Si estoy relatando ésto es porque encontré cuadernos y lápices para hacerlo. Tengo veinticuatro años, hace diez que comenzó la etapa post apocalíptica de la que todavía no nos hemos recuperado. En el cielo aparecieron unas naves que no venían a tomar el té, ni mucho menos. Empezaron a lanzar bombas y a asesinar a más de la mitad de la población mundial. Los que habíamos sobrevivido milagrosamente, pensamos que aquello era el principio del fin de la humanidad y que aquellos seres se harían con nuestro planeta. Pero no fue así. Los mató las bacterias con las que convivimos diariamente y a las que nuestros organismos después de años y años se adaptaron a ellas.
Estallaron en todas partes del mundo y liberaron un gas letal para la humanidad. O eso no dijo una señora que se hacía llamar o la llamaban sus seguidores la «dama de la saya verde» por un problema de pigmentación en la piel, parecía verde como un sapo pero en un tono más claro. Eso la hacía ser diferente al resto de todos nosotros y como tal, en un mundo donde ya nada era igual a lo que habías conocido esa diferencia la marcaba como alguien especial, una profeta puesta en la tierra para salvar a la poca humanidad que quedaba.
Mis padres y yo éramos de los pocos supervivientes que vagábamos por la ciudad en busca de comida y cobijo. Ella nos vio y nos ofreció unas máscaras antigás que según ella nos protegería de los gases que pululaban por el aire.
Nos metió en un bunker bajo tierra durante años. Ella tenía el control absoluto de todo lo que pasaba allí. Si no obedecías, si te revelabas o si no seguías las normas que ella había dictado, te mataba sin contemplaciones. Descubrimos, para nuestro horror, que luego nos servía a nuestros compañeros muertos en la comida. Nos convertimos en caníbales en contra de nuestra voluntad. Había puesto unas cámaras que vigilaban el perímetro exterior de donde nos hallábamos. Un día vio a un hombre. Envió a sus dos mejores sirvientes, los más leales, a buscarlo. Lo llevaron a una habitación minúscula, la misma donde dictaba sentencia y asesinaba. Estuvo cara a cara con él, interrogándolo durante horas, los dos solos. El hombre se había apartado de su grupo, y era el príncipe de un país vecino. Eso nos lo contó él más tarde. Lo pusimos al día. Él nos dijo que no había ningún gas allí fuera y que el aire se podía respirar sin problemas. A partir de ese momento el odio hacia ella creció exponencialmente. Cada vez que la mencionábamos lo hacíamos llamándole «bruja».
La bruja de la saya verde engañó al príncipe para que se quedara allí con ella, ofreciéndole «humo» a cambio.
Él le siguió la corriente mientras intentaba urdir un plan de huída. Le prestamos nuestra ayuda. Primero tendríamos que acabar con sus secuaces. Lo logramos poniendo matarratas en sus comidas. Siempre comían aparte. A ella le preparamos una muerte digna de una gran embaucadora.
Una vez muertos los secuaces de la bruja logramos hacernos con las llaves de la trampilla que nos separaba del mundo exterior. Varios hombres entraron en su habitación mientras dormía y la llevaron a rastras arriba. Allí entre gritos de espanto por lo que estaban haciendo, la degollaron.
Ahora logramos encontrar un asentamiento donde intentamos sobrevivir día a día y estoy segura que lo conseguiremos.