miércoles, 16 de junio de 2021

MI CUMPLEAÑOS

 

 

 

 

 A la salida del colegio y de regreso a casa, veo una bicicleta roja en el escaparate de una tienda. Me quedo embelesado mirándola, me acerco al cristal y apoyo mi cara contra él para poder verla más de cerca. ¡Es la más bonita del mundo! Mi amigo Marco está a mi lado, también la mira. Frunce el ceño mientras comenta, que no es para tanto. Le doy un empujón y salgo pedaleando hacia mi casa. Él hace lo mismo tras de mí. En dos días será mi cumpleaños y puedo asegurar, sin ninguna duda, que aquel sería el regalo perfecto.

Al fin llega el día tan anhelado. Me levanto contento y nervioso al mismo tiempo, con ganas de tener aquella bicicleta entre mis manos y salir a dar una larga vuelta con ella. Pero a medida que van llegando los invitados con los regalos, me doy cuenta de que no hay ninguno que, por su tamaño, me haga pensar que es ella. Es más, no me la regalaron. Ni siquiera mis padres, a los que tanto les supliqué, en su lugar me dieron una cámara de fotos. Está bien, tengo verdadera pasión por la fotografía, pero aquella bici…  Para mi desconcierto, mi amigo Marco llega a mi fiesta con una flamante bicicleta, “mi bicicleta”. No recuerdo haberme enfadado tanto en toda mi vida. Entonces una idea irrumpió en mi cabeza. Me acerco abriéndome paso entre el corrillo de chavales que se formó a su alrededor para contemplar aquella belleza, me planto delante de él y le reto a una carrera. Mi bicicleta no está a la altura de la suya, sé que me ganará, pero tengo una sorpresa para él. Nos adentramos en el bosque siguiendo un viejo sendero que lleva directamente a un viejo puente de madera colgante. Conozco el miedo a las alturas que sufre Marco y mi idea es que lo cruce con su flamante regalo de niño mimado y consentido. Al llegar allí frena en seco, enmudece, mientras su semblante se torna blanco como la cera. Lo llamo a gritos, al tiempo que voy pedaleando por el puente, llamándole gallina mientras imito a una. Mi bicicleta adquiere una gran velocidad. El puente oscila peligrosamente y entonces.... Caigo sobre un jardín, mi bicicleta hace lo mismo a mi lado. Frente a mí, veo una enorme casa. Sacudo el polvo de mis vaqueros, agarro mi bicicleta y me encamino hacia ella. La puerta está abierta así que, sin pensarlo mucho, entro. Dejo la bicicleta en el suelo y miro a mi alrededor. La casa es enorme. Se escuchan unos ruidos similares a los que hacen los muebles al ser arrastrados por el suelo y alguien tarareando una canción, en el piso de arriba. Subo las inmensas escaleras que tengo enfrente, despacio, intentando no hacer ruido. En la habitación hay un hombre de espaldas a la puerta. Va vestido completamente de blanco con una camisa y un pantalón. Sus pies están descalzos y lleva una boina del mismo color cubriéndole la cabeza.  Está pintando un cuadro. Me doy cuenta de que esa pintura la vi en algún sitio.  Es una de las obras que aparecen en mi libro de historia del arte. Puedo recordar hasta el nombre del cuadro: El Guernica. Entonces aquel hombre tiene que ser…. Picasso. Un grito escapa de mi garganta. Aquello no podía estar pasando, por lo que había estudiado aquel pintor estaba muerto. El hombre se gira y me contempla, su cara muestra el enfado que siente en esos momentos. Se va acercando a mí lentamente sin dejar de mirarme a los ojos. No puedo moverme, el miedo que siento me tiene paralizado todo el cuerpo. El hombre está tan cerca que puedo sentir su aliento sobre mi cara. Me agarra de la camiseta. En ese momento salí de aquel trance y corrí y corrí como alma que lleva el diablo sin parar de gritar. Mi madre acudió a mi cuarto alertada por los gritos que profería. Me desperté temblando y bañado en sudor, balbuceando cosas ininteligibles. A mi madre le llevó un buen rato calmarme, estaba muy nervioso y desorientado. Cuando lo consiguió bajamos a la cocina a desayunar. Junto a la nevera había un regalo esperándole. Era mi cumpleaños. Por el tamaño del paquete sabía lo que era. Mi deseada bicicleta roja.

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