lunes, 14 de febrero de 2022

EL VIAJE

 

Soñaban con viajar a África, a una isla paradisiaca, donde disfrutar de su luna de miel. Sus amigos le regalaron el viaje.

Partieron el día de su boda, enamorados y felices por la nueva vida que comenzaban juntos y no había un lugar mejor para hacerlo que aquel pedazo de paraíso.

Las fotos tomadas del lugar eran sin duda un gran reclamo para los turistas. Mostraban un paisaje sin igual, con grandes cascadas y lagos enormes con aguas cristalinas. En definitiva, un lugar paradisiaco donde descansar después del estrés provocado por los preparativos de la boda. Si cerraban los ojos podían verse en la orilla del mar y disfrutando del paseo por la selva acompañados de un guía. Luego cenarían en el restaurante del hotel y contemplarían la puesta de sol mientras tomaban una copa.

Embarcaron en el avión que los llevaría a tan deseado destino. Se acomodaron en sus asientos dispuestos a disfrutar cada segundo del viaje.

Había transcurrido una hora desde que el avión había despegado, cuando se dieron cuenta de que algo no iba bien. Salía humo de uno de los motores. Las insistentes llamadas al personal de vuelo no se hicieron esperar. Cundió el pánico cuando, por los conductos de ventilación, comenzaron a salir arañas de gran tamaño que se iban dispersando por todos los lados. No eran una ni dos, había cientos, miles de ellas. Eran tarántulas. Los pasajeros, unos ocupados en matarlas y otros en huir de ellas no se percataron de que el avión caía en picado.

Los protagonistas de esta historia atemorizados intentaron esconderse en el baño y tapar los conductos con toallas para evitar así que se colaran en aquel estrecho espacio. Escuchaban gritos de dolor de los pasajeros cuando alguno era picado por alguna de ellas. Se abrazaron cuando se dieron cuenta de la situación. Nadie sobreviviría a una muerte segura.

El hombre se despertó gritando y bañado en sudor. Se enderezó en su asiento y miró a su alrededor. Su esposa, sentada a su lado, trataba de calmarlo. Había tenido una pesadilla. Algunos pasajeros lo miraron alertados por sus gritos. Él pidió disculpas mientras intentaba calmarse un poco. Un vistazo por la ventanilla le indicó que estaban sobrevolando el mar.

Tranquilizó a su esposa diciéndole que estaba bien. Se levantó, no sin cierto esfuerzo, para ir al baño. Le dolía todo el cuerpo y las piernas le pesaban una tonelada cada una.

Por el largo pasillo no pudo menos que observar a los pasajeros que los acompañaban en aquel largo vuelo. La mayoría estaban durmiendo. Otros hojeaban una revista o leían un libro. Pero había algo más que le llamó la atención. Se veían muy pálidos a todos y cada uno de ellos, sin excepción. Una señora mayor lo miró mientras esbozaba una sonrisa, dejando al descubierto unos dientes podridos y amarillentos. El hombre ante aquella imagen apresuró el paso. Abrió la puerta del baño. Abrió el grifo y se refrescó la cara. Aquel sueño lo había dejado muy cansado y perturbado. No sabía si era premonitorio, esperaba que no, pero algo le decía que ando andaba mal, pero… ¿qué?

Volvió a su asiento. Todos a su alrededor se habían quedado dormidos. Incluso pudo escuchar los ronquidos de aquella señora que le había sonreído de manera siniestra al pasar a su lado. Su esposa también dormía. Su aspecto se había vuelto demacrado en el poco tiempo que estuvo en el baño. Se sentó a su lado y le habló. No hubo respuesta. La zarandeó un poco. Nada. La dejó dormir. Se acurrucó a su lado y se quedó dormido casi al instante. Mientras se dejaba llevar por el sueño una alerta saltó en su cabeza. El avión no se movía. Había visto una pequeña isla hacía un buen rato e incomprensiblemente seguía en el mismo sitio. Parecía estar viendo una foto.

Estaba tan cansado…. Cerró los ojos y cualquier preocupación desapareció por completo.

