lunes, 30 de mayo de 2022

DESDE QUE PARTISTE

 

Cuando entró aquel hombre en comisaría denunciando la desaparición de su mujer todos quedaron sorprendidos ante tal noticia. Tanto él como su esposa eran muy conocidos en aquel pueblo. Gente respetable. Una pareja de mediana edad, aparentemente sólida y sin problemas de ninguna índole. Vivían solos en una gran casa de dos pisos rodeada de un gran jardín.

Él era un prestigioso abogado que trabajaba en un bufete en la cuidad y ella era maestra en la escuela primaria del pueblo.

La última vez que la vieron fue a la salida del colegio. Nunca llegó a casa. Su esposo dio la voz de alarma por la tarde cuando regresó del trabajo y su esposa no estaba. Algo inusual en ella. La llamó repetidas veces al móvil. No daba señal.

Comenzaron las pesquisas. Preguntaron a los vecinos. El director de la escuela dijo a la policía que le pareció ver cómo subía a una furgoneta negra, sin rotulación y con los cristales tintados. Era un dato a tener en cuenta.  Sólo faltaba esperar a que, si había sido un secuestro, llamaran para pedir un rescate. No descartaban esa posibilidad. Era de todos conocido su buena posición económica. No se conocían enemigos por ambas partes, pero no dejarían de averiguar. Por el trabajo del esposo podría tratarse de cualquier malhechor que hubiera metido en la cárcel y lo hiciera por venganza. El abanico de posibilidades era bastante amplio. Al cabo de dos días, un canal de televisión le propuso al esposo ponerse en contacto con los secuestradores en la hora de mayor audiencia. Les daría lo que pidieses a cambio de que dejaran volver a su esposa a casa.

En todas las pantallas de televisión del país se podía ver a un hombre demacrado, ojeroso, con la mirada ida y con los ojos anegados de lágrimas. Era la viva imagen del dolor, el sufrimiento y la desesperación. Incluso recitó una poesía que había escrito para su esposa y que no dejó indiferente a nadie:


Desde que partiste

Mi cielo naufragó,

Inmovilizando al tiempo en el exilio

 donde até mi alma


Pasaron los días y no había señales de que los secuestradores se fueran a poner en contacto con él.

La policía entonces decidió tomar otros caminos alternativos.

Mientras tanto el hombre sumido en una tristeza no se dejaba ver por el pueblo. Cuando no estaba trabajando se encerraba en su casa.

La policía mientas tanto seguía haciendo su trabajo. Así que una tarde se acercaron a hablar con el afligido esposo. Habían recibido una llamada de un hombre que no quiso dar su nombre pero que tenía una información importante que darles. La esposa desaparecida había tenido una aventura con el director del colegio durante meses.  Unos días antes de su desaparición ella había puesto fin a aquella relación.  El director confirmó aquel hecho. Diciéndoles que el marido se había enterado de la infidelidad de su mujer y que se había presentado en su despacho furioso y fuera de sí, montándole una escena. Al final lograron calmarlo y se había ido a casa. Luego ella despareció.

En aquel momento todo indicaba que el marido tenía algo que ver en la desaparición de la maestra. Tal vez la hubiera matado en un arrebato de celos. Cabía esa posibilidad. Tenían que tomar aquel camino.

Pidieron dos órdenes de registro. Una de ellas se llevó a cabo en casa del marido. Él no se opuso a tal requerimiento. Se le veía cansado, envejecido y muy delgado. Esperó pacientemente a que terminaran, sentado en una butaca en el salón de su casa. La policía comprobó que la ropa de la mujer seguía en su armario, así como todas sus pertenencias. Revisaron cada rincón de la casa, incluido el sótano. No encontraron nada que pudiera incriminar al marido.

Al mismo tiempo se realizaba otro registro en la casa donde residía el director del colegio. Era pequeña, de un solo piso. Cuando les abrió la puerta iba en pijama. No les sorprendió. Era fin de semana y no tenía que madrugar para ir al colegio. En un principio se sorprendió al verlos. Luego al ver la orden de registro se enfureció. No tenían derecho a entrar en su casa, les decía gritando. Lo apartaron a un lado y comenzaron a registrar la casa. Estaba bastante desordenada y sucia. Recorrieron las dos habitaciones que tenía, el salón, y el cuarto de baño.  No tardaron en encontrar algo sospechoso. Y fue en la cocina. Les extrañó que un hombre que vivía solo tuviera una nevera tan grande. De esas que son tan altas que rozan el techo. Otro detalle era que descansaba sobre un carrito con ruedas que facilitaba su manejo. Pero, ¿para qué quería mover la nevera? Teniendo en cuenta la suciedad de la casa descartaban que fuera para limpiar.

Encontraron una puerta tras ella.

No les costó abrirla, no estaba cerrada con llave.

Tras encender la luz, bajaron por unas escaleras que daban a un sótano.

Olía a antiséptico.  Había una mesa sobre la que descansaban diversos materiales quirúrgicos, escalpelos, tijeras…. A su alrededor había una gran cantidad de animales de distintos tamaños desecados.

Resulta que al del director del colegio le encantaba la taxidermia.

Pero la cosa no terminó ahí.

Recorriendo aquel sótano vieron un bulto al fondo, escondido entre las sombras y tapado con una sábana blanca que dejaba ver las patas de madera de una silla sobre el que estaba colocado. Se acercaron. Lo destaparon y….

Encontraron a la mujer desaparecida.

 

 

 

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