Los exámenes finales estaban a la vuelta de la esquina.
Ana, comenzó a ir a la biblioteca todos los días. Era el único lugar donde
encontraba el silencio y la paz que necesitaba para concentrarse. En casa era
imposible, con los gemelos correteando todo el día de un lado para otro. Empezaban
a salir, peligrosamente, chispas de
su cabeza, de lo que la enfadaban, y antes de que aquello fuera a más, se iba. Su
novio, Juan, la recogía a las 8 cuando salía de trabajar y la llevaba de vuelta
a casa. Pero antes paraban a tomarse unos refrescos y charlar sobre el día que
habían tenido. Quería mucho a Juan, llevaban juntos casi dos años. Hay que
decir que los sentimientos del muchacho hacia ella, eran verdaderos, estaban
locamente enamorado de ella. El primer día en la biblioteca fue un éxito total,
había avanzado mucho en sus estudios y cuando regresó a casa se la veía muy
feliz. El segundo día se fijó en un chico que se sentó, en la larga mesa donde
estaba, enfrente de ella. Lo miró un par de veces de soslayo. Era guapo, muy
guapo. Tenía el pelo rubio y unos ojos azules, intensos, que le recordaban el
cielo, en un día despejado, sin nubes. Ella se percató que él también la
observaba cuando creía que no era visto. El tercer día en la biblioteca, el
chico estaba en el mismo lugar del día anterior. Esta vez se fijó mejor en él.
Además de guapo, era alto y tenía unos hoyuelos en ambas mejillas que le daban
un toque de niño travieso. Le llamó la atención que seguía leyendo el mismo
libro de la otra tarde. No parecía un libro de texto, más bien una novela.
Quería preguntarle el título, pero no se atrevió. Sus miradas se cruzaron,
mientras ella se sentaba justo enfrente. En ese momento en aquella larga mesa,
sólo estaban ellos dos. Notó una aceleración
en los latidos de su corazón. Entonces pasó, ambos se pusieron a hablar en el
mismo momento. Se rieron por lo cómico que había resultado. El muchacho se
levantó y se sentó a su lado. Se presentaron, él se llamaba Marcos y de cerca
todavía era más guapo. Leía Romeo y Julieta. Le encantaba aquel libro y podía
recitarlo al completo, de la cantidad de veces que lo había leído. Estuvieron
hablando poco tiempo, ya que la biblioteca empezó a llenarse de gente. El hombre
que se sentó al lado de Ana llevaba un libro “Espartano” se titulaba. Una niña vestida de Hada, con varita y todo, pasó corriendo por el pasillo. Iba a una
sala contigua donde empezaría en unos minutos el “cuentacuentos”.
Los siguientes días siguieron coincidiendo en la
biblioteca. Ella pasaba todo el día esperando la hora para ir allí, para verlo.
Un día no lo encontró en el lugar de siempre. Se puso nerviosa pensando que tal
vez ya no volviera. Entonces escuchó el ruido que hacen una pila de libros al
caerse al suelo en forma de cascada. Marcos,
al intentar coger un libro a la niña disfrazada de hada, se le cayeron todos.
Ella fue a ayudarlos. Sus dedos se
rozaron un instante, sus miradas se encontraron y sus labios se acercaron,
ansiosos de un beso… - ¡Lo encontré! -gritó la niña-hada- el de la abeja. Mostrándonos dicho libro. Lo hizo deslizar con maestría, hasta donde estaba la persona encargada de
leerlo al grupo de niños, que esperaban, sentados en círculo, en el suelo. No
fue muy oportuno la llegada de su
novio a la biblioteca, Solía esperarla fuera. Pero varios comentarios que le
venían haciendo casi a diario, sobre que Ana tenía un nuevo amigo y que se veían,
todos los días, en la biblioteca, lo llevó a presentarse allí sin avisar. La
vio muy feliz hablando con un tipo, muy bien parecido. Los celos se adueñaron
de él. Si saludar siquiera, se dirigió a ella y le dijo que tenían que irse. La
vergüenza por su conducta, la ruborizó por completo. No quería que Juan montara
una escena allí, y menos delante de Marcos. Así que, sin mirarle a los ojos
siquiera, se levantó cogió su chaqueta y salió de allí cabizbaja. Fuera le reprimió
su comportamiento. Él le exigió que no volviera, ella le dijo que no podía
impedirle volver allí. Se enfadaron y ella rehusó que la llevara a casa. Al día
siguiente quiso volver a la biblioteca para pedirle a Marcos disculpas por el
comportamiento de su novio. Pero no se atrevió. No reunió la fuerza necesaria
hasta una semana después. Se llevó una gran sorpresa cuando descubrió que el
chico no estaba. Lo que sí estaba era el libro que él siempre leía: Romeo y
Julieta. Lo cogió y empezó a pasar las páginas. Estaban amarillentas y muy
gastadas por el uso. Casi al final se topó con una fotografía. La miró. Era una
foto de Marcos. A su alrededor había más gente. Vestían con ropas antiguas y
estaban en un escenario. Le dio la vuelta a la foto y vio una fecha impresa en
el reverso: 20 de abril 1821. Era la fecha de hoy, pero de hacía cien años. Se
quedó desconcertada. Decidió preguntar a la bibliotecaria qué sabía de aquello.
La mujer, de unos sesenta años, muy delgada y con el pelo completamente blanco,
la miró por encima de las gafas, analizándola. Se dio cuenta de que la joven
que tenía enfrente, no sabía la historia y pasó a contársela. Aquel joven había
formado parte de un grupo teatral. Iban a poner en escena la obra de Romeo y Julieta.
Con tal mala fortuna que una barra de hierro le cayó encima sesgándole la vida
casi al instante, murió mientras lo trasladaban al hospital. Mientras le
contaba aquello, con el corazón encogido de pena y las lágrimas resbalando por
sus mejillas, no podía dejar de mirar una caja de bronce, antigua, cubierta de pátina.