miércoles, 20 de julio de 2022

INVASIÓN DEMONÍACA

 

- ¿Queréis salvar vuestras almas?, si es así, escuchad lo que os tengo que decir.

Un joven de unos veinte años, vestido con una camisa blanca y unos vaqueros desteñidos, formulaba esa pregunta mientras recorría las calles de la ciudad. Llevaba entre sus manos una biblia encuadernada en cuero.

La gente lo miraba con cierta desconfianza e incluso miedo, apresurando el paso al pasar junto a él.

El muchacho siguió su camino, sin cejar en su intento de ser escuchado.

Llegó a la plaza mayor. Allí se encaramó al viejo olmo que, desde hacía varias décadas, era testigo silencioso de todo lo que pasaba en el pueblo.

Algunas personas llevadas por la curiosidad, comenzaron a escucharlo dejando, eso sí, una cierta distancia entre ellos como temiendo que la locura de aquel joven fuera contagiosa.

-He tenido una revelación –comenzó a decir- esta noche vuestro ganado morirá. Es el principio del fin.

Los vecinos horrorizados por aquellas palabras, trataron de encubrir el temor que sentían de que aquello fuera cierto, tildándolo de charlatán y loco.

Abandonaron el lugar entre risas y bromas.

Pero esa noche lo que aquel muchacho había predicho se cumplió. El ganado apareció muerto por la mañana.

A la misma hora del día anterior el muchacho volvió a subir a aquel árbol y volvió a hablar.

-Esta noche caerán piedras del cielo y arrasarán vuestros cultivos.

Los más escépticos llamaron a la policía. Pasó la noche en una celda de la comisaría.

Al anochecer de ese día, grandes piedras en forma de granizo cayeron del cielo, arrasando por completo todos los cultivos del pueblo.

El miedo se adueñó del pueblo. Los vecinos temerosos de lo que pudiera pasar la noche siguiente se congregaron frente a la comisaría. Querían saber la nueva desgracia que caería sobre ellos.

Antes los gritos de los congregados, la policía no tuvo más remedio que dejarlo salir. Cuando lo vieron aparecer, la gente comenzó a suplicarle que les dijera que iba a suceder esa noche. El joven se veía cansado y ojeroso. Habló despacio, y con cada palabra que pronunciaba punzadas de dolor atravesaban el corazón de aquella gente.

-Esta noche, los niños y los ancianos, morirán.

La reacción de los vecinos no tardó en manifestarse. Como una horda de zombis comenzaron a acercarse a él. Sus intenciones no eran nada halagüeñas. La policía tuvo que intervenir. Lograron salvar la vida del muchacho metiéndolo dentro de comisaría. Aun así, no pudieron evitar que algún compañero resultara herido.

Esa noche, por su seguridad, volvió a pasarla en el calabozo.

A la mañana siguiente los niños y los ancianos habían muerto.

Esta vez los vecinos aparecieron enfurecidos, gritando como posesos y armados con aperos de labranza, cuchillos y diversos objetos punzantes, dispuesto a matar a aquel muchacho al que acusaban de ser el culpable de los males que les estaban ocurriendo.

Un grupo de policías, armados hasta los dientes, salieron a calmar los ánimos de los vecinos.

El comisario salió con una hoja en la mano.

Al ver el semblante que presentaba, serio, blanco como la cera y con un ligero temblor en las manos todos los presentes guardaron silencio. Sabían que nada bueno saldría de aquella lectura.

Alguien gritó:

- ¡Dinos de una vez que ha visto “El Profeta”! ¿Qué nuevos males nos esperan?

-Hemos reproducido palabra por palabra, lo que nos fue dictando el muchacho. El joven que ha predicho todo lo que ha pasado en estas últimas noches con un acierto total.  

“Al caer la noche, cuando las primeras sombras cubran vuestro pueblo, el sueño os invadirá. No durmáis. Tenéis que manteneros despiertos hasta el amanecer, de lo contrario, vuestras almas estarán condenadas al fuego eterno por los siglos de los siglos. “

Se escucharon unos murmullos seguidos de suspiros de alivio. Aquella noche nadie iba a morir ni nada sería destruido. Quedarse despierto no sería tan difícil, pensaban. Los ánimos fueron decayendo y aquella euforia por destrozarlo todo, desapareció. La resignación los envolvió en su manto de delirio y poco a poco fueron abandonando el lugar.

La tarde estaba llegando a su fin.

Las primeras sombras comenzaron a deslizarse, furtivas, sigilosas por cada rincón del pueblo.

Las casas iluminadas mostraban a sus ocupantes en sus rutinas diarias. Pero había algo diferente. Nadie se preparaba para irse a dormir. Todos estaban viendo la tele, escuchando la radio o bebiendo cantidades ingestas de café para no quedarse dormido.

Estos últimos, los que llevaban la cafeína corriendo por sus venas, lograron mantenerse despiertos para ver como miembros de su familia caían desplomados al sucumbir al sueño. Los intentos por despertarlos eran inútiles, habían caído en un sueño profundo, como si hubieran entrado en coma, o peor aún, como si estuvieran muertos.

Lo que les llevó al borde de la locura, fue ver como aquellas sombras que los rodeaban se movían, adquiriendo formas grotescas, espeluznantes. Monstruos salidos del averno dispuestos a conquistar el mundo de los vivos.

Aquella noche en comisaría había cinco personas, de las cuales, tres no pudieron evitar quedarse dormidos.

La recepcionista y un compañero eran los únicos despiertos. Se acercaron a la celda donde estaba encerrado el muchacho al escuchar unos estruendos que provenían de aquel lugar del sótano.

Apuntando con sus armas se acercaron.

El miedo los envolvió al ver como los barrotes de la celda estaban doblados como si fuesen blandos como la plastilina y no barras de hierro. No había rastro del joven.

- ¿Me buscabais? –preguntó una voz cavernosa a sus espaldas

Se giraron y vieron a un monstruo de unos dos metros de altura, cubierto de escamas de pies a cabeza, con unos ojos inyectados en sangre que los miraba con una ira y una crueldad desmesurada.

Aquel muchacho al que llamaban “El Profeta” dio el primer paso para la invasión.

 

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