sábado, 6 de marzo de 2021

HISTORIA DE UNA GUERRA

 


 

Aquellos tres jóvenes habían sido llamados a alistarse al ejército. Tenían 18 años, vivían en el mismo pueblo y eran amigos desde muy pequeños, siempre andaban juntos. Tenían muchos planes para cuando acabaran el instituto, uno de ellos quería ser mecánico como su padre y trabajar con él en el taller, a otro le fascinaba el mundo de las leyes, tal vez llegaría a ser un gran abogado y el tercero soñaba con ser una estrella del cine, algún día. Aquel fatídico día en el que tenían que partir hacia una guerra que les quedaba grande, sus familias y amigos los fueron a despedir al tren. Hubo lágrimas, abrazos y buenos deseos. Cuando llegaron a su destino, tuvieron unos meses de entrenamiento militar, les enseñaron a formar y a disparar. Hubo una selección entre los soldados recién llegados y más jóvenes, y quiso el destino que los tres fueron escogidos para pilotar. Que no tuvieran ni idea de manejar un bombardero no fue impedimento, unas cuantas clases rápidas y los declararon aptos para tal fin. Sus primeras salidas solos, fueron de infarto, ninguno de los tres esperaba aterrizar sanos y salvos, pero sí lo hicieron. Las siguientes salidas fueron más relajadas y poco a poco fueron ganando en experiencia y seguridad.  Un día les dieron una misión, tenían que entrar de lleno en las defensas del enemigo y bombardearlas. Fue un día de locos, fueron a por todas y no le dieron tregua al enemigo, éste ante tal ofensiva, optó por retirarse. Habían ganado esa batalla. Tras la misión los tres jóvenes pilotos regresaron a la base, en sus caras llevaban reflejado el terror absoluto.

El capitán al mando que estaba esperando el regreso de los aviones, les dio una cálida bienvenida, había tenido muchas bajas y ver a aquellos jóvenes con vida era todo un acontecimiento. Les dijo que elaboraran un informe detallado de lo que había pasado y luego les dio un permiso para que se relajaran y tomasen unas cervezas.

El capitán siguió esperando la llegada de más soldados que había enviado a esa misión. Llegaron dos más. Estaban exhaustos, aterrados ante la batalla sangrienta que habían vivido, pero al mismo tiempo contentos por haberla ganado. La pérdida de compañeros no había sido en vano. Le preguntaron al capitán si habían llegado más compañeros. Les habló de los que habían llegado hacia una media hora y que estaban realizando el informe. Los soldados se miraron entre ellos, pensando que aquello no era posible. El capitán les iba a preguntar qué pasaba cuando el ruido de unos pasos a sus espaldas hizo que se giraran para ver quien llegaba. Y allí estaban aquellos muchachos, con el informe en la mano. Se lo entregaron al capitán sin mediar palabras. Sus semblantes estaban pálidos, los ojos sin brillo y mirando hacia un punto lejano situado entre las montañas que les rodeaban. Se alejaron de allí con paso lento y cansado como si hubieran envejecido sesenta años durante esa media hora. El capitán leyó el informe, bajo la atenta mirada de los otros dos soldados. En él se detallaba con todo tipo de detalles lo que habían vivido en aquella batalla, incluso…. Levantó la mirada hacia el lugar por donde se habían ido los jóvenes, estaba pálido y con el pulso tembloroso, pero no había rastro de ellos, era como si se hubieran desvanecido. Luego miró a los dos soldados que estaban con él, esperando una respuesta. Los muchachos le dijeron que habían visto como derrumbaban los aviones de los tres jóvenes, era imposible que estuvieran con vida. El capitán les mostró el informe que habían hecho, lo leyeron atentamente. Un escalofrío les recorrió el cuerpo, en él relataban con pelos y señales cómo habían muerto.


