sábado, 22 de mayo de 2021

CONFESIONES

 

 

 

Después del cementerio, Mario, acompañado de sus cuatro mejores amigos se fueron hasta la casa, en que dos días atrás, compartía con sus padres. Se sentaron en el salón, ante una televisión apagada, en total silencio. Uno de ellos se levantó. Leyó varios títulos de la multitud de libros que abarcaban varias estanterías que llegaban hasta el techo. Todos tenían una temática similar. Satanismo, ritos oscuros, misas negras…. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Cogió uno de ellos y empezó a hojearlo. Mario se acercó a él. El libro que tenía su amigo entre manos versaba sobre la incógnita de la vida después de la muerte. Los otros tres, intrigados por lo que estaban leyendo, se unieron a ellos. Decidieron hacer un rito que consistía en invocar a algún espíritu a través de un espejo. Mario quería respuesta a la pregunta que no le dejaba en paz y que le taladraba el cerebro. ¿Por qué se habían suicidado sus padres? Se puso delante del espejo y diciendo unas palabras que aparecían en el libro, que no voy a mencionar porque no quiero alentar al lector a pronunciarlas, esperó a ver qué pasaba. Tras diez largos minutos de espera, llegaron a la conclusión que aquello era una tontería y volvieron a sentarse en silencio. Todos menos Mario, que fue hasta la cocina a buscar unas cervezas. Pero en el momento en que la puerta de la cocina se cerró tras él, las luces de la casa se apagaron. A tientas llegó al salón, sus amigos se estaban quejando por el apagón. Entonces, surgida de la nada, una niebla espesa se propagó por toda la habitación. Uno a uno fueron cayendo adormecidos. Todos menos uno. Unos seres oscuros, ensotanados, y de una altura exagerada, surgieron entre la niebla. Se inclinaron sobre ellos, sujetándoles las cabezas entre algo que estaba muy lejos de ser manos. Eran más bien garras, con largas uñas afiladas. Los ojos de aquellos seres proyectaban una luz rojiza que se introducía en los globos oculares de los jóvenes. Los miedos enterrados salieron al exterior. Experiencias que nunca habían contado, empezaron a aflorar. Uno de ellos estaba en medio de una gran sala llena de gente, ante un atril. El problema es que no debería estar allí, el discurso lo tenía que dar un compañero, pero él se había encargado de que no pudiera hacerlo, metiéndole unos laxantes en el café. Otro había cogido el coche de su padre, había bebido, perdió el control, atropellando a una persona. Se dio a la fuga. Otro había sido infiel a su novia, con uno de sus amigos. Y el cuarto, había cambiado sus notas entrando en la base de datos de la facultad. Al despertar, la niebla se había disipado. Tenían sus móviles en las manos. Miraron atemorizados si habían realizado alguna llamada mientras habían estado dormidos. Y así era. Los últimos números que habían marcado, correspondían a la gente que les había hecho daño. Al amigo confesándole lo del café. A la policía confesando el atropello. A la novia, la infidelidad y el cambio de notas, a la facultad. Lo habían confesado todo. En sus miradas se veían el mismo miedo que sienten los animales cuando están acorralados. Tenían los nervios a flor de piel. También se dieron cuenta de la ausencia de Mario. Lo encontraron detrás del sofá. Muerto, le habían cortado el cuello. Todos presentaban manchas de sangre en sus ropas. Un cuchillo cubierto de sangre descansaba sobre la mesa del salón. ¿Quién lo había matado? El más rápido lo agarró, amenazando con él a los demás. La tragedia estaba servida. En el pasillo, escondido entre las sombras, alguien estaba observando lo que pasaba allí dentro. Cuando había entrado en la casa a robar, ni en un millón de años, podría imaginar que algo de todo aquello podría suceder alguna vez. La entrada de los jóvenes lo llevó a esconderse. Para poder escapar había quitado la luz. Estaba llegando a la puerta, cuando uno de los jóvenes lo descubrió, llevaba un cuchillo en la mano. Después de abalanzarse sobre él para quitarse el arma, le rajó el cuello. Luego llevó el cuerpo hasta el salón, dejándolo detrás del sofá. Los otros cuatro parecían dormidos. No sabía qué hacer con el cuchillo, así que lo dejó encima de la mesa, no sin antes, mancharles la ropa de sangre. Esa idea se le ocurrió al final, y le pareció buena, le daba un aire siniestro al ambiente.  Dio media vuelta y salió de la casa. Lo que ocurriera allí dentro ya no era de su incumbencia.

