sábado, 12 de junio de 2021

LA GRAN SERPIENTE

 


 

Hace mucho tiempo, había una isla muy grande en medio del océano que tenía fama de misteriosa. Se rumoreaba que en ella habitaban seres mitológicos que protegían grandes tesoros allí enterrados. Aquello hacía que incrementara la avaricia de la gente llevándolos a querer conquistarla. Siempre fracasaban, muriendo en el intento. Aquella isla era infranqueable. Durante muchos años reinó la paz. Parecía que el intento de saquearla había quedado en el olvido, hasta tal punto que ni tan siquiera pasaba un barco cerca. Pero la paz pronto se vio empañada con un nuevo ataque. Esta vez tuvieron mucha suerte. Los habitantes de la isla habían sucumbido a un virus, y casi no había vigilancia. Los pocos vigías que quedaban, no eran muy efectivos, todavía estaban convalecientes por la enfermedad, aunque curados, no tenían la fuerza y destreza necesaria para enfrentarse a una batalla. Nada pudieron hacer ante aquel ataque que acabó con la vida de los que moraban en aquella isla. Sólo se salvó una persona, la hija del rey, que por aquel entonces contada quince años de edad. Enfadada, rota de dolor, clamaba venganza. Invocó a los espíritus de sus ancestros para que la ayudaran. Éstos la convirtieron en una serpiente alada de una dimensión descomunal. En su boca había veneno para matar a un país entero. Acabó con los saqueadores que habían matado a su familia y a toda la gente que habitaba en la isla. Los cogió desprevenidos, cargando el oro y las joyas que habían encontrado a lo largo y ancho de la isla. No tuvo clemencia para con ellos. No se salvó nadie de su ira. Satisfecha con el resultado, desde entonces, rodea la isla con sus anillos provocando naufragios a toda embarcación que ose pasar por allí.


viernes, 11 de junio de 2021

OLLÁPARO (continuación)

 


El joven, una vez salió de la tienda, con la bolsa de ajos en la mano, se dirigió al hotel donde se había alojado el día anterior. Se cambió de ropa, preparó una mochila con lo necesario para subir a la cima de la montaña y se subió a su todoterreno esperando regresar al hotel al anochecer. La cámara de fotos descansaba en el asiento del copiloto. Por el camino iba dándole vueltas a lo que la gente del pueblo, incluido el tendero, le habían contado sobre aquel ogro que habitaba en las cuevas más profundas de la montaña: el Olláparo. Había un dato que lo carcomía por dentro y no podía quitar de la cabeza. El hombre de la tienda le había dicho que los ajos no servían a lo hora de ahuyentar a aquel ser diabólico. Era la única persona con la que había hablado del pueblo que pensaba eso, y habían sido muchos.  Por lógica tenía que estar equivocado. También cabía la posibilidad de que el tendero, fuera el único conocedor del tema. Decidió no pensar más ello o se volvería loco. Dejó el coche en la llanura, se colgó la cámara y la ristra de ajos al cuello y se dispuso a subir la montaña. Después de un par de horas caminando, hizo un pequeño descanso, todavía le quedaba un gran trecho para poder culminar la cima. Bebió un poco de agua, se tumbó y cerró los ojos, con la única idea de descansar unos minutos. Estaba contento, había realizado unas buenas fotos del entorno. Pero le faltaba la más importante y que le impulsaría en su carrera de fotógrafo, la de aquel ser. La tierra empezó a temblar, con tal fuerza, que pensó que se trataba de un terremoto. Se levantó sobresaltado, miró a su alrededor intentando encontrar un sitio donde ponerse a salvo. Entonces lo vio, a lo lejos, acercándose a grandes zancadas. Se escondió tras una gran roca. Pudo ver como un ogro de un tamaño descomunal, con un solo ojo en la frente, bajaba por la ladera. Estaba cubierto de cerdas similares a las que tienen los jabalís. Presentaba un aspecto sucio y desaliñado, con melena y barba pelirrojas, tan largas que les llegaban a las rodillas. Estaba tan cerca que hasta pudo ver las hileras de enormes dientes que poblaban su boca. Las manos eran muy grandes y cada una de ellas tenía diez dedos. No pudo evitar el grito de terror que salió de su garganta ante aquella macabra visión. Aquello fue el detonante que le llevaría a un fatal desenlace. El gigante giró la cabeza y se acercó hacia la piedra donde el muchacho estaba escondido. La levantó con una facilidad pasmosa, como si se tratara de un pequeño guijarro y la lanzó lejos. Lo agarró con una de sus grandes y peludas manos y lo observó detenidamente con su único ojo. El muchacho sintió el fétido aliento de aquel monstruo en su cara cuando abrió la boca. Después de eso, la oscuridad más absoluta.


