Mi querida Luna:
Recuerdo la primera que vez que nos vimos. Yo buscaba una
mascota y tú un hogar. Me olisqueaste y me lamiste una mano cuando me acerqué a
ti para acariciarte.
Me escogiste como tu dueño. Yo acepté tu decisión.
Empecé a quererte sin querer.
La policía andaba tras mi pista. Un pequeño error podía
costarme vivir entre rejas el resto de mi vida. Me vi en la imperiosa necesidad
de huir de la ciudad, con solo lo puesto y una pequeña maleta hecha a toda
prisa. Cogí el primer avión y aterricé al otro lado del mundo. Encontré una bonita
casa. Nadie conocía mi tortuoso pasado. Me sentía a salvo. Pero me faltaba algo.
Me fijé que todos tenían perros con los que pasear y entablar conversación con
los vecinos. Lo vi necesario para que te invitaran a sus barbacoas, cumpleaños
y demás eventos vecinales. Por eso
acudía allí. Buscando sin saber muy bien qué. Pensé en un perro grande, pero
entonces apareciste tú, tan pequeña, tan frágil….
Conseguí esa vida que tanto anhelaba. Gracias a ti acudía
a un centenar de barbacoas, cumpleaños e incluso me invitaron a una boda. Me
llevaba bien con los vecinos. Venían a mi casa y yo a la de ellos. Dejé de matar.
Ya no sentía esa necesidad carcomiéndome por dentro. Por primera vez desde que
tengo uso de razón fui feliz, una persona integrada en la sociedad. Un trabajo,
una casa, una vida normal y una mascota.
Ahora sin ti, las cosas han cambiado.
Todo comenzó cuando llegó un nuevo vecino a la casa al
lado de la nuestra. Un viejo gruñón y amargado que todo le molestaba. Vivía
solo. Un día te escapaste persiguiendo
un gato. Entraste en su jardín. Él hacía semanas que venía quejándose de tus
ladridos. El caso es que ladrabas de día, por las noches jamás lo hacías.
Te busqué desesperadamente. Siempre regresabas a casa.
Pero esa vez no lo hiciste.
El segundo día de tu búsqueda, recuerdo que el viejo se
sentó en el porche de su casa. En esos momentos pasaba por delante de su casa.
Recuerdo ver como encendía su pipa tranquilamente y me preguntó dónde estaba
“mi maldita perra”.
Me paré delante de él. Lo miré fijamente a los ojos. Su
manera de moverse en la silla me indicó que estaba nervioso. Tenía las botas
sucias y en sus manos quedaban restos de tierra que no había logrado quitar al
lavarlas. Me acerqué a él. Le expliqué mi situación. Mi otro yo, el que había logrado calmar
durante los años que estuviste a mi lado, regresó. Comencé a notar como tomaba
posesión de mi cuerpo. Aun así, mantuve la calma hasta el final. Me invitó a
una cerveza. Acepté. Entró en la casa para ir a buscarla a la nevera. Entré
tras él. Estaba anocheciendo. La calle estaba desierta en esos momentos.
En el barrio se busca a mi perra. Sé dónde está.
Enterrada en el jardín de mi vecino.
En el barrio se busca a mi vecino. Sé dónde está.
Enterrado en su jardín muy cerca de mi perra.