viernes, 18 de diciembre de 2020

NOCHE DE LUNA

 



          La luna brillaba esplendorosa en aquella noche invernal. Los dos se miraron, preguntándose qué hacer ante el panorama que se les presentaba.

          Frente a ellos estaban aquellas criaturas de las que tanto habían oído hablar las últimas horas. En un principio pensaban que la gente del pueblo estaba alucinando, una alucinación colectiva, pero ahora no lo podían poner en dura, los tenían enfrente y no venían cargados de buenas intenciones.

                - ¿Qué son estas cosas Juan? –le preguntó David a su compañero mientras iba caminando hacia atrás con una cara entre alucinación y miedo.

                 -No lo sé tío, pero mírales la cara –le respondió- la llevan pintada como si fueran unos malditos indios, y los dientes, ¿te has fijado? Están super afilados parecen agujas. Esto no me gusta nada, chaval.

          Frente a ellos había muchas figuras en miniatura, todos parecían tener vida propia, se movían de un lado para otro y portaban armas entre sus armas. Uno llevaba un cuchillo, otro una pistola, los había que portaban flechas, aquello era una locura. No hablaban, pero emitían extraños sonidos, seguro que era la manera de comunicarse entre ellos. Y no eran uno ni dos, había cientos, por no decir miles, era muy difícil contarlos, aunque ellos eran gigantes a su lado, estaban demasiado mezclados entre ellos y no perder la cuenta.

          Todo había empezado hacia menos de veinticuatro horas, cuando unos chiquillos habían ido al viejo establo abandonado a las afueras de la ciudad. A jugar habían dicho, pero vete tú a saber que iban a hacer una docena de chavales en un establo abandonado, nada bueno seguro.

          En comisaría confesaron que habían matado unas cuantas ratas, uno llevaba una escopeta de balines que le había cogido prestado a su padre, pero la cosa no tenía que ir a más hasta que uno de ellos sintió un dolor muy agudo en el tobillo, en un principio pensó que le había picado un bicho, pero cuando bajó la mirada vio a un hombrecillo minúsculo portando un cuchillo y que se lo clavaba repetidamente. Empezó a gritar cual poseso, dando la voz de alarma a sus amigos. Estos que en un principio no le creyeron, y se riendo de él, comprobaron la verdad en sus propias carnes, cientos de esos minúsculos seres se abalanzaron sobre ellos, mordiéndoles y hasta les llegaron a clavar alguna que otra flecha que, aunque minúscula hacían daño cuando eran muchas.

           La policía, algo reticente, sin dar mucho crédito a lo que los chavales les habían contado, pensaban que se habían pasado con el alcohol o habían fumado algo más que tabaco, fueron hasta allí de todas formas. No tenían nada mejor que hacer, aquel era un pueblo muy tranquilo y casi nunca sucedía nada que fuera mínimamente interesante.

          Cuando llegaron, salvo unas cuantas ratas muertas y otras no tanto, no encontraron nada más en aquel establo abandonado.

          Fueron hasta el coche, algo enfadados por hacerles perder el tiempo, cuando escucharon sonar la radio, Juan contestó mientras David daba una vuelta al coche patrulla. Cuando se acercó a su compañero estaba visiblemente alterado. No paraba de maldecir y gritar. Entonces Juan se dio cuenta de lo que pasaba: las cuatro ruedas del coche estaban pinchadas.

           Por la radio le habían dicho que toda la ciudad estaba llamando a la centralita, colapsándola, diciendo que había hombrecillos minúsculos atacando a la gente, a los animales, pinchando ruedas de coche. Que era un caos total.

           Pidieron refuerzos, necesitaban un coche que los llevara hasta la ciudad.

           No tardaron mucho en llegar y para cuando llegaron aquello sí que era realmente un caos como les habían dicho, la gente se escapaba de sus casas y corrían por las calles esperando estar más seguros fuera que dentro.

           Y entonces ahí estaban, los tenían enfrente, en formación, como un batallón a punto de atacar. No tenían escapatoria, eran demasiados y aunque echaran a correr ¿a dónde irían?, estaban por todas partes, eran miles. Pero morirían luchado. Desenfundaron sus armas y se pusieron a disparar.

          

         

 

 

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