viernes, 7 de marzo de 2025

EL CAMPESINO

 El campesino estaba trabajando en sus tierras cuando un hombre vestido con traje y corbata se acercó a él. Le saludó cortésmente y le ofreció el maletín que llevaba en su mano derecha. El campesino lo abrió. Estaba repleto de dinero.

El hombre le dijo que con todo ese dinero podía alimentar a su esposa y a sus hijos durante mucho, mucho tiempo.

Pero la codicia ya había tomado posesión en su cabeza y le dijo que aquel dinero lo utilizaría para él solo. Nada de mujer ni de hijos, se divertiría a lo grande.

El dinero corrompió al campesino.

El hombre entonces le dijo que en tal caso podía llevarlo a su castillo durante una semana durante la cual no le faltaría de nada, podía tener todo lo que quisiera aunque aquello tuviera alguna que otra repercusión.

El campesino no preguntó cuál era el precio que tenía que pagar por ver cumplidos todos sus sueños. Lo único que le importaba era pasárselo bien, sin pensar en nada más.

Durante esa semana lo pasó en grande, había algo que le extrañaba no había espejos en el castillo, ninguno. Supuso que sería alguna extravagancia del señor del castillo. Cuando salió de allí y el hombre del traje lo llevó a su casa se sentía muy cansado, le habían salido unas manchas muy raras en las manos y en el cuerpo y por el retrovisor del coche en el que iba pudo ver que su pelo se había vuelto completamente blanco y su cara estaba surcada de arrugas. 

Pararon frente a su casa pero ni su mujer ni sus hijos salieron a recibirlos. El hombre se fue. Él entró, vio su imagen reflejada en el espejo del vestíbulo. Había envejecido un montón de años. Ese había sido el precio a pagar por ser tan codicioso. Cinco años por día pasado en el castillo. Su familia lo había abandonado y se habían ido a vivir con unos parientes. Ahora él estaba solo, sin dinero y sin fuerzas para trabajar sus tierras.


jueves, 13 de febrero de 2025

LA PLAYA

 Tres amigas habían decidido ir a la Playa del Demonio. Cuando llegaron al pueblo donde estaba dicha playa un vecino les indicó el camino para llegar, no sin antes advertirles de que era peligroso ir a aquel lugar, porque, según él, el demonio acechaba en cada grano de arena.

Las muchachas que no creen en supersticiones de ese tipo ni de ningún otro, recorrieron con el coche una carretera de tierra que se iba estrechando a medida que llegaba a los acantilados. 

Dejaron el coche, cogieron sus cosas e hicieron el resto del camino a pie siguiendo un sendero que bordeaba toda la costa. El hombre les había dicho que al final de ese camino estaba la playa.

Y así fue.

Era pequeña, del tamaño de una cala. La arena era blanca como la nieve y al pisarla daba la sensación de que andabas sobre algodón. El agua era cristalina y la temperatura agradable. Prometía ser un día maravilloso de playa.

Se tumbaron sobre sus toallas y decidieron tomar un rato el sol.

Una de ellas vio que se acercaban tres muchachos.

Los jóvenes las saludaron y se sentaron con ellas.

Pero no todo es lo que parece ser. 

Bebieron, fumaron y rieron hasta que comenzó a oscurecer.

Las chicas estaban demasiado bebidas para coger el coche y regresar a casa. Los chicos eran en realidad unas bestias demoníacas que acabaron por violarlas.

Luego las arrastraron  hacia una cueva y allí las dejaron toda la noche.

Por la mañana cuando se despertaron muertas de frío se dieron cuenta de que algo no iba bien. Sus vientres estaban muy abultados.

Los tres demonios volvieron a aparecer. Ellas gritaron presas del pánico. 

Cada uno de ellos era portador de un cuchillo.

Las ataron de pies y manos y las amordazaron. 

Luego les abrieron el vientre.

De dentro salieron unas masas amorfas. Tres de cada vientre.

Las madres murieron desangradas.

Ellos llevaron aquellos seres hasta el agua para su transformación.

