jueves, 1 de agosto de 2024

ALMAS

 Tom y Ana se casaron una vez terminaron el instituto. Antes de un año llegaron las gemelas a sus vidas. Tom era muy cariñoso con Ana y las niñas. 

Tom acostumbraba salir a correr por las mañanas muy temprano antes de ir a trabajar y aquella mañana sería como otra cualquiera sino fuera porque un coche no respetó el paso de peatones por el que en aquellos momentos cruzaba Tom y lo atropelló.

Pasó varios meses en el hospital y cuando regresó a casa con una severa cojera en la pierna izquierda y con una ceguera total en el ojo derecho, la vida de Ana y las gemelas cambiaría para siempre.

Tom se volvió huraño, malhumorado y comenzó a dictar una serie de normas (la mayoría absurdas) que no les hacía la vida nada fácil a ellas. A sus espaldas lo llamaban dictador.

Un día Ana al sacar el cubo de la basura vio la esquina de un libro escondido entre el mueble y la pared.

El título la sorprendió: La eterna juventud

Lo abrió y lo ojeó. En él se explicaba cómo ser joven eternamente, bien bebiendo agua milagrosa de ríos y pozos a lo largo de todo el mundo, (indicaba exactamente dónde estaban), bien haciendo un pacto con el diablo o robando el alma de bebés.

Ana meneó la cabeza en señal de desaprobación pero no era ella quien le dijera a su marido (y menos con el humor del que hacía alarde últimamente), que aquello no eran más que tonterías. Volvió a dejar el libro en el mismo sitio donde lo encontró.

Una tarde Tom comenzó a limpiar y arreglar el sótano. Colocó algunas estanterías y un escritorio y lo llenó de libros sobre fantasmas, la vida y la muerte y sobre todo sobre el alma.

Cada vez pasaba menos tiempo con ellas. Aquello para Ana y las gemelas era toda una bendición.

Otro cambio en la vida de Tom eran sus salidas al anochecer y su regreso a casa a altas horas de la madrugada.

Ana le preguntó un par de veces dónde había estado toda la noche,a lo cual su marido respondía “por ahí” y se encerraba en el sótano. Siempre que volvía lo hacía con una bolsa de plástico transparente en la mano. Dentro no había nada. 

Pronto su mujer dejó de preocuparse de sus idas y venidas hasta que un día mientras estaba planchando escuchó en el noticiero de la tarde que había una oleada de muertes de bebés muy preocupante. Tras la muerte de los dos primeros bebés habían dado por hecho que se trataba de “muerte súbita” pero cuando el número de niños muertos ascendía a la veintena comenzaron a pensar que un asesino en serie estaba detrás de todo aquello. A Ana un escalofrío le recorrió la espalda y pensó si su marido no estaría detrás de aquellas muertes.

Decidió espiarlo esa noche. 

Mandó a las niñas a dormir a casa de su madre. Esperó a que su marido saliera de casa y lo siguió.

El hombre iba caminando y ella tras él unos metros más atrás esperando que él no se diera cuenta.

Pero aquella noche Tom había entrado en unos cuantos bares a beber. Así que decidió volver a casa y husmear en el sótano esperando encontrar algo que lo incriminara.

Al llegar a casa vio luz en el sótano. Asustada pensó en llamar a la policía por si alguien hubiera entrado mientras ella no estaba. Pero la voz de su marido hablando en voz alta la hizo desechar la idea. ¿Cómo podía haber llegado antes que ella? No lo entendía.

Abrió despacio la puerta del sótano y bajó lentamente las escaleras.

Su marido estaba de espaldas. Sobre el escritorio había  algo envuelto en una manta que no dejaba de moverse. 

Ana se escondió entre las sombras y lo que vio la hizo estremecer de pies a cabeza. 

Su marido desenvolvió aquel bulto dejando a la vista a un bebé. No podía llorar porque le habían puesto cinta aislante en la boca. 

Tom cogió una bolsa de plástico transparente y cubrió con ella la cabeza del niño apretando hasta que exhaló su último aliento y con él su alma. La cerró y vertió aquella nada en una gran botella verde.

El dictador robó las almas de los inocentes.

Ana se dio cuenta que su marido era el asesino de los bebés. 

Muerta de miedo pensó que lo mejor era salir de aquel sótano antes de que él la descubriera.