 

“Un avión se estrelló en el mar a pocos kilómetros de la isla de Madagascar. No hay ningún superviviente. Los primeros en llegar al lugar de los hechos descubrieron que los cadáveres presentaban picaduras por todo el cuerpo. Las primeras investigaciones arrojaron a la luz que habían sido provocadas por tarántulas. ¿Qué hacían aquellas arañas en el avión? Se piensa que el piloto perdió el control del aparato desencadenando aquel trágico final.”

 

 

miércoles, 9 de febrero de 2022

LA CRUZ DEL DIABLO

 

El guía los llevó por un sendero que ascendía por la colina. Allí, siglos atrás hubo un castillo, del que, a día de hoy, apenas quedaban un par de muros en pie.

Entre aquel grupo de personas que seguían en silencio las explicaciones del hombre, había un joven. Se situó junto al guía mostrando un gran interés por todo lo que iba contando acerca de una leyenda sobre una gran cruz de hierro, hecha con la armadura encantada del que había sido el señor del castillo y que custodiaba la entrada. Cuando llegaron el joven se postró en el suelo en señal de respeto y adoración ante ella. El guía lo reprimió diciéndole que aquello no representaba a Dios, sino a Satanás. Se arrepintió al instante cuando el joven se levantó del suelo y lo miró. Sus ojos se habían tornado rojos como el fuego, su semblante antes joven, ahora estaba sacado de infinitas arrugas que le daban un aspecto siniestro. Sus dientes eran afilados y negros. La comitiva lejos de asustarse, rodeó al joven. Todos mostraban el mismo aspecto tétrico y macabro, la de unos demonios salidos de las profundidades del averno. Ante tal visión el guía intentó huir. El muchacho dejó escapar un halo de aliento que envolvió el cuerpo del hombre convirtiéndolo en piedra. Venían a salvar a su amo y señor de las tinieblas. Rodearon la cruz al tiempo que canturreaban una canción. Del cielo surgieron unos rayos que rompieron la piedra donde estaba anclada. Entre todos, llevaban la cruz del diablo para situarla en el centro mismo de las ruinas del castillo. Hicieron un círculo a su alrededor cogidos de la mano. La cruz comenzó a emitir unos sonidos desgarradores al tiempo que se el hierro se retorcía de manera grotesca. De repente el silencio absoluto reinó en aquel lugar. Una niebla espesa se extendió sobre ellos. De ella, donde antes había estado la cruz, emergió un ser con patas de cabra y grandes cuernos. Satán había sido liberado.

lunes, 7 de febrero de 2022

ADAPTACIÓN

 


Los primeros rayos del sol de la mañana que se colaban por la ventana de la habitación donde un hombre y una mujer yacían en la gran cama de matrimonio, dejaron al descubierto una peculiar escena. El marido contemplaba ensimismado a la mujer que dormía, desde hacía muchos años a su lado, mientras le acariciaba con ternura se rubio cabello y se arrepentía como nunca antes lo había hecho, de haberse ido de su casa a través del árbol rojo.

Su mirada era una mezcla de amor, compasión y odio. El semblante de la mujer dormida estaba pálido como la cera. A los pies de la cama descansaba una maleta. Y sobre una silla un traje negro impecablemente planchado.

En la mesilla de noche había un vaso ahora vacío. Unas horas antes, estaba lleno de agua. Junto a él había un frasco de pastillas para dormir. Ella había descubierto su secreto, enfurecida le había amenazado con contarlo a la policía.

No entendía ese mundo. Trataba de adaptarse. Se casó con una hermosa mujer y abrió un negocio que le iba bastante bien. Quería encajar con el resto de las personas que le rodeaban.

Había cometido un error. La última mujer había sobrevivido. Tardaría en despertar. Pero era sólo una cuestión de tiempo que lo delatara.

Vigilaba a sus víctimas durante un tiempo. Conocía los horarios de aquella mujer. Salía a correr muy temprano por un parque cercano. Las sombras eran sus aliadas. Le había asestado un golpe en la cabeza. La metió en el maletero del coche y la llevó a la parte de atrás de su negocio, donde había una puerta de metal que daba a un sótano. Allí preparaba a sus víctimas. Las coloca sobre una mesa de acero, como la que utilizan para hacer las autopsias. Luego aprovechaba cada parte de su cuerpo para venderlo, al gusto de sus clientes, en su carnicería. Pero antes de hacerlo recitaba un viejo verso que le habían enseñado de pequeño:

“El cese de los latidos de una vida marcan el ritmo de mis sueños”

Se duchó, se puso el traje y llevó la maleta al coche.

