jueves, 11 de diciembre de 2025

BIENVENIDO A DERRY

 Jack Mortel sería el nuevo sheriff de Derry. Cuando pusieron la propuesta en la mesa nadie la quiso. Jack lo tomó como un reto en su carrera y la aceptó. Eran muchas las historias que sus compañeros le contaron sobre aquel sitio, situaciones, según Jack, que no tenían ni pies ni cabeza, para él eran solo cuentos de vieja para asustar a los niños.

Pero cuando pasó el cartel que rezaba BIENVENIDOS A DERRY un helado escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Aparcó en la cuneta, bajó del coche y cogió la cazadora que llevaba en el asiento de atrás. De uno de los bolsillos sacó una cajetilla de tabaco. Encendió un cigarro y se puso a escuchar el silencio que cubría aquella parte del bosque.

Porque no se oía nada, ni el crujir de una rama ni el sonido de un pájaro, nada.  

Terminó el cigarro y se subió al coche.

En cuanto llegó a la comisaría un grupo de tres personas. entre ellas la recepcionista, le dieron la bienvenida. Y a continuación sin más preámbulos le pusieron un expediente encima de su recién estrenada mesa.

El día anterior tres niños habían desaparecido tras salir con sus bicicletas a dar una vuelta por la tarde. 

En el expediente estaban reflejadas las conversaciones que los dos únicos agentes que había en la comisaría, habían realizado a los padres. Nadie sabía nada, habían dado el aviso de alarma cuando los muchachos no llegaron a casa a la hora de la cena. 

Siempre iban los tres juntos a todos lados: Daniel, Kate y Douglas.

Les preguntó a sus agentes si sabían donde se solían reunir.

Y allá se fueron en el todoterreno de la comisaría.

Era una roca enorme situada en medio de un gran prado y muy cerca del bosque. A lo lejos vieron las figuras de los tres niños encima de la roca y sus bicicletas al pie de ellas. No parecían asustados y no hicieron ningún movimiento cuando los vieron llegar. Las temperaturas de Derry por las noche bajaban unos diez grados y ellos no iban vestidos para pasar la noche allí.

-Allí están -dijo Jack

-¿Dónde? -preguntó uno de los agentes, un chaval pecoso de no más de veinte años.

-Allí -le señaló el sheriff- sobre la roca.

-Perdone señor pero encima de la roca no hay nadie.

De todas formas el sheriff paró el coche a una distancia prudencial. Los otros dos agentes no sabían qué hacer, si bajar o esperarlo en el todoterreno. Lo que sí tenían claro es que sobre aquella gran mole de piedra no había nadie.

Jack comenzó a escalar la piedra por el lado norte donde era más fácil subir.

Al llegar arriba comprobó que no estaban los niños. En su lugar había una persona disfrazada de payaso.

Jack desenfundó la pistola.

-¿Dónde están los niños?

-Mi querido sheriff, los niños no están aquí, como puede ver.

-Pero… si los he visto hace un momento.

El payaso se rió.

-Los niños están en un lugar seguro, donde son felices.

-¿Qué lugar es ese? -preguntó Jack sin dejar de apuntarle con la pistola.

-En todas partes y en ninguna, mi querido sheriff.

Jack se despertó de un sobresalto. Seguía sentado al volante de su coche a pocos metros del letrero que daba la bienvenida a Derry.

En el parabrisas estaba escrito: en Derry nada es lo que parece.


viernes, 5 de diciembre de 2025

LA NO HISTORIA. PARTE SEIS. EL FINAL.

 Hospital Universitario de A Coruña. Planta seis, habitación 606.

Dos enfermeras estaban en la habitación aseando a la mujer que yacía en la cama. Llevaba un mes en coma. Un taxista la había atropellado cuando la joven atravesó la calle corriendo. El hombre llamó inmediatamente a una ambulancia,

Cuando llegó a urgencias tenía múltiples magulladuras, varios huesos rotos y había perdido el conocimiento por completo.

