Estaba en el hospital, mi madre llevaba días ingresada a
causa de un fuerte dolor en el abdomen. Los médicos, después de días
observándola, decidieron operarla. Hablaron conmigo y me informaron que dicha
operación era bastante arriesgada para una persona de su edad (80 años) y que podría
tener un desenlace fatal. Pero, por otra parte, si todo salía bien podría tener
una buena calidad de vida durante bastantes años más. Así que después de pensármelo
y sopesar los pros y contras les di el consentimiento para la intervención
quirúrgica.
El día de la operación estaba bastante nerviosa, el
cirujano me dijo que podría demorarse varias horas, que intentara relajarme un
poco y me aconsejó ir a dar un paseo, si era fuera del hospital mejor que
mejor, que en cuanto terminasen se pondrían en contacto conmigo.
Le hice caso, y en cuanto mi madre entró en quirófano
decidí salir a la calle y dar una vuelta. Desde las ventanas del hospital podía
ver el día tan estupendo que hacía fuera. Un paseo no me haría daño.
Cogí mis cosas y me puse a caminar por el largo pasillo
que desembocaba en el ascensor. Se abrieron las puertas y al fondo, apoyada
contra la pared, había una adolescente, calculé que no tendría más de quince
años. Muy guapa, con una larga melena rubia y bastante alta. Me saludó y se
hizo a un lado para dejarme espacio. Tras de mí un hombre vestido con una bata
blanca, uno de los muchos médicos del hospital, entró corriendo. Nos saludó
cortésmente a la joven y a mí y pulsó la planta a la que se dirigía,
curiosamente iba a la planta principal como yo, y el ascensor se puso en
marcha. Se hizo un silencio incómodo y para romper el hielo le pregunté a la
chiquilla si venía a ver a alguien. El ascensor parecía que no tenía mucha
prisa por llegar al destino que le habíamos indicado, porque hacía paradas en
cada planta, tomándose su tiempo, que me parecía eterno. La joven en cuestión
me dijo que venía a recoger a su abuela. Le hice saber que me alegraba que se
hubiera recuperado y que pudiera irse a casa. El médico no hablaba, pero me
fijé en su cara y vi incertidumbre en ella y algo parecido a miedo, quizá. El
ascensor se pasó nuestra planta de destino y siguió subiendo. Miré incrédula
hacia los botones por si se habían desactivado, pero la planta 0 seguía
marcada. No entendía nada. Llegado a este punto, el médico se puso visiblemente
nervioso, unas gotas de sudor resbalaban por su frente. Por fin el ascensor se
detuvo, y lo hizo en el piso sexto. Se abrieron las puertas y una ancianita
vestida con el camisón del hospital apareció en el umbral. La joven la abrazó
con ternura, mientras la colmaba de besos, luego la ayudó a entrar en el ascensor.
En un visto y no visto, el médico desapareció. Desconcertada dirigí la mirada hacia
el pasillo y lo vi alejarse con paso ligero, casi corriendo. No lo pensé y
corrí tras él. Lo llamé, pero parecía que no me escuchaba o que tenía mucha
prisa para llegar a donde fuera que iba y no quería pararse. Finalmente lo
alcancé, su aspecto era terrible, estaba sudando copiosamente, su cara se había
puesto lívida y cuando me miró vi miedo, pánico, desconcierto, en su mirada, se
tambaleaba como si estuviera borracho, lo agarré a tiempo, antes de que se
desplomara en el suelo. Vi una sala de espera cerca de donde estábamos y lo
llevé hasta allí, no había nadie. Lo conduje hasta una silla para que se
sentara. Le serví un vaso de agua del dispensador, se lo bebió a pequeños
sorbos, por fin, el color volvió poco a poco a sus mejillas. Al cabo de un rato,
todavía conmocionado, logró contarme lo siguiente: el día anterior, ya entrada
la tarde, había llegado en una ambulancia una chiquilla, víctima de un
atropello. La joven ingresó cadáver. Su abuela que acudió al hospital en cuando
la hubieron llamado, no pudo soportar la noticia y le dio un infarto, muriendo
casi en el acto. Intentaron reanimarla, pero no pudieron hacer nada por salvarle
la vida.
Luego añadió algo que cambiaría mi vida para siempre.
La joven del ascensor, era la víctima del atropello y la
anciana a la que abrazó, su abuela.
El móvil sonó en mi bolso, con el pulso tembloroso,
respondí, el cirujano había terminado de operar a mi madre, todo había salido
bien.