sábado, 29 de mayo de 2021

VENGANZA

 

Llevaba un tiempo en la cárcel, menos de la mitad de la condena que le habían impuesto. Cada día se le hacía más difícil seguir allí. Cada noche cuando apagaban las luces de la penitenciaria, tramaba una y otra vez el mismo plan, acabar con la vida de su esposa. La que lo había metido allí. En realidad, él solo se había metido en aquello, pero era más fácil culpar a otros de sus errores. El insomnio acudía día sí y día también a su celda. Se metía en su cabeza a hurtadillas, al caer la noche, para quedarse. Recreaba una y otra vez la manera en que le sesgaba la vida a aquella mujer, que tanto había amado. La madre de su hija, a la que tuvo que matar, con tan solo cinco años. Él no quería hacerlo, pero ella lo había incitado a ello al negarse a volver con él. Por aquel motivo estaba allí. Su vida no tenía sentido mientras ella estuviera vida. Era como un cáncer para él, tenía que acabar con ella. Ella era la culpable de todo. No dormía pensando en que estaba en brazos de otro hombre, riéndose de él, pensando que había ganado porque lo habían pillado y encerrado. Disfrutando de aquel amor sin acordarse si quiera de su hija, la que tuvo que sacrificar por su amor. Pero tenía un plan. Había leído mucho sobre aquello en la biblioteca que tenían en la cárcel, tiempo no le faltaba, y poco a poco su plan se fue formando de manera nítida y clara en su cabeza. Ahora sólo tenía que encontrar el momento de entrar en acción y sabía cuándo y dónde.

Empezó con pequeñas molestias, exagerando un poco los dolores. Idas y venidas a la enfermería. Seguía insistiendo a pesar de que le decían que no tenía nada. Les amenazaba con que un día sería tarde cuando descubrieran que realmente estaba muy enfermo. Llegó a estar más en la enfermería que en la celda. Le gustaba estar allí, estaba casi siempre solo, y lo trataban muy bien. La comida era mejor que la que le daban habitualmente. Casi siempre era lo mismo, decía que le daban taquicardias y ansiedad, que le dolía mucho el pecho. Simulaba un infarto, conocía todos los síntomas previos a ello. Era tal su hipocondrismo que al final le hicieron caso.

Ella estaba en la cocina preparando la comida, cuando escuchó hablar al locutor de la radio, sobre el ingreso en el hospital de un preso por posibles problemas cardíacos. Al escuchar el nombre, tuvo que sentarse para no caer. La aceleración del corazón se fue incrementado por momentos y un torrente de lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, formando un pequeño charco de agua sobre la mesa. Se había creído a salvo. La pesadilla había comenzado de nuevo. Lo conocía bien y sabía que aquello era fingido. Se puso en contacto con la policía aun sabiendo de antemano la respuesta que le iban a dar. Pero tenía que hacerlo. También llamó a su abogado. Ninguna de las respuestas que les dieron la satisfizo demasiado. Sabía, como siempre había ocurrido, que estaba sola. El buscaría la manera de acercarse a ella, eludiendo cualquier seguridad. También sabía que tardaría en buscarla, se había cambiado de nombre y de país, pero sólo era cuestión de tiempo, que la encontrara. Ese tiempo jugaba a su favor, tenía que huir de nuevo. Lo que ella no sabía es que no estaba sola. Había un policía que velaba por ella. Un hombre que se había interesado por su caso, y que a pesar de haber encerrado al culpable no dejaba de hacer un seguimiento exhaustivo de él. Sabía que aquello era puro teatro, la única posibilidad, que veía para poder escapar. Se puso en contacto con ella y urdieron un plan. Una de las enfermeras que lo atendía en el hospital era policía. Él, por supuesto, no lo sabía. Cualquier visita que recibiera estaba grabada. Sólo tuvo una, un ex presidiario, que se hizo pasar por un familiar. Había sido su cómplice fuera de la cárcel, buscó a su mujer, y la encontró. Eran lo suficientemente listos para no hablar en voz alta del asunto. Pero las cámaras captaron cómo le entregaba algo bajo las sábanas, una nota. El hombre lo leyó, se lo volvió a dar y éste lo destruyó en el baño. Era la nueva dirección de la mujer.  Había que actuar con rapidez. Al caer la noche. El preso se escapó. El cómplice lo esperaba fuera con un coche en marcha. A pocos metros un coche los vigilaba. El preso llegó a la casa de la mujer. Se encaminó hacia la parte trasera. Intentó abrir una de las ventanas. Probó dos, sin éxito, pero la tercera cedió. Entró. Extrajo una linterna del bolsillo derecho del pantalón y fue iluminando el suelo a su paso. En el otro bolsillo llevaba una pistola, con el cargador lleno, dispuesto a vaciarlo sobre a aquella mujer que le había amargado la vida. Seguramente, también tendría que utilizar varias de esas balas, para matar al hombre que compartía cama con ella. Subió despacio las escaleras que llevaban a la planta de arriba. Había cuatro puertas, pero una de ellas le llamó la atención estaba entreabierta, su mujer nunca dormía con la puerta abierta, era, es, claustrofóbica. La empujó despacio, vislumbró su silueta en la cama. Su melena rubia descansaba sobre la almohada. Se acercó a la cama, despacio, sin prisa, queriendo saborear ese momento que tanto había anhelado. Sacó la pistola. En ese mismo instante, se encendieron las luces y un hombre a sus espaldas, se abalanzó sobre él, otros tres lo estaban apuntando con sus pistolas. Un cuarto, vestido de paisano, echó hacia atrás la ropa de la cama, allí no estaba su mujer, era un maniquí.