-Me da mucha pena verla ahí en la cama, sin moverse, es tan joven… -comentó una de las enfermeras.

–Sí, tienes razón. Y lo peor es que nunca tiene visitas. Nadie viene a verla. Parece que nadie la echa de menos.

 Cuando terminaron de asearla salieron de la habitación cerrando despacio la puerta tras ellas.


-Mi querida escritora -le decía el hombre de la tienda de antigüedades arrimando la única silla que había en la habitación a la cama donde yacía la joven quieta, inmóvil- Mi pequeña Kate… se te ve tan frágil… como un pajarillo herido.

Kate al oír aquella voz el terror invadió todo su cuerpo. Miró a su alrededor y por la poca luz que llegaba hasta allí comprendió que estaba sumergida en un pozo. Escuchaba aquella voz que tanto pánico le daba lejana pero que retumbaba en su cabeza como si la utilizaran para jugar al fútbol. No podía dejarla que la dominara porque si lo hacía, de algún modo sabía, que nunca saldría de allí.

El hombre continuó hablándole. Y cuanto más lo hacía ella más cerca lo oía.

-Todos estos años suplicándome que te dejara libre y cuando al final lo consigues tu mente se bloquea y no puedes gozar de esa libertad tan ansiada ¿o si? porque la historia que has ido trazando en tu cabeza no está nada mal, incluso en coma no puedes dejar de escribir. Y me he dado cuenta de algo, todos tus personajes estuvieron en mi tienda, ¿Acaso querías delatarme? Kate mi Kate, eres una chica mala, muy mala. Ahora me doy cuenta de que todos los sedantes que te daba día tras día no aplacaban tus ganas de venganza. Conseguías, aun durmiendo, seguir escribiendo y creando personajes con la máquina de escribir manejada con tu mente.

Kate desoyendo las palabras del hombre se dio cuenta de que estaba en peligro y que tenía que salir de allí cuanto antes. Comenzó a tararear esa canción que su madre le cantaba  cuando era muy pequeña y que la había mantenido viva hasta ahora. Era una táctica para que aquel hombre no hurgara en su cerebro. Poco a poco fue agarrándose a las paredes mojadas y resbaladizas de aquel pozo, aprovechando los salientes que el tiempo y el agua fueron formando en la piedra.

(estrellita dónde estás, me pregunto quién serás, en el cielo y en el mar un diamante de verdad…)


-Mi querida niña, hay unos cuantos cabos sueltos en la no historia, porque esa historia que escribes en tu mente, no es real. Nada es real. Ni tienes hermanos, ni tienes hijos, ni vecinos mayores. Me sorprendió y al mismo tiempo me agradó tu visita. Que entraras en mi tienda como si nada y te fijaras en la máquina de escribir. Yo era un personaje de tu historia. Chica lista donde las haya. Eres valiente. 

Kate seguía trepando por aquella pared empinada y resbaladiza cantando la canción casi a gritos para no escuchar a aquel monstruo.

-Vamos a ver, tenías siete años cuando te secuestré, así que echando cuentas estuviste encerrada en mi sótano diez años. ¡Cómo pasa el tiempo! Parece que fue hace una semana cuando te llevé del parque delante de todo el mundo sin que nadie se diera cuenta. Ahora vive otra niña en mi sótano. Te lo digo por si te interesa saberlo, me imagino que no. 

Kate estaba llegando a la superficie, le faltaba tan poco. Ahora no podía rendirse.

El hombre continuó con su charla:

-Dejémonos de divagaciones y veamos los cabos sueltos que te has dejado en tu no historia. Primera: San mató a su esposa porque su hijo muerto lo llamó por teléfono y él pensó que la demencia estaba haciendo mella en él igual que había hecho en su mujer (por cierto la llamada la hice yo), así que con el puñal que llevaba en el paraguas, que le regalé yo, la mató y él se suicidó. Si iba a sufrir demencia como ella era mejor acabar con todo lo antes posible. Eso es lo que pensaba.