viernes, 21 de mayo de 2021

CREER O NO CREER

 

 

 

Le gustaba trabajar en el turno de noche. A esas horas el hospital estaba más tranquilo y podía charlar con los pacientes que no lograban dormir o buscaban algo de conversación. Había uno en concreto, un anciano con problemas de enuresis, que le agradaba mucho conversar con él. Aquel enfermero, desde muy pequeño, tenía un comportamiento estoico ante las dificultades, supo enfrentarse y salir bien parado de una grave enfermedad. Nació en el seno de una familia muy católica y aquella adversidad hizo que sus creencias se enraizaran más en él, si cabe.

Aquella noche al finalizar su ronda, fue hasta la habitación del anciano. Le apetecía charlar un poco. Al abrir la puerta vio una bruma espesa envolviendo la cama de aquel hombre. Asustado se acercó lentamente. Acercó un dedo a aquella niebla con desconfianza, temiendo algún efecto adverso en él. Pero no pasó nada. Confiado, metió el cuerpo entero. Sobre la cama yacía el anciano, parecía dormido, ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor. Lo zarandeó suavemente, con el propósito de despertarlo.

Don Sebastián, despierte, despierte.

El hombre abrió los ojos, somnoliento, desorientado. El enfermero lo había sacado de un bonito sueño. Paseaba con su esposa, cogidos de la mano, por la orilla de una hermosa playa. En el momento en que se despertó, la bruma se fue desvaneciendo poco a poco hasta que ya no quedó nada de ella.

- ¿Cuscurro? ¿eres tú? - preguntaba el anciano.

–Don Sebastián, soy yo, el enfermero de noche.

El anciano lo miró y sonrió. Por un momento le hubiese gustado que aquel sueño no fuera tal y que su esposa estuviera a su lado. Pero tenía que ser realista, Laura llevaba muerta diez años.

-Perdona, -se disculpó con el enfermero- estaba soñando con mi esposa, la llamaba “cuscurro” cariñosamente. Ella odiaba ese mote, eso decía, pero en el fondo era algo intimo entre los dos, y sé que le agradaba. Todavía la puedo ver en el huerto, cargando de tomates la carretilla. –hizo una pausa, suspiró y dijo- Ella ya no está.

-Algún día la volverá a ver don Sebastián, ya verá usted como sí –le dijo sonriendo el enfermero.

-No la veré nunca chico. Se ha ido, es polvo, ya no queda nada de ella. –le respondió.

-No diga esas cosas, -insistió el enfermero- lo está esperando en un sitio mejor.

-Sí, en el nicho donde la enterré. Harán un hueco entre sus restos para meterme a mí. No digas chorradas chaval. Esto es todo lo que hay. –le contestó el hombre enfadado. –ese será mi dormitorio eterno.

- No diga eso don Sebastián.  Dios existe, al igual que otra vida donde veremos a nuestros seres queridos que han muerto. El mundo, el universo que observamos, las vidas que vivimos, la historia que encontramos. Todo eso nos indica su existencia. Él es el creador de las montañas, paisajes, estrellas, código genético. El diseño del universo está realizado con una precisión tal que sólo puede ser obra de ese gran artista, que es Dios. Sin duda, la manera en que vivimos refleja a este Dios. Nuestros deseos, miedos, ilusiones son reales y apuntan hacia Él. Y la persona de Jesús, nos indica que Dios existe, porque entró a formar parte de su propia obra de arte.

