¡Pasancalla! -gritó la niña a su mamá, señalando con el
dedo una bandeja que había en el mostrador de la cafetería. Entraron. Hacía
calor, les vendría bien un refresco. Una joven, entró detrás de ellas, se sentó
en una mesa y pidió un café. Mientras no se lo servían aprovechó para ir al
baño. La niña, le gritó a su madre que quería hacer pis, y salió corriendo
antes de que ésta le pudiera contestar. Cuando la joven llegó a la zona de los
aseos se encontró con dos puertas exactamente iguales pintadas de color rojo,
pero en ninguna de ellas vio el indicador que diferenciaba el baño de las
mujeres del baño de los hombres, así que se aventuró y abrió la primera puerta.
Su sorpresa fue mayúscula, cuando como si se tratara de un mini huracán, una
niña se coló delante de ella. La joven logró mantener el equilibrio para no
caer. Lejos de enfadarse, no pudo menos que reírse ante la inocencia de aquella
pequeña. Entró. Al hacerlo escuchó unos llantos al fondo. La puerta se cerró de
golpe tras ella. Trató de abrirla, pero no pudo. Estaba oscuro. Tanteó la pared
en busca del interruptor de la luz. Cuando se encendió vio a la niña, tiritando
de frío y algo más que no le gustó. Aquello no era un baño, estaban en una
calle cubierta de hielo. Miró a su alrededor desconcertada esperando ver algo,
un cartel, una tienda, cualquier cosa que le fuera familiar. Nada le resultó
conocido. Nadie caminaba por la calle, tampoco era de extrañar con el frío que
hacía. Intentó consolar a la niña, que se había puesto a llorar, la agarró en
brazos y se dispuso a buscar ayuda. Caminaron un rato, al final de la calle
decidió girar a la derecha. Otra calle igual que la anterior. Ni un coche, ni
una persona, nada que indicara que había vida en aquel lugar. Volvió a girar a
la derecha de nuevo. Tras caminar unos doscientos metros vio algo que ya había
visto antes, era el cartel de la cafetería en la que había entrado hacia escasa
media hora. Parecía que había alguien dentro, las luces estaban encendidas.
Entraron. No había ningún cliente. La cafetería no era como la recordaba, ésta
se veía sucia, papeles y colillas esparcidos por el suelo, mesas y sillas de madera
ajadas con el paso del tiempo, las cristaleras estaban tan sucias que casi no
se veía la calle. El tipo de detrás de la barra con un cigarrillo entre los
labios las miró con desdén. La joven tenía claro que quería quedarse allí lo
menos posible. Pero tenía que averiguar dónde estaban. Así que se lo preguntó
directamente al hombre aquel. El hombre por toda respuesta soltó una carcajada
y siguió limpiando los vasos con aquel trapo que alguna vez, hacía mucho
tiempo, había estado limpio. La niña estaba tan asustada que no paraba de murmurar
el nombre de su mamá, mientras se agarraba con todas sus fuerzas al cuello de
la joven, temiendo que la soltara. Entonces tuvo una idea. Se encaminó hacia
los baños. Al llegar allí se encontró con aquellas dos puertas rojas, que ya
conocía. Tampoco mostraban cual era de chicos y cual de chicas. Entró en la
primera como había hecho antes. Encendió la luz, era un baño. La puerta se
cerró tras ella. Al instante, apareció otra al frente, del mismo color. Con el
corazón desbocado en su pecho y manos temblorosas, la abrió. Fuera estaba la
madre de la niña, con el puño levantado para llamar a la puerta. La niña se
lanzó a sus brazos y ella le pidió disculpas por el mal comportamiento de su
hija y le dio las gracias por cuidarla. La mujer se quedó petrificada. No sabía
muy bien lo que había pasado. Parecía que el tiempo que habían estado fuera, allí
habían sido unos minutos.