domingo, 25 de abril de 2021

EL PACTO

 


 

 

Nacho había reunido a todos sus amigos en su casa para celebrar su cumpleaños. Vivía bastante aislado. El pueblo más cercano estaba a cincuenta y cinco minutos de allí. No era amigo de la tecnología, no tenía móvil, ni televisión, ni internet. Había música, que sonaba en su viejo tocadiscos y mucho alcohol. En un par de horas la fiesta llegó a su punto más álgido. Entonces les hizo una proposición: terminar la fiesta en el cementerio. Todos aplaudieron la idea.

 Saltaron la verja del camposanto y se encaminaron hacia la parte más alejada, fuera de la mirada de algún curioso que se le ocurriera pasar por allí. Bebieron, entonaron canciones y entre risas y bromas hicieron invocaciones a los espíritus. Cuando despuntó el alba, los que todavía se podían sostener en pie se fueron a sus casas, los demás se quedaron allí.

Nacho se despertó al escuchar un gran estruendo fuera, un trueno. Miró el despertador, las cinco de la tarde. Le dolía la cabeza una barbaridad. Al tercer intento logró sentarse en la cama. Una vez sentado, pensó que poner los pies en el suelo le resultaría más fácil, pero se equivocó de pleno. Las piernas se negaban a soportar el peso del cuerpo. Utilizó las pocas fuerzas que le quedaban, para mantener el equilibrio. Tenía que ir al baño. Caminó despacio, agarrándose a la pared, para no caerse. Al llegar cerró la puerta tras de sí. Se lavó la cara y se miró en el espejo. La imagen que vio, era la de un hombre demacrado, con grandes ojeras, el pelo sucio y desaliñado y la cara cubierta de tierra. Se miró el resto del cuerpo. Tenía el mismo aspecto de suciedad. Sus calzoncillos, blancos el día anterior, presentaban un color negruzco y olían a tierra mojada. Todo él, olía mal. Necesitaba una ducha. No podía imaginarse lo que le esperaba tras la cortina. Al correrla y ver lo que había en la bañera, retrocedió presa del pánico cayendo de espaldas sobre el frío suelo de baldosas. Notó algo caliente mojando sus calzoncillos. Empezó a gritar con todas sus fuerzas, aunque sabía que nadie podría escucharle, el baño no tenía ventanas y estaba solo en casa. En su bañera había una mujer en avanzado estado de descomposición, los gusanos le salían por los orificios nasales y las cuencas, donde una vez hubo ojos. Intentó levantarse del suelo, pero resbaló en su propia orina. Se arrastró hacia la puerta. Tenía que salir de allí. Aquello era una locura, no era real, no podía estar pasando. Para su sorpresa y desesperación la puerta no se abrió. Accionó con furia la manilla tantas veces, que acabó por desencajarla. Se sentó de espaldas a la puerta y lloró como no lo había hecho nunca. No sabía que había pasado en el cementerio la noche anterior, por acordarse no se acordaba ni cómo había llegado a casa. Se adormeció unos minutos. El ruido de un claxon en la calle, lo trajo de vuelta. Su mente confusa, le hizo pensar que todo aquello había sido un mal sueño, una pesadilla quizá. Pero la realidad era otra muy distinta. En la bañera seguía aquel cadáver. Se acercó corriendo y corrió las cortinas de un tirón, temiendo que aquella mujer se abalanzara sobre él. Luego fue hasta la puerta. La golpeó con las manos, le dio patadas, pero no consiguió su propósito, salir de allí.

- ¿Por qué no quieres verme? – Pegó un brinco al escuchar aquella voz y se dio la vuelta. Entonces la vio, era la mujer de la bañera, pero ahora estada de pie ante él, mirándolo, mientras su podrido cuerpo era devorado por los gusanos.

-Tú me hiciste esto.

Nacho se tapó la cara al tiempo que repetía una y otra vez “no es real, no es real”

- ¡Tú, tú me atropellaste con el coche y me dejaste tirada en la cuneta! -le gritaba con furia mientras lo señalaba con un dedo esquelético desprovisto de carne.