- ¡Chorradas! –le contestó el anciano. - ¿Has oído hablar alguna vez de la evolución? Dios no creó a nadie, ni nada. Todo lo que nos rodea es producto de un largo proceso de evolución. Vosotros y vuestra fe, de creer lo que no se ve, caso contrario de la ciencia que no se cree nada que no pueda ver y analizar, es más fácil vuestra teoría porque ya no habría nada que hacer, nada que demostrar, queréis que seamos ignorantes y no hagamos preguntas. Pero somos fruto de esa evolución y como tal avanzamos y pensamos y las preguntas vienen solas.  ¿Y dime qué clase de Dios es si existe? Se dice que es omnipotente y omnipresente y benevolente. ¿Por qué permite que haya tanto sufrimiento en su nombre? Es débil y bueno o malvado y no quiere hacer nada. ¿Qué clase de Dios es?

¿Acaso eres de los que usan un cilicio para sufrir y estar más cerca de Él?

Desde siempre necesitamos creer en algo ante las adversidades. Y la Iglesia es el mejor club social de la historia, contando cuentos de hadas a la gente.

-Tiene que evaporar esas ideas de su cabeza don Sebastián. Dios tiene una razón para todo. No siempre puede evitar el dolor. Y a veces lo permite por una razón por la cual tiene sentido. Su alma no está en paz porque le falta algo muy importante para ello: la fe. Pero Él perdona todos nuestros pecados, estamos hechos a su semejanza. Somos sus hijos y nos quiere. Al final nos acogerá a su lado y todo nuestros sufrimientos y desavenencias no serán más que humo que se desvanece en el aire. Él es el camino, la verdad y la vida. Nos hace la oferta de conocerle y al conocerle lo amaremos y todo el sentido que buscamos de la vida lo encontramos en Él. Al creer en Dios, tu alma encontrará paz, al rezarle, estamos hablando con él. Nuestros actos serán recompensados. Y por último le digo, don Sebastián, si un hombre, llamado Jesús, destacó entre millones de hombres y se sigue hablando después de tanto tiempo es que hay mucha verdad en Él. Millones de personas en todo el mundo no pueden estar equivocados.

- ¡Pamplinas! –le respondió el anciano. -Dese la vuelta y pregúntele al que está en el umbral de la puerta, él tiene todas las respuestas.

El enfermero se giró y vio una figura vestida de negro con una capucha cubriéndole la cabeza y una guadaña en la mano derecha. Era la muerte. La pregunta era: ¿A quién venía a buscar?

-Yo no la temo enfermero, sé que no hay nada después. Pero, ¿tú estás preparado para ver a tu Dios?

 

 

 

 

jueves, 20 de mayo de 2021

LA FUGA

 

