Creía, que lo que había sentido por aquella muchacha había sido amor a
primera vista. No le cabía la menor duda. Desde el primer momento que la vio,
en aquel parque, con aquel vestido rojo, no cejó en el empeño de enamorarla y después
de varias semanas, lo había conseguido. Ahora después de varios años casados
seguía enamorado. Y sabía a ciencia cierta que ella sentía lo mismo por él.
Habla la leyenda, que un anciano chamán, le cuenta una historia a su nieto:
“en el interior de cada persona, se desata cada día, una batalla terrible entre
dos lobos. Uno blanco y uno negro. Que simbolizan al bien y al mal”. El niño
pensativo, le pregunta quién gana de los dos, a lo que el abuelo le responde: “ganará
el que tú elijas alimentar”.
El hombre llevaba años alimentando más al lobo negro que al blanco, y el
primero ya superaba en fuerza al segundo. El resentimiento, la mentira y la
maldad, daban pasos agigantados cada día.
Se quedó sin trabajo, su jefe le despidió después de que el hombre le
propinara un puñetazo, rompiéndole la nariz, por no cambiarle el turno de
trabajo. Pasó un par de días en el calabozo. De camino a casa vio un cartel en
la cristalera de un bar, “se alquila”, decía. Sin pensárselo dos veces, marcó
el número y después de un rato largo hablando con el dueño del establecimiento
quedaron en verse al día siguiente.
Llegaron a un acuerdo y se sumergió de lleno en el mundo de la hostelería.
Una de las cosas que más le gustó del bar, fue el nombre que tenía y que no
pensaba cambiar: “Caperucita Roja”. Desde el momento en que tomó las riendas,
el negocio le fue bien. La suerte estaba de su lado.
Pero llegó el día, en que todo se torció, fue en el momento que aquella
mujer entró en su local. Se hizo un silencio total a su paso, como si hubiera
entrado un ángel. Tanto los hombres como las mujeres, que allí estaban, no podían
apartar la mirada de ella. Alta, rubia, con un cuerpo de vértigo y una sonrisa
que hacía que el corazón le latiera desbocado en el pecho. Él por supuesto
sucumbió a sus encantos, cayendo rendido a sus pies. Comenzaron casi de
inmediato una relación. Pero poco a poco, aquella mujer, se fue transformando, pasando
de ser una venus del olimpo a la maléfica de los cuentos. Se vio envuelto en
una relación turbia, dañina para el alma y el corazón, cargada de reproches y
de celos. Entonces su lobo negro, que ya tenía la fuerza de mil demonios, entró
en juego.
El hombre le dijo que quería terminar aquella relación. Ella le amenazó con
contárselo a su mujer. Él con matarla si lo hacía. Un tira y afloja. Ahí quedó
la cosa. Pensaba que no sería capaz de hacerlo. Pero sí lo hizo. Su mujer se
enfadó con él y se fue a casa de su hermana “unos días”. Aquello fue un sábado.
Su ira iba en aumento por momentos. Pero ante todo tenía que controlarla y
mantener la calma. Tenía un plan. Llamó a su amante y la citó en el local a
medianoche. Cuando hubo entrado la mujer, le asestó un golpe en la cabeza
dejándola inconsciente, a continuación, le asestó varias puñaladas en el pecho,
causándole la muerte. Luego con una sierra la fue despedazando, le llevó gran
parte de la noche, pero mereció la pena. Metió los trozos de carne en una bolsa
de deporte negra, hizo un agujero en la pared y la emparedó. Ya había amanecido,
cuando terminó de rellenar el hueco en la pared. Luego se fue a casa, se duchó
se puso su mejor traje, y fue a casa de su cuñada a buscar a su mujer. Tenía
que volver con él. Pero cuando llegó a la casa, su cuñada se negaba a abrirle. Así
que se abalanzó sobre la puerta, hasta romperla. Entró, su cuñada le recriminó
lo que había hecho, vociferando e insultándolo. La rabia y la ira lo cegaron, la
cogió por el cuello apretándoselo hasta que la mató, luego fue a por su mujer.
El lobo negro seguía hambriento.