El hombre, presa del pánico, apretándose la cabeza con ambas manos, le suplicaba que se callara, que no era real.

Fuera había cesado el ruido del claxon.

La mujer dejó de hablar. Nacho confiando en que sus súplicas hubieran surtido efecto, abrió los ojos esperanzado de que aquella locura, al fin hubiera acabado. Pero en lugar de la mujer había un encapuchado. Lo estaba observando. La capucha que le cubría la cabeza no de dejaba ver su rostro. Tampoco podía ver su cuerpo, la túnica se lo cubría por completo. Pero había algo que sí pudo ver, aquel ser, no pisaba el suelo, aquel ser flotaba. No tuvo ninguna duda de quién era. Mandinga le habló: “Tú eres el dueño de tu vida y de tus actos, has hecho lo que has creído conveniente y has salido impune de ello. Pero todo tiene un precio y yo te ofrezco un pacto. Si haces lo que te pido, tu vida no cambiará, nadie sabrá lo que hiciste y todo seguirá como hasta ahora. Sólo tienes una hora para hacerlo, a media noche se acaba el plazo.”

En un hilo de voz Nacho le preguntó: ¿y si no acepto?

-Si no aceptas –le respondió- tu vida se terminará aquí y ahora y tu alma se vendrá conmigo.

 El hombre aceptó. La puerta se abrió.

Cansado de esperar en el coche a que Nacho diera señales de vida, su amigo entró en la casa por una ventana de la planta baja, que había dejado abierta. Subió las escaleras sin percatarse de que alguien lo acechaba entre las sombras. Nacho le asestó una puñalada mortal por la espalda. Luego metió el cuerpo en el coche y condujo hasta el río. Esperó a que el coche se hundiera por completo. Regresó a su casa. Había cumplido el pacto, un alma a cambio de su secreto. Fue al baño, el cuerpo de la mujer había desaparecido. Pero no así Mandinga. Su sed de almas era insaciable.

 

 

 

 


viernes, 23 de abril de 2021

UN DEMONIO EN MI CASA

 

 

 

 

¡Nacho! Se moría por uno. Conocía un sitio dónde los preparan muy bien. Se levantó del sofá y se encaminó hacia la puerta. En el momento en que la estaba abriendo sonó el timbre. Del susto dejó caer las llaves. Masculló una maldición. Allí no había nadie. Miró a ambos lados pensando que, tal vez, fuera una broma de algún chaval, pero no vio a nadie. En el momento en que cerraba la puerta notó una presión sobre su hombro derecho. Retrocedió asustado. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Las ganas de comer aquel nacho, se esfumaron. Se quedó en casa y optó por pedir que se lo llevaran. Mientras esperaba puso la televisión, en un intento de no pensar en lo que le había pasado hacía unos minutos. Sintió un cosquilleo en su oreja derecha. Escuchó claramente, como le decían: “gracias por dejarme entrar”. Se levantó de un salgo, aterrorizado. Escuchó fuertes ruidos en la cocina, como si hubiera pasado un huracán arrasando todo a su paso. Su instinto le decía que huyera de la casa, pero en vez de eso fue hasta el baño. Se lavó la cara y trató de relajarse, las manos le temblaban. Cuando levantó la mirada el espejo le mostró un reflejo de sí mismo que no correspondía con la realidad. De él solo quedaba una parte. Un monstruo había tomado la otra mitad. Salió aterrorizado y gritando del baño y se encerró en su habitación. Se sentó en la cama y se miró ambas manos. Eran iguales, no había nada diferente, el brazo tampoco había cambiado. Se relajó un poco pensando que tal vez había sufrido una alucinación. Escuchó el timbre de la puerta. Se acordó de que había pedido la comida. Abrió la puerta. El repartidor, se la entregó en una bolsa. Él le dijo que esperara un segundo mientras iba a por el dinero. Lo estaba cogiendo de su cartera cuando escuchó un grito procedente de la puerta. Corrió a ver qué ocurría, el repartidor ya no estaba, vio cómo su moto se alejaba a toda velocidad calle abajo. Incrédulo cerró la puerta, pero cuando se dio la vuelta se dio cuenta de que no estaba solo en casa. En lo alto de las escaleras un ser envuelto en una neblina bajaba lentamente las escaleras. Quiso gritar, pero su garganta no emitió ningún sonido, quiso moverse, pero sus piernas no reaccionaban, como si estuvieran pegadas al suelo. Aquel ser siguió bajando las escaleras acercándose a él cada vez más. Aquella neblina lo envolvió completamente, sintió una punzada de dolor cuando entró en su cuerpo.  Luego nada, sólo oscuridad.