Estoico era su semblante, apenas reaccionó ante la mala noticia. No todos los días, la policía llama a tu casa para decirte que tu hija ha desaparecido. Pero lo que no sabían, ni la madre, ni ellos era que aquella desaparición había sido voluntaria. Ella y dos amigas suyas habían decidido fugarse. Lo había planeado de manera que pareciera la obra de un asesino. Pero para eso tendría que haber un cuerpo. Sin cuerpo no habría asesino. Eso también lo tenía planeado. Ahora tenía que tomar la decisión. Tenía que matar a una de las dos amigas que se habían embarcado en aquella aventura con ella. Había sido fácil convencerlas. Sería fácil quitarse a una de en medio sin que la otra sospechara. Se habían adentrado en el bosque, conocía una cueva donde resguardarse durante la noche. Cualquier excusa serviría para sacar a su presa de allí, matarla, dejar su cuerpo en el bosque y volver. Por la mañana, haría que su otra amiga lo viera. No sospecharía de ella. No tenía motivos para hacerlo. Siempre había sido una amiga, hija y alumna ejemplar. Nadie sospecharía de ella, ni en un millón de años. Pero los planes, se pueden torcer. Y a la mañana siguiente el cuerpo no estaba donde lo había dejado. Se había quedado consternada al no verlo y más aun no encontrarlo por las inmediaciones. Le había asestado un fuerte golpe en la cabeza con un tronco, creyó que con la suficiente fuerza como para matarla. La amiga no había muerto. Debido a su nerviosismo no vio las gotas de sangre que había dejado en su huida. Gotas de sangre entre las ramas y hojas caídas a lo largo del bosque. Si la descubrían la delataría. Estaba en un gran apuro. Tenía que huir de allí lo antes posible. Pero tenía que hacerlo sola, no podía fallar, esta vez no podía permitirse ese lujo. La joven malherida, logró llegar a la casa de presunta asesina. La puerta estaba entreabierta, se oía hablar a una mujer por teléfono, el sonido de la voz provenía de la cocina. Conocía aquella casa, había estado allí muchas veces. Tambaleándose, dejando un rastro de sangre a su paso, logró llegar al dormitorio de su supuesta amiga y se tumbó en la cama. Se estaba quedando dormida, cuando vio una figura entrando en la habitación. Se acercaba a la cama lentamente. Casi no podía mantener los ojos abiertos, rezó para que fuera la madre y le ayudara. Pero no era así. No era la madre. Era la hija que venía a rematar la tarea que iniciado en el bosque. Sujetaba en alto un cojín.  Lo colocó sobre su cara y presionó. Antes de perder el conocimiento, escuchó la voz de un hombre gritando: ¡Alto, policía!

martes, 18 de mayo de 2021

EN LA VIEJA CASA

 

¡Cuscurro!, escuché como me llamaba mi amigo. Odiaba aquel mote que me habían puesto en el colegio y que a día de hoy todavía seguía vigente, es más, estaba seguro que en mi lápida obviarían mi verdadero nombre, para ponerme aquel mote. Mi amigo y yo trabajábamos para una inmobiliaria, él era el jefe y yo su empleado. El dueño de aquella casa antigua, se había puesto en contacto con nosotros para que la vendiéramos. Pero para ello teníamos que hacer las fotos pertinentes y ver el potencial que tenía. Según nos informó, la casa llevaba vacía más de veinte años, el tiempo que sus padres llevaban muertos. Así que era de suponer que no había nadie allí, a pesar de que mi jefe había escuchado unos ruidos en la planta superior, de ahí el apremio en su voz al llamarme. La casa no disponía de electricidad, y a pesar de que era de día, las nubes que copaban el cielo no eran de gran ayuda a la hora de arrojar luz sobre las dependencias de aquel sitio. Fui a por un par de linternas al coche y subimos las escaleras. Una vez arriba, descubrimos que los ruidos provenían de una habitación al final del pasillo. Escuchábamos gemidos y rezos. Caminamos despacio para que no crujiera el suelo de madera bajo nuestros pies. Abrimos la puerta. Vimos un hombre mayor, desnudo, en su muslo derecho llevaba un cilicio, mientras rezaba ante un crucifijo de madera colgado en la pared. Mi amigo se acercó a él despacio, yo me quedé esperando en el umbral de la puerta. No podía moverme, aunque quisiera. Había algo en aquel hombre que hacía que me estremeciera de miedo. Me parecía que aquella imagen que me mostraban mis ojos no era del todo real.  Parecía distorsionarse por momentos, como si fuese movida por una brisa inexistente en aquella habitación sin ventanas. Mi jefe siguió avanzando hasta que su mano alcanzó el hombro de aquel hombre. Lo tocó, pero sus dedos sólo encontraron aire. El hombre se giró, nos miró durante unos segundos y luego se desvaneció. En el suelo, quedaron marcadas las huellas de sus pies descalzos sobre la capa de polvo que cubría aquel viejo suelo de madera.

lunes, 17 de mayo de 2021

LA BRUMA

 