Segunda: tu supuesto hermano pensó que tú habías matado a tu hija por eso iba a toda velocidad  para tirar al mar las maletas, pensando que allí dentro estaban los restos de su sobrina. Pero no… en las maletas sólo había periódicos viejos. ¿Sabes que lo encontraron con la pipa que le regalé cosida a la boca? ¿Me estás ignorando Kate? 

Ya faltaba poco. Kate movió los dedos de la mano derecha y se topó con algo. No sabía lo que era aquello pero tenía la  esperanza que alguna enfermera le hubiese dejado un timbre al lado de su mano por si se despertaba. Tenía que ser eso, porque si no lo era estaría perdida.

El hombre siguió hablando: 

-Tercero: No te dejé terminar la no historia, porque tú de alguna manera buscabas un final feliz. Sabiendo que a mi no me gustan.


Él no la había hecho ir a la tienda, había sido por voluntad propia. Le regaló aquella máquina de escribir sin darse cuenta de las consecuencias que aquel acto provocaría. Tal vez se sorprendió de verla allí, aunque ese momento no era real, era parte de una historia. 

La máquina de escribir estaría en su casa. Su casa de verdad, la casa de sus padres. Rezaba para que todo lo que estaba pensando y haciendo ahora siguiera plasmándose en las hojas en blanco y sus padres llegaran a leerlas. Entonces, tal vez… solo tal vez, vinieran a buscarla.

Pero no podía tentar a la suerte. Tenía que luchar para conseguir la ayuda tan deseada.

El hombre no paraba de hablar mientras Kate intentaba timbrar.  Era el timbre, estaba segura y le faltaba unos centímetros para pulsarlo.  Sus dedos se movían lentos, le daba la impresión de que pesaban una tonelada cada uno.


-Te voy a inyectar en la bolsa del suero una sustancia que te hará dormir para siempre, no vas a sufrir mi querida niña, sólo te quedarás dormida un poco más de lo que ya estás. Sé que me escuchas y me encanta que sepas que vas a morir porque nadie sale de mi sótano sin mi permiso y tú lo hiciste en un descuido de mi parte. Me había olvidado llevarte algo de beber cuando te llevé la comida, y confiando en ti por todos aquellos años en los que fui tu mentor, tu amigo, tu padre… tú echaste a correr hacia la tienda. Yo te perseguí, claro está. Intenté llegar a la puerta y cerrarla con llave pero entonces…. Entró aquella señora. Tú la empujaste, ella se cayó al suelo y tú saliste a la calle corriendo y lo siguiente pues ya te lo imaginas. No puedes ver la jeringuilla que tengo entre las manos y ahora voy a inyectar este líquido mortal en tu bolsa de suero.

Kate al fin logró pulsar el timbre.

Un tropel de enfermeras entraron en la habitación. Habían recibido una llamada sobre la familia de Kate y hablaron de una máquina de escribir que aparentemente escribía sola y luego habían oído el timbre.

Kate abrió los ojos miró hacia su secuestrador y le sonrió mientras los de seguridad se lo llevaban. Y lo siguiente pues ya te lo imaginas……



 



viernes, 28 de noviembre de 2025

LA NO HISTORIA. PARTE CINCO. ENCUENTROS,

 Tomás al salir del trabajo, cogió el coche y puso rumbo a Finisterre. No se le ocurría un lugar mejor para deshacerse de esas maletas que llevaba en el coche.

Estaba anocheciendo, pero eso no le impidió reconocer a un hombre que iba por la carretera caminando a paso acelerado y cabizbajo. No le cabía la menor duda de que era San, el anciano que vivía en la casa al lado de la de su hermana.

A pesar de que el anciano iba en dirección a Coruña de donde venía él, no dudó ni un segundo en dar la vuelta en la rotonda y pararse a su lado. 

Al principio San no lo reconoció pero en cuanto pronunció su nombre, se paró y lo contempló con la mirada perdida.

Tomás se bajó del coche y le preguntó a dónde iba.