Nuevas especies se originaron en el mar.


jueves, 30 de enero de 2025

SANTA COMPAÑA

 En el pueblo les habían dicho a Antonio que hacía más de una semana que no veían por allí a su padre. Había caído una fuerte tormenta y se temía que el anciano se hubiera quedado incomunicado en su casa.

Antonio y su mujer María cogieron el coche y se encaminaron hacia la casa de José, el padre de Antonio.

A medio camino tuvieron que dejar el vehículo en medio de la carretera porque había árboles tirados, fruto del fuerte temporal, que les impedía el paso.

Se adentraron por una senda del bosque que Antonio conocía bien y que daba a la casa de su padre.

Llevaban un rato caminando cuando María le dijo a su marido que no se moviera. 

—¿Por qué? le preguntó Antonio.

Ella le dijo:

—No te muevas que llegan los espíritus de los muertos.

Se levantó un ligero vientecillo  y un marcado olor a cera.

La Santa Compaña estaba cerca.

María le dijo a Antonio que tenían que trazar un círculo en el suelo y no salir de él, así aquella procesión de ánimas pasaría de largo. 

Antonio pudo ver como cada fantasma llevaba una luz en aquella procesión y su padre la encabezaba.

Olía mal, estaba muy delgado y tenía la piel cetrina y a cada paso que daba emitía un sonido de dolor cada vez más fuerte.

El hijo abandonó el círculo y se acercó a José. El hombre no lo reconoció, estaba muy oscuro y él estaba muy cansado y no podía pensar con claridad, así que le entregó a su propio hijo el caldero y la cruz que llevaba en la mano, condenando de aquella manera.

Así que, Antonio pasó a tomar el relevo de su padre en aquella procesión de difuntos.


jueves, 16 de enero de 2025

LA MINA

 —¿Por qué tomamos este desvío, Pablo?

—Cariño, ¿has visto la flecha? 

—Sí, claro, ponía “Vieja mina” a dos kilómetros.

—Sara, hace muchos años, esa mina funcionaba a tope hasta que un fatídico día la mina se hundió y con ella cerca de 80 trabajadores.

—¡Madre mía eso es terrible!

—Sí. Pero lo mejor viene ahora, la gente se fue del pueblo porque por las noches escuchaban los lamentos de los mineros fallecidos  cuyos cuerpos nunca encontraron. Las madres y las esposas que habían perdido a sus hijos y sus esposos no podían soportar escuchar los gritos de ellos noche tras noche.

—Bueno…nos quedamos un ratito y nos vamos a mí esas cosas me dan mal rollo.

—No te preocupes no hace falta ni que bajes del coche, le echo un vistazo a la mina y nos vamos, prometido.

Pablo bajó del coche y subió a una pequeña colina tras la cual estaba la vieja mina. Sara mientras tanto en el coche trataba de sintonizar una cadena de la radio donde pusieran música, sin mucho éxito.

Aburrida, se apeó del coche, gritó el nombre de Pablo, pero su novio no le respondió, Caminó un poco y vio una pequeña casa casi en ruinas pero en mejor estado que todas las demás que había visto hasta ahora. Fuera al lado de la puerta había una mujer sentada y con un cuchillo tallaba figuras de madera.

Sara se acercó y la saludó. La mujer levantó la cabeza. Era muy muy mayor podía tener más de cien años. 

—Son muy bonitas —le dijo intentando ser amable aunque no había visto en su vida figuras de madera tan feas.

—¿Quieres una? son 10 euros.

Sara le entregó el billete. 

Pablo llegó corriendo y sudoroso pero muy contento por la excursión que había hecho y se puso a la par de su novia dándole un beso en la mejilla.

—¿No tardé tanto mi amor, verdad? 

En eso, de la casa, salió un hombre igual de mayor o más, si cabe, que la mujer, Le ofreció al joven que entrara prometiéndole el agua más fresca que jamás hubiera bebido.

Pablo entró tras él. Sara se quedó fuera con la mujer que le estaba contando la historia de la mina. La joven intentaba no parecer aburrida por la narración de la señora, pero tenía unas ganas enormes de que cogieran el coche y largarse de allí, aquel sitio no le gustaba lo más mínimo.