TRASNO

 

 

 

Las hermanas Sofía y Laura dormían en la misma habitación. Sofía era la mayor y como tal adoptaba una actitud protectora hacia su hermana pequeña, cosa que a Laura le fastidiaba mucho, sólo se llevaban dos años y ella se consideraba, a sus ocho años, capaz de desenvolverse por sí misma sin que su hermana le reprimiera a cada rato. Aquella noche, cuando Laura entró en la habitación, vio a su hermana Sofía tumbada en la cama, hojeando un diccionario. Llevaba puesto un camisón celeste. Lo que le llamó mucho la atención es ver una ristra de ajos colgada en la cabecera de su cama. Se tumbó a su lado. Había unos soldados bebiendo agua en dos de las páginas de aquel grueso libro que su hermana miraba con una extraña admiración. De repente cerró el diccionario se giró hacia ella y le dijo que le iba a contar una historia.

- ¿De miedo? –le preguntó Laura. No le gustaban mucho esas historias porque después le costaba dormirse.

-Sí –le dijo Sofía- pero no de miedo, miedo, ya sabes: nadie mata a nadie. Te va a gustar, ya verás.

Y antes de que Laura dijera nada, su hermana empezó a relatarlo.

-Había una vez una alpinista que vivía…. Laura le interrumpió.

- ¡Alpinista como papá!

-Eso es, Laura, como papá. Este hombre vivía en una bonita casa con su mujer y su hija pequeña de un año. Una noche, tanto él como su esposa, escucharon ruidos en la casa. Se levantaron asustados y descubrieron que las alacenas de la cocina estaban abiertas de par en par y los platos yacían rotos y desperdigados por el suelo. Sobre la mesa había un frutero con diversas frutas, una de esas frutas eran uvas, para el desconcierto de ellos dos, faltaban más de la mitad. Miraron el resto de la casa. Parecía que quien hiciera aquello, no había salido de la cocina. La noche siguiente al anochecer, volvieron a escuchar otra vez ruidos, esta vez no sólo en la cocina sino en el resto de la casa. Concretamente, en la habitación de la niña. Fueron hasta allí y comprobaron que los peluches estaban esparcidos por el suelo de la habitación. Inexplicablemente, la niña seguía dormida. La madre había cogido el aerosol que llevaba siempre en el bolso, dispuesta a pulverizar con pimienta al intruso que se hubiera colado en la casa. Pero no vieron a nadie. Preocupados, decidieron ir a hablar con el sacerdote de la iglesia católica a la que acudían todos los domingos. Estuvieron un buen rato buscando las llaves del coche. Las encontraron debajo de un sofá, un sitio extraño para haberlas dejado, pensaron. Los dos coincidieron que había sido obra del intruso que se les metía en casa todas las noches. Él los escuchó con atención, haciéndoles preguntas muy concretas. Estaban sentados los tres ante una mesa de madera en la sacristía. El sacerdote mientras los escuchaba hacia girar una moneda, que rotaba en el mismo sitio, teniendo así un efecto giroscopio, cosa que no hacía más que incrementar los nervios de la pareja. Al final, el hombre les dio la respuesta de lo que pasaba y lo que tenían que hacer para que todo aquello cesara.