Él le respondió que a ver a Elena, su mujer. Tomás le dijo que subiera que lo llevaría él. San le dio las gracias y se subió al coche. 

Estuvieron un rato callados hasta que el anciano rompió el silencio.

-Hoy he recibido una llamada -le dijo mientras apretaba contra su pecho el paraguas que llevaba en la mano. Eran imaginaciones suyas o aquel paraguas tenía en la base algo inusual, le pareció una daga o un puñal pero no podía ver bien lo que era porque la luz de las farolas no llegaba a alumbrarlo. Lo que sí se podía ver claramente era la empuñadura en forma de león. 

-¿De quién?

San obvió la pregunta y siguió hablando.

-¿Te acuerdas de que hace tres años murieron mi hijo, mi nieto y mi nuera en aquel accidente de tráfico en la autopista de Santiago?

Tomás asintió con la cabeza. Había sido una auténtica tragedia. 

Elena y Santiago no tenían más hijos y desde entonces sus vidas cambiaron para siempre. Él lo había ido superando a su manera pero su mejor se fue marchitando como una flor a pasos agigantados.

-Bien pues me llamó hace una media hora diciéndome no se que de una casa que había comprado, que mi nieto era muy bueno en el fútbol y que no se podía hacer cargo de su madre.

Silencio

Tomás lo miró desde el asiento del conductor sorprendido. ¿Estaría perdiendo el juicio el buen hombre? 

-Bueno tú sabes tan bien como yo que mi hijo no pudo hacer esa jodida llamada porque está muerto. Pero había algo en su voz. Algo que me asustó. Me pareció reconocer a la persona o quien fuera al otro lado del teléfono. Y tuve un presentimiento. Algo estaba pasando o pasará en breves. Algo endiabladamente malo. Así que me dije: voy a visitar a Elena y sin pensarlo me puse en camino. 

-¿No pensaste que podría ser alguien que te estuviera haciendo una broma macabra?

San no respondió a la pregunta. Entonces Tomás le preguntó:

-¿Por qué no cogiste el coche?

Esta pregunta sí tuvo respuesta.

-Estoy demasiado nervioso para conducir, además estoy perdiendo la visión del ojo derecho.

-Muy bien ya hemos llegado, te espero en la cafetería mientras visitas a Elena y luego te llevo de vuelta a casa.

-Gracias amigo, sabía que podía contar contigo.

Tomás dejó al anciano en la puerta de la residencia y fue a aparcar el coche. 

Se acercó a la cafetería del centro y pidió un café con leche. Era el único cliente. 

Unos ruidos, llantos y gritos provenientes de los pisos superiores lo pusieron a él y al camarero en alerta. Iban a salir a preguntar qué pasaba cuando una enfermera cubierta de sangre entró en la cafetería. Estaba llorando y temblaba como una hoja a punto de caer. Se sentó ante una mesa mientras el camarero le llevaba un vaso de agua. Tomás también se acercó a la mesa y ambos le preguntaron a la mujer qué había pasado.

-Entre sollozos lograron comprender que Santiago Pemán había matado a su mujer y luego se había quitado la vida.

-¿Cómo la mató? -le preguntó Tomás sin poder creer lo que aquella mujer les estaba diciendo.

-Con un puñal que llevaba en el paraguas.

Comenzaron a escucharse las sirenas de la policía. No estaban lejos. 

Tomás se levantó y salió de la residencia. Si se quedaba corría el riesgo que descubrieran de una manera u otra lo que llevaba en el mallero. Era consciente de que era una paranoia suya. ¿Por qué le iban a registrar el coche? No tenían motivo para ello. Aquello había sido un asesinato y un suicidio. Más claro blanco y en botella. Aun así, encendió el coche y salió de allí como alma que lleva el diablo.


La escritora se había quedado dormida en el sofá viendo una película cuando el sonido de su móvil la despertó.

La estaba llamando una amiga enfermera que trabajaba en la residencia donde Elena, la mujer de San era una paciente.

No le dio buena espina aquella llamada.