Se escuchó un ruido fuerte dentro de la casa. Sara entró gritando el nombre de Pablo. Lo vio tirado en el suelo de la cocina con un fuerte golpe en la cabeza del que emanaba mucha sangre.

Se tumbó a su lado. El joven todavía respiraba. Les gritó a la pareja de ancianos que llamaran a una ambulancia, pero lo único que consiguió fue que la agredieran a ella también.

Apto seguido llevaron a los jóvenes a la parte de atrás de la casa donde tenían un gran congelador industrial. Los jóvenes visitantes fueron ahorcados con cadenas. 

—Hermana, este invierno no pasaremos hambre.


sábado, 21 de diciembre de 2024

EL PADRE JUAN

 Mateo y Luisa llevaban mucho tiempo viajando. Ella estaba muy enferma, no comía y se pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo. Ningún doctor se atrevía a darle un diagnóstico porque no sabían cuál era el mal de Luisa.

Cansados de andar de un lado a otro, decidieron volver a casa. Mateo le procuraría las mejores atenciones hasta que su mujer falleciera.

En la carretera, un hombre les hizo señas para que pararan el coche. Mateo se arrimó a una cuneta y bajó la ventanilla. El hombre, un señor muy delgado ya entrado en años, les indicó que en el siguiente pueblo encontraría a alguien que les podía ayudar y les dio el nombre de un sacerdote: Juan. Mateo le dio las gracias y siguieron su camino. Cuando llegaron al pueblo el hombre preguntó a varias personas por el padre Juan, nadie parecía o no quería parecer que sabían quién era. No decían nada. Entonces optó por buscar la iglesia. No fue difícil, el campanario se elevaba por encima de las casas.

Mateo encontró al padre Juan arrodillado ante el altar. Se quedó mirándolo. Le recordaba a alguien. Lo conocía. No le costó recordar de qué lo conocía. Era el hombre que había visto en la carretera y que les indicó este lugar como la salvación de su esposa.

Le explicó lo que le pasaba a su mujer, Luisa está poseída le indicó.

Mateo rompió a llorar mientras abrazaba a su querida esposa. El padre Juan les ofreció una habitación que tenía en la parte de atrás de la iglesia detrás del altar y junto a la suya así podía controlar mejor a Luisa cuando comenzara el proceso del exorcismo.

Al día siguiente la poca gente que pasaba por delante de la iglesia se vieron un cartel pegado en la puerta que rezaba: “Cierre temporal por vacaciones” No se extrañaron, no era la primera vez que lo veían.

Años atrás los vecinos le habían prendido fuego a la iglesia con el padre Juan dentro porque éste se portaba de manera extraña y todos llegaron a la conclusión de que el demonio se había apoderado de él.

Milagrosamente la iglesia seguía intacta y según algún valiente que pudo subirse a una de las ventanas les informó que tampoco había sufrido daños. Solo había algo que recalcar: la cruz sobre el altar estaba invertida y no había ninguna imágen de santo alguno dentro.

El demonio habitaba en ella y se había hecho con las almas  aquella pobre pareja. 




jueves, 12 de diciembre de 2024

AGONÍA

 La primera vez que la vi sirviendo copas en la discoteca no pude dejar de mirarla. Era perfecta. Su larga melena rubia, sus enormes ojos negros, su esbelto cuerpo te hacía estremecer de deseo.

Yo soy un chico más bien guapo, encantador y con un gran don de palabra. 

Empezamos a vernos asiduamente en su apartamento. Cada minuto que pasaba con ella se me hacía corto.

Una noche salimos con unos amigos de ella, insistió en presentarlos, ella ya conocía los míos, llegamos a casa bastante perjudicados.

En un momento, ya rayando el alba, me levanté al baño. Nuestras ropas estaban esparcidas por el salón y el contenido del bolso de ella desparramado por el suelo. 

Me agaché y recogí sus cosas, entonces fue cuando vi su carnet de identidad. Se llamaba María de la Agonía. ¿Se lo pueden creer?