DAMAS

 



 

 

 

Damas, habían vivido en aquella casa colonial del siglo XVIII, dos hermanas, con una diferencia de edad de menos de un año. Perdieron a sus padres a una temprana edad, quedando al cargo de un tío paterno. Sus vidas transcurrieron rodeadas de lujos y atenciones constantes. El tío falleció siendo muy anciano. Ellas habían cumplido la mayoría de edad.  Al leer el testamento que habían dejado sus padres, descubrieron que su difunto tío había derrochado el dinero que les correspondería a ellas por herencia. Sólo quedaba la casa, las joyas de su madre y poco más. Los criados se fueron, dejándolas solas en aquella enorme casa. No tenían más familia. Su tío no se había casado y no tenía descendencia. Aquella situación hizo que la hermana mayor enfermara gravemente. Una gran depresión la postraba en la cama casi las 24horas del día. Su hermana, un día, cansada de largos meses de cuidarla, viendo como su juventud pasada sin disfrutar de la vida, sin poder casarse y así formar el hogar que tanto anhelaba, empezó a idear un plan. Al poco tiempo la hermana enferma desapareció de la casa. Inmediatamente, empezó a frecuentar sitios de moda, a dar fiestas en su casa, a vestir elegantemente. Si le preguntaban por su hermana respondía, casi automáticamente que la había tenido que ingresar en un centro especializado en enfermedades mentales, por la grave situación en la que se encontraba. Nadie puso en duda aquella argumentación y la vida siguió pasando. Se casó, vivió en aquella casa con su esposo, un reputado congresista, tuvieron un hijo y parecía que todo iba bien. Hasta que empezaron los fenómenos extraños, movimiento de muebles, caída de objetos al suelo, una voz que se escuchaba sobre todo por las noches. Un mañana, apareció tendida en el suelo, al pie de las escaleras que conducían al piso superior. Tenía roto el cuello, supuestamente, por la caída. Su viudo y su hijo abandonaron la casa poco tiempo después porque vivir allí se hizo prácticamente imposible. Los fenómenos extraños se habían acrecentado hasta tal punto que un día, muertos de miedo, cogieron un par de maletas y se largaron, dejando atrás libros antiguos, objetos de valor y personales.

 Actualmente, la casa que llevaba tiempo deshabitada, necesitaba algún que otro arreglo, pero eso no fue impedimento para que aquella mujer la comprara. El vendedor en ningún momento mostró su identidad, cualquier transacción se realizaba a través de un bufete de abogados. Quería mantenerse en el anonimato. Después de hacer los arreglos necesarios para hacerla habitable de nuevo, se instaló allí. Desde el primer momento en que la había visto se había enamorado completamente de ella. Sus días pasaban tranquilos y apacibles. Una noche empezó a escuchar ruidos de pasos en el piso inferior de la casa. Instaló una alarma para sentirse más segura. En los días siguientes aparte de escuchar ruidos, comenzó a tener sueños extraños, angustiosos, se despertaba gritando y llorando. Hasta que una noche se despertó en medio de una pesadilla, el corazón le latía desbocado en el pecho. Abrió los ojos y vio como sobre ella flotaba una mujer joven, vestida con ropajes antiguos, no tenía ojos, solo estaban las cuencas, mostrando una sonrisa siniestra en su cara cadavérica. Pidió ayuda, estaba muerta de miedo. La policía se personó en su casa, uno de ellos recordaba que sus abuelos contaban historias siniestras sobre esa casa y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Ella decidió buscar información en la hemeroteca del pueblo. Encontró historias sobre la casa que le ponían los pelos de punta. Sonidos extraños, luces que se encendían y apagaban, la gente que intentaba vivir allí, duraba menos de un mes, hasta que ya nadie se interesó por ella. Sin embargo, alguien no dejaba que se deteriorada y todos los años se hacían limpieza en los jardines, se abrían ventanas para ventilar y se hacían pequeños arreglos. Nadie sabía quién mandaba hacerlo. Aunque circulaban rumores que indicaban que era aquel dueño anónimo.

Una mujer de mediana edad la abordó un día por la calle, le contó una historia sobre aquellas hermanas, que le había escuchado a su abuela. Corría el rumor entre los vecinos, que la hermana pequeña había matado a la mayor para librarse de ella y poder quedarse con las joyas de su madre y así poder llevar la vida que siempre había soñado.

