jueves, 22 de febrero de 2024

TRAICIÓN

 —¡Daniela, estás aquí! 

La chica la abrazó llorando.

—Te he estado llamando e incluso fui a tu casa y no estabas.

—Cálmate Elisa. Fui al aeropuerto a buscar a mi madre. 

—¿Hiciste las paces con ella? — le preguntó sonriéndole.

—Bueno, más o menos. —le respondió la amiga. —Pero, dime ¿qué pasó?

Elisa se enjugó las lágrimas, la cogió de la mano y la llevó hasta el camerino que en esos momentos estaba vacío.

—Me ha llamado la policía. Raúl se ha fugado de la cárcel.

—¿Qué dices? 

—Sí, hace dos días y tengo miedo de que venga a por mi.

Daniela la abrazó.

—Tranquila no creo que eso vaya a suceder. Yo estaré alerta por si veo algo, pero te aseguro que es imposible que venga hasta aquí. Has construido una imagen nueva, un nuevo nombre y estás a miles de kilómetros de donde vivías antes. Así que no te preocupes que aquí no vendrá y si lo veo yo misma llamo a la policía. Venga vistámonos para la función, los otros actores están a punto de llegar.

Hizo una pausa y continuó.

—Voy a buscar mis cosas al coche ahora vuelvo.

—Muy bien. Pero no tardes. —le suplicó Elisa —no quiero estar sola.


Daniela no se había olvidado nada, lo que le dijo a su amiga era sólo una excusa para estar sola y hacer una llamada.

Al primer tono le respondió la voz de un hombre.

—Esta noche lo haremos según lo previsto.

—De acuerdo, mi amor. 

—Te abriré la puerta y te escondes en el cuarto de la limpieza. Te vistes con las ropas que te dejé allí. Y cuando te avise sales al escenario y lo haces. Estate atento a esta frase: “Don Juan conquistará a las doncellas de la muerte” al oírla sales. ¿Lo entendiste?

—De acuerdo, Daniela.

Ësta iba a colgar.

—Espera —le apremió el hombre— Te quiero.

—Yo también Raúl.


Al cabo de media hora Raúl salió de su escondite vestido como Don Juan. Se supone que se tiene que encontrar con doña Inés (Elisa) pero Raúl al verla vestida con unos hábitos blancos, al principio no la reconoció, pero al hablar supo que era ella. Sabiendo que aquella mujer que tenía delante lo había metido entre rejas, el rencor y el odio afloraron más fuertes que nunca de su interior. 

Se acercó a ella con la intención de besarla, en realidad no sabía muy bien de qué iba aquella obra en particular. Sacó el cuchillo que llevaba entre sus ropas y le asestó cinco puñaladas mortales. 

Daniela lo estaba esperando fuera con el coche en marcha.






miércoles, 14 de febrero de 2024

CONCIENCIA

 James se levantó al amanecer para correr los diez kilómetros que hacía diariamente. Bajó corriendo las escaleras que daban a la planta baja y cuando estaba llegando a la puerta de la calle escuchó un ruido en la cocina. 

Podría ser cualquier cosa, pensaba para sus adentros mientras se dirigía hacia allí, como por ejemplo, el ruido de las cañerías, aquella era una casa vieja heredara de sus padres. Pero cuanto más se acercaba más seguro estaba de que aquel ruido no provenía de las cañerías, era más bien como si alguien estuviera moviendo platos y cubiertos.

Llegó al umbral de la puerta y no pudo pasar de allí. Había alguien en su cocina. Un hombre. Alto, delgado, con el pelo muy corto y una incipiente barba, vestido con ropa de deporte… Era igual que él.

Cerró los ojos y rezó para que cuando los abriera aquella persona no estuviera allí.

Pero al abrirlos aquel hombre lo estaba mirando con una amplia sonrisa dibujada en sus labios.

—¿Pero qué haces ahí parado?  —le dijo sin dejar de sonreír—Siéntate, ya he hecho el zumo de naranja, el café y estoy con las tostadas. Siempre se nos queman, es como una maldición que llevamos encima.