COMBUSTIÓN

 

 

 

Trípode a una distancia prudencial, desde la cual, una vez colocado el telescopio tendría una perspectiva completa del lugar. Estaba en la azotea de su casa, situada en lo alto de la colina. Desde allí la vista del pueblo era impresionante. Vería aquello que, alguna gente, que lo había visto, lo describía como un demonio, un ser envuelto en llamas. Miró el reloj, las tres de la madrugada, la hora en que todos coincidían que se podían ver. Se puso en alerta. Nadie había sido muy específico sobre el lugar exacto donde aparecían. Decían que eran varios y que se les veía por todas partes. Miró el reloj, las tres y cuarto y no había visto nada todavía. Esa noche, hacía calor, la luna llena brillaba en todo su esplendor en la cúpula celeste. Se quitó la chaqueta, la dejó en el suelo, a su lado, pero al hacerlo, por el rabillo del ojo, vio algo que no le agradó mucho. Había un ser, era oscuro, podía pasar por una sombra, sino fuera por los ojos llameantes que lo delataban. Se miraron unos segundos. De la nada surgieron unas llamas que envolvieron a aquel ser. Parecía no sentir dolor, no gritaba y no se movía. Duró unos minutos y luego se desvaneció. En su lugar, algo brillaba en el suelo, se acercó, era una perla. Sería una prueba de aquella locura. Pero al cogerla se quemó la mano. Aulló de dolor y la soltó. Esperaría a que se enfriara para cogerla de nuevo, mientras tanto tenía que curar la quemadura de la mano. Le dolía mucho. Se fue de la azotea, bajó las escaleras que la separaban del piso superior de la casa y se encaminó hacia el baño. Llevaba la mano cerrada a la altura del pecho, sentía unas punzadas muy grandes de dolor como si se la estuvieran atravesando con un puñal. Al llegar al baño, buscó vendas y una pomada para las quemaduras, cuando tenía todo listo, la abrió, dispuesto a hacerse las curas. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que había un agujero en su mano, en el lugar donde se había quemado. Se sintió mareado. Pensó que el dolor hacía que no viera las cosas claras. Tenía que ser una alucinación, no podía tener un agujero en la mano. Pero cuando se la volvió a mirar, aquel agujero se había hecho más grande, la mano había desaparecido hasta la altura de la muñeca. Lo más desconcertante de todo aquello es que salía humo de la carne, era como si se estuviera quemando desde dentro. Entró en pánico. Tenía que pedir ayuda. Para cuando llegó al piso inferior para hacer la llamada le faltaba el brazo a la altura del codo. Logró hacer la llamada antes de desmayarse. Cuando llegaron los sanitarios sólo encontraron un puñado de cenizas al lado de la mesa donde estaba el teléfono descolgado.

EL ASTRONAUTA

 

 

 

 

Allende los mares, tenía puesto su pensamiento. Nunca había salido de su pueblo natal y ansiaba poder hacerlo. Era el mediano de tres hermanos, su padre, pescador, como lo había sido su padre y su abuelo, no gozaba de buena salud y ellos tenían que ayudarle. Pero aquel joven, añoraba el momento de irse a la gran ciudad y buscar un provenir distinto a las redes de pesca con las que tenía que lidiar día tras día. Le gustaba leer, devoraba un libro tras otro en la pequeña biblioteca de la escuela, a la que acudía diariamente. Los que más le gustaba eran los relacionados con el espacio, planetas, naves espaciales, apariciones ovni. Eran un gran conocedor del tema a tan temprana edad.