Su hermano decidió pasar el fin de semana con ella. Decidieron mover algún que otro mueble y colocar algún cuadro por la casa, para darle un ambiente más personal. Uno de ellos, iría en la cabecera de su cama. Cuando estaban taladrando la pared, ésta se resquebrajó casi por completo. Lo que encontraron allí les dejó sin palabras. Había un cuerpo momificado, emparedado, colocado en posición fetal. Parecía el de una mujer joven, vestida con el mismo ropaje que llevaba la mujer que se le aparecía. Tiempo después de aquello y tras realizar las averiguaciones pertinentes, tuvieron la certeza de que aquel cuerpo momificado, pertenecía a la hermana mayor. Hubo un detalle que no pasó por alto, el apellido del marido de la hermana más joven correspondía a alguien que ella conocía muy bien. Entonces si hilaba los datos que tenía, con los nuevos, aquel hombre podría ser el descendiente anónimo. El heredero de aquella casa. Recordó el día que su hermano se lo presentó, eran grandes amigos, nunca hablaba de su familia. Un hombre educado, simpático, inteligente, que se labró una buena reputación entre los de su gremio. Pero, sobre todo, le intrigó la insistencia de que invirtiera su dinero en aquella casa. Se trataba de su abogado.


viernes, 5 de marzo de 2021

AQUELLA DESCONOCIDA

 



 

 

Hacía unos días que había salido en libertad. Los últimos dos años los había pasado entre rejas, condenado injustamente. Si no fuera por aquella mujer, que después de todo ese tiempo, se decidió ir a declarar a comisaría, todavía estaría encerrado. Le acusaron de matar a un anciano que se había puesto delante de su coche, sin darle tiempo a frenar. No iba a mucha velocidad, respetaba el indicador de 40 por hora, no iba bebido, ni había tomado sustancias sospechosas, pero resultaba que aquel anciano era el padre del fiscal y éste utilizó todas las armas que tenía en su poder para culparlo. Aquella mujer, confesó que el anciano en cuestión, muy amigo de ella, le había dicho dos días antes del accidente, que quería suicidarse. El caso se reabrió y lo dejaron en libertad, con una carta de disculpa y sin antecedentes, y una bonita cantidad de dinero con la que podría empezar de cero. Su padre, daba la casualidad, que era el alcalde. O sea, que en todo ese tema había mucho politiqueo de por medio. Y él se vio envuelto en aquella trama sin comerlo ni beberlo. Pero ahora estaba libre y quería disfrutar a tope de esa segunda oportunidad que la vida le daba.

Ahora vivía en un pequeño apartamento, situado en una calle peatonal, donde cuando hacía buen tiempo se llenaba de gente, paseando y de compras, las cafeterías ponían las terrazas y éstas estaban llenas la mayor parte del tiempo. Le gustaba contemplar el ir y venir de la gente desde la ventana. Se fijó en una chica, parecía triste, sentada sola ante una mesa tomando un refresco. Llevaba gafas de sol, era morena y no llegaba a la treintena. No es que se enamorara a primera vista, pero sintió algo por aquella muchacha, algo la identificaba con ella, y le entraron unas ganas enormes, casi obsesivas, de besarla.

No lo pensó mucho y salió a la calle, pero cuando hubo llegado a la terraza, no lejos de su portal, aquella joven ya no estaba. Volvió a su apartamento, estaba inexplicablemente triste, sin ánimos y decidió poner un rato la tele. Estaban hablando de aquella nave que acababa de amartizar, y que al poco de hacerlo, se encontraron en medio de una erupción volcánica. Estaba ensimismado esperando que dijeran algo sobre cómo estaban los astronautas, cuando sonó el teléfono. Era su abogado. 

Ese día, dio paso al viernes, y se vio, casi sin darse cuenta, asomado en la ventana por si volvía a ver a aquella joven. Y así fue. Así que, antes de que se volviera a esfumar salió corriendo a la calle. De cerca era aún más guapa, el corazón le latía desbocado en el pecho. Unas enormes ganas de abrazarla y besarla le embargaron. Se quedó mirando para ella embobado. La muchacha le hizo un ademán de que acercara a su mesa. Estuvo a punto de pisar a un gato siamés que pasó corriendo como una exhalación, delante de él. Ella se rio de lo cómico de la situación. Y entablaron conversación.  Notaba como ella lo devoraba con la mirada, con deseo, él apenas la escuchaba en su cabeza se imaginaba quitándole la ropa, besándole el cuerpo mientras ella gritaba de placer. Hubo un momento en que sus cuerpos se rozaron, y el deseo brotó como aquella lava del aquel volcán en Marte. Se besaron con ímpetu, mientras en la mesa de al lado unos chavales los miraban embobados mientras jugaban a las damas. En la universidad le habían puesto un alias “el conquistador” por lo rápido que ligaba con las chicas, pero aquello era una nueva faceta en él. Tal vez, la cárcel le había sentado bien, dándole un aspecto más seductor. Tiraron los vasos y los refrescos que había sobre la mesa, las sillas acabaron volcadas en el suelo, era tal la atracción que sentían el uno por el otro que para ellos la gente había desparecido de su alrededor. Fueron a su apartamento, todavía olía al chinchulín que había cocinado al mediodía. Lo que había recreado en su cabeza minutos antes, se hizo realidad. Le arrancó la ropa, le besó su tersa y suave piel, haciendo que gimiera de placer. Estuvieron amándose hasta bien entrada la madrugada. El amanecer los sorprendió acurrucados, sudorosos y exhaustos después de una gran noche de placer, una noche inolvidable.