Cogió un par de latas de gasolina del garaje.

Roció con ella la casa y le prendió fuego.

Las primeras llamas comenzaron a elevarse del suelo casi inmediatamente.

Ya en el coche escuchó las sirenas de los bomberos y la policía que se dirigían a su casa.

Hizo parte del trayecto en silencio. Empapándose con aquel sonido que cada vez sonaba más lejano.

Ante de sintonizar la radio, pensó en lo tristes que se pondrían los niños cuando no le sirvieran aquellas hamburguesas tan ricas, en el comedor del colegio.

Esbozó una sonrisa al pensar que, ante él había muchas ciudades por descubrir y un montón de colegios donde sus hamburguesas harían las delicias de niños y mayores.

Y sin dejar de sonreír, siguió conduciendo mientras en la emisora de radio se escuchaba un anuncio publicitario del Burger King.

 

 

 

 

sábado, 5 de febrero de 2022

EL ÁRBOL ROJO

 

Algunas veces, lo irreal, lo desconocido, lo macabro, lo insólito, lo espeluznante, se cuela en nuestras vidas.

Una calurosa tarde de verano, Eduardo estaba descargando unas cajas de su vieja furgoneta. Estaba contento. Había recibido una llamada de un viejo amigo, el cual, quería deshacerse de algunas cosas que tenía en su casa y sabiendo que Eduardo regentaba una tienda de antigüedades, le pareció que no habría nadie mejor que él para venderle aquellos viejos objetos. Llegaron a un acuerdo y la transacción se realizó con éxito. 

Descargó una motocicleta Lube Spport 125 del año 1955, una reliquia, que la acondicionaría y se la regalaría a su hijo. Una maqueta de uno de los primeros cañones usados en China. Varios casetes en muy buen estado, así como, una radio antigua de madera marcha Phillips y un reloj de bolsillo bañado en oro que daba la hora con precisión inglesa.

Un coche blanco se paró detrás de la furgoneta. De ella se bajó un joven, de unos treinta años, se acercó al hombre y comenzó a ayudarle en la ardua tarea de meter todo aquello dentro de la tienda. Era Mario, el hijo de Eduardo, que le ayudaba en el negocia en sus días libres como uno de los policías del pueblo.

Una niña, de unos cinco años, pasó corriendo delante de ellos persiguiendo a un patito, vestía un vestido blanco con mariquitas dibujadas en la tela. Era María, la nieta de Eduardo, la hija de Mario. El padre corrió tras su hija al ver que la trayectoria tanto del pato como de ella se iba desplazando hacia la carretera. Cogió a la niña con una mano y al patito con la otra. En esto vio cómo se acercaba un coche patrulla. Se detuvo a escasos metros de ellos. Dos compañeros de Mario se apearon del coche. La caras pálidas y cargadas de consternación no pasaron desapercibidas al muchacho que inmediatamente les preguntó qué les pasaba.

-Han desaparecido unos senderistas. No se sabe nada de ellos desde ayer por la tarde. –le explicaron.

Sus familias se habían puesto en contacto con la comisaría del pueblo esta mañana al no tener noticias de ellos.

-Necesitamos toda la ayuda posible, Mario. Sentimos molestarte en tu día libre, pero nos vendría bien tu ayuda –le dijeron.

El muchacho dejó a la niña al cuidado del abuelo y se fue con ellos.

-La naturaleza esconde secretos –musitó Eduardo mientras entraba en la casa con su nieta.

A su memoria llegaron lejanos recuerdos de su infancia. Su abuela contaba historias que ya le habían contado a ella sus abuelos y los abuelos de éstos. La civilización se iba abriendo camino arrasando árboles y vegetación a su paso para el asentamiento de nuevos pueblos, nuevas ciudades. Lo que antes era el corazón del bosque había dejado de serlo para colindar con los nuevos asentamientos de cemento que se iban propagando como un virus, una plaga, una epidemia por doquier.