 

viernes, 28 de mayo de 2021

BIBLIOTECA

 


 

Los exámenes finales estaban a la vuelta de la esquina. Ana, comenzó a ir a la biblioteca todos los días. Era el único lugar donde encontraba el silencio y la paz que necesitaba para concentrarse. En casa era imposible, con los gemelos correteando todo el día de un lado para otro. Empezaban a salir, peligrosamente, chispas de su cabeza, de lo que la enfadaban, y antes de que aquello fuera a más, se iba. Su novio, Juan, la recogía a las 8 cuando salía de trabajar y la llevaba de vuelta a casa. Pero antes paraban a tomarse unos refrescos y charlar sobre el día que habían tenido. Quería mucho a Juan, llevaban juntos casi dos años. Hay que decir que los sentimientos del muchacho hacia ella, eran verdaderos, estaban locamente enamorado de ella. El primer día en la biblioteca fue un éxito total, había avanzado mucho en sus estudios y cuando regresó a casa se la veía muy feliz. El segundo día se fijó en un chico que se sentó, en la larga mesa donde estaba, enfrente de ella. Lo miró un par de veces de soslayo. Era guapo, muy guapo. Tenía el pelo rubio y unos ojos azules, intensos, que le recordaban el cielo, en un día despejado, sin nubes. Ella se percató que él también la observaba cuando creía que no era visto. El tercer día en la biblioteca, el chico estaba en el mismo lugar del día anterior. Esta vez se fijó mejor en él. Además de guapo, era alto y tenía unos hoyuelos en ambas mejillas que le daban un toque de niño travieso. Le llamó la atención que seguía leyendo el mismo libro de la otra tarde. No parecía un libro de texto, más bien una novela. Quería preguntarle el título, pero no se atrevió. Sus miradas se cruzaron, mientras ella se sentaba justo enfrente. En ese momento en aquella larga mesa, sólo estaban ellos dos. Notó una aceleración en los latidos de su corazón. Entonces pasó, ambos se pusieron a hablar en el mismo momento. Se rieron por lo cómico que había resultado. El muchacho se levantó y se sentó a su lado. Se presentaron, él se llamaba Marcos y de cerca todavía era más guapo. Leía Romeo y Julieta. Le encantaba aquel libro y podía recitarlo al completo, de la cantidad de veces que lo había leído. Estuvieron hablando poco tiempo, ya que la biblioteca empezó a llenarse de gente. El hombre que se sentó al lado de Ana llevaba un libro “Espartano” se titulaba. Una niña vestida de Hada, con varita y todo, pasó corriendo por el pasillo. Iba a una sala contigua donde empezaría en unos minutos el “cuentacuentos”.