—Vuestras almas me darán la eterna juventud —le escuchó decir mientras se acercaba aquella botella a la nariz e inhalaba su contenido.


jueves, 25 de julio de 2024

REGRESO DE LA MUERTE

 Tomas era un reconocido cirujano en uno de los más prestigiosos hospitales del país. Era un hombre exitoso, afable, con una vida aparentemente perfecta junto a su esposa Amanda.

Por eso a Ricardo le pareció extraño cuando recibió una llamada de su mejor amigo a altas horas de la madrugada, pidiéndole, casi suplicándole que se vieran al día siguiente en una cafetería del centro.

Ricardo y Tomas eran amigos desde el instituto. Inseparables desde entonces. Aunque sus caminos se separaron en varias ocasiones a lo largo de sus vidas, el destino los volvió a unir hacía un par de años.

El médico presentaba un aspecto desmejorado, con grandes ojeras y una barba de varios días. Le enseñó un montón de mensajes que había visto en el móvil de su mujer y las pruebas de que le era infiel obtenidas mediante un detective privado que había contratado hacía algunas semanas. Pero eso no era todo…. Había claros indicios de que Amanda, su esposa, quería librarse de él.

Una semana más tarde Ricardo recibió una llamada a su móvil que cambiaría toda su vida. Amanda lo había llamado para comunicarle la muerte de su amigo Tomas.

Determinaron que la causa del fallecimiento había sido por causas naturales. Un infarto había acabado con su vida. Habían encontrado unas pastillas para el corazón de las cuales su mujer no tenía ni idea de que las estaba tomando. 

Comenzaron a hacer los preparativos para el funeral. Se decidió por parte de su mujer, que el ataúd estuviera cerrado.

Estaba anocheciendo y el tanatorio iba a cerrar las puertas esa noche. Ricardo habló con el dueño para que esperara unos minutos más antes de cerrar ya que tenía que hablar con la mujer del difunto. Cuando entró escuchó como Amanda hablaba por teléfono con una persona que según pudo escuchar Ricardo se trataba de un hombre. Le estaba dando instrucciones de que entrara en su casa y fingiera un robo de sus joyas. El seguro las pagaría. Le estaba diciendo dónde estaban y lo que tenía que hacer paso a paso. Era evidente que la mujer no esperaba compañía y creía estar sola.

Ella se sorprendió mucho al ver al amigo de su difunto marido y cortó la llamada al instante. Visiblemente nerviosa se acercó a él llorando.

Ricardo trató de consolarla y la abrazó. 


Luego se acercó al ataúd, lo abrió  y comprobó que el efecto de la inyección paralizante que Tomas se había inyectado estaba dejando de hacer efecto. Tenía los ojos abiertos aunque estaba un poco aturdido. Ricardo lo ayudó a salir bajo la mirada atónita de Amanda que no se podía creer lo que estaba viendo.

Antes de que pudiera gritar Tomas le cubrió la boca con su mano y le administró una dosis letal de un medicamento que la mató casi al instante.

El libertador se levantó de su tumba para acabar con su mujer.

Metieron a Amanda dentro y cerraron la caja.

A continuación Ricardo le dio una nueva identificación para comenzar una nueva vida.

Le dijeron al dueño de la funeraria que ya se iban y que ya podía cerrar. 

Ricardo dejó a su amigo en el aeropuerto deseándole lo mejor.

Los planes de Amanda de cobrar el seguro de vida de su marido e irse a vivir con su nuevo novio se habían visto truncados de una manera aplastante.


viernes, 19 de julio de 2024

CARRETERA PERDIDA

 El soldado James tenía una misión que cumplir y se dispuso a realizar sin demora. 

La orden procedía del más alto rango en la división donde formaba parte en esa guerra sin sentido y en una ciudad cuyo nombre era impronunciable.

James como médico de la división tenía que prestar ayuda a sus compañeros heridos en combate. Una tarea nada fácil cuando las balas pasan por encima de tu cabeza. Pero él tenía unos nervios de acero y lograba olvidarse de todo aquello centrándose nada más que en la herida a curar que tenía entre manos.

Le habían dado con gran precisión las coordenadas del lugar donde tenía que acudir. Sin embargo, un cartel con el nombre del sitio lo hizo desviarse por una carretera que no venía en el mapa.

Mientras conducía sus pensamientos volvieron a la última carta que recibió de su novia, Jen, donde le informaba que su relación había terminado y que se iba a casar en breve con otro hombre. 

Hacía un mes que había recibido aquella carta y la había releído una y otra vez. La llevaba guardada en el bolsillo delantero de su uniforme. 

