No está nada mal esto de estar muerta, no señor. Una de
las cosas que más me gustan es entrar en un lugar caldeado y que la temperatura
baje unos cuantos grados. Creo que, en general, a los muertos no nos va mucho
el calor.
Esta habitación la conozco muy bien. Esquivo los muebles
con facilidad. Me siento en una silla junto a la cama. Está durmiendo. No puedo
dejar de mirarlo. Le quise mucho. Me moría por él. Y al final por él estoy
muerta. Paradojas de la vida. Todavía quedan resquicios de mi amor
desperdigados por mi corazón, aunque el odio, a pasos agigantados se está
acercando, con la intención de quedarse para siempre.
Me viene a la cabeza una canción de los 80 “te hubiese
querido hasta el fin”. Lo hubiese hecho, sí, no me cabe la menor duda, pero él
tenía otros planes muy diferentes a los míos.
Me liquidó, me quitó de en medio, me asesinó, le bastó
con apretar con fuerza mi cuello para arrebatarme la vida. Y todo ¿por qué? Porque
como su secretaria y amante sabía muchos secretos sobre sus “negocios”.
Que me haya quitado la vida me duele, claro está, pero el
odio se multiplica hasta el infinito porque también sesgó la de su hijo que se
estaba gestando en mi vientre.
No le deseo la muerte, sería demasiado benevolente por mi
parte. No. Hay maneras de vengarse mucho peores.
He dejado que me vea un par de veces al día. A través de
un espejo, al final de una calle, sentada en una cafetería…
Le he susurrado su nombre al oído. He tirado cosas en su
casa.
Lo llevo torturando unos cuantos meses. Y me lo estoy
pasando en grande.
Su mesilla de noche está llena de botes de pastillas,
unas para dormir, otras para relajarse, otras para las visiones, dolores de
cabeza….
Visita a su psicólogo tres veces por semana y la cosa no
mejora. Porque yo no quiero que lo haga, simple y llanamente.
Ha perdido el trabajo. Sus relaciones sociales son casi
nulas. Ninguna mujer está más de un par de días a su lado. Ya comenzó a hablar
solo. Ha puesto varias cerraduras en la puerta de su casa. Como si eso le
sirviera de algo. Soy un fantasma no un ladrón.
Ahora me toca hacer el truco final.
Se está despertando. No duerme muy bien. Tienes unas
ojeras grandes y negras alrededor de sus ojos. Ha envejecido unos cuantos años.
Está delgado y demacrado. ¡Me encanta! Es el resultado de un buen trabajo.
Sé que sueña con aquel día. Los remordimientos lo están consumiendo
en vida. Pero puedo hacer algo más para incrementar su tortura.
Me mira. Se sienta en la cama aterrado. No puede hablar.
El miedo lo tiene paralizado.
Le sonrío y le digo:
-Yo espanto tus sueños y doy paso a tus peores
pesadillas. Morirás estrangulado cada noche y resucitarás cada mañana.