Le gustaba trabajar en el turno de noche. A esas horas el
hospital estaba más tranquilo y podía charlar con los pacientes que no lograban
dormir o buscaban algo de conversación. Había uno en concreto, un anciano con
problemas de enuresis, que le
agradaba mucho conversar con él. Aquel enfermero, desde muy pequeño, tenía un comportamiento
estoico ante las dificultades, supo
enfrentarse y salir bien parado de una grave enfermedad. Nació en el seno de
una familia muy católica y aquella adversidad hizo que sus creencias se
enraizaran más en él, si cabe.
Aquella noche al finalizar su ronda, fue hasta la
habitación del anciano. Le apetecía charlar un poco. Al abrir la puerta vio una
bruma espesa envolviendo la cama de
aquel hombre. Asustado se acercó lentamente. Acercó un dedo a aquella niebla
con desconfianza, temiendo algún efecto adverso en él. Pero no pasó nada.
Confiado, metió el cuerpo entero. Sobre la cama yacía el anciano, parecía
dormido, ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor. Lo zarandeó suavemente, con
el propósito de despertarlo.
–Don Sebastián,
despierte, despierte.
El hombre abrió los ojos, somnoliento, desorientado. El
enfermero lo había sacado de un bonito sueño. Paseaba con su esposa, cogidos de
la mano, por la orilla de una hermosa playa. En el momento en que se despertó,
la bruma se fue desvaneciendo poco a poco hasta que ya no quedó nada de ella.
- ¿Cuscurro?
¿eres tú? - preguntaba el anciano.
–Don Sebastián, soy yo, el enfermero de noche.
El anciano lo miró y sonrió. Por un momento le hubiese
gustado que aquel sueño no fuera tal y que su esposa estuviera a su lado. Pero
tenía que ser realista, Laura llevaba muerta diez años.
-Perdona, -se disculpó con el enfermero- estaba soñando
con mi esposa, la llamaba “cuscurro” cariñosamente. Ella odiaba ese mote, eso
decía, pero en el fondo era algo intimo entre los dos, y sé que le agradaba.
Todavía la puedo ver en el huerto, cargando de tomates la carretilla. –hizo una pausa, suspiró y dijo- Ella ya no está.
-Algún día la volverá a ver don Sebastián, ya verá usted
como sí –le dijo sonriendo el enfermero.
-No la veré nunca chico. Se ha ido, es polvo, ya no queda
nada de ella. –le respondió.
-No diga esas cosas, -insistió el enfermero- lo está
esperando en un sitio mejor.
-Sí, en el nicho donde la enterré. Harán un hueco entre
sus restos para meterme a mí. No digas chorradas chaval. Esto es todo lo que
hay. –le contestó el hombre enfadado. –ese será mi dormitorio eterno.
- No diga eso don Sebastián. Dios existe, al igual que otra vida donde
veremos a nuestros seres queridos que han muerto. El mundo, el universo que
observamos, las vidas que vivimos, la historia que encontramos. Todo eso nos
indica su existencia. Él es el creador de las montañas, paisajes, estrellas, código
genético. El diseño del universo está realizado con una precisión tal que sólo
puede ser obra de ese gran artista, que
es Dios. Sin duda, la manera en que vivimos
refleja a este Dios. Nuestros deseos, miedos, ilusiones son reales y apuntan
hacia Él. Y la persona de Jesús, nos indica que Dios existe, porque entró a
formar parte de su propia obra de arte.
- ¡Chorradas! –le contestó el anciano. - ¿Has oído hablar
alguna vez de la evolución? Dios no creó a nadie, ni nada. Todo lo que nos
rodea es producto de un largo proceso de evolución. Vosotros y vuestra fe, de
creer lo que no se ve, caso contrario de la ciencia que no se cree nada que no
pueda ver y analizar, es más fácil vuestra teoría porque ya no habría nada que
hacer, nada que demostrar, queréis que seamos ignorantes y no hagamos
preguntas. Pero somos fruto de esa evolución y como tal avanzamos y pensamos y
las preguntas vienen solas. ¿Y dime qué
clase de Dios es si existe? Se dice que es omnipotente y omnipresente y
benevolente. ¿Por qué permite que haya tanto sufrimiento en su nombre? Es débil
y bueno o malvado y no quiere hacer nada. ¿Qué clase de Dios es?
¿Acaso eres de los que usan un cilicio para sufrir y estar más cerca de Él?
Desde siempre necesitamos creer en algo ante las
adversidades. Y la Iglesia es el mejor club social de la historia, contando
cuentos de hadas a la gente.
-Tiene que evaporar
esas ideas de su cabeza don Sebastián. Dios tiene una razón para todo. No
siempre puede evitar el dolor. Y a veces lo permite por una razón por la cual
tiene sentido. Su alma no está en paz porque le falta algo muy importante para
ello: la fe. Pero Él perdona todos nuestros pecados, estamos hechos a su
semejanza. Somos sus hijos y nos quiere. Al final nos acogerá a su lado y todo
nuestros sufrimientos y desavenencias no serán más que humo que se desvanece en
el aire. Él es el camino, la verdad y la vida. Nos hace la oferta de conocerle
y al conocerle lo amaremos y todo el sentido que buscamos de la vida lo
encontramos en Él. Al creer en Dios, tu alma encontrará paz, al rezarle,
estamos hablando con él. Nuestros actos serán recompensados. Y por último le
digo, don Sebastián, si un hombre, llamado Jesús, destacó entre millones de
hombres y se sigue hablando después de tanto tiempo es que hay mucha verdad en
Él. Millones de personas en todo el mundo no pueden estar equivocados.
- ¡Pamplinas! –le respondió el anciano. -Dese la vuelta y
pregúntele al que está en el umbral de la puerta, él tiene todas las
respuestas.
El enfermero se giró y vio una figura vestida de negro
con una capucha cubriéndole la cabeza y una guadaña en la mano derecha. Era la
muerte. La pregunta era: ¿A quién venía a buscar?
-Yo no la temo enfermero, sé que no hay nada después.
Pero, ¿tú estás preparado para ver a tu Dios?