 

 

 

 

¡Bruma! era la único inteligible que pude entender en todo aquel batiburrillo de palabras que profería mi amigo por el móvil. Mientras intentaba calmarlo, me asomé a la ventana. Se escuchaban las sirenas de la policía. Se dirigían hacia las afueras de la ciudad. La llamada se cortó. La gente salía de sus casas todavía en pijama, debido a la hora que era, (las cuatro de la mañana), no era de extrañar. Hombres mujeres y niños, somnolientos y asustados se agrupaban intercambiando información con los vecinos. Fui hasta el salón y puse la tele. En el canal de noticias, estaban mostrando imágenes insólitas, nunca vistas en toda la historia de la humanidad. Sucedía en todas partes del mundo. Los cementerios, eran literalmente engullidos por la tierra. Empezaba con un ligero temblor, luego se abría un gran socavón en ella, tragándose los camposantos por completo. Para luego quedar envueltos en una espesa bruma. Llegué en menos de quince minutos al cementerio. Había muchos curiosos como yo, allí congregados. Con los primeros rayos de sol, la bruma se fue dispersando. En la última morada de miles de cuerpos, aparecieron flores, de todos los tamaños y colores. Un músico tañía, con maestría, un violín, aplacando los ánimos, bastante alterados, de los que estábamos allí presentes. Pronto el suelo quedó completamente cubierto con una alfombra de flores. Sonó el móvil en uno de los bolsillos de mi pantalón. Era mi amigo de nuevo. Esta vez preguntándome dónde estaba. Se lo dije. Él también estaba allí pero no podía verme a causa de la gente que se había ido llegando y se había arremolinado a mi alrededor. Me mostró unas imágenes. Si aquello que teníamos ante nuestros ojos era raro, extraño, lo que vi en la pantalla de su móvil, iba más allá. En bosques, pozos, paredes, ríos, pantanos, en los lugares más inverosímiles que te puedas imaginar aparecieron cadáveres. La policía, los forenses, estaban desbordados por el trabajo que se les presentaba. Los restos óseos de gente desaparecida, a lo largo de los años y que nunca más se supo de ella, había salido a la luz sin que nadie tuviera una explicación racional o no tan racional para aquello. Sólo los enterrados en tierra sagrada habían desaparecido, quedando en su lugar unas flores como vestigio de que la vida no se acaba, que se transforma en algo tan hermoso como una flor.

sábado, 15 de mayo de 2021

EL LOBO Y YO

 

 

 

 