El ruido de unas sirenas lo sacó de su sueño, le costó abrir los ojos, la luz del sol le daba de lleno en la cara, sintió una ligera brisa en la habitación, palpó el otro lado de la cama, estaba vacío. Se incorporó, las cortinas se agitaban por el aire que entraba por la ventana abierta. Su ropa y la de ella estaba tirada por el suelo de la habitación. Supuso que no iría muy lejos desnuda. El ruido de las sirenas paró justo debajo de su ventana. Escuchó mucho bullicio fuera. Se asomó a la ventana para ver lo que estaba pasando. En el suelo, en medio de un gran charco de sangre, estaba la mujer que había compartido cama con él aquella noche.

 

 


miércoles, 3 de marzo de 2021

ANCIANO

 



Anciano, era aquel hombre que murió a causa de un infarto mientras dormía. Delante de la comitiva iba el sacerdote rezando por el alma del difunto, seguido, muy de cerca, por el féretro, portado por sus tres hijos y un sobrino. Detrás, la viuda, triste y desolada, arropada por familiares y amigos, era la viva imagen del dolor y la pena. La verja del camposanto estaba abierta de par en par. La gente fue entrando, en silencio, mostrando así respeto a los familiares y amigos del fallecido. Su cuerpo descansaría eternamente, en el panteón familiar. Los sepultureros habían llegado antes para acondicionar una de las sepulturas. Eran dos hombres con muchos años de experiencia en su trabajo, con los nervios templados y acostumbrados a enfrentarse a muy diversas circunstancias que pudieran encontrarse en un lugar como aquel. Cuando la comitiva estaba llegando los vieron en la entrada, visiblemente nerviosos. El sacerdote se acercó a ellos y les preguntó qué pasaba. Se escuchó la sirena de un coche de policía. Se detuvieron delante del camposanto. La gente, asustada y desconcertada, hablaban entre ellos sin comprender qué pasaba. La policía entró en el panteón, seguida por los sepultureros y el sacerdote. En la tumba, destinada a aquel anciano yacía un cuerpo, el de un hombre de mediana edad. Llamaron al juez, se procedió al levantamiento de aquel cadáver y fue trasladado al hospital donde le realizarían la autopsia. Ésta desveló que la causa de la muerte había sido por apuñalamiento. Se trataba de un asesino, buscado por la policía hacía tiempo y al que no habían logrado atrapar, hasta ahora. Sabían que había matado al menos a 5 personas. Todos mendigos. La pregunta era ¿Quién lo había matado? En la autopsia no encontraron indicios que pudieran aclarar aquel asesinato. El que lo hubiera hecho, lo conocía, porque no había signos de pelea en el cuerpo. Lo apuñaló sin levantar sospechas en el difunto de lo que le iba a hacer. La policía por fin pudo cerrar el caso del apodado “El cuervo”.

 

 


sábado, 27 de febrero de 2021

LOBO NEGRO

 

 

 

Creía, que lo que había sentido por aquella muchacha había sido amor a primera vista. No le cabía la menor duda. Desde el primer momento que la vio, en aquel parque, con aquel vestido rojo, no cejó en el empeño de enamorarla y después de varias semanas, lo había conseguido. Ahora después de varios años casados seguía enamorado. Y sabía a ciencia cierta que ella sentía lo mismo por él.

Habla la leyenda, que un anciano chamán, le cuenta una historia a su nieto: “en el interior de cada persona, se desata cada día, una batalla terrible entre dos lobos. Uno blanco y uno negro. Que simbolizan al bien y al mal”. El niño pensativo, le pregunta quién gana de los dos, a lo que el abuelo le responde: “ganará el que tú elijas alimentar”.

El hombre llevaba años alimentando más al lobo negro que al blanco, y el primero ya superaba en fuerza al segundo. El resentimiento, la mentira y la maldad, daban pasos agigantados cada día.