Me entraron unas ganas locas de reirme. Y no paré de hacerlo hasta que ella apareció a mi lado. Estaba muy seria. Me dijo que no quería que anduviera en sus cosas. Quise explicarle lo que había pasado pero no me creyó, pensó que le había hurgado en el bolso. Me hizo prometer que no le diría a nadie su segundo nombre. A nadie! Me lo dejó muy claro. Se lo prometí, mientras cruzaba los dedos a mi espalda.

No me quedó tiempo para contárselo a mis amigos, a mi familia y a todo el que conocía aunque fuera de vista. Me parecía muy gracioso su nombre y no entendía por qué ella se lo tomaba tan en serio.

Un día en el que me había quedado un par de horas de horas de más cuando salí ya era de noche. Había perdido el autobús. El coche estaba en el taller. Mi chica estaba trabajando, así que solo quedaba caminar.

No anduve ni cien metros cuando unos encapuchados me rodearon.  Les dije que les daría lo que quisieran. Tenía dinero. Pero parecía que no era aquello lo que les interesaba. Empezaron a golpearme y a patearme en el suelo. Me dejaron muy mal. Me habían roto varios huesos y el dolor era insoportable. Sabía que si alguien no venía a socorrerme pronto, me moriría.

Entonces escuché unos tacones. Una mujer se acercó. Los hombres le abrieron paso y…. Allí estaba!!!! Era ella, era María, mi chica. 

Le supliqué que me ayudara, que me librara de aquellos hombres y que nos fuéramos a casa…. Pero las intenciones de ella eran otras. Llevaba un cuchillo en la mano. Aquel era mi fin.

Me gusta cómo luce la Agonía cuando viene a por mí.


jueves, 5 de diciembre de 2024

BUEN TRABAJO

 Del Coliseo iba saliendo la gente que había ido esa tarde a ver el último combate de gladiadores.  Los cuerpos de los perdedores habían sido retirados. En menos de media hora estaría todo limpio y preparado para los juegos del día siguiente. 

Caía la noche en la ciudad de Roma. Entró en la ciudad un hombre encapuchado vistiendo una túnica negra y con un cayado en la mano. No se le veía el rostro. No se sabía si era joven o era un viejo.

A su paso dejaba un olor. Ese aroma era distinto según a quien le preguntaras, a unos les olía a rosas, a jazmín, a incienso, al rocío de la mañana, otros a tabaco, al alcohol, también a bebé…. Aquel olor era tan fuerte que aunque estuviera la gente en sus casas cenando salían a la calle. Se acercaban al hombre encapuchado.  A éste parecía no importarle que la gente se acercara a él y lo oliera. Hombres, mujeres y niños comenzaron a seguirlo.

¿Y a dónde los llevó el hombre? Al Coliseo.

Gran parte de la gente que vivía en Roma estaba allí. Unos tomaron asiento en las gradas y otros lo hicieron en la arena.

El hombre en ningún momento dijo palabra alguna. Los romanos que estaban allí también estaban en silencio. No se escuchaba ni el zumbido de una mosca. 

De repente el encapuchado levantó el cayado y todos los allí presentes, sin excepción alguna, cayeron muertos. Era un ladrón de almas.

Al día siguiente el ladrón de almas seguía sentado en la arena sin moverse, parecía muerto también. Ante aquella barbaridad el emperador Trajano mandó llamar a su mejor gladiador para que diera muerte a aquel ser miserable que había matado a más de la mitad de la ciudad.

El gladiador se acercó a él espada en mano. El encapuchado se puso de rodillas y apoyó la cabeza en la arena. El gladiador decapitó al ladrón del pueblo y alardeando de lo que había hecho, cogió la cabeza seccionada por el pelo. El encapuchado lo mordió. en la cara y el gladiador lo lanzó lejos profiriendo un insulto tras otro.

La cabeza no tocó el suelo. Desapareció por el aire. 

Pero una vez que la sangre se derramó por el suelo los muertos se levantaron y comenzaron a andar siguiendo a los que estaban vivos y los mataban de un mordisco. Roma estaba invadida por una orla de zombis.

El diablo se había hecho con un buen botín de almas. Sonreía cuando abandonó la ciudad.



AMOR INMORTAL

  Por la mañana a la hora del desayuno Elisa estaba ausente. Con una taza de café en la mano tenía la mirada perdida. Su marido la besó en l...