James, no sabía qué hacer. Tenía dos opciones, entrar o salir corriendo.

Le pareció que en cuestión de segundos sus piernas se habían convertido en chicle y que no lograría mantenerse en pie durante mucho tiempo, pero aun así, logró llegar a la silla y sentarse.

Aquel hombre le sirvió un vaso de zumo, una humeante taza de café solo y sin azúcar como a él le gustaba y unas tostadas negras como el carbón.

—Creo que con este día tan espantoso no deberías salir de casa —le espetó su visitante.

Fuera llovía con fuerza.

Pero con días peores había salido a correr.

Se bebió el café de un golpe. Estaba templado como siempre lo tomaba. La cafeína le dio la fuerza necesaria para hablar.

—¿Quién eres?

El otro soltó una carcajada mientras echaba la cabeza hacia atrás. Algo que él también hacía. Era un clon de él. No le cabía la menor duda. Había visto una película al respecto y al recordarla no dudó de que se había convertido en el protagonista y que aquello no pintaba nada bien. Si mal no recordaba al final el personaje principal no quedaba muy bien parado.

—James, James, soy tu conciencia. Tú y yo somos uno. No podríamos existir el uno sin el otro.

—¿Qué quieres? —le preguntó cada vez más convencido de que estaba ante un loco que se hacía pasar por él.

—Lo que quiero es muy sencillo. Que termines de una vez esa novela que estás escribiendo. 

Acto seguido se levantó de la silla y comenzó a caminar por la cocina dando vueltas.

—En primer lugar tienes que cambiar unas cuantas cosas. Ya sé que yo existo por y para algo, pero ¡por el amor de Dios! es una novela, no hace falta que seas tan moralista. Haz que tus personajes realicen los actos que tu moral te tiene prohibida, que tú nunca harías porque no tendrías el valor y porque dicha moralidad te lo impide. Venga, vamos a tu despacho a trabajar un poco.

Frente al ordenador James iba escribiendo lo que su conciencia le iba dictando y poco a poco se fue sintiendo más seguro de sí mismo, la adrenalina comenzó a subir por sus venas dándole unas fuerzas que nunca tuvo.

—Fíjate en este párrafo, eres un mojigato, sabes que el protagonista quería arrancarle la ropa a la chica y tomarla allí mismo sobre la hierba del parque, Escríbelo, hazlo realidad. Cualquier chaval de dieciséis años soñaría con eso y más éste, tu personaje principal es un pringado del tres al cuarto que todo el mundo le da la espalda.

Estuvieron así buena parte de la mañana. La novela estaba casi terminada. 

—Bueno, ahora viene el final. El chaval se va a subir a un autobús con la idea de irse del pueblo, muy bien, lejos de los maltratos de su padre, de sus compañeros de clase y bla, bla, bla. Pero necesita un final apoteósico. 

—¿Cómo cual?

—Digamos que toda esa ira acumulada durante años podría servirle de algo, como por ejemplo vengarse de todos. 

—¿Una especie de superhéroe vengativo que le salgan llamas o fuego por la boca?, no me hagas reír. —Le respondió.

—Algo así. —le respondió— Date cuenta que según la historia es el verano más caluroso en años. Lleva sin llover muchos meses. Está todo seco. Cualquier chispa valdría para provocar un gran incendio. El sol parece salido del mismísimo infierno puesto en el cielo por Satanás.

—¿Y?

—Se irá en el autobús que sale al mediodía. Pero antes… La gente estará en sus casas, a salvo del sol, echándose la siesta o viendo la televisión. Un poco de gasolina aquí y allá, sobre todo en el bosque que rodea el pueblo y en poco tiempo las llamas se expandirán por todas partes y así la venganza está asegurada.

—Estás loco… pero me gusta.

