viernes, 18 de junio de 2021

LA ENTREVISTA

 

 

 

Después del gran éxito de su última novela decidió tomarse un descanso alejándose de todo y de todos. Había tomado el último vuelo disponible aquella noche ante la insistencia de la editorial (incluso le habían pagado el vuelo). Tenía que acudir al día siguiente, a un restaurante muy famoso del centro de la cuidad, donde almorzaría con una importante periodista que le haría una entrevista informal, pero vital para su carrera. (de la cual le habían informado hacía meses y de la que se había olvidado.). En ella, se pretendía que sus lectores conocieran su lado más humano, sus gustos, inquietudes, aficiones, relegando a un segundo lugar su faceta como escritor de éxito. Durante casi toda su vida, su parte más íntima había sido un secreto, salvando dos o tres noticias puntuales, como el nacimiento de su hijo, la muerte de su mujer y haber logrado un premio nobel, nada más se conocía sobre él. Aquello creó un aura de misterio a su alrededor, beneficiando la venta masiva de sus novelas. No había fotos recientes de él, las pocas que se podían conseguir eran de su época de instituto, la universidad y por supuesto la del día que recogió aquel vanagloriado y merecido premio a su carrera. La editorial creía que ya había llegado ese momento. Y él, a sus setenta y cinco años, se sentía preparado. Aquella entrevista le serviría para abrir camino hacia su autografía que había comenzado a escribir durante sus vacaciones y de la cual la editorial todavía no tenía noticia. Durante el trayecto en el avión se empezó a sentir un poco indispuesto. Lo achacó a las turbulencias que no cesaron durante todo el trayecto. Al llegar a su casa, el malestar y el cansancio se habían incrementado notablemente. Decidió tomarse una ducha y acostarse, pensando que al día siguiente estaría totalmente recuperado.

La periodista que iba a realizar la entrevista era una veterana en el mundo de la comunicación, 30 años de carrera continuados, la avalaban. Ahora era la directora de una importante cadena de televisión y por supuesto, una gran admiradora de aquel escritor desde los inicios de su carrera. Por eso, a medida que se acercaba la hora no podía dejar de sentirse cada vez más nerviosa. Nada habitual en ella, poseedora de unos nervios de acero en momentos decisivos. Pero esta vez era diferente. Durante muchos años había ansiado realizar esa entrevista. Para ella iba más allá de lo meramente profesional, entrando más bien en el terreno personal. Conocía bastante bien a aquel hombre. Sabía de la relación cordial y afectuosa que mantenía con su hijo, un respetado juez del tribunal constitucional. Tenía en su poder los informes médicos de la enfermedad de su mujer. Sabía que tenía una cicatriz en su cuerpo a causa de un accidente de tráfico cuando era joven. Conocía esos detalles y otros muchos porque…. Su mente dejó de vagar cuando una figura alta, delgada, vestida con un caro trajo negro, complementado con un sombrero del mismo color, entró en el comedor con ayuda de un bastón, su compañero en el camino en los últimos cinco años. Se sonrojó al verlo entrar, pero a medida que el escritor se iba acercando a ella, su semblante fue demudando de color hasta quedar blanco como la cera.

 

Cuando se despertó a la mañana siguiente el cansancio y el malestar de su cuerpo no había cesado, todo lo contrario, se había incrementado considerablemente. Se levantó con verdadero esfuerzo de la cama y lentamente se dirigió al baño. Se miró en el espejo. La imagen que vio en ella era tan terrible que un grito de terror salió de su garganta. Tenía la cara llena de pústulas, no necesitaba un viscosímetro para darse cuenta de la cantidad viscosa que emanaba de ellas. Pensó en ir a su habitación coger el revólver que tenía en la mesilla de noche y pegarse un tirio en la sien. Corrió las cortinas de la ventana, para que nadie lo viera. A contraluz los granos tenían peor aspecto, si cabe. Se quitó el pijama comprobando que no sólo estaban en la cara, el cuerpo entero estaba plagado por aquellas llagas. Aquello era un verdadero arte en lo referente al deterioro del cuerpo humano. Hizo un balance de la situación. No podría presentarse así a la entrevista. Eso, por una parte, la segunda parte sería llamar a la editorial para que conocieran la situación en la que se encontraba y también creía necesario que lo viera un médico. Se encaminó al salón para hacer la llamada, por el camino y debido a su andar lento y tambaleante, tropezó con el bajo que cayó al suelo, dejando escapar unas lánguidas notas. Tras el tercer tono atendieron su llamada. Se escuchaba el llanto de un bebé al otro lado de la línea, seguramente era el pequeño de su editora. Cuando escuchó su voz, le contó lo que le pasaba. Ella lo tranquilizó diciéndole que en media hora estaría en su casa acompañada de un médico. En el tiempo programado vio desde la ventana de su dormitorio como un coche se acercaba a la puerta. Era su editora acompañada por el médico. Un muchacho montado en bicicleta acababa de lanzar el periódico cayendo de lleno en el conuco, destrozando algunas hortalizas. Se dio la vuelta para no ver los desperfectos causados y fue a abrir la puerta a sus invitados.

Tras la exploración, el doctor llegó a la conclusión de que aquello no era contagioso y que su vida no corría peligro. Tomando unos fármacos que le iba a recetar, vería resultados visibles en poco tiempo. La gran pregunta ahora está en cómo iba a asistir así a la entrevista. No podían aplazarla, llevaban meses programándola. Se les ocurrió una idea.

La periodista se dio cuenta de que aquel hombre que se acercaba a ella no era el escritor que espera. Era un impostor. A los demás los podrían engañar a ella no porque había sido su amante durante veinte años.

 

 

 

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