Los siguientes días siguieron coincidiendo en la biblioteca. Ella pasaba todo el día esperando la hora para ir allí, para verlo. Un día no lo encontró en el lugar de siempre. Se puso nerviosa pensando que tal vez ya no volviera. Entonces escuchó el ruido que hacen una pila de libros al caerse al suelo en forma de cascada. Marcos, al intentar coger un libro a la niña disfrazada de hada, se le cayeron todos. Ella fue a ayudarlos. Sus dedos se rozaron un instante, sus miradas se encontraron y sus labios se acercaron, ansiosos de un beso… - ¡Lo encontré! -gritó la niña-hada- el de la abeja. Mostrándonos dicho libro. Lo hizo deslizar con maestría, hasta donde estaba la persona encargada de leerlo al grupo de niños, que esperaban, sentados en círculo, en el suelo. No fue muy oportuno la llegada de su novio a la biblioteca, Solía esperarla fuera. Pero varios comentarios que le venían haciendo casi a diario, sobre que Ana tenía un nuevo amigo y que se veían, todos los días, en la biblioteca, lo llevó a presentarse allí sin avisar. La vio muy feliz hablando con un tipo, muy bien parecido. Los celos se adueñaron de él. Si saludar siquiera, se dirigió a ella y le dijo que tenían que irse. La vergüenza por su conducta, la ruborizó por completo. No quería que Juan montara una escena allí, y menos delante de Marcos. Así que, sin mirarle a los ojos siquiera, se levantó cogió su chaqueta y salió de allí cabizbaja. Fuera le reprimió su comportamiento. Él le exigió que no volviera, ella le dijo que no podía impedirle volver allí. Se enfadaron y ella rehusó que la llevara a casa. Al día siguiente quiso volver a la biblioteca para pedirle a Marcos disculpas por el comportamiento de su novio. Pero no se atrevió. No reunió la fuerza necesaria hasta una semana después. Se llevó una gran sorpresa cuando descubrió que el chico no estaba. Lo que sí estaba era el libro que él siempre leía: Romeo y Julieta. Lo cogió y empezó a pasar las páginas. Estaban amarillentas y muy gastadas por el uso. Casi al final se topó con una fotografía. La miró. Era una foto de Marcos. A su alrededor había más gente. Vestían con ropas antiguas y estaban en un escenario. Le dio la vuelta a la foto y vio una fecha impresa en el reverso: 20 de abril 1821. Era la fecha de hoy, pero de hacía cien años. Se quedó desconcertada. Decidió preguntar a la bibliotecaria qué sabía de aquello. La mujer, de unos sesenta años, muy delgada y con el pelo completamente blanco, la miró por encima de las gafas, analizándola. Se dio cuenta de que la joven que tenía enfrente, no sabía la historia y pasó a contársela. Aquel joven había formado parte de un grupo teatral. Iban a poner en escena la obra de Romeo y Julieta. Con tal mala fortuna que una barra de hierro le cayó encima sesgándole la vida casi al instante, murió mientras lo trasladaban al hospital. Mientras le contaba aquello, con el corazón encogido de pena y las lágrimas resbalando por sus mejillas, no podía dejar de mirar una caja de bronce, antigua, cubierta de pátina.

 

miércoles, 26 de mayo de 2021

PESADILLA

 

 

 

 