—La frase final será la siguiente:

La ciudad arderá con el sol infernal.


jueves, 8 de febrero de 2024

EL NIÑO

 Tom, profesión, guardavía. Vive en una vieja cabaña habilitada por la compañía de tranvías.  No tiene familia. Recorre diariamente unos veinte kilómetros comprobando que la vía del tren esté en perfecto estado y no haya peligro alguno de descarrilamiento.

Una tarde, tras hacer su ronda diaria, encontró la puerta de su cabaña abierta. Siempre llevaba una pistola cargada encima, vivía en una extensión muy grande de bosque y nunca se sabía cuando tendría que enfrentarse a algún animal salvaje. Desde que había empezado aquel trabajo, hacía más de diez años, no se había topado con nada más peligroso que una ardilla o un ciervo pero le daba un gran seguridad llevar aquel revólver encima.

La cabaña estaba cubierta de sombras cada cual más siniestra. Con los nervios a flor de piel y con el dedo en el gatillo Tom entró muerto de miedo. Nunca fue un hombre muy valiente y nunca tuvo que enfrentarse a algo similar a lo que le estaba ocurriendo en esos momentos.

Escuchó un ruido a sus espaldas y antes de darle tiempo a girarse, algo o alguien se lanzó sobre él agarrándolo por el cuello. Notó como unos afilados dientes se clavaban en su cuello. Se sacudió y se movió frenéticamente de un lado a otro hasta que logró sacarse aquella cosa de encima y sin pensarlo dos veces hizo tres disparos. Todos dieron en el blanco.
Dejó caer la pistola. Estaba temblando. Logró encender la luz y vio a lo que le había disparado. Era un niño de no más de diez años de edad. Vestido con harapos. Presentaba un aspecto sucio, mugriento.

Se acercó, le tocó la muñeca y no vio señales de vida. Decidió enterrarlo en el bosque. 

Le llevó un par de horas la tarea. Volvió a su casa, se limpió la herida del cuello que era superficial e intentó dormir. Pero su descanso estuvo plagado de pesadillas y se despertó unas horas antes del amanecer.

Se tomó una gran taza de café y decidió comenzar antes su trabajo. Necesitaba moverse y deshacerse de los remordimientos que le atormentaban por haber matado a aquel niño.

Llevaba caminando unos cinco kilómetros cuando el tren de las cinco de la mañana descarriló. El sonido fue devastador. Los gritos de las víctimas pidiendo auxilio angustiadas se escuchaban por doquier.

Avisó por radio de lo ocurrido pidiendo ayuda. Mientras no llegaba la ayuda fue al lugar de los hechos para intentar ayudar en todo lo que pudiera.

Logró encontrar al maquinista con vida. Se había roto una pierna y gritaba de dolor pero seguía consciente. Cuando el guardavías le preguntó qué había pasado el maquinista le dijo que había visto un niño tumbado en las vías y al intentar parar para no atropellarlo provocó el accidente.

A lo lejos se escuchaba la llegada de otro tren.

El fantasma se burló del guardavía provocando otro accidente.

Tom lo pudo ver. Era el niño que había matado esa noche.
Estaba de pie en las vías, haciéndole señas al tren para que parara.

El otro tren sin tiempo a frenar chocó con el que se había descarrilado. Tom quedó sepultado en medio de un amasijo de hierros. Mientras moría el niño se situó a su lado. Abrió la boca. Dos grandes y afilados colmillos se clavaron en su garganta.


jueves, 1 de febrero de 2024

SOLDADOS

 Subió de dos en dos los peldaños de la escalera del sótano que daba a la cocina. Abrió el frigorífico y sacó la botella de champán que había comprado para celebrar el éxito de su trabajo.

¡Al fin lo había conseguido!

Fue al salón con la botella y una copa, se sentó en su sillón preferido y en su tocadisco dejó que sonara su músico preferido de todos los tiempos, Mozart.

Cerró los ojos y dejó que su paladar se deleitara con el agradable sabOr del champán y sus oídos disfrutaran de la música.

