sábado, 20 de marzo de 2021

APOCALIPSIS

 


 

 

Unas naves espaciales, se dirigían a la tierra. En el centro de control empezó a sonar una alarma. Todavía estaban lejos, pero a la velocidad que llevaban no tardarían ni una hora en llegar a la Tierra. Eran las 9 de la mañana.

A esa hora, un exorcista, estaba realizando la ardua tarea de expulsar un demonio del cuerpo de una joven. Llevaba toda la noche, estaba amaneciendo y desde entonces no había conseguido que aquel ser oscuro abandonara aquel cuerpo. El sacerdote estaba exhausto. Las fuerzas le flaqueaban. Era una lucha titánica, un mano a mano, con aquel ente, de momento no había un vencedor claro. A las 9 cuando los expertos del centro de control detectaron unos objetos no identificados aproximándose a nuestro planeta, aquel demonio decidió hablar. Ojalá no lo hubiera hecho, porque lo que estaba profetizando sería el fin de la humanidad. El fin de todo y de todos. El Apocalipsis.

El demonio abandonó el cuerpo de la joven, el exorcista se había acurrucado en una esquina de la habitación, balanceándose de un lado a otro en estado de shock, la joven se despertó y a pesar de las magulladuras que tenía en todo su cuerpo logró salir de la cama en la que había estado postrada, acercándose al hombre de la sotana que mascullaba algo entre dientes. Lo zarandeó sin resultado. No quería hacerlo, pero le propinó una bofetada para que reaccionara. El sacerdote salió del trance, la miró, sin comprender en un primer momento, que había pasado, para luego pedir a gritos un teléfono. Tenía que avisar al Vaticano de lo que estaba a punto de suceder.

A las 10 en punto, se atisbaron naves de origen desconocido, en todo el planeta. Cientos de ellas. Miles, decían algunos. La humanidad no estaba sola. La incertidumbre de aquello les llevó a la curiosidad, haciendo que la gente saliera de sus casas a contemplarlas. Aquellas naves no se movían, estaban inmóviles sobre ellos. Esperaban pacientemente, pero ¿qué? Si venían en son de paz, no tenía sentido aquel silencio, a no ser que aquellas no fueran sus intenciones.

Entonces, la Tierra tembló. El suelo se abrió. La gente empezó a correr despavorida intentando buscar un lugar seguro donde guarecerse, pero pocos consiguieron no caer en las grietas que se iban formando a su paso. Los que sobrevivieron, desearon no haberlo hecho, cuando vieron como unos seres oscuros, procedentes del inframundo, salían al exterior. Era una visión dantesca, grotesca, horrible, escalofriante. Demonios de distintas formas y tamaños empezaron a ascender hacia aquellas naves. Eran muchos, incontables, podían ser cientos, miles, nadie lo podía saber con certeza porque los que los estaban viendo enloquecían ante tal visión.

Eran las 11 de la mañana cuando aquellas naves tomaron tierra. La invasión de nuestro planeta era un hecho. Las fuerzas de seguridad estaban avisadas. El ejército provisto de las armas más sofisticadas que poseían, tomaron posiciones. Los gobiernos mundiales, por primera vez en la historia, se unieron para hacer frente a aquella crisis mundial.

De cada nave situada en cada ciudad importante del mundo, un ser vestido con un mono entero, que le cubría el cuerpo de pies a cabeza, de color blanco, salía del interior. Tenía un mensaje que dar. No era muy halagüeño. Aquellos seres tenían aspecto de humanos. Incluso podían pasar por uno de ellos sin levantar la mínima sospecha. Pero había algo diferente en ellos. Los ojos. Estaban desprovistos de vida. Eran negros como la oscuridad más absoluta y hablaban y se movían como si fueran marionetas movidas por hilos invisibles. Los altos mandos de todo el mundo, el Vaticano y la mayoría de las personas, seguían este contacto alienígena por medio de pantallas de televisión. Pocos fueron los atrevidos que se aventuraron a estar en primera línea, a excepción de periodistas y fuerzas de seguridad. Las distintas religiones de todo el mundo también se consensuaron entre ellas. Todas coincidían en que aquellos extraterrestres estaban poseídos por las fuerzas del mal. El mensaje fue claro, era el principio de una nueva Era, en la que Dios sería desbancado y el Mal, en su estado más puro, tomaría aquel planeta y a todo y todos los que en él vivían. No darían tregua a aquellos que se opusieran a tal conquista, los que acataran sus órdenes formarían parte del ejército capitaneado por Satán. Tenían menos de una hora para darles una respuesta. O se rendían o acabarían con el mundo en su totalidad.

A las 12 en punto, al ver que la respuesta no llegaba, aquellas naves elevaron su vuelo colocándose estratégicamente sobre todo el planeta. La gente se refugió en los lugares de culto, rezando, a la espera de un milagro.

Lanzaron la primera bomba. Los humanos intentaron derribarlos con las armas que tenían a su alcance, pero en menos de una hora, la Tierra tal y como la conocemos, quedó destruida, no quedando en pie, ni una persona, ni animal, ni vegetal. El sol se oscureció, la vida, en su totalidad, dejó de existir. Nuestro planeta quedó reducido a cenizas. Los demonios habían vencido. Era el Apocalipsis.

 

 

 


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