sábado, 27 de marzo de 2021

REGALO

 

 

Soy ciego. Pero no nací privado de la vista. Un fatídico accidente de coche, hace cinco años, envolvió mi vida en sombras. Imagínense ustedes cómo me sentí cuando me di cuenta de lo que pasaba. La alegría de seguir con vida, dio paso a la ira de no haber muerto, para qué vivir si ya no podía contemplar el rostro de mi amada esposa y el de mi querida hija.  Meses de terapia para superar el trauma. Aprendía a utilizar mis otros sentidos y a fingir que todo iba bien. Me gustaba dormir, mi esposa dice que parezco una marmota, pero no es así. Finjo que duermo. Las noches son lo peor, no hay una en que no escuche pasos en la habitación, voces susurrándome al oído, incluso vislumbro, figuras altas y delgadas, de dientes afilados y garras que me acechan entre las sombras de mi habitación. No se lo cuento a nadie, para qué, pensarán que son alucinaciones provocadas por mi trauma. Tal vez sea así, pero son tan nítidas….

Hoy es un día especial y aunque no me apetezca mucho celebrarlo sé que mi esposa lleva días preparándolo todo para darme una sorpresa. Hoy, 26 de marzo, celebro mi cumpleaños número 40. Me haré el sorprendido, sonreiré y fingiré (son un experto en eso) que soy feliz. El olor del adobo llega a mi habitación, y aviva mis ganas de desayunar. Pero antes debo escuchar el radiograbador que puse por la noche, espero que no haya nada grabado en él.

Cuando mi vida dio este giro inesperado, tuve que mandatar a mi hermano para que se hiciera cargo de mis negocios. Hace un buen trabajo, le ayudo cuando me lo pide, pero sin salir de la sombra y exponerme a miradas curiosas.

Me levanto para ir al baño. Conozco el camino de sobra, no me hace falta el bastón. Pero sobre la silla que está al lado de la cama hay algo, lo toco y sé lo que es, el vestido que mi esposa se pondrá esa tarde, sé que es de color rojo, no porque lo “vea” ni sea adivino, sino porque me lo dijo ella, le encanta ese color. La habitación está tan ordenada que, como siempre, no encuentro ningún obstáculo en mi camino al baño.

Otro olor inunda la casa, es el olor a manzana. Intuyo que, en la cocina, se está preparando una tarta, es mi preferida.

Salgo un rato al jardín, me gusta el olor que trae la primavera consigo. Es el olor del resurgir de la vida. Me siento a escuchar los ruidos que hay a mi alrededor, casi puedo escuchar crecer la hierba, las flores abrir sus pétalos al sol y por primera vez en mucho tiempo me siento en paz conmigo mismo y con la naturaleza.

Los invitados a mi cumpleaños empiezan a llegar. Me saludan, me abrazan y parecen alegrarse de verme. Estoy feliz de que estén conmigo en este día tan especial, los cuarenta no se celebran todos los días y tengo que reprimir unas lágrimas por la emoción que aflora en mí. La comida se celebra en armonía y con muy buenas vibraciones, la primavera está haciendo efecto en todos y cada uno de nosotros. Mi sobrina se acerca a mí y me da un paquete. Un regalo. Lo abro, lo toco y me doy cuenta de que es un jersey, la abrazo emocionado, me dice que lo hizo ella, eso tiene un valor añadido. Me lo pruebo, es ligero, pero abriga. Fue el primer regalo de varios. Debido a la emoción que me embarga no puedo evitar romper a llorar. No me avergüenzo de ello, los hombres también lloramos y sienta muy bien hacerlo de vez en cuando.

Creía que la ronda de regalos había llegado a su fin. Pero me equivoqué. Sonó el timbre de la puerta. Entonces el silencio se hizo a mi alrededor. En mi mundo de oscuridad, no podía apreciar lo que estaba pasando. Nadie decía nada. Escuché la voz de mi esposa hablando con alguien, parecía la voz de un hombre. También los pasos de ambos dirigiéndose al comedor donde estábamos reunidos. Me saludó por mi nombre y me entregó algo. Parecía un sobre. Reconozco que estaba nervioso, inquieto y asustado incluso. Las manos me temblaban. Me dio la impresión de que tenía corchetes, pero eran unos clips, que sujetaban aquellas hojas de papel. Era obvio que no podía leer lo que hubiera allí escrito, a no ser que estuviera en braille. Mi querida esposa ese acercó a mí y dulcemente me dijo que aquello era un regalo que aquel hombre, muy amablemente, me hacía. El citado hombre era un prestigioso cirujano oftalmólogo y lo que estaba escrito en aquellas hojas era un consentimiento que debía firmar para una operación que me devolvería la visión. Le pregunté, en un hilo de voz, a causa de la emoción, las probabilidades de éxito, me dijo que eran del 99%. No os podéis imaginar lo que sentí en esos momentos, un cúmulo de sentimientos se agolparon en mí, quería llorar, gritar, saltar, pero no hice nada de todo aquello. Sólo pude asentir con la cabeza y firmé aquella hoja. Había abierto de nuevo la puerta que se había cerrado tras de mi hacía cinco años. Y lo primero que se me vino a la cabeza fueron embarcaciones navegando por el largo y ancho mar. Y mi deseo cuando recuperara la vista, sería ir en una de ellas, sentir la brisa y el sol en mi cara y gritar a pleno pulmón. Y tal vez, el regreso de la luz a mi vida, disiparía los monstruos y las voces que surgían de la oscuridad.

 

 

 


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