Cuando colgaron al otro lado del teléfono ella estaba llorando.

Tenía que ir hasta allí. No tenían más familia desde que su único hijo había muerto con su familia, en un aparatoso accidente en la autopista. Un camión había perdido los frenos y había pasado por encima del coche.


Se vistió a toda prisa. Cogió el abrigo y el bolso y se subió al coche.

Cogió, lo que le pareció un atajo, ir por San Icía.

Santa Icía es una pequeña aldea situada después del cementerio de Feans. Era famosa por sus curvas y sobre todo por una recta cuesta abajo en la que ya se habían producido varios accidentes, el último hacía un año la de un chaval de unos veinte años que se salió de la carretera al no poder controlar el coche en un día lluvioso.

Estaba llegando a esa recta cuando vio que un coche bajaba a toda velocidad y dando eses. Le hizo luces y le pitó. En un momento pensó que iba a chocar contra ella así que se arrimó lo que pudo a la cuneta. 

Aquello le salvó la vida.

No tuvo la misma suerte el conductor del otro vehículo que al hacer un viraje de ciento ochenta grados las ruedas perdieron el contacto con la carretera  y volcó en la cuneta.


Continuará….



jueves, 27 de noviembre de 2025

MUERTE EN EL AULA

 Elisa permanecía sentada ante su mesa mirando fijamente al profesor de matemáticas que no paraba de hablarle. Que si había aprobado por los pelos, que si tenía que esforzarse más y que la clase de refuerzo que le había dado la semana anterior había jugado un gran papel en aquel aprobado y que si quería aprobar la asignatura tendría que seguir yendo a aquellas clases de refuerzo cada semana.

Elisa recordaba la vez que se había quedado a solas con aquel hombre. Tenía la cara surcada de arrugas que parecía el mapa de carretera de algún país para ella desconocido, una nariz aguileña y unos ojos negros como como el azabache. Pero lo que más  recordaba y le producía un estremecimiento por todo su cuerpo era su aliento. Una mezcla de tabaco, alcohol y muerte que le daba arcadas igual que cuando su madre le ponía un plato de brócoli para comer.

Aquel ser asqueroso (sabía que a algunas chicas le parecía atractivo, no podía entenderlo) le dijo que fuera hasta su mesa. Subió el peldaño que le separaba del resto de los alumnos como si fuera un ser superior a ellos, un dios arcano con un gran poder sobre ellos porque sabía que en sus manos tenía el aprobado que tanto deseaban para pasar de curso.

Elisa obedeció. Llevaba su libro de matemáticas en una mano y un bolígrafo en la otra.

Ella guardó una cierta distancia. Él le dijo que se acercara más agarrándola por la cintura, ella hizo un movimiento brusco consiguiendo que aquellas garras la soltaran. El profesor lejos de enfadarse se rió mostrando unos dientes amarillos por la nicotica. La agarró de la mano con fuerza  y le pidió que se sentara en su regazo. Ella rehusó la invitación. En su mundo que una alumna lo rechazara era inconcebible. Todavía era atractivo y eso jugaba a su favor. Una buena nota en su asignatura, la nota más alta y tendría un currículum brillante de cara a la universidad.

Pero ella se resistía. En ese momento de incertidumbre, en esos segundos en los que el profesor dudó de lo que pasaba, Elisa aprovechó para golpearle en la cabeza con el libro de matemáticas y a continuación le clavó el bolígrafo en la garganta, directo a la yugular.

La sangre comenzó a salir a borbotones cubriendo la ropa y la mesa del profesor de sangre.

Ella se limitó a limpiar el bolígrafo manchado de sangre en la ropa del profesor. Fue hasta su mesa. Guardó el libro de matemáticas en la mochila junto al bolígrafo. Se puso el abrigo y salió del aula.

No haría nada con el cuerpo, no merecía la pena. Lo encontrarían tarde o temprano. Le daba igual.

No había nadie en el instituto, incluso el conserje se había ido a casa. Se ocultó de las cámaras que había en el exterior del instituto y siguiendo una senda por el bosque llegó a casa.