Sus “soldados” (así llamaba a aquella especie nueva que había creado, mitad caimán, mitad serpiente, minúsculos como bacterias pero eficaces como una bomba atómica) estaban listos para entrar en combate.

Ya tenía el terreno preparado tras unas cuantas llamadas. No hay nada que no compre el dinero. Y él tenía mucho. Los introduciría en una famosa marca de cerveza, ya se había encargado de que sus “soldados” fueran introducidos en los tanques de producción, pronto estarían dentro de las latas y botellas y luego directamente al consumidor.

Nadie conocía su proyecto. Lo había llevado en el más estricto secreto. Lo había realizado en el sótano de su casa habilitado como laboratorio y donde trabajaba en su tiempo libre. Sin mujer ni hijos tenía mucho, muchísimo.

Había elegido la ciudad de Snowville para comenzar con su labor por una razón de peso. La odiaba. Allí había nacido y se había criado. Nunca fue un niño querido. Pronto se dieron cuenta de su “desviación sexual” y los malos tratos físicos y psicológicos por parte de sus padres y compañeros de colegio no tardaron en aparecer.

La idea de que quería ser genetista se implantó en su cerebro desde el mismo momento en que supo lo que significaba.

Sus notas eran brillantes y no le costó entrar en la universidad con una buena beca.

No volvió a Snowville, ni siquiera al entierro de sus padres. Puso en venta la casa y con ese dinero compró una propia no muy lejos del centro donde trabajaba. Se había convertido en un referente y una persona de prestigio. Reconocido mundialmente.

Y ahora… había llegado la hora de la venganza. ¿Por qué no?

Los seres que había creado se alojaban en el cerebro produciendo fuertes dolores de cabeza, visión borrosa y migrañas. 

Las Urgencias del hospital de Snowville pronto comenzaron a llenarse con personas con esos síntomas.

Los escáneres no detectaban nada anormal, aquellos seres eran tan pequeños que eran indetectables.

Las personas que acudían al hospital se quejaban de un dolor muy profundo en la parte de atrás de la cabeza como si la estuvieran taladrando de dentro hacia fuera.

Unos de los doctores comenzó a palpar esa zona, envuelto en los gritos de su paciente que cada vez eran más intensos.

Pidió que rasuraran el pelo en esa zona al notar unas hinchazones al hacer el reconocimiento.

Su desconcierto fue enorme al descubrir un par de ojos mirándolo fijamente.

Su primer pensamiento fue en extirparlos. Le daba escalofríos aquello fuera lo que fuese. 

Más tarde le confesaría al paciente “esa malvada mirada a través de tu piel me dio escalofríos” pero pronto, te prometo que nos libraremos de ella. No salió vivo del quirófano. Aquel ser una vez libre, saltó a la cara del cirujano devorándola por completo. Su cuerpo empezó a crecer más y más a medida que iba matando a todos los que estaban en aquella sala de operaciones.

Casi toda la ciudad de Snowville quedó infectada por los “soldados” y los que no lo hicieron encontraron una muerte atroz y dolorosa a manos de sus amigos, vecinos e incluso familiares.

Aquellos seres tenían la facultad de abrirse camino entre la piel a través del cuero cabelludo, su visión de las cosas era distorsionada. La persona donde se habían alojado veía un mundo de sombras. Las personas adquirían la forma de aterradores seres sacados de las mentes más perturbadas y provistos de enormes dientes y garras. Ante lo cual, la gente comenzaba a matar a todo aquel que se ponía en su camino, hombres, niños, mujeres, ancianos e incluso animales.

Una vez muerto el cuerpo donde se alojaban se desprendían de él alimentándose de los cadáveres. 

Pronto Snowville les quedaría pequeño y buscarían otro lugar donde seguir alimentándose y creciendo.


viernes, 26 de enero de 2024

EL HERMANO

 Al fin ha abierto los ojos, llevo una eternidad esperando la llegada del amanecer, de un nuevo día que con su luz destierra a la oscuridad y a las sombras a las profundidades del averno. 