Su abuela hablaba del “árbol de fuego”, con brillantes flores rojas acampanadas que lo cubren por completo. Un único ejemplar habitaba en aquellos bosques. Era tan viejo que decían que surgió en el sexto día, cuando Dios creó “toda la vegetación verde para alimento de los animales”.

Ese árbol antes en los confines del bosque ahora estaba más accesible para la vista de los que se adentraban en él. También se relataba como durante siglos había desaparecido gente en las inmediaciones de aquel árbol.

Y ahora…. volvía a suceder.

Cuando llegó su nuera, salió de la casa en dirección al bosque.

Sabía dónde buscar.

Mientras caminaba el eco de la voz de su abuela rezumbaba en su cabeza.

“No has de acercarte al tronco, es una trampa mortal”

Recordaba preguntarle el por qué.

Y recordaba su respuesta “nada es lo que parece”

La luz que desprendía la luna llena, junto a la linterna que llevaba en la mano, le facilitaban en gran medida, su andadura por la espesura del bosque.

Lo vio, a escasos metros de donde estaba. También podía escuchar a lo lejos, los gritos de los hombres y mujeres llamando a los senderistas perdidos. Se alejaban. Poco a poco, el silencio era lo único que se escuchaba.

Se acercó. Dio un par de vueltas alrededor del árbol, a una distancia prudencial del tronco, iluminando cada paso con la linterna. Se percató de la gran acumulación de ramas y hojarasca que había alrededor. Hojas que no pertenecían al árbol y ramas secas apiladas, colocadas con alguna intención que no dejaba nada al azar.

Se arrodilló y palpó con sumo cuidado bajo las hojas y las ramas.  Su mano encontró el vacío. Habían sido colocadas con la intención de tapar un hoyo, o varios, y coger desprevenido al que pusiera un pie encima provocándole una caía inevitable.

Las separó con las manos. Alumbró el interior con la linterna. Vio un pozo y a tres hombres maniatados y amordazados en él. Éstos no reaccionaron a la luz cuando les iluminó la cara. Pensó que estaban muertos, pero el ligero movimiento de sus pechos al respirar le indicaban lo contrario. Seguramente los habían drogado.

Tenía que pedir ayuda sin levantar sospechas. No sabía quién o quiénes eran los responsables de aquello, ni si lo estarían vigilando. No podía hacer ruido ni hablar o se delataría. Optó por escribir un mensaje a su hijo. Explicándole en pocas palabras lo que había visto.

Lo esperó a unos metros del “árbol de fuego”, entre susurros le explicó lo que había visto y lo que tenía pensado hacer. Su hijo estuvo de acuerdo. Había llevado la cuerda que le pidió. La ataron al árbol. Bajó primero Mario, luego lo hizo él. Los senderistas seguían con vida. Los llevaron al exterior. El muchacho había avisado a sus compañeros que llegarían en cualquier momento. Mientras tanto, decidieron investigar por su cuenta y riesgo. Del pozo salía un pasadizo húmedo y estrecho que los obligaba a caminar a gatas. Después de recorrer un buen trecho a oscuras y cuando ya estaban perdiendo la esperanza de salir de allí, llegaron a un claro. Una docena casas hechas de adobo y paja alrededor de un lago fue lo primero que le mostraron sus ojos. Caminaron escondidos entre la maleza y los árboles. Vieron una gran humareda a las afueras de aquella pequeña aldea. Había un gran fuego encendido. Sobre él vieron el cuerpo de un joven, al que previamente habían destripado, atado de manos y pies, a un enorme palo que dos hombres fornidos hacían girar.

