—¡Laura mira lo que he encontrado en el parque!
Su amiga y compañera de piso, apartó la vista de la televisión y la miró. Sara llevaba algo entre sus manos. Algo pequeño y peludo. Sus ojos hasta ese momento somnolientos se abrieron de par en par cuando se dieron cuenta de lo que era aquello.
—¡¿Un perro?! —Exclamó.
—Lo sé, lo sé —trató de calmarla Sara— Sé que eres alérgica, pero no podía dejarlo allí solo. —Hizo una pausa para ver la reacción de su amiga y a continuación añadió— Es tan mono…
—De acuerdo, pero no quiero verlo por aquí lo tendrás en tu habitación, si no te prometo que se va a la calle. ¿Entendido?
Sara feliz se llevó al cachorro a su cuarto. Como era hembra la llamó Luna. Le dio un buen baño, la secó, le dio de comer el pienso que había comprado de camino a casa y la dejó dormir con ella en su cama.
Los días pasaron y Sara cumplió su promesa de tener a la perra en su habitación.
Al principio la perrita lloraba un poco por las noches, pero dejó de hacerlo al cabo de una semana. Laura estaba feliz y Sara también. Las cosas iban bien.
Hasta que Sara comenzó a cambiar. Salía a altas horas de la noche. Laura pensaba que era para pasear a la perra y no le dio mayor importancia. Pero un día que su amiga no estaba en casa, entró en su cuarto. Le parecía raro no escuchar a la perra en todo el día en que Sara estaba fuera.
No vio a la perra por ningún lado y supuso que no se la llevaría con ella a trabajar, no se lo permitirían y menos en una cafetería.
Aquello le extrañó mucho y decidió que le preguntaría cuando llegara esa tarde a casa.
Pero Sara llegó ya entrada la madrugada. Cubierta de sangre y muy magullada.
Laura le propuso, muy asustada por el aspecto de su amiga, llevarla a urgencias.
Sara le dijo que no y se fue a su habitación.
Había noches que no volvía hasta la madrugada.
Laura estaba muy preocupada. No sabía en lo que andaba metida su amiga pero presentía que no era nada bueno. Además estaba el tema de la perrita, no había rastro de ella.
Un día la llamó la policía para que acudiera al parque para identificar a una joven que podía ser Sara.
Había intentado matar a un joven después de seducirlo. El muchacho logró librarse de ella clavándole una navaja que llevaba en el bolsillo.
Cuando la policía llegó y lo interrogó, él juró que cuando aquella muchacha exhaló su último aliento un cachorro salió de su boca y echó a correr entre la oscuridad adentrándose en el parque.
Cuando Sara estaba tendida en el suelo desangrándose a causa de la herida mortal que le había asestado aquel joven, supo que era su fin.
También sintió como sus pulmones se colapsan y supo que era el momento de exhalar su último suspiro, pero cuando lo hizo, Luna, su perrita, aquella que había rescatado un día en el mismo parque donde iba a morir, salía de su interior en forma de su último aliento.
Sale de su alma la perversa Empusa en busca de otro cuerpo que poseer.