Estaba furioso con ella. Después de tantos años lo había dejado por un hombre que podía ser su padre. Pero el motivo estaba claro, Jen buscaba estabilidad económica y su nuevo novio se la podía proporcionar.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. La quería y no entendía aquella traición de la que fuera su novia desde el instituto, hacía más de diez años.

Se enjugó las lágrimas con la manga de su uniforme y pudo ver una luz al final de la carretera que se movía a la misma velocidad que el todoterrenos que conducía. 

La carretera parecía recién pintada bajo las luces de  los faros que la iluminaban. Entonces los vio….

A sus compañeros, caminando por el arcén.

Estaban malheridos, a algunos les faltaba un brazo, un trozo de cara, una pierna.

Paró el coche y se acercó a ellos, pero cuál fue su sorpresa cuando se dio cuenta de que allí no había nadie. Había sido una ilusión óptica, supuso, fruto del nerviosismo y la tensión que le embargaba.

Piso el acelerador a fondo llegando a alcanzar los 200 kilómetros por hora. Tenía que llegar a esa luz. Tenía que ser más rápido que ella. Tenía que alcanzarla. Y lo hizo.

En la guerra conoció la muerte, olvidó la cordura.

Se despertó confuso y desorientado. Se dio cuenta al abrir los ojos de que ya no estaba en la carretera sino en una cama de hospital.

Al poco rato llegó el médico y le dijo que se había salvado de milagro.

Había sido alcanzado por una bomba y milagrosamente sólo tenía rasguños y una conmoción. Había visto el rostro de la muerte y había podido huir.


jueves, 11 de julio de 2024

LA BICICLETA

 El cumpleaños de su hijo Michael se acercaba y Ana sabía perfectamente lo que tenía que regalarle. Algo que llevaba pidiendo desde que tenía seis años y que debido a su precaria situación económica no podía haber hecho realidad ese sueño. Hasta ahora. Había llegado el momento de darle la gran sorpresa. La vida le había sonreído en los últimos meses. Le habían ascendido en la empresa donde trabajaba y podía permitirse comprarle la bicicleta que su querido niño tanto deseaba.

Salió un poco antes del trabajo para ir al centro comercial y buscar una. Tenía que ser la mejor bicicleta que pudiera pagar porque él se lo merecía. 

Habían pasado por unos años malos, momentos angustiosos desde que el padre de la criatura los había abandonado. Pero todo aquello había quedado atrás. 

Se paró en un semáforo sumida en sus recuerdos. Un adolescente subido a un monopatín chocó contra su coche, Ana salió de su ensimismamiento y giró la cabeza al escuchar el ruido. El chaval que ya se había levantado después de una aparatosa caída, la miró, le sonrió, le pidió disculpas y salió pitando de allí como alma que lleva el diablo.

La mujer abandonó la larga fila que se había formado en el semáforo y aparcó al lado de la acera. Se apeó y miró los desperfectos que aquel muchacho le había hecho a su coche. Milagrosamente su coche estaba intacto. Miró la hora y se dio cuenta de que si no se daba prisa encontraría el centro comercial cerrado. Entonces al levantar la vista la vio…..

Era la bicicleta más bonita que había visto en su vida. De un rojo metalizado, se erguía orgullosa sabedora de su belleza y eclipsando a los demás objetos que había en aquel escaparate. 

Ana decidió entrar en aquella tienda de antigüedades y preguntar el precio.

En el mostrador había un hombre mayor, de una edad indeterminada, con la cara surcada de unas arrugas muy marcadas que le recordaban un mapa de carreteras.

El hombre con amabilidad le preguntó qué buscaba y ella le señaló la bicicleta. Él se la mostró y ella supo que era el regalo perfecto para el cumpleaños de su pequeño.

La compró. El hombre le ayudó a meterla en el coche.

Una vez dentro de la tienda hizo una llamada.

—¡Hecho! —le dijo a la persona que había al otro lado de la línea y colgó.



Michael no pudo reprimir las lágrimas al ver el regalo de su madre. Era la bicicleta más bonita que había visto nunca. Incluso sus amigos, invitados a la fiesta, la miraban extasiados y algunos incluso iban junto a sus padres llorando que querían una igual.

Al cumpleañeros la alegría le rebosaba por cada poro de su cuerpo y tenía el pecho henchido de satisfacción, como un pavo relleno en acción de gracias. al saber que aquella maravilla era suya y solo suya.

Aquello lo envalentona y le dice a su madre que quiere dar una vuelta con ella. Su madre no pudo negarse al ver la felicidad que embargaba a su hijo.

