—¡Joe, me voy! –gritó una mujer en el piso de abajo –te dejo
comida en la nevera.
—¡Vale, mamá! –le respondió su hijo- ¡conduce despacio y
dale recuerdos a los abuelos!
La puerta de la calle se cerró y Joe dejó escapar el aire
que había retenido en sus pulmones hasta que escuchó el ruido de la puerta al
cerrarse.
Todo un fin de semana solo. ¡Al fin libre!, pensó.
Había colocado diminutas cámaras en todo el pueblo. Un
tarea ardua y difícil que le había llevado completar con éxito más de seis
meses. Muchas noches durmiendo poco. Pero al fin lo había conseguido. Y podía
ver desde la seguridad que le ofrecía su casa, cómodamente sentado delante de la
pantalla de su ordenador el ir y venir de sus vecinos.
Hacía días que se había fijado en un muchacho. Lo conocía
del instituto. Era un chico solitario, sin amigos. Sabía que su padre alcohólico
le pegaba. Su madre se había ido de casa hacía unos meses. Bueno… esa era la
versión oficial que distaba mucho de ser la real. No sería difícil convencerlo de que fuera
hasta su casa. Sabía que le flipaban los comics de superhéroes y él tenía unos
cuantos que había adquirido en una tienda de segunda mano y que sabía que le
gustarían.
Las cámaras las había puesto más por los turistas que por
sus vecinos. Pero no podía desperdiciar una ocasión como aquella. Los turistas
todavía no habían llegado y él tenía que cumplir unos plazos.
Hizo una llamada rápida, cogió su cazadora vaquera y
salió a la calle.
Quince minutos después volvía a estar en su habitación
esta vez acompañado de Tomas. Estaba entusiasmado con los cómics y no paraba de
darle las gracias cuando Joe le dijo que eran suyos.
Había dejado la pantalla del ordenador encendida, donde
se podían ver las calles de la ciudad, pero Tomas pareció no darse cuenta de
ello, o por lo menos no hizo ningún comentario al respecto.
El timbre de la puerta sonó. Joe bajó. Pero no abrió la
puerta de la calle. Sabía que allí no encontraría nadie. Fue hasta la puerta de
atrás, la que daba al jardín y al huerto del que tan orgullosa estaba su madre.
Dos hombres de unos cuarenta años entraron tras él.
Subieron hasta su habitación. Tomas seguía mirando con
verdadero fervor aquellos comics.
Uno de los hombres se sentó en el borde de la cama junto
a él fingiendo interés por lo que estaba leyendo el chaval. Tenía algo entre
las manos que colocó bajo la nariz de Tomas.
Este perdió el conocimiento casi de inmediato.
—Buen trabajo muchacho, se ve sano –le dijo el hombre
mientras le tendía un sobre.
Joe lo abrió y sonrió al ver el fajo de billetes que
había dentro.
—Mañana tendré otro –le dijo el joven- los turistas
llegarán por la mañana.
Se volvió a sentar frente al ordenador sonriendo mientras
decía:
—El gran hermano te espía quiere tus órganos.