Había un caso, en el que llevaba un tiempo trabajando, que no me dejaba dormir. La ausencia de pistas en esas desapariciones, me estaban volviendo loco. Me desperté en medio de la noche, gritando, empapado en sudor, había tenido una pesadilla. En mi sueño, un lobo negro, enorme, del tamaño de un oso, se abalanzaba sobre mí. Sabía que cualquier intento de volver a dormir esa noche, sería en vano. El despertador, que había sobre mi mesilla de noche, marcaba las cuatro de la mañana. Decidí levantarme y tratar de trabajar un poco, intentando arrojar un poco de luz a aquel misterio que me traía entre manos. Descorrí las cortinas. Las farolas arrojaban algo de luz sobre la calle vacía. Entonces lo vi. Era el lobo de mi pesadilla. Me estaba observando desde el otro lado de la calle. Inmóvil. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Sus ojos brillaban como dos luces rojas, entre las sombras. Corrí las cortinas y me separé de la ventana. Me senté en la cama. Estaba nervioso. No lograba quitarme aquella imagen de mi cabeza. Inquieto, volví a levantarme. Entreabrí un poco la cortina. No estaba. Respiré con alivio pensando que había sido una alucinación. Poco duró mi dicha, al poco tiempo escuché ruidos en la puerta de la calle. Me acerqué despacio. Parecían arañazos. La abrí y allí estaba, el lobo, delante de la puerta de mi casa. Asustado, la cerré de golpe. Apoyé mi espalda en ella. Necesitaba tranquilizarme, el corazón latía desbocado en mi pecho y me faltaba el aire. Entonces escuché una voz, que me decía, alto y claro ¡sígueme!,.  Entreabrí la puerta, y vi como aquel lobo se daba la vuelta y empezaba a caminar. Lo seguí. Las calles seguían desiertas. El lobo caminaba despacio. Yo iba en silencio tras él. Hipnotizado. Algún perro envalentonado, ladraba a nuestro paso, pero al ver al lobo, sus ladridos pasaban a ser aullidos. Caminamos un buen rato. Empezaban a despuntar los primeros rayos del sol, cuando llegamos a la puerta del cementerio. Estaba cerrada. Pensé que no podríamos entrar y los muros estaban demasiados altos para poder saltarlos, por lo menos yo no me encontraba en condiciones de poder hacerlo. Para mi sorpresa la puerta se fue abriendo a medida que nos íbamos acercando. No me gustaban los cementerios, y mucho menos cuando todavía las sombras no se habían disipado por completo. El lobo siguió caminando. Atravesamos todo el camposanto. Llegamos a la parte más alejada. En aquella zona las tumbas eran muy antiguas, se veían mal cuidadas, sin flores, como si ya nadie quedara con vida para recordar a aquellos muertos. Los nichos estaban cubiertos de musgo y enredaderas. Algunas lápidas estaban rotas. Entonces el lobo se paró delante de un mausoleo. La puerta se abrió. El lobo me hizo un ademán con la cabeza de que entrara. Dentro había un sepulcro. Una losa lo cubría. Giré la cabeza, el lobo había desaparecido. Estaba solo. Salvo aquel sepulcro no había nada más en aquel lugar. Me acerqué y traté de empujar la losa. No parecía tan pesada como creía. No tuve que hacer mucha fuerza para desplazarla. Encendí la linterna de mi móvil y alumbré el interior del sepulcro. Dentro había unas escaleras de piedra muy empinadas. Salté al interior y empecé a bajarlas con cuidado de no caer. Parecían no tener fin. Llegué al último peldaño. Estaba en un sótano, frío y húmedo. Fui alumbrando cada centímetro de aquel lugar, por el que iba pisando. La idea de ratas correteando por allí me ponían los pelos de punta. Entonces la visión más macabra, que nadie debería ver jamás, estaba ante mis ojos. Había cuerpos junto a las paredes, algunos eran esqueletos ya, otros estaban en avanzado estado de descomposición. Tenían puestos unos collares alrededor del cuello, de los cuales salían unas cadenas cortas, clavadas en la pared, con la única finalidad de que no pudieran sentarse. Allí estaban las chicas que habían desaparecido el último año. Escuché un gemido. Alumbré con la linterna hacia el lugar de donde provenía aquel ruido. Una de las chicas estaba con vida. Me acerqué hacia ella. En el suelo había una chaqueta. La reconocí de inmediato. Esa chaqueta era mía. La cogí. Dentro estaba mi cartera, mis tarjetas de crédito, mi pasaporte. La gran pregunta era ¿qué hacía mi chaqueta allí? Entonces alumbré la cara de aquella chica, era la última joven en desaparecer. Estaba en muy malas condiciones. En un esfuerzo casi sobrehumano abrió los ojos. Cuando me vio, vi pánico y terror en ellos. Retrocedí, aturdido, asustado, mi espalda chocó con algo grande, peludo. El lobo. Entonces lo comprendí. Yo había hecho aquello. Yo era el asesino que estaba buscando. Entonces algo se transformó dentro de mí. Un “yo” nuevo emergió de mi interior. Fuerte. Malvado. Sintiéndose descubierto y acorralado, intentó huir. Pero el lobo fue más rápido y le tapó la única salida existente en aquel sótano, las escaleras. Lo miró fijamente a los ojos y se abalanzó sobre él. Sobre mí.

viernes, 14 de mayo de 2021

MI VECINA

 

 

 

Mi vecina, una anciana muy simpática que vivía en el piso de al lado. Me pidió una noche, que le diera de comer al gato, porque ella, tenía que ausentarse unos días, para asistir a la boda de su nieta. Me dio la llave de su piso, junto con las instrucciones pertinentes sobre cómo darle la comida a “Dante”, su gato siamés.

