Esa noche los chavales no pudieron conciliar el sueño.
Estaban muy nerviosos. Había muchas preguntas sin respuesta flotando en el
aire. La chica, que compartía habitación con su hermano, tenía una muy
importante que le rondaba por la cabeza como un mosquito molesto. Suponiendo
que aquel hombre recibiera el sobre, que lo más seguro era que sí, y no hacía
nada, no podrían volver a contactar hasta dentro de seis meses, que se
produciría el siguiente equinoccio, el del otoño. No era mucha la espera,
teniendo en cuenta, el tiempo que habían esperado hasta ahora. Pero la adrenalina,
todavía corría por sus venas y la ansiedad la embargaba. Y otra pregunta, la
que más temía. Si la gente del pasado tomaba medidas para que aquella guerra no
se produjera, ¿qué sería de ellos? Tal vez, lo más seguro, es que no llegarían
a nacer. Estuvo un buen rato acostada en su cama, mirando hacia el techo, como
esperando que le hablara y le diera las respuestas a sus inquietudes. Pero no
pasó nada y al cabo de un rato, a causa del cansancio, el sueño al final llegó.
Aquel hombre hizo varias llamadas. Ponía énfasis, en cada
una de ellas, en que el motivo era de máxima urgencia. Después de mucho
insistir al fin el presidente lo recibiría en una hora. Mientras tanto, ya en
su casa, esperando que lo vinieran a recoger, empezó a buscar información en su
portátil. Imprimió algunas hojas y las estaba guardando en una carpeta cuando
sonó el timbre de su casa. Era la hora de la verdad.
Los siguientes días fueron un tormento para aquellos
jóvenes, hablaban sin parar del tema. Esperando que sucediera algo que les
dijera que aquella llamada había surtido efecto. Pero nada sucedía. No habían
hablado con los adultos sobre lo que habían hecho, aunque alguna que otra vez
estuvieron tentados. No sabían cómo irían a reaccionar y ya estaban bastante
angustiados como para por encima recibir una buena reprimenda seguida,
seguramente, de un buen castigo. Tenían miedo. Cuando su amiga les dijo que tal
vez, si el hombre les hacía caso, ellos no existirían nunca, no les gustó, ni
una pizca, todo hay que decirlo. Pero al cabo de un rato, después de pensarlo
detenidamente, pensaron que merecería la pena no existir, si el mundo nunca se
destruyera, algo que, si los adultos lo escucharan estarían orgullosos de tal
madurez por parte de aquellos cuatro chiquillos preadolescentes. La cabeza les
siguió dando vueltas y más vueltas, y llegaron a la conclusión de que tal vez,
sí existirían, pero en un lugar, igual de bonito como el que habían visto en
las fotos y en un planeta que no estuviera muerto como lo estaba ahora. Y la
verdad sea dicha, ante esa imagen, merecía la pena arriesgarse.
El presidente había convocado a un grupo de gente en un lugar
privado y secreto. Los invitados iban llegando en grandes coches negros
tintados, con los ojos vendados. Conocía al primer ministro desde la infancia y
sabía que no era un hombre que se dejara influir fácilmente. Entonces lo que le
iba a decir tendría que ser de una gran magnitud.
El primer ministro fue el último en llegar y cuando lo
hizo se encontró en una gran sala donde había una gran mesa de cristal, y a su
alrededor una docena de personas, esperando expectantes lo que tenía que
decirles.
Así que no los hizo esperar más. Abrió el sobre y empezó
a mostrarle lo que había en el interior. Recortes de periódicos, amarillentos
por el paso del tiempo, fotografías y dibujos realizados a lápiz. En los
recortes se hablaba de la falta de efectividad de la vacuna contra el virus que
los azotaba. Y como nadie hacia nada al respeto, todos se pelean diciendo que
la suya era mejor que la del vecino y la gente mientras tanto iba cayendo.
Fotografías de cadáveres hacinados en las calles sin que nadie los recogiera.
Gente desvalijando tiendas y agrediendo a otros. Un gran titular en donde ponía
que la Gran Guerra, la tercera guerra mundial, era inevitable y que los países se
estaban preparando para el ataque. Los dibujos mostraban ciudades asoladas,
escombros, cenizas por todas partes. Había una nota donde decía que no disponían
de cámaras para plasmar aquella desolación, pero que un chaval al que se le
daba muy bien el dibujo, dibuja lo que iba viendo.
Contaban en la nota que eran pocos los supervivientes. El
mundo había sido destruido casi en su totalidad. Vivian en colonias. Tuvieron
que empezar desde cero. Ahora disponían de agua potable y electricidad, y el día
a día era una lucha total por la supervivencia ya que el virus seguía entre
ellos.
Hubo un silencio total en aquella sala. Todos sabían que
el mundo estaba a punto de quebrarse. Y que aquello iba a pasar. Ya habían
empezado las revueltas a lo largo del mundo, e incluso corrían rumores de que
la mayoría de países, estaban preparando sus ejércitos y sus armas para entrar
en guerra. Aquello entonces era verídico. Había pasado. Y querían alertarnos de
las consecuencias. Sólo tenían que pararlo.
Los siguientes días fueron de locos. Llamadas, reuniones,
científicos del todo el mundo se unieron para dar con la vacuna definitiva, sin
pensar en los beneficios, sólo en evitar una catástrofe mundial. La humanidad
se podía salvar si todos ponían algo de su parte. Y se produjo el milagro
ansiado.
Una mañana, los dos hermanos se despertaron, pero no lo
hicieron en el lugar habitual que era una sala dormitorio, donde una veintena
de chavales dormían. No. Estaban en una habitación, los dos solos. Les llegó el
olor a tortitas y café recién hecho. Se miraron entre ellos sin comprender lo
que pasaba. Bajaron. En la cocina estaban sus padres. Se les veía felices.
Tenían el televisor puesto. Habían logrado la vacuna definitiva que acabaría
con aquel virus. El mundo se había salvado. Ellos no pudieron evitar llorar de alegría
mientras se abrazaban. Había funcionado.