Una mañana había madrugado mucho para ir a ayudar a su padre, ellos iban en una lancha y sus otros dos hermanos iban en otra aparte.

Estaba despuntando el alba, ya habían lanzado las redes al agua, cuando un destello de luz los alarmó. Vieron una bola de fuego en el cielo, descendiendo a gran velocidad hacia donde estaban ellos. Aquella bola impactó en el mar, haciendo que las lanchas zozobraran peligrosamente.  Tras el susto inicial, y posterior intento de estabilizarlas, vieron algo que flotaba en el agua. Se acercaron, con cierto temor a lo que pudieran encontrar allí flotando y descubrieron, con gran desconcierto, que se trataba de un astronauta.

Los tres chicos, sin pensárselo, se lanzaron al agua en un intento desesperado de rescatarlo. La misma idea se cruzó por la cabeza de los tres muchachos y por la de su padre, tenía que estar muerto, era imposible sobrevivir a una caída desde semejante altura y seguir con vida para contarlo.

Después de un esfuerzo casi sobrehumano, lograron meterlo en la lancha donde esperaba el padre, que intentaba ayudarles desesperadamente. Olvidaron la pesca por aquel día y lo llevaron a tierra. Por el camino llamaron a una ambulancia, sabían que la iban a necesitar, o bien para llevarlo al hospital o bien para llevarlo a la morgue.

Cuando por fin tocaron tierra, entre los cuatro, colocaron muy despacio al astronauta sobre la arena. Al hacerlo escucharon un clic metálico, retrocedieron un paso atrás, asustados. El casco se había aflojado. Lo levantaron con cuidado y uno de los chicos intentó quitárselo, la sirena de la ambulancia se escuchaba cada vez más cerca. Al hacerlo un golpe de calor les dio en toda la cara seguido de un humo amarillento y maloliente. Lo que tenían ante ellos, definitivamente no era un ser humano. Aquel ser tenía un solo ojo, como un cíclope, su cuerpo era oscuro, lleno de manchas blancas y con granos que supuraban un líquido amarillento. No tenía nariz, en su lugar había dos pequeños agujeros, su boca una línea recta, iba de oreja a oreja, los ojos, ahora cerrados, eran grandes como dos pelotas de tenis.

No podían reaccionar, aquella visión los había dejado inmóviles, petrificados y así estaban cuando los sanitarios acudieron a su encuentro. Uno de ellos no pudo menos que vomitar ante tal visión, el otro, cogió su móvil y llamó a la central esperando órdenes directas de su superior. Aquello no tenía buena pinta, aquel ser, fuera lo que fuese, estaba enfermo y no sabía las consecuencias de aquella enfermedad, tal vez, tocarlo podría ser fatal para ellos. Los refuerzos tardaron unos treinta minutos en llegar, para cuando lo hicieron, ya era tarde para aquellas personas, que yacían sobre la arena retorciéndose y aullando de dolor, a los pocos minutos dejaron de respirar. Sólo una parecía que estaba bien y se trataba del hijo mediano del pescador. Era el único superviviente.