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 2 de febrero de 2022

MANERAS DE MORIR

 

Imaginé su muerte una y otra vez en mi cabeza, sin embargo, no pude encontrar en ninguna de aquellas maneras de morir, el castigo suficiente para que sufriera por todo el daño que me había hecho. Quedaba lejos en mi memoria el último día que había salido a pasear por los jardines del gran castillo donde me tenía recluida. Tampoco recordaba la última vez que había visto a mis padres y mis hermanos. Sus celos, le habían llevado a la locura. Pero yo estaba rodeada de fieles sirvientes, los cuales, me tenían al tanto de lo que acaecía más allá de los muros de aquella, mi prisión. Había mandado matar a mis padres. Aquella noticia provocó que mi salud se fuera mermando a pasos agigantados. Pasaba el día y la noche tumbada en la cama, esperando, la tan ansiada muerte. Un atardecer mis sirvientes trajeron a una anciana a mis aposentos. Me ofreció en un pequeño frasco, el castigo definitivo para mi esposo. Dentro había un líquido incoloro que al verterlo en una copa de vino vengaría el recuerdo de mi familia.

Mientras paseo por los jardines de mi castillo, en una bonita tarde de verano, rememoro aquel momento en el que mi vil esposo bebió de aquella copa. Cayó desplomado. Aparentemente muerto. Lo enterramos. El brebaje lo mantendría con vida. Se despertaría. Sentiría como, día a día, su cuerpo se iba descomponiendo. Los gusanos comiendo su carne. Seguiría vivo hasta que no quedara de él, más que polvo.

lunes, 31 de enero de 2022

TÚ, MI MUERTE

 

Había anochecido cuando terminó su turno en el hospital. Sentada en su coche, barajó la idea de volver a casa esa noche. Los pros y los contras. Finalmente, la balanza le dio la respuesta. No podría volver, no esa noche. No sabiendo que llegaría a un apartamento vacío de sus cosas donde su olor seguiría impregnado en todo lo que que tocara, en cada rincón y su recuerdo, los momentos vividos en aquel lugar, como agujas se le clavarían en el corazón. Y aquello…. aquello la hundiría todavía más. Miró su móvil. Seguía muerto entre sus manos. Ni una llamada perdida, ni un mensaje, nada que le indicara que todo aquello era un mal sueño, una pesadilla. No quería llorar, se resistía a hacerlo, pero las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. Revolvió el bolso en busca de un pañuelo. Le temblaban las manos. Sus dedos se toparon con un sobre. Lo contempló ensimismada. Lo había olvidado por completo. Era de él. Le había escrito una poesía por su cumpleaños. Parecía que había pasado una eternidad desde aquello, pero sólo había sido una semana. Quitó la hoja que había dentro. La leyó una vez más. Sabía que aquello le haría más daño. Aun así, lo hizo.

 

Tú, que llenas mi todo

Tú, que invades mi alma

Tú, poesía

Me embrujas con tu llamada.

 

 

Volvió a meter la hoja en el sobre y arrancó el coche, sin rumbo, queriendo dejar atrás el dolor, esquivarlo, perderlo de vista.

Durante un buen rato estuvo recorriendo las calles desiertas de la ciudad por calles desconocidas.

Aminoró la marcha cuando un semáforo cambió de color. No vio a la mujer que, como una sombra, se cruzó en su camino. Frenó a tiempo de atropellarla. Era muy joven, una adolescente. Gritaba con desesperación. Aterrada golpeó la ventanilla del coche. Estaba pálida y tenía la cara desencajada. Se subió a la parte de atrás del coche, al tiempo que le gritaba para que arrancara. Alguien quería matarla.

Nerviosa, la mujer aceleró el coche, mientras echaba un vistazo al retrovisor. Vio salir a un hombre del edificio. Llevaba un cuchillo ensangrentado en una mano. Pisó el acelerador a fondo y huyó aterrada.

A varias manzanas de allí detuvo el coche. Tenía que llamar a la policía. Los gritos de la joven habían cesado hacía un rato.

Se giró para ver si estaba bien. La calle estaba mal iluminada, aun así, se dio cuenta de que estaba sola en el coche. La joven había desaparecido. Nerviosa, se bajó del coche. La buscó por los alrededores preocupada. Si se tiró del coche en marcha, lo más seguro es que estuviera herida. No había rastro de ella.

Desconcertada, decidió volver al lugar donde la había encontrado. No sabía por qué, pero algo le decía que tenía que hacerlo.

A medida que se fue acercando se dio cuenta de que conocía aquel sitio. Era su calle. Vivía allí.