Al día siguiente, por la mañana temprano, salí de mi piso y me dirigí al de mi vecina para realizar el cometido que me había pedido. Estaba en penumbra. Encendí las luces, respetando así la decisión de la mujer de no levantar las persianas. Hacía mucho frio allí dentro, nada que ver con la temperatura de fuera, que oscilaba sobre los 30 grados. Había fotos por todas partes. En una de ellas se veía a una pareja muy sonriente, en un tílburi. Me fijé en que un ojo de la chica era verde y el otro azul. Un caso raro, pensé. Dante se estaba restregando en mis vaqueros, mientras maullaba lastimosamente. Estaba claro que quería su desayuno. Sobre la encimera de la cocina había varios anillos colocados en una bandejita de plata. La comida del gato estaba en la alacena que había justo debajo del fregadero. Le llené su comedero y me fui, pensando en hacerle otra visita al caer la tarde. Tenía una tarea pendiente, tenía que comprar un presostato nuevo y luego, a la hora de comer, ir a tamalear con una amiga, a mí no me gustaban mucho los tamales, pero a ella le encantaban. Al caer la noche volví a casa de mi vecina. El gato, me estaba esperando detrás la puerta. Le di su lata de comida y le puse agua limpia. Por el rabillo del ojo me pareció ver a una mujer con un vestido albiceleste que entraba en una habitación que había al final del pasillo. Me asusté un poco, sabía que estaba sola en la casa. Decidí ir a mirar, confieso que estaba muy asustada. Abrí la puerta despacio, la persiana no estaba bajada de todo, dejando entrar algunos rayos de luz. Al fondo de la habitación, vislumbré una silueta, junto a la cama, encendí la luz con mano temblorosa y mi sorpresa fue mayúscula al descubrir que aquello que me había asustado era una armadura. La persona a la que había pertenecido debía de medir por lo menos dos metros, era enorme. Yo no podría dormir con aquello en mi habitación. La cama estaba hecha. Había una cómoda al lado de la ventana, sobre ella una foto enmarcada, en la que se veía un hombre de unos treinta años, bien parecido. Debajo alguien había escrito en letras mayúscula “tartufo”, ni idea de lo que significaba aquello. Al lado de la foto había una invitación para la inauguración de una rotisería, de nombre “EL ZORRO” Me giré para salir de la habitación. Seguía haciendo mucho frío, pero en aquel lugar parecía que la temperatura era todavía más baja. Entonces la vi. Era mi vecina tumbada en la cama. Parecía dormida. Su tez estaba pálida y tenía una sonrisa dibujada en su cara. No la había escuchado entrar. Hacía menos de cinco minutos juraría que no estaba. Me acerqué a ella, despacio, muy despacio. Estaba a escasos centímetros de la cama cuando escuché como alguien abría la puerta de la calle. Me sobresalté y salí a ver de quién se trataba. Una mujer idéntica a mi vecina, pero con veinte años menos estaba entrando. Tenía los ojos hinchados. Había estado llorando. Me miró sorprendida en un primer momento, luego me sonrió. Me dio las gracias por darle de comer al gato. Le pregunté quién era, me dijo que la hija de la mujer que vivía allí. Yo no la conocía, pero ella sabía perfectamente quien era yo. Seguro que su madre le había hablado de mí y del cometido que me había pedido. Le dije que su madre estaba en la habitación, tumbada en la cama. Se puso pálida y me miró perpleja. Fue corriendo hacia la habitación, la abrió. En la cama no había nadie.

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...