Chispas, salían de su cabeza. Estaba muy enfadado. Salió dando un portazo, con tal fuerza, que se tambalearon hasta los cimientos del edificio. Sólo pedía ayuda, una ayuda que no le querían prestar porque, según ellos, no había pruebas de un peligro inminente. Pero él sabía lo que pasaba en su casa porque tenía que convivir con ello a diario. Vivía solo. De madrugada escuchaba pasos. Los objetos salían disparados, chocando contra las paredes y una voz le hablaba. La policía había acudido una noche, los había llamado muy asustado. Aquella noche en concreto, los fenómenos habían adquirido unas dimensiones desproporcionadas. Pero la conclusión a la que habían llegado, es que eran imaginaciones suyas, llegando a insinuar que todo aquello lo provocaba él. ¡Pandilla de ineptos! Estaba anocheciendo cuando llegó a su casa. Se sirvió una generosa cantidad de whisky en un vaso y se lo bebió de un trago. Aquello le ayudaría para templar los nervios. Se sentó frente al televisor. Puso una película. En un momento dado, el protagonista, un matón del tres al cuarto, le habló desde el otro lado de la pantalla. Sólo una palabra: ¡mátalos!, lo levantó del sofá como impulsado por un resorte. Cogió su escopeta de caza, la cargó y salió a la calle. Se situó frente a la comisaría. Empezó a gritar, insultándolos. Los policías empezaron, salieron a la calle. Los fue abatiendo, según salían, como patos en una caseta de feria, apretando el gatillo una y otra vez. Los ruidos de sirenas se escuchaban cada vez más cerca. En unos minutos estaba rodeado, con decenas de policías apuntándole. No se rendiría. Moriría esa noche si era preciso. Tal vez fuera lo mejor. Dejaría de escuchar aquella voz que le taladraba el cerebro. Empezó a disparar un arma, de la cual, ya no salía nada, estaba vacía. Se había quedado sin munición. Un grito desgarrador salió de su garganta, mientras lo acribillaban a balazos. Se despertó sobresaltado, desorientado, con la ropa pegada al cuerpo, empapada de sudor. Se había quedado dormido. La botella de whisky estaba vacía. Vio la escopeta a su lado. Se levantó de un salto. La cabeza le palpitaba. Se la agarró con ambas manos, el dolor era insoportable. Escuchó pasos entrando en la habitación. Levantó la mirada. En un primer momento sólo vio una sombra difuminada. Esperó unos segundos a que se le aclarara la vista. Lo vio. Se vio. Era él. - ¡Hazlo, acaba con lo que has creado! Sintió como una fuerza, ajena a él, controlaba sus movimientos. Se vio cogiendo la escopeta. No quería, pero ya no era dueño de sus actos. Una vez en la mano, le sacó el seguro, la introdujo en la boca y apretó el gatillo.

sábado, 22 de mayo de 2021

CONFESIONES

 

 

 

Después del cementerio, Mario, acompañado de sus cuatro mejores amigos se fueron hasta la casa, en que dos días atrás, compartía con sus padres. Se sentaron en el salón, ante una televisión apagada, en total silencio. Uno de ellos se levantó. Leyó varios títulos de la multitud de libros que abarcaban varias estanterías que llegaban hasta el techo. Todos tenían una temática similar. Satanismo, ritos oscuros, misas negras…. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Cogió uno de ellos y empezó a hojearlo. Mario se acercó a él. El libro que tenía su amigo entre manos versaba sobre la incógnita de la vida después de la muerte. Los otros tres, intrigados por lo que estaban leyendo, se unieron a ellos. Decidieron hacer un rito que consistía en invocar a algún espíritu a través de un espejo. Mario quería respuesta a la pregunta que no le dejaba en paz y que le taladraba el cerebro. ¿Por qué se habían suicidado sus padres? Se puso delante del espejo y diciendo unas palabras que aparecían en el libro, que no voy a mencionar porque no quiero alentar al lector a pronunciarlas, esperó a ver qué pasaba. Tras diez largos minutos de espera, llegaron a la conclusión que aquello era una tontería y volvieron a sentarse en silencio. Todos menos Mario, que fue hasta la cocina a buscar unas cervezas. Pero en el momento en que la puerta de la cocina se cerró tras él, las luces de la casa se apagaron. A tientas llegó al salón, sus amigos se estaban quejando por el apagón. Entonces, surgida de la nada, una niebla espesa se propagó por toda la habitación. Uno a uno fueron cayendo adormecidos. Todos menos uno. Unos seres oscuros, ensotanados, y de una altura exagerada, surgieron entre la niebla. Se inclinaron sobre ellos, sujetándoles las cabezas entre algo que estaba muy lejos de ser manos. Eran más bien garras, con largas uñas afiladas. Los ojos de aquellos seres proyectaban una luz rojiza que se introducía en los globos oculares de los jóvenes. Los miedos enterrados salieron al exterior. Experiencias que nunca habían contado, empezaron a aflorar. Uno de ellos estaba en medio de una gran sala llena de gente, ante un atril. El problema es que no debería estar allí, el discurso lo tenía que dar un compañero, pero él se había encargado de que no pudiera hacerlo, metiéndole unos laxantes en el café. Otro había cogido el coche de su padre, había bebido, perdió el control, atropellando a una persona. Se dio a la fuga. Otro había sido infiel a su novia, con uno de sus amigos. Y el cuarto, había cambiado sus notas entrando en la base de datos de la facultad. Al despertar, la niebla se había disipado. Tenían sus móviles en las manos. Miraron atemorizados si habían realizado alguna llamada mientras habían estado dormidos. Y así era. Los últimos números que habían marcado, correspondían a la gente que les había hecho daño. Al amigo confesándole lo del café. A la policía confesando el atropello. A la novia, la infidelidad y el cambio de notas, a la facultad. Lo habían confesado todo. En sus miradas se veían el mismo miedo que sienten los animales cuando están acorralados. Tenían los nervios a flor de piel. También se dieron cuenta de la ausencia de Mario. Lo encontraron detrás del sofá. Muerto, le habían cortado el cuello. Todos presentaban manchas de sangre en sus ropas. Un cuchillo cubierto de sangre descansaba sobre la mesa del salón. ¿Quién lo había matado? El más rápido lo agarró, amenazando con él a los demás. La tragedia estaba servida. En el pasillo, escondido entre las sombras, alguien estaba observando lo que pasaba allí dentro. Cuando había entrado en la casa a robar, ni en un millón de años, podría imaginar que algo de todo aquello podría suceder alguna vez. La entrada de los jóvenes lo llevó a esconderse. Para poder escapar había quitado la luz. Estaba llegando a la puerta, cuando uno de los jóvenes lo descubrió, llevaba un cuchillo en la mano. Después de abalanzarse sobre él para quitarse el arma, le rajó el cuello. Luego llevó el cuerpo hasta el salón, dejándolo detrás del sofá. Los otros cuatro parecían dormidos. No sabía qué hacer con el cuchillo, así que lo dejó encima de la mesa, no sin antes, mancharles la ropa de sangre. Esa idea se le ocurrió al final, y le pareció buena, le daba un aire siniestro al ambiente.  Dio media vuelta y salió de la casa. Lo que ocurriera allí dentro ya no era de su incumbencia.