Se quedó sin trabajo, su jefe le despidió después de que el hombre le propinara un puñetazo, rompiéndole la nariz, por no cambiarle el turno de trabajo. Pasó un par de días en el calabozo. De camino a casa vio un cartel en la cristalera de un bar, “se alquila”, decía. Sin pensárselo dos veces, marcó el número y después de un rato largo hablando con el dueño del establecimiento quedaron en verse al día siguiente.

Llegaron a un acuerdo y se sumergió de lleno en el mundo de la hostelería. Una de las cosas que más le gustó del bar, fue el nombre que tenía y que no pensaba cambiar: “Caperucita Roja”. Desde el momento en que tomó las riendas, el negocio le fue bien. La suerte estaba de su lado.

Pero llegó el día, en que todo se torció, fue en el momento que aquella mujer entró en su local. Se hizo un silencio total a su paso, como si hubiera entrado un ángel. Tanto los hombres como las mujeres, que allí estaban, no podían apartar la mirada de ella. Alta, rubia, con un cuerpo de vértigo y una sonrisa que hacía que el corazón le latiera desbocado en el pecho. Él por supuesto sucumbió a sus encantos, cayendo rendido a sus pies. Comenzaron casi de inmediato una relación. Pero poco a poco, aquella mujer, se fue transformando, pasando de ser una venus del olimpo a la maléfica de los cuentos. Se vio envuelto en una relación turbia, dañina para el alma y el corazón, cargada de reproches y de celos. Entonces su lobo negro, que ya tenía la fuerza de mil demonios, entró en juego.

El hombre le dijo que quería terminar aquella relación. Ella le amenazó con contárselo a su mujer. Él con matarla si lo hacía. Un tira y afloja. Ahí quedó la cosa. Pensaba que no sería capaz de hacerlo. Pero sí lo hizo. Su mujer se enfadó con él y se fue a casa de su hermana “unos días”. Aquello fue un sábado.

Su ira iba en aumento por momentos. Pero ante todo tenía que controlarla y mantener la calma. Tenía un plan. Llamó a su amante y la citó en el local a medianoche. Cuando hubo entrado la mujer, le asestó un golpe en la cabeza dejándola inconsciente, a continuación, le asestó varias puñaladas en el pecho, causándole la muerte. Luego con una sierra la fue despedazando, le llevó gran parte de la noche, pero mereció la pena. Metió los trozos de carne en una bolsa de deporte negra, hizo un agujero en la pared y la emparedó. Ya había amanecido, cuando terminó de rellenar el hueco en la pared. Luego se fue a casa, se duchó se puso su mejor traje, y fue a casa de su cuñada a buscar a su mujer. Tenía que volver con él. Pero cuando llegó a la casa, su cuñada se negaba a abrirle. Así que se abalanzó sobre la puerta, hasta romperla. Entró, su cuñada le recriminó lo que había hecho, vociferando e insultándolo. La rabia y la ira lo cegaron, la cogió por el cuello apretándoselo hasta que la mató, luego fue a por su mujer. El lobo negro seguía hambriento.

 

 

 

viernes, 26 de febrero de 2021

LA LLAMADA

 


 

Siempre respeté e idolatré a mi padre desde bien pequeña. Para mí siempre fue un ejemplo a seguir, a pesar de que no era perfecto. No me gustaba el bigote que se había dejado, le hacía parecer mayor, él me decía que le quedaba bien, que le hacía más profesional. Trabaja en el área de psiquiatría de un hospital muy grande y muy conocido. Mi madre se hacía cargo de las gemelas y de mí, a tiempo completo. Las gemelas, de quince años, eran unos verdaderos demonios. Yo con 17 años, una adolescente como ellas, pasaba el día enfadada y encerrada en mi cuarto. Ellas se lo pasaban peleándose y quejándose, yo ya había pasado esa etapa, lo mío ahora era el encierro total del mundo que me rodeaba, excepto de mis amigos y de mi música.