Bueno una eternidad lo que se dice una eternidad, no, sólo esta noche, pero he de decir a mi favor que hay noches y noches y ésta se me hizo tan larga que bien hubiera podido durar esa eternidad y otras tantas. 

No sé qué le ha dado a Annie que se pasó leyendo hasta muy tarde y luego susurraba en sueños “El prisionero de Chillon enfrenta su desolación y tristeza”, una y otra vez, así os digo yo, que no hay quien duerma. 

Últimamente lee novelas de esas románticas, que le llenan la cabeza de ideas raras y anda en babia la mayor parte del tiempo, dibujando corazoncitos en su cuaderno de lengua sin atender lo que explica la profesora. Luego, claro, llora porque le regañan en casa por sus bajas notas. 

Yo soy más de aventuras: de piratas que se embarcan en peligrosas aventuras para conseguir tesoros inmensos, de caballeros que se enfrentan a feroces dragones. Bueno… la parte que ya no me gusta de esas historias es que luego siempre aparece una chica muy hermosa y encantadora, como no, y lo estropea todo. Se besan, y tienen bebés. ¡Qué asco! Yo nunca seré de esa clase de caballeros porque viviré tantas aventuras y estaré tan ocupado librando miles de batallas que no tendré tiempo para esas chorradas.

El tema es que tengo que aguantarla, quiera o no quiera. Tengo que soportar sus días buenos y sus días no tan buenos. Sus incesables conversaciones con sus amigas de chicos, de ropa y de otras intimidades que me dan tanto asco que tengo que taparme los oídos para no escucharlo. 

De vez en cuando tengo alguna influencia sobre ella. Me explico. Hace un par de días entró en una librería a comprar el último libro de moda entre adolescdente del que no paraban de hablar ella y sus amigas y mamá le dio el dinero para que lo comprara, logré persuadirla y se trajo a casa uno de Julio Verne, 20.000 leguas de viaje submarino. Lo tiró a la papelera perpleja cuando llegó a su habitación, abrió la bolsa y lo vio. Creo que piensa que se está volviendo loca o algo así.  Yo también lo pensaría, la verdad. No pude dejar de leerlo toda la noche. Por la mañana, como es comprensible, Annie estaba muy cansada, pero de verdad que no es mi culpa que me haya enganchado de aquella manera.

Últimamente ando algo preocupado. Mi hermana sufre fuertes dolores de cabeza y desmayos frecuentes. En un principio le dijeron que estaba bien, que no veían nada anormal, pero que le van a hacer pruebas. Ahí comienza mi preocupación.

Soy su hermano gemelo y me alojo en su cerebro y cada vez me estoy haciendo más grande. El motivo no lo sé. Pero me siento más fuerte y más grande cada día que pasa y cuando le hagan esas dichosas pruebas me van a descubrir, con lo cual, intentarán quitarme de en medio, porque para ellos no seré más que un tumor maligno que vive en su cabeza. Y yo no quiero desaparecer. Aunque no pueda disfrutar la vida como Annie, veo a través de ella, aprendo, leo y bueno es una manera como cualquier otra de vivir ¿no creen?


jueves, 18 de enero de 2024

LA DAMA DUENDE

 —Henry, llevo días observándote y últimamente eres el último en marchar de la oficina. ¿Va todo bien?

El aludido levantó la mirada. Su jefe estaba frente a él hablándole. Era un hombre rubicundo, parcialmente calvo. Se le veía muy avejentado como si estuviera a  pocos pasos de la jubilación, aunque sabía a ciencia cierta de que aquel hombre no llegaba a los cincuenta años.  Lo miraba preocupado.

—Verá, señor, las cosas en casa no van nada bien y….

—¡No me digas más! —le respondió— recoge tus cosas y vamos a tomar una copa. Sé de un sitio donde podemos hablar tranquilamente.

El lugar en cuestión era bastante acogedor y tranquilo. Un camarero le hizo saber al señor Martínez que su mesa estaba preparada. Así que Henry dedujo que su jefe era un habitual de aquella cafetería.