Al llegar, vio un coche de la policía y una ambulancia delante de su edificio.

Se acercó. Dentro del coche policial estaba sentado un hombre esposado. No pudo verle la cara. A pocos metros, una ambulancia. Dentro, en una camilla, había un cuerpo tapado por completo. Levantó lentamente la sábana mientras contenía la respiración.

Vio su rostro en el de aquella mujer.

- ¿Estás bien? –le preguntó una voz.

Sobresaltada se giró. Estaba llorando.

Vio ante ella a la adolescente que se había subido a su coche.

La joven le ofreció su mano. Juntas caminaron calle abajo, desapareciendo entre las sombras.

 


miércoles, 26 de enero de 2022

PATASOLA

El hombre llegó a su casa más temprano de lo habitual. El mercado al aire libre donde vendía sus hortalizas, las que cultivaba en el huerto que tenía en la parte de atrás de su casa, se cerró a causa de la lluvia que comenzó a arreciar.

Le pareció extraño no ver a su esposa haciendo las tareas habituales al atardecer. Una de ellas era dar de comer al ganado y demás animales de la granja. Pensando que tal vez estuviera enferma entró rápido en su casa. No estaba en la cocina. Los niños no tardarían en regresar de la escuela. Se encaminó al dormitorio, corriendo, preocupado por la salud de su esposa. Entonces…. La vio. Yaciendo en la cama con otro hombre.

La ira se adueñó de él. Mató al amante y a ella le cortó una pierna con un hacha. La mujer asustada y mal herida huyó al bosque.

El hombre y sus hijos abandonaron la casa esa noche, amparados por las sombras. Nunca se volvió a saber nada de ellos.

La gente del pueblo no fue tras ellos, no los persiguió, dejaron que siguieran su camino. No querían castigarlo por lo que había hecho. El dolor y la humillación lo acompañaría el resto de sus días. Aquello era un castigo más que suficiente.

Pensaron que la esposa no sobrevivía con aquella herida y que perecería desangrada. Nadie iría a por ella. Los lobos se encargarían de su cuerpo.

Una madrugada, todavía no había amanecido, unos leñadores se adentraron en el bosque para hacer su trabajo. Uno de ellos se alejó un poco del grupo para ir marcando los árboles que tenían que cortar. Al cabo de un rato escucharon un grito desgarrador, cargado de terror y dolor. Era su compañero. Acudieron a su ayuda. Estaba muerto. Encontraron un par de marcas en su cuello. Habían intentado chuparle la sangre. Aquello eran palabras mayores. Había un vampiro por aquellos parajes.

La noticia corrió como la pólvora por la aldea y pueblos aledaños.

Las teorías pronto comenzaron a tomar forma.

Todas coincidían que eran obra de aquella mujer, la infiel, la PATASOLA, la llamaron.

No quedó ningún valiente que se atreviera a sumergirse en el bosque de noche durante mucho tiempo. Pero hubo un joven que sí lo hizo. Solo, sin decírselo a nadie.

Caminó hasta lo más profundo. Y allí pronunció un nombre: MIA.

Pronto escuchó pasos acercándose a él.

Se trataba de una mujer con aspecto desaliñado, pelo enmarañado, sucia, la ropa hecha jirones, grandes ojeras y con los ojos inyectados en sangre, parecía más un animal, un monstruo, que un ser humano.

La mujer al escuchar aquel nombre, su nombre, tanto tiempo olvidado, bajó la guardia. Bajo aquel aspecto de bestia, todavía existían algo humano. Sentimientos enterrados en lo más profundo de su ser, estaban aflorando en ella. Bajó la guardia. Su ira se esfumó. Aquella voz… le recordaba a alguien que había querido mucho.

Se acercó tanto al joven que éste podía sentir su aliento putrefacto en su cara. Retrocedió unos pasos para contemplarla mejor. Aquella “cosa” lo había parido. Ella también pareció reconocerlo. Pero, aun así, aun sabiendo que era su madre, no le tembló la mano cuando levantó el hacha y le cortó la cabeza.

Había ido hasta allí para vengar el dolor que había embargado el corazón de su padre hasta el día de su muerte.

 

 

 

 

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...