viernes, 21 de mayo de 2021

CREER O NO CREER

 

 

 

Le gustaba trabajar en el turno de noche. A esas horas el hospital estaba más tranquilo y podía charlar con los pacientes que no lograban dormir o buscaban algo de conversación. Había uno en concreto, un anciano con problemas de enuresis, que le agradaba mucho conversar con él. Aquel enfermero, desde muy pequeño, tenía un comportamiento estoico ante las dificultades, supo enfrentarse y salir bien parado de una grave enfermedad. Nació en el seno de una familia muy católica y aquella adversidad hizo que sus creencias se enraizaran más en él, si cabe.

Aquella noche al finalizar su ronda, fue hasta la habitación del anciano. Le apetecía charlar un poco. Al abrir la puerta vio una bruma espesa envolviendo la cama de aquel hombre. Asustado se acercó lentamente. Acercó un dedo a aquella niebla con desconfianza, temiendo algún efecto adverso en él. Pero no pasó nada. Confiado, metió el cuerpo entero. Sobre la cama yacía el anciano, parecía dormido, ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor. Lo zarandeó suavemente, con el propósito de despertarlo.

Don Sebastián, despierte, despierte.

El hombre abrió los ojos, somnoliento, desorientado. El enfermero lo había sacado de un bonito sueño. Paseaba con su esposa, cogidos de la mano, por la orilla de una hermosa playa. En el momento en que se despertó, la bruma se fue desvaneciendo poco a poco hasta que ya no quedó nada de ella.

- ¿Cuscurro? ¿eres tú? - preguntaba el anciano.

–Don Sebastián, soy yo, el enfermero de noche.

El anciano lo miró y sonrió. Por un momento le hubiese gustado que aquel sueño no fuera tal y que su esposa estuviera a su lado. Pero tenía que ser realista, Laura llevaba muerta diez años.

-Perdona, -se disculpó con el enfermero- estaba soñando con mi esposa, la llamaba “cuscurro” cariñosamente. Ella odiaba ese mote, eso decía, pero en el fondo era algo intimo entre los dos, y sé que le agradaba. Todavía la puedo ver en el huerto, cargando de tomates la carretilla. –hizo una pausa, suspiró y dijo- Ella ya no está.

-Algún día la volverá a ver don Sebastián, ya verá usted como sí –le dijo sonriendo el enfermero.

-No la veré nunca chico. Se ha ido, es polvo, ya no queda nada de ella. –le respondió.

-No diga esas cosas, -insistió el enfermero- lo está esperando en un sitio mejor.