La complejidad de la clase trajo la muerte.


viernes, 21 de noviembre de 2025

LA NO HISTORIA. PARTE CUATRO. CASUALIDADES

 Santiago Pemán, San, para amigos y familiares llegó a su casa. Cuando estaba poniendo la llave en la cerradura para abrir la puerta escuchó que el teléfono sonaba insistentemente. Entró y descolgó el auricular. El teléfono estaba en el mueble de la entrada donde dejaba las llaves y la cartera cuando llegaba a casa. 

San, era de los de antes, no le gustaba la tecnología y siempre se había negado a comprar un móvil. Su hijo se había ofrecido a conseguirle uno, incluso se lo compró. San puso cara de entusiasmo para no defraudar a su hijo cuando se lo dio pero cuando este se fue, el móvil había acabado en su mesilla de noche.

-¡Hola papá! ¿Cómo estás?

-Hola hijo. Pues bien, muy bien ¿y vosotros?

-Todo bien papá, Paloma está bien y Santi está hecho un fenómeno en el fútbol.

-No sabes lo que me alegra -San hizo una pausa y luego le preguntó- ¿Cuándo vais a venir por aquí?

Un silencio sepulcral se hizo tras esa pregunta que duró más de lo que tenía que durar.

Al final el hijo le respondió.

-Papá tenemos que hablar.

Mal asunto, pensó San.

-Hemos vendido el piso y nos hemos comprado una casa a las afueras de Coruña -otra pausa- verás con lo de la hipoteca, el colegio del niño y Paloma en el paro no puedo hacerme cargo de la parte que me corresponde del pago de la residencia de mamá. Y con tu sueldo de jubilado tampoco podrás hacer frente al pago mensual.

Silencio por parte de San, sabía por dónde quería ir su hijo pero lo dejó hablar.

-Entonces Paloma y yo pensamos que lo mejor es que mamá volviera a vivir contigo y tal vez pudiéramos pagar una enfermera que te ayudase con sus cuidados. Nos saldría más barato que tenerla en la residencia.

Al final San rompió el silencio después de pensarlo.

-Vale hijo, como quieras.

-Gracias papá por entenderlo. La residencia está pagada hasta final de mes. Luego te la llevarán a casa en una ambulancia. Ya está todo solucionado.

Así que ya lo había tramado todo a sus espaldas, pensó San.

Tras cortar la comunicación, San se puso de nuevo su anorak, cogió su paraguas y salió de la casa.


Mientras tanto, al lado de la tienda de antigüedades había sucedido un altercado. A una mujer le habían robado el bolso y se había caído. Debido a la caída se había dado un fuerte golpe en la cabeza y cuando avisaron en la central él era el que más cerca estaba de allí. 

Su compañero Fran y él se bajaron del coche patrulla para evaluar los hechos.

Estaba pidiendo una ambulancia por la radio cuando alguien le tocó el hombro.

Se giró y vio al hombre que le había vendido la pipa.

-Tengo algo para tí Tomás. Está en mi tienda.

-Ahora estoy ocupado -le respondió airoso.

-Muy bien si no vienes a recogerlo lo dejaré en la calle y sospecho que en poco tiempo llamará la atención y alguien vendrá, tal vez tú y tu compañero, a recogerlo y entonces….

Tomás se puso pálido y comenzó a temblar.

-De acuerdo, vamos a ver lo que es. 

Un mal presentimiento le oprimía el pecho.

En la entrada había dos maletas que conocía muy bien.

-Como ves son las maletas que hace un año metiste en mi taxi y dejaste en el aeropuerto

-¿Por qué las tienes tú?

-Tomás. estuve esperando a que tu sobrina las recogiera pero al cabo de un buen rato al ver que nadie las reclamaba las volvi a meter en el taxi y las traje a la tienda.

-¿Por qué no me las diste el día que me diste la pipa?

-Porque cada cosa tiene su momento y aquel no era el apropiado.