Michael salió a la calle, dejando atrás su fiesta de cumpleaños y a sus amigos, se metió por un camino que daba al bosque, con la idea de llegar al lago y dar la vuelta.

En un momento dado le dio la impresión de que él no tenía el control de la bicicleta que era ella quien lo guiaba. 

Pero no le dio importancia y se dejó llevar.

Llevaba algo más de la mitad del camino recorrido cuando una adolescdente con el cabello rubio recogido en una coleta y vestida con unos pantalones cortos azules y una camiseta de tirantes blanca, se situó a su lado. Iba montada en una bicicleta similar a la suya. No le dijo nada. Al cabo de un rato otra chica se unió al grupo. Esta tenía el pelo rojo, del color de las zanahorias y vestía igual que la primera. Tampoco dijo nada. Los tres pedalean en silencio.

Si aquello le pareció raro a Michael no dio muestras de ello. Estaba eufórico con aquella bicicleta y no le importó la compañía de aquellas dos adolescentes y menos aun que no le hablaran.

Al cabo de un rato el niño distingue el lago. Sus aguas cristalinas brillaban al sol de la tarde. Reconoció la gran roca que tantas veces había visitado con sus amigos donde dejaban la ropa para zambullirse en el agua.

Pero había alguien en la roca y no eran sus amigos. Otra joven. Esta iba vestida completamente de negro, camiseta, pantalones cortes y zapatillas. Incluso el pelo era negro como el azabache.

Michael quiso parar la bicicleta. Accionó el freno una y otra vez pero no se detenía. Sabía que si no lograba detenerse  a tiempo se estamparía contra aquella roca y no quería ni imaginar las consecuencias de aquel impacto.

No paró.

Mientras su madre comenzaba a preocuparse por su ausencia, las portadoras del silencio danzaron con la muerte alrededor del cuerpo sin vida de Michael.


miércoles, 3 de julio de 2024

SOLDADOS

 Tom, un chaval de nueve años, y su madre entraron en un establecimiento de comida rápida. Habían estado toda la mañana de compras y aquello formaba parte del plan de la mujer en agradecimiento al buen comportamiento de su hijo y su infinita paciencia para con ella.  

Mientras Marjorie, la madre, hacía el pedido, el chaval la esperaba sentado en una mesa jugando con sus soldados de juguete. 

En la mesa de al lado se sentaron tres adolescentes que no paraban de gritar y reírse. 

Tom, en un momento dado, se agachó para recoger a uno de sus soldados que se había caído de la mesa, parando en los pies de uno de ellos. 

Alan al darse cuenta de que el muñeco en cuestión estaba junto a sus zapatillas de marca no dudó en pisarlo.
Al chaval lo miró y le pidió amablemente que le dejara cogerlo. Pero Alan tenía otros planes que no coincidían en nada con los de Tom.

En vez de apartar el pie y facilitarle al chaval la recuperación de su soldado perdido, lo pisó con más fuerza hasta hacerlo trizas.

Tom intentó contener las lágrimas que afloraban a sus ojos. Le costó, pero lo consiguió.

Decepcionado por la reacción del adolescente, se sentó resignado en la silla y esperó pacientemente la llegada de su madre. Tenía un soldado menos, era un hecho. Muerto en combate, pensó. 

El altercado habría quedado ahí, sin más, por lo menos por parte de Tom que no le gustaban las peleas y mucho menos suplicar. Pero Alan  no quería dejar pasar aquella oportunidad de burlarse de él y de sus soldados.

Lo humilló delante de sus amigos, se burló de él e incluso no dudó en dar un paso más y le agredió dándole un manotazo en la cabeza del chaval.

Tim no pudo aguantar más y rompió a llorar. Marjorie ajena a lo que le estaba pasando a su hijo seguía en la cola de los pedidos desesperada por la tardanza.

Alan se levantó para rellenar su vaso de refresco.

A la vuelta tropezó con otro muchacho y el líquido se derramó en su camiseta nueva.

Culpó de aquello, como no, al chaval de la mesa de al lado, a Tom.

Enfadado se encaminó al baño para limpiarse la mancha. Mientras tanto Marjorie hacía acto de presencia en la mesa donde estaba su hijo, portando una bandeja con sendas hamburguesas y patatas fritas.

Tom había dejado de llorar y logró sonreír cuando su madre se sentó a su lado.