-Sí, en el nicho donde la enterré. Harán un hueco entre sus restos para meterme a mí. No digas chorradas chaval. Esto es todo lo que hay. –le contestó el hombre enfadado. –ese será mi dormitorio eterno.

- No diga eso don Sebastián.  Dios existe, al igual que otra vida donde veremos a nuestros seres queridos que han muerto. El mundo, el universo que observamos, las vidas que vivimos, la historia que encontramos. Todo eso nos indica su existencia. Él es el creador de las montañas, paisajes, estrellas, código genético. El diseño del universo está realizado con una precisión tal que sólo puede ser obra de ese gran artista, que es Dios. Sin duda, la manera en que vivimos refleja a este Dios. Nuestros deseos, miedos, ilusiones son reales y apuntan hacia Él. Y la persona de Jesús, nos indica que Dios existe, porque entró a formar parte de su propia obra de arte.

- ¡Chorradas! –le contestó el anciano. - ¿Has oído hablar alguna vez de la evolución? Dios no creó a nadie, ni nada. Todo lo que nos rodea es producto de un largo proceso de evolución. Vosotros y vuestra fe, de creer lo que no se ve, caso contrario de la ciencia que no se cree nada que no pueda ver y analizar, es más fácil vuestra teoría porque ya no habría nada que hacer, nada que demostrar, queréis que seamos ignorantes y no hagamos preguntas. Pero somos fruto de esa evolución y como tal avanzamos y pensamos y las preguntas vienen solas.  ¿Y dime qué clase de Dios es si existe? Se dice que es omnipotente y omnipresente y benevolente. ¿Por qué permite que haya tanto sufrimiento en su nombre? Es débil y bueno o malvado y no quiere hacer nada. ¿Qué clase de Dios es?

¿Acaso eres de los que usan un cilicio para sufrir y estar más cerca de Él?

Desde siempre necesitamos creer en algo ante las adversidades. Y la Iglesia es el mejor club social de la historia, contando cuentos de hadas a la gente.

-Tiene que evaporar esas ideas de su cabeza don Sebastián. Dios tiene una razón para todo. No siempre puede evitar el dolor. Y a veces lo permite por una razón por la cual tiene sentido. Su alma no está en paz porque le falta algo muy importante para ello: la fe. Pero Él perdona todos nuestros pecados, estamos hechos a su semejanza. Somos sus hijos y nos quiere. Al final nos acogerá a su lado y todo nuestros sufrimientos y desavenencias no serán más que humo que se desvanece en el aire. Él es el camino, la verdad y la vida. Nos hace la oferta de conocerle y al conocerle lo amaremos y todo el sentido que buscamos de la vida lo encontramos en Él. Al creer en Dios, tu alma encontrará paz, al rezarle, estamos hablando con él. Nuestros actos serán recompensados. Y por último le digo, don Sebastián, si un hombre, llamado Jesús, destacó entre millones de hombres y se sigue hablando después de tanto tiempo es que hay mucha verdad en Él. Millones de personas en todo el mundo no pueden estar equivocados.

- ¡Pamplinas! –le respondió el anciano. -Dese la vuelta y pregúntele al que está en el umbral de la puerta, él tiene todas las respuestas.

El enfermero se giró y vio una figura vestida de negro con una capucha cubriéndole la cabeza y una guadaña en la mano derecha. Era la muerte. La pregunta era: ¿A quién venía a buscar?

-Yo no la temo enfermero, sé que no hay nada después. Pero, ¿tú estás preparado para ver a tu Dios?

 

 

 

 

jueves, 20 de mayo de 2021

LA FUGA

 