DUENDES

 



 

 

 

 

 

 

El sonido del despertador, rompe el silencio de la habitación. Aquella mujer que yace dormida en la cama, se despierta sobresaltada. Por un momento está desorientada, la alarma la había sacado de un bonito sueño, en el que era un hada del bosque y un joven muy apuesto, se había enamorado de ella. Se despereza y toma fuerzas para comenzar un nuevo día. Se siente cansada y el cuerpo se niega a salir de la cama. A duras penas logra ponerse en pie. En el suelo junto a las zapatillas, ve algo brillante, es una perla, la recoge y comprueba con asombro, que corresponde al anillo que le había regalado su madre. Tendría que engastar de nuevo aquella perla para no perderla. Siente frío, la temperatura en la habitación parece haber descendido de manera considerable. La ventana estaba abierta, lo curioso de aquello es que no recordaba haberla abierto. Le suena el móvil, es su amiga Lorena. La llama para recordarle la fiesta de inauguración de su nueva casa, esa tarde. Se le había olvidado por completo. Por acordarse ni se acordaba del día que estaba viviendo. En su teléfono lo vio muy claro: viernes, 17 de marzo, día de San Patricio. Se dirige hacia la cocina con la intención de preparar un café, enchufa la cafetera, pero parece que no hay luz. Desconcertada acciona los interruptores de toda la casa y el resultado es el mismo, no hay electricidad. Vuelve a la cocina, por el pasillo ve unas pequeñas esferas de luz acercándose a ella. Se queda inmóvil, está asustada. Le parece escuchar unas risitas que salen de aquellas diminutas bolas. Piensa que aquello son imaginaciones suyas, no es real. Acelerara el paso hasta llegar a la cocina. Se queda en el umbral contemplando la escena que hay ante sus ojos, la mitad de la cocina está desparramada por el suelo, como si hubiera pasado un huracán y hubiere arrasado con todo, pero incomprensiblemente la otra mitad está intacta. Las bolas de luz pululan por la cocina, de un lado a otro. Abrió la boca, quería gritar, pero ningún sonido salió de su garganta, lo que sí consiguió fue tragarse una bola de aquellas. A partir de aquel momento el día para Martha ya no fue igual. Por la tarde, su amiga se acercó hasta la casa, llamó al timbre y al ver que nadie contestaba atisbó por las ventanas por si la veía. La vio. Estaba sentada en una silla en el salón de su casa, mirando allende las montañas. Consiguió abrir la ventana y se acercó a ella. Martha la empujó y la insultó, para luego, como si no hubiera pasado nada, seguir sentada, mirando por la ventana. Su amiga asustada por aquel comportamiento llamó a su novio que se presentó allí enseguida. El joven la observó detenidamente durante un rato y luego recorrió la casa en busca de algún indicio que pudiera indicar la causa de aquel comportamiento. Vio lo que había pasado en la cocina. Aquellas esferas de luz que había visto Martha, ahora estaban revoloteando a su alrededor. Entonces lo comprendió. Fue a buscar el trípode y su telescopio al coche. Lo encontró debajo de unas cajas de nachos que iban a ser parte de la cena de aquella noche. Mientras tanto su novia, permanecía al lado de Martha, la preocupación se reflejaba en su rostro. Sacó un cigarrillo y un mechero para encenderlo, Martha se lo arrebató de las manos, «que milagro tan grande, es el proceso de la licuefacción”, murmuró al tiempo que lo encendía, una y otra vez, arrimándolo peligrosamente a las cortinas. La amiga se lo quitó, Martha se levantó y le propinó una patada, luego, como lo más natural del mundo, se bajó las bragas e hizo pis en la alfombra. Su amiga no salía de su asombro, había conseguido asustarla. Salió de la habitación llamando a gritos a su novio. Lo encontró en la cocina colocando el trípode y el telescopio. Desde allí podía observan bien el bosque. Porque estaba seguro que lo que pasaba en la casa procedía de aquel lugar. La televisión que había sobre la encimera, se puso a funcionar. En el monitor se veían imágenes de un astronauta, pasando luego a imágenes de gatos, luego de ardillas y así iban cambiando una tras otra, durante unos minutos hasta que enmudeció, de la misma manera que se había encendido, misteriosamente, sin que nadie accionara el mando a distancia. Los coches fueron llegando a la casa, eran los invitados a la cena. Martha los esperaba en la puerta, todavía llevaba el camisón puesto. Sus amigos la miraban incrédulos al verla de aquella guisa. Ella sonreía picaronamente mientras se iba acercando a ellos. A uno de sus amigos le dio un enorme beso en la boca para luego irse, dejando al hombre aturdido y desconcertado. La novia de él le dio un bofetón, el hombre no entendía el porqué de aquella reacción, no había hecho nada. Martha siguió con su fiesta particular. A una amiga le dio un tirón de pelos arrancándole las extensiones que llevaba puestas y así broma tras broma a unos y otros. Lorena y su novio salieron de la casa al ver el percal que se estaba produciendo fuera. Intentaron calmar los ánimos de los asistentes. Todo tenía una explicación. Era el día de San Patricio. Según contaban, ese día los duendes emergían de sus escondites haciendo calamidades, unas veces ellos mismos y otras poseyendo el cuerpo de alguien que haya pasado por un acontecimiento nuevo en su vida, en este caso la entrada a vivir en esa casa una nueva persona, Martha. Como no lo entendían muy bien tuvo que hacer una paráfrasis de ello para que lo comprendieran mejor. La solución más rápida y que tenían a mano es que cada uno de ellos buscara un trébol de cuatro hojas. Cuando todos tuvieron uno, Martha regresó de su hipnosis, aturdida y sin comprender lo que había pasado.