En el baño, Alan profiriendo una palabrota tras otra, intentaba quitar aquella ingrata mancha de su apreciada camiseta. Cuando terminó levantó su mirada al espejo y contempló su imagen en el espejo. Era guapo y lo sabía. Pero en el espejo no solo se veía a él. Había alguien más detrás de él. Se giró. No había nadie. Se volvió a mirar en el espejo y allí estaba de nuevo un soldado con la cara sucia y el uniforme lleno de barro, con el fusil apuntándole directamente a la cabeza. Entonces…. Escuchó un disparo.

En una acto reflejo se agachó para evitar la bala y salió corriendo del baño gritando.

Pero cuál sería su sorpresa al ver que aquel soldado del baño no era el único que lo acechaba. 

El local estaba lleno de ellos, todos apuntándoles con sus fusiles.

Se agarró la cabeza desesperado y cayó de rodillas en el pasillo llorando y suplicando por su vida. Los soldados se acercaron a él y lo rodearon sin dejar de apuntarle con sus armas.

Personas extrañas entran en la puerta de la percepción.

Alan logró levantarse y en un intento desesperado de luchar por su vida echó a correr hacia la salida.

Su carrera alocada lo llevó hasta la carretera en la que, a esa hora de la tarde, había mucho tráfico. No vio al autobús acercarse y ya era tarde cuando se dio cuenta de su existencia.

La gente en el local comenzó a gritar y salir corriendo a la calle, donde el joven había exhalado su último suspiro tras haberle pasado las ruedas del autobús por encima.

Marjorie vio la escena a través del cristal. Le dijo a Tom que recogiera a sus soldados. Este obedeció y los metió en la caja de donde los había sacado. Le dio la mano a su madre y juntos se alejaron del local lo más aprisa que pudieron. 

Mientras corrían calle abajo, Tom no pudo evitar sonreír. Había ganado aquella batalla, una de tantas…






miércoles, 19 de junio de 2024

EL FINAL DE TODO

 Talbot, un muchacho de 16 años, se había quedado hasta tarde en la biblioteca terminando un trabajo de historia que tenía que entregar al día siguiente. Iba caminando hacia su casa cuando una furgoneta negra se paró a su lado.

Un hombre de mediana edad vestido totalmente de negro se bajó y se acercó a él. 

—Talbot, hijo mío, ¿cómo estás?

—¡¿Papá?! 

El muchacho se había quedado de piedra al oír la voz de ese hombre que se parecía a la de su padre que había muerto hacía menos de un año después de una larga enfermedad.

El hombre lo agarró con una gran fuerza de un brazo mientras abría la puerta de atrás de la furgoneta.

—¡Entra!

Talbot supo en ese momento que aquel hombre no era su padre y comenzó a forcejear para liberarse de él.

Tony un joven de unos 25 años venía de trabajar. Aquel día había sido agotador. Era animador y lo hacía sobre todo en fiestas infantiles. Había días en los que odiaba su trabajo y aquel era un día de esos. Estaba tan cansado y tenía tantas ganas de llegar a su casa que no se había cambiado. Todavía llevaba puesta la ropa de payaso y la cara pintada. 

Escuchó unos gritos y vio como un hombre intentaba meter a un chaval en una furgoneta. Aquello le dio mala espina. Agarró al chaval por detrás y pudo evitar que el hombre lo secuestrara. Este al verse derrotado se metió dentro y huyó de allí como alma que lleva el diablo.

Tony acompañó al chaval hasta su casa.

Mientras tanto el hombre de la furgoneta recibió una llamada.

—¿Todo bien?

—No, el chaval logró escapar.

Silencio al otro lado, una pausa demasiado larga que sabía que no significaba nada bueno.

—Siento haber fallado pero es él, estoy seguro. Al agarrarlo del brazo el contacto con su piel me produjo una quemadura. No hay duda de que es el elegido.

—Bueno, lo sabremos pronto.

La llamada se cortó.


Cuando Talbot llegó a casa vio que su madre todavía no había llegado de trabajar. Mejor así, pensó, no se encontraba bien y no quería que se preocupara. Se quitó la ropa, se puso el pijama y fue al baño.

Se miró en el espejo, el reflejo le mostraba la palidez de su cara y había algo más. Le dolía el brazo en el que aquel hombre lo había agarrado. Se lo miró. Tenía una quemadura en el lugar en que lo había agarrado. Sintió que se mareaba al verlo. Se mojó la cara con agua fría e intentó relajarse. Se volvió a mirar en el espejo. Su cara se estaba transformando. Le habían salido arrugas y sus ojos habían perdido su tonalidad azul pasando a ser negros como la oscuridad más profunda.

