Desapacible se presentaba aquel día. Acurrucada en su
cama, escuchaba la lluvia golpear en su ventana. El vigila bebés estaba
silencioso. Se quedó dormida. Su marido, se levantó para ir al baño. Luego
decidió ir hasta la habitación del bebé y comprobar que seguía dormido en su
cuna. Estaba amaneciendo. La puerta de la habitación del niño estaba
entreabierta, entró. El bebé dormía plácidamente, pero.... Le pareció ver algo,
agarrándose a la cuna. Una sombra. Seguramente
sus ojos le estaban jugando una mala pasada. Accionó el interruptor de la luz,
pero la bombilla no se encendió. No era la primera vez que sucedía, cuando
había tormenta la mayoría de las veces, se quedaban sin electricidad. Aquello
que parecía una sombra seguía alli, inmóvil. Se acercó más. Comprobó que no era
una sombra, sino de un niño pequeño, de unos cinco años, moreno, con la tez muy
blanca y una sonrisa en su cara, siniestra, malvada. El miedo se apoderó de él,
cogió a su bebé de la cuna y salió de allí corriendo. Fue hasta su habitación,
su mujer todavía dormia, la zarandeó para que se despertara. Somnolienta le
preguntó qué pasaba. Consiguió contárselo con la respiración agitada y entre
balbuceos. La mujer sin entender muy bien lo que le estaba contando, decidió ir
hasta la habitación del bebé y ver por sus propios ojos a aquel niño, que, según
su marido, está allí agarrado a la cuna y mirando de manera malvada a su hijo,
con la intención de hacerle algo malo. Pero allí no había nada. Después de
hablarlo, llegaron a la conclusión de que las sombras de la habitación le
habían jugado una mala pasada y que todo había sido fruto de su imaginación. A
lo noche siguiente, el hombre que no estaba muy convencido de que aquella fuera
una alucinación, como sugería su mujer, se levantó de madrugada y fue hasta la
habitación del bebé. Aquella sombra/niño, estaba allí. Esta vez se fijó mejor
en él. A aquella aparición le faltaban las piernas, sólo se le veía de la
cintura para arriba. Lo miró fijamente, el niño fantasma le devolvió la mirada.
Sus ojos sin vida, era negros como la oscuridad de la noche, su sonrisa
maléfica mostraba una fila de dientes amarillentos y podridos. El hombre al ir
a acostarse, había cogido el bate de béisbol que tenía en el garaje y lo había
escondido debajo de la cama para que su mujer no lo viera y así no le hiciera
preguntas. Lo llevaba en la mano. Apartó la cuna con cuidado, levantó el bate y
con todas sus fuerzas lo descargó sobre aquel ente. El bate golpeó la pared, haciéndole
una brecha. Repitió la operación, una y otra vez, por espacio de más de diez
minutos, en que los llantos del bebé despertaron a la madre que acudió
corriendo a ver qué pasaba. El hombre había logrado hacer un agujero en la
pared. Cuando su mujer entró en la habitación, su marido estaba metiendo la
mano por el hueco, cuando la sacó traía algo consigo. Ella tomó al bebé entre
sus brazos intentando calmarlo para que dejara de llorar y se acercó a su
marido. En sus manos había un hueso. Parecía de un niño pequeño. Llamaron a la
policía. Hicieron un agujero mayor en la pared, del cual sacaron un esqueleto
completo de un niño pequeño. Los estudios realizados a aquellos huesos
arrojaron luz a aquel macabro hallazgo. Se trataba de un varón de unos cinco
años, con un fuerte golpe en la cabeza que probablemente, sería la causa de la
muerte. Calcularon que llevaría muerto unos 30 años.