Aquellos tres jóvenes habían sido llamados a alistarse al ejército. Tenían
18 años, vivían en el mismo pueblo y eran amigos desde muy pequeños, siempre
andaban juntos. Tenían muchos planes para cuando acabaran el instituto, uno de
ellos quería ser mecánico como su padre y trabajar con él en el taller, a otro
le fascinaba el mundo de las leyes, tal vez llegaría a ser un gran abogado y el
tercero soñaba con ser una estrella del cine, algún día. Aquel fatídico día en
el que tenían que partir hacia una guerra que les quedaba grande, sus familias
y amigos los fueron a despedir al tren. Hubo lágrimas, abrazos y buenos deseos.
Cuando llegaron a su destino, tuvieron unos meses de entrenamiento militar, les
enseñaron a formar y a disparar. Hubo una selección entre los soldados recién llegados
y más jóvenes, y quiso el destino que los tres fueron escogidos para pilotar. Que
no tuvieran ni idea de manejar un bombardero no fue impedimento, unas cuantas
clases rápidas y los declararon aptos para tal fin. Sus primeras salidas solos,
fueron de infarto, ninguno de los tres esperaba aterrizar sanos y salvos, pero
sí lo hicieron. Las siguientes salidas fueron más relajadas y poco a poco
fueron ganando en experiencia y seguridad.
Un día les dieron una misión, tenían que entrar de lleno en las defensas
del enemigo y bombardearlas. Fue un día de locos, fueron a por todas y no le
dieron tregua al enemigo, éste ante tal ofensiva, optó por retirarse. Habían
ganado esa batalla. Tras la misión los tres jóvenes pilotos regresaron a la
base, en sus caras llevaban reflejado el terror absoluto.
El capitán al mando que estaba esperando el regreso de los aviones, les dio
una cálida bienvenida, había tenido muchas bajas y ver a aquellos jóvenes con
vida era todo un acontecimiento. Les dijo que elaboraran un informe detallado
de lo que había pasado y luego les dio un permiso para que se relajaran y
tomasen unas cervezas.
El capitán siguió esperando la llegada de más soldados que había enviado a
esa misión. Llegaron dos más. Estaban exhaustos, aterrados ante la batalla
sangrienta que habían vivido, pero al mismo tiempo contentos por haberla ganado.
La pérdida de compañeros no había sido en vano. Le preguntaron al capitán si habían
llegado más compañeros. Les habló de los que habían llegado hacia una media
hora y que estaban realizando el informe. Los soldados se miraron entre ellos,
pensando que aquello no era posible. El capitán les iba a preguntar qué pasaba
cuando el ruido de unos pasos a sus espaldas hizo que se giraran para ver quien
llegaba. Y allí estaban aquellos muchachos, con el informe en la mano. Se lo
entregaron al capitán sin mediar palabras. Sus semblantes estaban pálidos, los
ojos sin brillo y mirando hacia un punto lejano situado entre las montañas que
les rodeaban. Se alejaron de allí con paso lento y cansado como si hubieran
envejecido sesenta años durante esa media hora. El capitán leyó el informe,
bajo la atenta mirada de los otros dos soldados. En él se detallaba con todo tipo
de detalles lo que habían vivido en aquella batalla, incluso…. Levantó la
mirada hacia el lugar por donde se habían ido los jóvenes, estaba pálido y con
el pulso tembloroso, pero no había rastro de ellos, era como si se hubieran
desvanecido. Luego miró a los dos soldados que estaban con él, esperando una
respuesta. Los muchachos le dijeron que habían visto como derrumbaban los
aviones de los tres jóvenes, era imposible que estuvieran con vida. El capitán
les mostró el informe que habían hecho, lo leyeron atentamente. Un escalofrío
les recorrió el cuerpo, en él relataban con pelos y señales cómo habían muerto.