Estoico era su semblante, apenas reaccionó ante la mala noticia. No todos los días, la policía llama a tu casa para decirte que tu hija ha desaparecido. Pero lo que no sabían, ni la madre, ni ellos era que aquella desaparición había sido voluntaria. Ella y dos amigas suyas habían decidido fugarse. Lo había planeado de manera que pareciera la obra de un asesino. Pero para eso tendría que haber un cuerpo. Sin cuerpo no habría asesino. Eso también lo tenía planeado. Ahora tenía que tomar la decisión. Tenía que matar a una de las dos amigas que se habían embarcado en aquella aventura con ella. Había sido fácil convencerlas. Sería fácil quitarse a una de en medio sin que la otra sospechara. Se habían adentrado en el bosque, conocía una cueva donde resguardarse durante la noche. Cualquier excusa serviría para sacar a su presa de allí, matarla, dejar su cuerpo en el bosque y volver. Por la mañana, haría que su otra amiga lo viera. No sospecharía de ella. No tenía motivos para hacerlo. Siempre había sido una amiga, hija y alumna ejemplar. Nadie sospecharía de ella, ni en un millón de años. Pero los planes, se pueden torcer. Y a la mañana siguiente el cuerpo no estaba donde lo había dejado. Se había quedado consternada al no verlo y más aun no encontrarlo por las inmediaciones. Le había asestado un fuerte golpe en la cabeza con un tronco, creyó que con la suficiente fuerza como para matarla. La amiga no había muerto. Debido a su nerviosismo no vio las gotas de sangre que había dejado en su huida. Gotas de sangre entre las ramas y hojas caídas a lo largo del bosque. Si la descubrían la delataría. Estaba en un gran apuro. Tenía que huir de allí lo antes posible. Pero tenía que hacerlo sola, no podía fallar, esta vez no podía permitirse ese lujo. La joven malherida, logró llegar a la casa de presunta asesina. La puerta estaba entreabierta, se oía hablar a una mujer por teléfono, el sonido de la voz provenía de la cocina. Conocía aquella casa, había estado allí muchas veces. Tambaleándose, dejando un rastro de sangre a su paso, logró llegar al dormitorio de su supuesta amiga y se tumbó en la cama. Se estaba quedando dormida, cuando vio una figura entrando en la habitación. Se acercaba a la cama lentamente. Casi no podía mantener los ojos abiertos, rezó para que fuera la madre y le ayudara. Pero no era así. No era la madre. Era la hija que venía a rematar la tarea que iniciado en el bosque. Sujetaba en alto un cojín.  Lo colocó sobre su cara y presionó. Antes de perder el conocimiento, escuchó la voz de un hombre gritando: ¡Alto, policía!

martes, 18 de mayo de 2021

EN LA VIEJA CASA

 

¡Cuscurro!, escuché como me llamaba mi amigo. Odiaba aquel mote que me habían puesto en el colegio y que a día de hoy todavía seguía vigente, es más, estaba seguro que en mi lápida obviarían mi verdadero nombre, para ponerme aquel mote. Mi amigo y yo trabajábamos para una inmobiliaria, él era el jefe y yo su empleado. El dueño de aquella casa antigua, se había puesto en contacto con nosotros para que la vendiéramos. Pero para ello teníamos que hacer las fotos pertinentes y ver el potencial que tenía. Según nos informó, la casa llevaba vacía más de veinte años, el tiempo que sus padres llevaban muertos. Así que era de suponer que no había nadie allí, a pesar de que mi jefe había escuchado unos ruidos en la planta superior, de ahí el apremio en su voz al llamarme. La casa no disponía de electricidad, y a pesar de que era de día, las nubes que copaban el cielo no eran de gran ayuda a la hora de arrojar luz sobre las dependencias de aquel sitio. Fui a por un par de linternas al coche y subimos las escaleras. Una vez arriba, descubrimos que los ruidos provenían de una habitación al final del pasillo. Escuchábamos gemidos y rezos. Caminamos despacio para que no crujiera el suelo de madera bajo nuestros pies. Abrimos la puerta. Vimos un hombre mayor, desnudo, en su muslo derecho llevaba un cilicio, mientras rezaba ante un crucifijo de madera colgado en la pared. Mi amigo se acercó a él despacio, yo me quedé esperando en el umbral de la puerta. No podía moverme, aunque quisiera. Había algo en aquel hombre que hacía que me estremeciera de miedo. Me parecía que aquella imagen que me mostraban mis ojos no era del todo real.  Parecía distorsionarse por momentos, como si fuese movida por una brisa inexistente en aquella habitación sin ventanas. Mi jefe siguió avanzando hasta que su mano alcanzó el hombro de aquel hombre. Lo tocó, pero sus dedos sólo encontraron aire. El hombre se giró, nos miró durante unos segundos y luego se desvaneció. En el suelo, quedaron marcadas las huellas de sus pies descalzos sobre la capa de polvo que cubría aquel viejo suelo de madera.

EL RESURGIR

  El Olimpo había sido un lugar de copas muy conocido no solo en la ciudad sino en todo el país. Allí bellas jovencitas cantaban ligeritas d...