Nacho había reunido a todos sus amigos en su casa para
celebrar su cumpleaños. Vivía bastante aislado. El pueblo más cercano estaba a
cincuenta y cinco minutos de allí. No era amigo de la tecnología, no tenía
móvil, ni televisión, ni internet. Había música, que sonaba en su viejo
tocadiscos y mucho alcohol. En un par de horas la fiesta llegó a su punto más
álgido. Entonces les hizo una proposición: terminar la fiesta en el cementerio.
Todos aplaudieron la idea.
Saltaron la verja
del camposanto y se encaminaron hacia la parte más alejada, fuera de la mirada
de algún curioso que se le ocurriera pasar por allí. Bebieron, entonaron canciones
y entre risas y bromas hicieron invocaciones a los espíritus. Cuando despuntó
el alba, los que todavía se podían sostener en pie se fueron a sus casas, los
demás se quedaron allí.
Nacho se despertó al escuchar un gran estruendo fuera, un
trueno. Miró el despertador, las cinco de la tarde. Le dolía la cabeza una
barbaridad. Al tercer intento logró sentarse en la cama. Una vez sentado, pensó
que poner los pies en el suelo le resultaría más fácil, pero se equivocó de
pleno. Las piernas se negaban a soportar el peso del cuerpo. Utilizó las pocas
fuerzas que le quedaban, para mantener el equilibrio. Tenía que ir al baño. Caminó
despacio, agarrándose a la pared, para no caerse. Al llegar cerró la puerta
tras de sí. Se lavó la cara y se miró en el espejo. La imagen que vio, era la
de un hombre demacrado, con grandes ojeras, el pelo sucio y desaliñado y la
cara cubierta de tierra. Se miró el resto del cuerpo. Tenía el mismo aspecto de
suciedad. Sus calzoncillos, blancos el día anterior, presentaban un color
negruzco y olían a tierra mojada. Todo él, olía mal. Necesitaba una ducha. No
podía imaginarse lo que le esperaba tras la cortina. Al correrla y ver lo que
había en la bañera, retrocedió presa del pánico cayendo de espaldas sobre el
frío suelo de baldosas. Notó algo caliente mojando sus calzoncillos. Empezó a
gritar con todas sus fuerzas, aunque sabía que nadie podría escucharle, el baño
no tenía ventanas y estaba solo en casa. En su bañera había una mujer en
avanzado estado de descomposición, los gusanos le salían por los orificios
nasales y las cuencas, donde una vez hubo ojos. Intentó levantarse del suelo,
pero resbaló en su propia orina. Se arrastró hacia la puerta. Tenía que salir
de allí. Aquello era una locura, no era real, no podía estar pasando. Para su
sorpresa y desesperación la puerta no se abrió. Accionó con furia la manilla
tantas veces, que acabó por desencajarla. Se sentó de espaldas a la puerta y
lloró como no lo había hecho nunca. No sabía que había pasado en el cementerio
la noche anterior, por acordarse no se acordaba ni cómo había llegado a casa. Se
adormeció unos minutos. El ruido de un claxon en la calle, lo trajo de vuelta.
Su mente confusa, le hizo pensar que todo aquello había sido un mal sueño, una
pesadilla quizá. Pero la realidad era otra muy distinta. En la bañera seguía aquel
cadáver. Se acercó corriendo y corrió las cortinas de un tirón, temiendo que
aquella mujer se abalanzara sobre él. Luego fue hasta la puerta. La golpeó con
las manos, le dio patadas, pero no consiguió su propósito, salir de allí.
- ¿Por qué no quieres verme? – Pegó un brinco al escuchar
aquella voz y se dio la vuelta. Entonces la vio, era la mujer de la bañera, pero
ahora estada de pie ante él, mirándolo, mientras su podrido cuerpo era devorado
por los gusanos.
-Tú me hiciste esto.
Nacho se tapó la cara al tiempo que repetía una y otra
vez “no es real, no es real”
- ¡Tú, tú me atropellaste con el coche y me dejaste
tirada en la cuneta! -le gritaba con furia mientras lo señalaba con un dedo
esquelético desprovisto de carne.
El hombre, presa del pánico, apretándose la cabeza con
ambas manos, le suplicaba que se callara, que no era real.
Fuera había cesado el ruido del claxon.
La mujer dejó de hablar. Nacho confiando en que sus
súplicas hubieran surtido efecto, abrió los ojos esperanzado de que aquella
locura, al fin hubiera acabado. Pero en lugar de la mujer había un encapuchado.
Lo estaba observando. La capucha que le cubría la cabeza no de dejaba ver su
rostro. Tampoco podía ver su cuerpo, la túnica se lo cubría por completo. Pero
había algo que sí pudo ver, aquel ser, no pisaba el suelo, aquel ser flotaba. No
tuvo ninguna duda de quién era. Mandinga le habló: “Tú eres el dueño de tu vida
y de tus actos, has hecho lo que has creído conveniente y has salido impune de
ello. Pero todo tiene un precio y yo te ofrezco un pacto. Si haces lo que te
pido, tu vida no cambiará, nadie sabrá lo que hiciste y todo seguirá como hasta
ahora. Sólo tienes una hora para hacerlo, a media noche se acaba el plazo.”
En un hilo de voz Nacho le preguntó: ¿y si no acepto?
-Si no aceptas –le respondió- tu vida se terminará aquí y
ahora y tu alma se vendrá conmigo.
El hombre aceptó.
La puerta se abrió.
Cansado de esperar en el coche a que Nacho diera señales
de vida, su amigo entró en la casa por una ventana de la planta baja, que había
dejado abierta. Subió las escaleras sin percatarse de que alguien lo acechaba
entre las sombras. Nacho le asestó una puñalada mortal por la espalda. Luego
metió el cuerpo en el coche y condujo hasta el río. Esperó a que el coche se
hundiera por completo. Regresó a su casa. Había cumplido el pacto, un alma a
cambio de su secreto. Fue al baño, el cuerpo de la mujer había desaparecido.
Pero no así Mandinga. Su sed de almas era insaciable.