El ritmo de trabajo que llevaba mi padre, le provocó un infarto. Aquello lo asustó y tomó una decisión, creo una de las más acertadas en su vida, tomarse unas vacaciones. El ambiente en casa era de una verdadera fiesta, pasaríamos unas semanas en una cabaña en el bosque que estaba al lado de un lago. Mi madre estaba muy entusiasmada, las gemelas no tanto, eran más de ciudad que de campo, pero tendrían que superarlo. Yo, pues a mi manera, manifestaba cierto regocijo, pero sin pasarme. Ya teníamos las maletas en el coche, una vieja ranchera de color verde. Sonó el teléfono fijo en casa. Mi madre le suplicó con la mirada a mi padre que no lo cogiera. Pero él se excusó y fue a contestar. Yo salí tras él, quería saber quién llamaba. Al alejarme me fijé en una pegatina que habían puesto las gemelas en la parte delantera del coche, era de una liebre. Puse los ojos en blanco arrancándoles así una carcajada. Mi padre estaba al teléfono, hablaban mucho al otro lado de la línea, pero él no mediaba palabra. Pensé en broma que no tendríamos ese año aguinaldo. Después de un rato, colgó. Su semblante cambió, pasó de la alegría del viaje a uno de preocupación y casi me atrevería a decir que de miedo y angustia. Sobre la mesita donde estaba el teléfono había varios bolígrafos, junto a un block de notas, tomó uno y anotó algo, con trazo firme y enérgico. No se había dado cuenta de que lo estaba mirando, hasta que alzó la mirada y me vio. Se acercó a mí y me pidió que le ayudara a decirle a mamá y a las gemelas que el viaje se cancelaba. Le pregunté el porqué de aquello y me respondió que tenía que ir al hospital, era un asunto de vida o muerte. Mi madre se enfadó con él, las gemelas empezaron a pelearse entre ellas, en unos minutos el caos había puesto nuestras vidas, patas arriba.

Mi madre entró en casa y se sirvió una copa de vino, mientras nosotras descargábamos las maletas del coche. Al terminar, mi padre se metió en el coche y aceleró como si se diera a la fuga, tuve la sensación de que no lo volveríamos a ver. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Más tarde me enteraría por la policía lo que había pasado. El por qué mi padre salió a toda prisa y qué había escrito en aquella nota.

Uno de sus pacientes, acababa de matar a dos enfermeras. Cuchillo en mano amenazaba de muerte a todo aquel que se le acercaba. Se trataba de un chaval de unos 20 años, alto y muy delgado, apenas pesaba cuarenta kilos, había ingresado allí con delirios paranoides, escuchaba voces que le hablaban y le inducían a autolesionarse, le decían que era para purificar su alma y así no caer en manos del oscuro.

Un par de vigilantes de seguridad, altos y fornidos, intentaron sujetarlo, el joven los levantó del suelo como si fueran plumas, y no hombres de casi cien kilos y los lanzó por la ventana al vacío, los vigilantes salieron despedidos, como si se deslizaran por un resbalín. Después de aquello, el chaval pidió a gritos que le trajeran una pizza de jamón y queso porque tenía mucha hambre. Aquello parecía surrealista. Mi padre acababa de llegar y le habían puesto al tanto de todo lo que había pasado. La idea era acercarse a él, como su terapeuta el joven lo conocía bien y creía que no iba a tener problemas en hacerlo entrar en razón. Llevaba preparada una jeringuilla con un fuerte sedante listo para clavársela, si las cosas se torcían. Cuando entró en la sala y vio a mi padre, aquel chico se puso a llorar, pidiendo perdón por lo que había hecho, diciendo que él no quería que pasara, pero si no lo hacía aquel ser oscuro lo llevaría con él al infierno. Mi padre intentó calmarlo, mientras se iba acercando a él poco a poco. Para ganar su confianza empezó a hablarle de cuando había sido guitarrista en aquel grupo que había formado en el instituto con unos colegas. El joven sonrió ante ese recuerdo. Y pareció relajarse. Mi padre siguió acercándose a él, algo más confiado. Cuando estaba a escasos metros se fijó en su cara, estaba transformada, algo no iba bien. Sus ojos estaban hundidos, sin iris, negros, como si no tuviera alma. Lo agarró en el momento justo en que su cuerpo empezó a tambalearse, impidiendo así que se cayera en el suelo. El muchacho se sujetó al cuello de mi padre, sus bocas quedaron a escasos centímetros, la una de la otra. Un aliento negro salió de su interior para luego introducirse en la boca de mi padre. El joven salió del trance en el que estaba y al ver lo que había pasado, no lo dudó un instante y le clavó un cuchillo en el abdomen, para luego rajarse el cuello mientras gritaba “búscate otro cuerpo”. La policía encontró en el bolsillo del pantalón de mi padre aquella nota, decía: Posesión.

