Podría ser cualquier cosa, pensaba para sus adentros mientras se dirigía hacia allí, como por ejemplo, el ruido de las cañerías, aquella era una casa vieja heredara de sus padres. Pero cuanto más se acercaba más seguro estaba de que aquel ruido no provenía de las cañerías, era más bien como si alguien estuviera moviendo platos y cubiertos.
Llegó al umbral de la puerta y no pudo pasar de allí. Había alguien en su cocina. Un hombre. Alto, delgado, con el pelo muy corto y una incipiente barba, vestido con ropa de deporte… Era igual que él.
Cerró los ojos y rezó para que cuando los abriera aquella persona no estuviera allí.
Pero al abrirlos aquel hombre lo estaba mirando con una amplia sonrisa dibujada en sus labios.
—¿Pero qué haces ahí parado? —le dijo sin dejar de sonreír—Siéntate, ya he hecho el zumo de naranja, el café y estoy con las tostadas. Siempre se nos queman, es como una maldición que llevamos encima.
James, no sabía qué hacer. Tenía dos opciones, entrar o salir corriendo.
Le pareció que en cuestión de segundos sus piernas se habían convertido en chicle y que no lograría mantenerse en pie durante mucho tiempo, pero aun así, logró llegar a la silla y sentarse.
Aquel hombre le sirvió un vaso de zumo, una humeante taza de café solo y sin azúcar como a él le gustaba y unas tostadas negras como el carbón.
—Creo que con este día tan espantoso no deberías salir de casa —le espetó su visitante.
Fuera llovía con fuerza.
Pero con días peores había salido a correr.
Se bebió el café de un golpe. Estaba templado como siempre lo tomaba. La cafeína le dio la fuerza necesaria para hablar.
—¿Quién eres?
El otro soltó una carcajada mientras echaba la cabeza hacia atrás. Algo que él también hacía. Era un clon de él. No le cabía la menor duda. Había visto una película al respecto y al recordarla no dudó de que se había convertido en el protagonista y que aquello no pintaba nada bien. Si mal no recordaba al final el personaje principal no quedaba muy bien parado.
—James, James, soy tu conciencia. Tú y yo somos uno. No podríamos existir el uno sin el otro.
—¿Qué quieres? —le preguntó cada vez más convencido de que estaba ante un loco que se hacía pasar por él.
—Lo que quiero es muy sencillo. Que termines de una vez esa novela que estás escribiendo.
Acto seguido se levantó de la silla y comenzó a caminar por la cocina dando vueltas.
—En primer lugar tienes que cambiar unas cuantas cosas. Ya sé que yo existo por y para algo, pero ¡por el amor de Dios! es una novela, no hace falta que seas tan moralista. Haz que tus personajes realicen los actos que tu moral te tiene prohibida, que tú nunca harías porque no tendrías el valor y porque dicha moralidad te lo impide. Venga, vamos a tu despacho a trabajar un poco.
Frente al ordenador James iba escribiendo lo que su conciencia le iba dictando y poco a poco se fue sintiendo más seguro de sí mismo, la adrenalina comenzó a subir por sus venas dándole unas fuerzas que nunca tuvo.
—Fíjate en este párrafo, eres un mojigato, sabes que el protagonista quería arrancarle la ropa a la chica y tomarla allí mismo sobre la hierba del parque, Escríbelo, hazlo realidad. Cualquier chaval de dieciséis años soñaría con eso y más éste, tu personaje principal es un pringado del tres al cuarto que todo el mundo le da la espalda.
Estuvieron así buena parte de la mañana. La novela estaba casi terminada.
—Bueno, ahora viene el final. El chaval se va a subir a un autobús con la idea de irse del pueblo, muy bien, lejos de los maltratos de su padre, de sus compañeros de clase y bla, bla, bla. Pero necesita un final apoteósico.
—¿Cómo cual?
—Digamos que toda esa ira acumulada durante años podría servirle de algo, como por ejemplo vengarse de todos.
—¿Una especie de superhéroe vengativo que le salgan llamas o fuego por la boca?, no me hagas reír. —Le respondió.
—Algo así. —le respondió— Date cuenta que según la historia es el verano más caluroso en años. Lleva sin llover muchos meses. Está todo seco. Cualquier chispa valdría para provocar un gran incendio. El sol parece salido del mismísimo infierno puesto en el cielo por Satanás.
—¿Y?
—Se irá en el autobús que sale al mediodía. Pero antes… La gente estará en sus casas, a salvo del sol, echándose la siesta o viendo la televisión. Un poco de gasolina aquí y allá, sobre todo en el bosque que rodea el pueblo y en poco tiempo las llamas se expandirán por todas partes y así la venganza está asegurada.
—Estás loco… pero me gusta.
—La frase final será la siguiente:
La ciudad arderá con el sol infernal.