso. La odiaba. Allí había nacido y se había criado. Nunca fue un niño querido. Pronto se dieron cuenta de su “desviación sexual” y los malos tratos físicos y psicológicos por parte de sus padres y compañeros de colegio no tardaron en aparecer.
La idea de que quería ser genetista se implantó en su cerebro desde el mismo momento en que supo lo que significaba.
Sus notas eran brillantes y no le costó entrar en la universidad con una buena beca.
No volvió a Snowville, ni siquiera al entierro de sus padres. Puso en venta la casa y con ese dinero compró una propia no muy lejos del centro donde trabajaba. Se había convertido en un referente y una persona de prestigio. Reconocido mundialmente.
Y ahora… había llegado la hora de la venganza. ¿Por qué no?
Los seres que había creado se alojaban en el cerebro produciendo fuertes dolores de cabeza, visión borrosa y migrañas.
Las Urgencias del hospital de Snowville pronto comenzaron a llenarse con personas con esos síntomas.
Los escáneres no detectaban nada anormal, aquellos seres eran tan pequeños que eran indetectables.
Las personas que acudían al hospital se quejaban de un dolor muy profundo en la parte de atrás de la cabeza como si la estuvieran taladrando de dentro hacia fuera.
Unos de los doctores comenzó a palpar esa zona, envuelto en los gritos de su paciente que cada vez eran más intensos.
Pidió que rasuraran el pelo en esa zona al notar unas hinchazones al hacer el reconocimiento.
Su desconcierto fue enorme al descubrir un par de ojos mirándolo fijamente.
Su primer pensamiento fue en extirparlos. Le daba escalofríos aquello fuera lo que fuese.
Más tarde le confesaría al paciente “esa malvada mirada a través de tu piel me dio escalofríos” pero pronto, te prometo que nos libraremos de ella. No salió vivo del quirófano. Aquel ser una vez libre, saltó a la cara del cirujano devorándola por completo. Su cuerpo empezó a crecer más y más a medida que iba matando a todos los que estaban en aquella sala de operaciones.
Casi toda la ciudad de Snowville quedó infectada por los “soldados” y los que no lo hicieron encontraron una muerte atroz y dolorosa a manos de sus amigos, vecinos e incluso familiares.
Aquellos seres tenían la facultad de abrirse camino entre la piel a través del cuero cabelludo, su visión de las cosas era distorsionada. La persona donde se habían alojado veía un mundo de sombras. Las personas adquirían la forma de aterradores seres sacados de las mentes más perturbadas y provistos de enormes dientes y garras. Ante lo cual, la gente comenzaba a matar a todo aquel que se ponía en su camino, hombres, niños, mujeres, ancianos e incluso animales.
Una vez muerto el cuerpo donde se alojaban se desprendían de él alimentándose de los cadáveres.
Pronto Snowville les quedaría pequeño y buscarían otro lugar donde seguir alimentándose y creciendo.