 


domingo, 21 de febrero de 2021

¡HUYE! (continuación)

 


El sonido de un claxon hizo que volviera a la realidad, había llegado a la carretera. Un coche pasó rozándome, un centímetro más y me hubiera llevado por delante. No se detuvo. Estaba cansada, pero viva y a salvo. O eso creía. Pero entonces escuché unos pasos, alguien se acercaba a mí, por el olor, supe que era él. Comencé a gritar presa del pánico. Se había dado cuenta de que no estaba en la cabaña y me había seguido hasta allí. Intenté escapar, me agarró por la espalda impidiéndome huir. Me tapó la boca para que no gritara, mientras me susurraba al oído que si lo hacía me mataría. Sabía que no estaba mintiendo, estaba segura de que lo haría, era tal la desesperación que había en su voz que estaba mas que segura que lo haría sin contemplaciones. Me arrastró con él hacia el bosque. Forcejeé, pero cuanto más lo hacía, más me apretaba los brazos. El dolor era insoportable por momentos. Escuché una voz, se identificó como la policía.  Lo habían llamado nuestros amigos al ver las llamas que salían de la cabaña. Le dio el alto a mi marido, pidiéndole que me dejara ir, el sonido que hizo al soltar el seguro de la pistola, llegó con nitidez hasta mis oídos, estaba listo para disparar en el momento oportuno, y supe por el tono de su voz que lo haría sin miramientos. Nos detuvimos, él le gritó que se fuera o me mataría, me estaba utilizando de escudo. A pesar de la tensión que había en el ambiente, mi sentido del oído me decía que no estábamos solos, había más gente a nuestro alrededor. Podía escuchar pasos y diversos olores, unos eran conocidos y otros no. Supuse que aquel policía no estaría solo, por lo menos habría otro más, su compañero, seguramente estaría ocultándose en algún lugar, esperando tener una oportunidad para dispararle sin que yo saliera herida.  El policía que llevaba la pistola le exigía encarecidamente que me soltara. Mi marido a su vez, le gritaba para que se largara y nos dejara en paz, que aquello no era más que una discusión de pareja que la arreglaríamos sin la intervención de la policía. Ante aquella situación, en la que estaba inmersa, en medio de ambos, estaba a punto de desmayarme, en parte por el pánico que invadía mi cuerpo y en parte por la fuerte tensión del momento. En mi cabeza recreaba una y mil maneras de zafarme de él, pero me faltaban las fuerzas y el miedo me tenía inmovilizada, me sentía mal por eso, me sentía mal por ser tan cobarde. Lo único que no paraba de hacer y la verdad, se me estaba dando muy bien, era la de llorar. Una brisa se empezó a formar a nuestro alrededor, al principio se manifestó ligeramente, pero poco a poco fue cobrando más fuerza, hasta el punto, en que los arboles empezaron a moverse y las hojas se elevaban del suelo como si fueran atraídas por un gran imán situado en el cielo. Escucho aquellos pasos más cerca, eran varias personas, se acercaban sigilosamente, agazapadas, detrás de nosotros. La idea de que fueran nuestros amigos llegó mi corazón de esperanza. Aquella brisa se volvió más fuerte con la intensidad de casi un huracán, nos levantó un palmo del suelo, nos caímos, en la caída, me soltó, y pensé que era ahora o nunca. Me levanté con gran esfuerzo y me encaminé hacia donde creía haber oído la voz de aquel policía. El caminar se hacía complicado por momentos, el viento me daba de cara y no podía avanzar lo rápido que quería. A mis espaldas la voz de mi marido, gritándome, sonaba cada vez más cerca. Oí un disparo, luego otro, me quedé quieta esperando sentir dolor, pensé que me habían disparado. Oí un ruido sordo a mis espaldas, luego una caída, lo habían abatido, luego muchos gritos a mi alrededor y varios manos intentando agarrarme, antes de que me cayera desplomada en el suelo, rendida, exhausta. Escuché voces conocidas que pude identificar, eso hizo que pudiera relajarme un poco y respirar algo más tranquila, las conocía eran voces amigas. El viento igual que había empezado, cesó. Y allí tendida rodeada por mis amigos, pude ver por primera vez en mucho tiempo, una cara, me sonreía, ¡Cuánto la había echado de menos!, era mi hermana.


REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...