Tras una pausa el hombre le preguntó:

-No quiero aguarle más la fiesta de lo que ya está, pero ¿qué tal te va la pipa? La marihuana sabe mejor, supongo. ¿Estoy en lo cierto?

-Ahora estoy trabajando, vendré más tarde a por ellas -fue la respuesta de Tomás obviando la pregunta del dueño de la tienda.

-No, las llevas ahora -le respondió de manera cortante dándole a entender que aquello era una orden y que no admitía un no por respuesta.

Tomás colocó las maletas en el coche patrulla malhumorado. Cuando llegara al cuartel las pondría en el maletero de su coche y se desharía de ellas.


La escritora había llegado a casa cargando con la vieja máquina de escribir. En el coche había estado pensando en lo surrealista de lo que le había pasado en aquella tienda y la impresión de que aquel ·regalo· tenía algún motivo escondido que ella no lograba comprender.

Decidió que dejaría aparte su portátil (de momento) y comenzaría a utilizar aquella máquina de escribir como a la vieja usanza.

Así que dejó a un lado el portátil y puso en su lugar la nueva adquisición. Colocó una hoja en blanco y decidió que comenzaría su trabajo al día siguiente. Necesitaba descansar. 


Continuará…..


jueves, 20 de noviembre de 2025

EL HOMBRE DE ARENA

 Elisa estaba con sus amigos en una vieja fábrica abandonada a las afueras de la ciudad. Solían reunirse allí los fines de semana. Ponían música y bebían hasta bien entrada la noche.

Les gustaba contar historias de miedo, cada cual más macabra e insólita que la anterior. 

Lo pasaban bien, eran una piña, siempre juntos. Elisa, Andrea, Jaime, Tomas y Luna.

Elisa era la más escéptica del grupo. Aquellos relatos, aquellas leyendas urbanas no le daban miedo, se lo tomaba como lo que ella creía que eran, puros chismes y cuentos para asustar a la gente.

Todos en el grupo lo sabían y entonces Jaime, que era el que más historias de miedo conocía, le propuso un reto que había visto ese día en internet.

-Elisa te reto a que esta noche invoques al hombre de arena.

-Por qué yo? -preguntó mirando a los demás chicos.

-Porque eres la más adecuada, nada te da miedo y esto pondrá a prueba tu escepticismo.

Elisa puso los ojos en blanco y todos se rieron.

-A ver dime de qué se trata.

-Tienes que cantar una nana para que funcione.

-¿Me estás tomando el pelo? porque me levanto y me voy.

-No, no, espera -le suplicó Jaime- es parte del reto, de esa manera

entra el hombre de arena en tu habitación. Tienes que cantarle mientras él echa arena en tus ojos para que no tengas pesadillas.  Así que esta noche cuando te vayas a acostar tienes que cantar esta canción:

“Duerme,

niño chiquito,

duerme,

mi alma,

duérmete,

lucerito de la mañana”


Al día siguiente sus amigos esperaban a Elisa delante del instituto para preguntarle si lo había hecho y si era así si había funcionado.

Pero Elisa no apareció.

Pensando que llegaría tarde se fueron a clase.

Cuando pasaban cinco minutos de las 9 de la mañana, el director por megafonía avisó a todos los alumnos del instituto que una compañera suya, Elisa Salazar, había desaparecido esa noche de su casa. Se iban a hacer batidas por los bosques, así que, necesitaban toda la ayuda posible. Los chicos y chicas de los últimos cursos que se apuntaran no tendrán clase ese día.

Más tarde sus amigos pudieron saber por el padre de Luna, que era policía, que la habitación de Elisa estaba llena de arena. Lo peor estaba en su cama. Allí la arena había tomado la forma de un ser humano. ¿Sería Elisa ese montón de arena?


BIENVENIDO A DERRY

  Jack Mortel sería el nuevo sheriff de Derry. Cuando pusieron la propuesta en la mesa nadie la quiso. Jack lo tomó como un reto en su carre...