miércoles, 7 de diciembre de 2022

BIENVENIDO A LA LOCURA

 

El llanto de un bebé la despertó. Somnolienta, a causa de las pastillas que le daban para mantenerla calmada, le costó un rato orientarse. Ese gemido lastimero la había arrancado de un hermoso sueño. Un sueño en el que era libre. Un sueño en el que, con su bebé en brazos, caminaba por un vasto prado cubierto de hermosas flores de colores. Un sueño del que, si le hubieran preguntado, no querría despertar jamás. Pero ahí estaba. Otra vez despierta. En otra realidad muy distinta a la soñada. Otra vez se encontraba sumida en el infierno en el que se había convertido su vida, con los pies y las manos atadas a la cama mediante unas grandes cadenas que le reducían el movimiento.

El llanto provenía de la pared que tenía a su derecha. A pesar de que la noche ya había caído y que las sombras eran su única compañía en aquella claustrofóbica habitación donde la tenían retenida, la luz tenue que arrojaba la luna a través del pequeño ventanuco situado en el techo le dejaba ver las marcas que había dejado en las piedras que recubrían su celda hechas con sus uñas, fruto de la desesperación. Quería hacer un hueco en la pared y así poder salvar a aquel bebé, su bebé…

Aquella era la causa de que la hubieran encadenado.  El director del psiquiátrico, su marido, había tomado aquella decisión. No la había consultado ni para eso, ni para encerrarla allí tras la muerte de su bebé. Unas fuertes fiebres se lo habían arrebatado de su lado, dejando en su lugar, una gran depresión que con el paso de los días no hacía más que incrementar. Se despertaba a media noche porque escuchaba el llanto de su pequeño. Salía a buscarlo desesperada por abrazarlo y mecerlo entre sus brazos. Perdía la noción del tiempo. La encontraban al amanecer media muerta de frío, temblando y balbuceando palabras inconexas.

Llevaba mucho tiempo atada. Pero eso no la disuadía de Intentar llegar hasta la pared. Pero las gruesas cadenas se lo impedían. Lloraba implorando clemencia. Lloraba… gritaba….

Entonces… la puerta se abría, siempre era igual, día tras días, alguien entraba y le clavaba una aguja en el brazo. A veces veía la cara de esa persona, otras veces debido a su dolor ni siquiera escuchaba la puerta al abrirse…Luego se olvidaba de su existencia, la suya, la de su bebé y la del mundo entero.

Pero ese día no gritó, no lloró ni siquiera intentó llegar a la pared para salvar a su bebé. No lo hizo. Se sentó en su camastro. Con la mirada puesta en la pared de dónde provenían los llantos y esperó.

Escuchó la puerta al abrirse. Cerró los ojos y se hizo la dormida. Unos pasos se acercaron a ella. Notó como alguien se sentaba a su lado. Conocía aquel olor. Aquella colonia. Sabía quién era.

Las sombras se habían vuelto sus alidadas. Le hablaban y la tranquilizaban. Le dijeron lo que tenía que hacer. Le habían soltado las cadenas de las manos.

Dejó que su marido le hablara largo y tendido. Le costó mantenerse quieta cuando presa de la culpa y el remordimiento rompió a llorar. El hombre apoyó su cabeza sobre su pecho y se adormeció.

Entre sueños escuchó una voz gutural que le susurra al oído:

-¡¡¡Te arrastraré con mis cadenas hasta el abismo de la locura!!!!

Al día siguiente encontraron al director del hospital completamente desnudo, atado a la cama, delirando y totalmente ido.

 

 

 

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