Primero comenzaron a hablar de trivialidades preparando el camino para lo que habían ido allí. Comenzó a hablar con soltura, su jefe conocía a la perfección el arte de escuchar.

Le habbló del aborto que había sufrido su esposa hacía pocos meses, de que a raiz de aquel acontecimiento ella comenzó a sumirse poco a poco en una depresión que acabó afectando al matrimonio. Apenas se hablaban. Se habían convertido en un par de desconocidos viviendo bajo el mismo techo. Hacía un par de semanas que ella había decidido irse a vivir a casa de su madre durante una temporada. Le dejó claro que no la llamara ni tratara de ir a buscarla. Necesitaba tiempo. Pero el problema es que la echaba mucho de menos….

Henry apuró su copa bajo la atenta mirada del señor Martínez.

Estuvieron unos minutos callados. No resultaba un silencio incómodo, sino más bien necesario, como una pausa en una obra de teatro para el siguiente acto.

—Conozco una mujer... —dijo al fin su jefe—No se trata de sexo por lo menos del convencional si es lo que estás pensando. Estoy seguro de que ella te ayudará mucho. Yo…. He ido un par de veces buscando consejo para la empresa y mi vida privada y siempre, siempre, me ha ayudado.

Sus mejillas se le ruborizan. Le estaba confiando a un empleado suyo algo muy personal.

—Perdone Sr. Martínez, sé que lo que me dice es de buena fe, pero yo no creo en adivinadores, ni sanadores, ni echadores de cartas. Creo que es una pérdida de tiempo y de dinero.

—Por el tiempo no te preocupes, mañana te doy el día libre para que la vayas a ver y el dinero tampoco es un impedimento porque ella no cobra nada.

A la mañana siguiente Henry se presentó en casa de aquella mujer. El señor Martínez le había conseguido una cita para las diez de la mañana.

Estaba muy nervioso cuando pulsó el timbre de la puerta.

No tardó en escuchar unos pasos acercándose.

La puerta se abrió.

Frente a él había una mujer vestida con una amplia túnica negra y un velo del mismo color cubriéndole la cara.

—¿Henry?

—Sí.

Lo hizo pasar a una pequeña sala donde había una mesa redonda con un mantel blanco cubriéndola por completo y un par de sillas.

La mujer se sentó dando la espalda a la ventana y él hizo lo mismo frente a ella.

—¿Está listo?

—Si —Le respondió él no muy convencido.

—Deme sus manos, por favor y cierre los ojos.

Él hizo lo que le pidió aquella extraña mujer de la cual no sabía su nombre ni cómo era su rostro.

De repente, al contacto con la piel de la mujer comenzó a sentir como una energía que recorría todo su cuerpo acompañada de una paz y serenidad que nunca había sentido. Escuchaba que ella le decía que se imaginara un lugar en el que había sido realmente feliz alguna vez. Y así lo hizo. Evocó los veranos en los que él y su hermano pasaban en casa de sus abuelos. Todo eran risas, juegos, felicidad. También pudo percibir nítidamente el olor de las galletas que su abuela hacía en el horno y que tanto le gustaban.

Cuando ella le soltó las manos, él se resistió no quería volver a la realidad quería seguir siendo un niño, sin preocupaciones, siempre feliz y contento. Al final habían hecho el amor sin rozarse pero gozó como nunca lo había hecho jamás.

Pero tuvo que hacerlo.

Ya en la puerta de la calle ella le dijo que volviera cuando quisiera.

Cerró la puerta cuando Henry salió a la calle.

Miró su reloj. Eran las tres de la tarde. Habían pasado allí cinco horas que le habían parecido minutos.

Volvió más veces. Cada vez que iba se sentía mucho mejor consigo mismo y con el mundo en general. Disfrutaba haciendo el amor con aquella mujer sin necesidad de contacto físico. Pero disfrutaban plenamente. Su mujer había querido hablar con él y volvían a estar juntos de nuevo. Y su jefe le había dado un ascenso.