Salió del baño arrastrando los pies. Se sentía cansado, como si el peso del mundo recayera sobre sus hombros, como si fuera el titán Atlas.

Se sentó ante su escritorio dispuesto a terminar el trabajo de historia que tenía que entregar a primera hora de la mañana pero no pudo. En su lugar cogió unos folios y comenzó a escribir. Él no lo hacía, una mano invisible lo hacía por él, estuvo escribiendo durante horas y cuando terminó se sintió tan exhausto que se metió en la cama, no escuchó a su madre llamándolo para cenar ni escuchó abrirse la puerta cuando ella fue a ver si se encontraba bien ni el beso que le dio en la frente deseándole buenas noches.

Talbot escribió la profecía del final de la tierra.

Cuando se despertó por la mañana se encontró como un mundo destruido, todos habían muerto. Seres infernales habían tomado la tierra y la aclamaban como el nuevo dios.


jueves, 6 de junio de 2024

PESADILLA

 Por tercera noche consecutiva Murray se despertó empapado en sudor y con el corazón saltando en su pecho con la fuerza y la furia de un caballo desbocado.

Su mujer, Ángela, trataba de tranquilizarlo.

—¿Otra vez la misma pesadilla? —le preguntó visiblemente preocupada.

—Sí. Pero esta vez, al igual que la de ayer, había algo diferente.

—No entiendo….

—Verás Ángela. La primera vez yo estaba sentado en una silla, en medio de un gran salón. Estaba de espaldas a la ventana. La luz del atardecer que se colaba por ella, alargaba de manera considerable mi sombra. Podía sentir una presencia que me observaba detrás de mí. Intentaba levantarme pero parecía que aquella maldita silla estuviera sujetándome para que no lo hiciera..  Sentía que aquello que se acercaba a mi lo iba haciendo lentamente, tomándose su tiempo y presentía que si no conseguía levantarme de aquella maldita silla, si no lo hacía…. moriría.

Ángela lo abrazó con fuerza mientras unas lágrimas se deslizaban por sus mejillas al imaginarse la angustia que había sentido su marido.

—La segunda noche la pesadilla comenzó igual, pero había algo diferente. Aquella presencia estaba detrás de mí. Pude percibir su olor. No era desagradable. Me resultaba conocido, aunque debido al estado de auténtico terror que sentía, no pude identificarlo. Aquella aparición se acercó más a mí. Pude sentir un cosquilleo en mi oreja derecha. Era su aliento. Me susurró algo que no logré comprender.

Su mujer lo besó tiernamente en los labios y luego se acurrucó a su lado.

—Y esta noche ¿qué pasó? —le preguntó.

—Esta noche querida, ese ser, esa aparición dio un paso más. Esta vez cuando me susurró al oído entendí lo que me decía. 

—¿Qué te decía?

—Vas a morir…. Sentí el filo de un cuchillo en mi cuello y cómo hacía un pequeño corte.

 —¡Mi amor, es horrible! Pero piensa que sólo fue una pesadilla, estás vivo, aquí a mi lado. No quiero ni pensar qué sería de mí si tú me faltaras.

—Sí, es cierto. Ha sido sólo un sueño. Intentemos dormir de nuevo.

—Pero antes, bajaré a por un vaso de leche caliente,  te ayudará a dormir mejor.

—Gracias querida. Te quiero mucho.

—Yo también, mi amor.


Cuando se despertó sintió que tenía el cuerpo entumecido. Estaba sentado en una rígida silla de madera. Intentó moverse sin 

éxito alguno. Le dio la impresión de que la silla lo tenía atrapado. No podía mover la cabeza, ni los brazos, ni las piernas. Vio su sombra alargada en el suelo. Estaba de espaldas a una ventana. Aquella era la luz del atardecer. Pero… cómo era posible. No recordaba haber llegado allí. Lo último que recordaba es estar en la cama con su mujer, con Ángela.

¿Dónde estaba y cómo había llegado hasta allí?

Estaba reviviendo su pesadilla. Sabía lo que pasaría a continuación. Aquel ser acercándose a él por la espalda. Aquellas palabras que le susurraban al oído y el cuchillo en su garganta.

Y así fue. Pero ahora sí reconoció el olor que le había sido tan familiar en sus sueños. Era la colonia que usaba su mujer. Entonces…

—El sueño de Murray lo asesinó en realidad —escuchó la voz de Ángela mientras le rajaba el cuello.

Murió haciéndose una única pregunta:

—¡¿Por qué?!



REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...