miércoles, 21 de abril de 2021

MARTHA

 




Martha tenía un secreto que guardaba celosamente. No porque se avergonzara de él, ni mucho menos, sino porque sabía que no lo entenderían. Desde pequeña era una niña solitaria, "la rarita", la llamaban y cuando fue creciendo su situación no hizo más que acrecentarse, hasta tal punto que vivía, poco menos, que encerrada en casa. O eso es lo que querían que los demás pensaran de ella. Era una escritora de éxito. No daba entrevista y poco se sabía de ella. Ese halo de misterio daba más morbo a sus lectores que leían de forma compulsiva todos y cada uno de los libros que iba publicando, que acababan siendo siempre superventas. Lo que no sabían era su contacto con los seres oscuros. Había ido y regresado del infierno varias veces. Ella escribía lo que ellos querían que saliera al mundo de los vivos. Lo plasmaba con una realidad pasmosa, sin mucho esfuerzo, porque eran vivencias ocurridas en carne propia de los allí condenados eternamente. Historias aterradoras, siniestras, inhumanas, etiquetadas como ficción, porque ninguna mente en su sano juicio podría entenderlo de otra manera. ¿Cómo accedía al averno? Fácil, no la avisaban, simplemente el suelo se "derretía" a sus pies, como pasa con las arenas movedizas.


martes, 20 de abril de 2021

LLAMAS

 




Colocó el trípode a una distancia prudencial, desde la cual, una vez colocado el telescopio tendría una perspectiva completa del lugar. Estaba en la azotea de una casa, situada en lo alto de la colina. Desde allí la vista del pueblo era impresionante. Vería aquello que, alguna gente, que lo había visto, lo describía como un demonio, un ser envuelto en llamas. Miró el reloj, las tres de la madrugada, la hora en que todos coincidían que se podían ver. Se puso en alerta. Nadie había sido muy específico en el lugar exacto donde los veían. Decían que eran varios y aparecían por todas partes. Miró el reloj, las tres y cuarto y no había visto nada todavía. Esa noche, hacía calor y la luna llena brillaba en todo su esplendor en la cúpula celeste. Se quitó la chaqueta, la dejó en el suelo, pero al hacerlo, por el rabillo del ojo, vio algo que no le agradó mucho. Había un ser, era oscuro, podía pasar por una sombra, sino no fuera por los ojos llameantes que lo delataban. Se miraron unos segundos.  De la nada surgieron unas llamas que envolvieron a aquel ser. Parecía no sentir dolor, no gritaba y no se movía. Duró unos minutos y luego se desvaneció. En el sitio en el que había estado, algo brillaba en el suelo, se acercó, era una perla. Sería una prueba de aquella locura.


REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...