La vida le sonreía.

Al cabo de un año, su jefe murió repentinamente. Estaba demacrado, envejecido. Parecía que cada mes que pasaba era un año que se le venía encima. Una semana antes del ataque al corazón que lo llevó al otro barrio le había pedido, suplicado, que no fuera a ver más a aquella mujer. Todo tenía un precio y él lo estaba pagando con creces.

Henry no comprendió lo que le decía y por supuesto no dejó de ver a aquella mujer de la que todavía no conocía su nombre.

Una mañana Henry se miró al espejo. No tenía más de treinta y cinco años y su pelo se había vuelto canoso. Tenía bastantes arrugas en la cara y la vista le iba a menos.

Se asustó y recordó las palabras del señor Martínez y decidió volver a verla. Ella lo recibió con la amabilidad de siempre. Le cogió de las manos y volvió a tener otro viaje placentero, relajante.

Al salir de allí lleno de vitalidad y euforia pensó que las palabras de su jefe habían sido un delirio propio de una enfermedad que lo estaba matando poco a poco.

Pero cada hoja que pasaba del calendario se sentía más y más viejo, más y más cansado, más y más acabado.

La dama duende se alimentaba de sus amantes.


jueves, 11 de enero de 2024

TÚ DECIDES

 —Buenas tardes, soy Marcos Segura y os doy la bienvenida a este nuevo proyecto. Vosotros tres sois los primeros y espero que no los últimos. Os daré la oportunidad de calmar vuestra conciencia. Perdonar o no a quien os haya hecho daño.  Os voy a contar algo.

El hombre, un tipo más bien corpulento de unos cincuenta y tantos con el pelo muy corto, la tez blanquecina se sentó en una silla frente a ellos.

Tres personas lo miraban como hipnotizados asintiendo a cada palabra que el hombre decía. 

Había un chico de unos quince años, alto, delgado, con la cara llena de acné y unas lentes de culo de botella que hacían que sus ojos parecieran muy pequeños. Se llamaba Toni.

Una mujer de unos treinta años, alta, delgada, muy guapa con una larga cabellera rubia recogida en una coleta. Se llamaba Ana.

Y luego un hombre de unos cuarenta años, Con un cuerpo atlético, el pelo cortado al cepillo, con pinta de ser militar. Se llamaba Mario.

El hombre continuó hablando:

—Os voy a contar una historia. En la mitología griega hablaban de tres divinidades infernales que atormentaban con remordimientos a los autores de malas acciones, había una que castigaba los delitos morales, Alecto. Había otra, Megera que castigaba los delitos de infidelidad y por ultimo pero no por ellos menos importante Tisifone la vengadora del asesinato. Las erinias lanzaron tres maldiciones al mundo.

Hizo una pausa y continuó:

—Toni, a ti te hicieron bullying durante años. Tus acosadores salieron impunes, tú tuviste que cambiar de instituto y acudir a un psicólogo.

El muchacho asintió con la cabeza.

—Ana, tu marido te fue infiel muchas veces. Le has perdonado todas, alegando que estabas enamorada de él.

La mujer asintió.

—Mario, han matado a tu mujer. El asesino está en libertad después de haber estado en prisión cinco años. Lo soltaron por buena conducta.

Mario también asintió.

—Debajo de vuestras sillas hay un maletín. No lo abráis todavía. Cuando os diga saldréis de esta sala al pasillo. Allí encontraréis tres habitaciones. La número uno es para Toni. La dos para Ana y la tres para Mario. Dentro están las personas que os han causado tanto daño. De vosotros depende perdonar o castigar. Ya podéis sacar el maletín y abrirlo.

Dentro había una rosa y una pistola.

Perdonar o matar.


MASACRE

  —¿No los habéis visto? Gritaba una mujer enloquecida corriendo entre la muchedumbre congregada en la plaza de Haymarket el 1 de mayo, conm...