—Abuelo, por favor, cuéntanos la historia del lobo blanco.
El abuelo estaba sentado en su butaca preferida viendo las noticias en el televisor, cuando los gemelos, Tom y Harry, entraron en el salón corriendo y lo abrazaron.
El hombre era feliz cada vez que su hija los traía de visita. Los abrazó con ternura pensando cuán rápido pasa el tiempo. Parecía que habían nacido ayer y ya pronto cumplirían trece años.
—¿Y cómo sabéis eso? —les preguntó aún sabiendo la respuesta.
—Fue la abuela, nos dijo que una vez habías visto cómo un lobo blanco mataba a una persona.
—Sí, es cierto. Pero eso sucedió hace más de cuarenta años, cuando yo era muy joven.
Los muchachos se sentaron sobre la alfombra enfrente del hombre con las piernas cruzadas escuchando atentamente.
«Corría el mes de junio, el calor empezaba a notarse ya. Los días eran más largos y la gente estaba más que dispuesta a disfrutar de aquellos días soleados. Venía gente de fuera, forasteros, a nuestro pueblo. Más bien gente de ciudad que quería disfrutar de unos días tranquilos lejos de la rutina. Entre toda aquella gente llegó un hombre malo, de los que no vienen a disfrutar de la paz y la tranquilidad del pueblo sino de los que son felices arrancando los sueños y la vida de la gente.
Actuaba cuando el amanecer entraba de puntillas en el pueblo. Primero fue una chica, Amanda, que salía de su turno en la gasolinera. Luego Raúl, que trabajaba en un pub. También el repartidor del pan y el de la leche. En un total de cinco personas en sólo un mes.
Los degollaba. La policía estaba desconcertada. No había encontrado huellas, ni una sola pista.
A la gente le gusta mucho cotillear y más cuando se tratan de temas como éste comenzaron a decir que el asesino tras cortarles el cuello a sus víctimas se quedaba mirando como se desangraba hasta morir. No sé si es cierto o no porque el hombre nunca habló.
Pero el asesino cometió un error. Su última víctima logró escapar con vida. Sus gritos alertaron a los vecinos que llamaron a la policía. El asesino había huido al bosque.
Yo había salido muy temprano de casa para ir a cortar leña, no quería hacerlo cuando el sol estuviera muy alto y el calor me abrasara. Recuerdo que era una apacible y tranquila noche de luna llena. Fue cuando escuché unos pasos y una respiración agitada a mis espaldas. Me giré y vi a un hombre vestido completamente de negro, camisa, pantalón y zapatos. Su mirada era la de un loco que se había escapado del manicomio. Blandía un cuchillo. Se lanzó sobre mí dispuesto a matarme. Fui más rápido y pude evitarlo. Eché a correr como alma que lleva el diablo. El hombre me perseguía gritando que no tenía escapatoria, que me iba a matar.
Entonces lo vi. Un enorme lobo blanco saltó al sendero. El asesino se enfrentó a él amenazándolo con el cuchillo. El lobo se abalanzó sobre él. El hombre logró clavarle el cuchillo en una de sus patas delanteras. El lobo aulló de dolor. Aquello lo enfureció todavía más. Desgarró el cuello del asesino. Yo lo ví todo escondido tras unos matorrales.
—¡A cenar! —les gritó la abuela.
El abuelo cogió el bastón que descansaba a su lado y se puso en pie.
Todavía arrastraba las secuelas de una herida de arma blanca sufrida cuando era joven.