Resulta que en su casa tenían a un demonio invisible, llamado Trasno, no tan maligno como el demonio en sí, pero con la verdadera astucia y maldad para provocar pánico a los habitantes de la casa en la que se colaba. Viste de verde y actúa de noche, a la luz de la luna. Hace travesuras como la de romper la vajilla, tirar objetos variados al suelo, hacer desaparecer cosas…. La solución no es irse de la casa porque el Trasno lo seguirán allá donde fueran. Había una manera más contundente de aburrirlo y que de esa manera se fuera para siempre. El Trasno no sabe contar más allá de diez. La idea es ponerle un recipiente de granos (mayor de la cantidad que pueda contar) de algún cereal, cerca de donde dormían e incluso en la habitación de la niña. Aquel demonio tiene un agujero en la mano izquierda por donde se cuelan los granos, de esa manera tendrá que contarlos una y otra vez durante toda la noche. Llegará un momento en que se cansará y se marchará, cansado y aburrido de contar tantas veces. Al final, el consejo del sacerdote surtió efecto, no se volvieron a escuchar más ruidos en la casa en las siguientes noches. El Trasno se había largado.

Sofía terminó la historia. Laura que, hasta ese momento, la escuchó con atención y sin interrumpirla (algo insólito en ella), le preguntó:

- ¿Es real la historia?

A lo que su hermana le respondió:

-Sí, totalmente. Le ocurrió a papá y a mamá cuando yo era muy pequeña y tú aun no habías nacido.

Después de meditar un rato la respuesta de su hermana le preguntó:

-Entonces, ¿todo eso ocurrió en esta casa?

-Así es, Laura –le respondió Sofía.

 

 

 

 


jueves, 10 de junio de 2021

OLLÁPARO

 

- ¡Ajos, por favor! -le pidió al tendero de la única tienda que había en el pueblo.

El hombre miró detenidamente a aquel muchacho y le preguntó a dónde iba. El joven le dijo que a subir a la cima de la montaña Penalonga. El tendero guardó silencio durante unos instantes, luego le preguntó para qué quería los ajos. El muchacho lo miró desconcertado, pensando que aquel hombre le estaba tomando el pelo.

- ¿Acaso no lo sabe? - le instó. Dicen que allá arriba hay demonios. He de llevar ajos para ahuyentarlos.

El tendero le puso una ristra en una bolsa. Pero se vio en la necesidad de alertarle de lo que le podría pasar si subía a aquella montaña. Así que lo hizo pasar a la trastienda y le contó una historia que el joven ya había escuchado a alguna gente del pueblo.

-Allá arriba en las montañas, vive un gigante, lo llaman Olláparo. Es muy feroz, salvaje y con un gran apetito. Tiene un ojo en medio de la frente, aunque algunos aseguran que también en la nuca. Come carne, tanto humana como de animales, y vive en las cavernas de la montaña.  ¿Entiendes lo que te quiero decir?

El muchacho asintió. Unos ajos no le harían nada a aquel ser. De todas formas cogió la bolsa y se fue.

Al día siguiente el tendero leyó en el periódico la desaparición de un alpinista. 


lunes, 7 de junio de 2021

NUBEIRO

 


NUBEIRO

 

Celeste, era el color que presentaba el cielo aquella mañana. Nadie podría prever lo que acontecería ese día, al contemplar aquel cielo completamente despejado. Pero un mago demoníaco conocido como el Nubeiro, con enormes ganas de jugar y hacer el mal, entró en acción. Aquel caluroso mes de agosto, se convirtió en una verdadera agonía para la gente de aquel pueblo. Ese ser malvado tenía aspecto humano. Se presentaba desaliñado y con una gran barba muy poblada. Vestía de manera andrajosa, ataviado con pieles sucias y ajadas. Se decía que guardaba las nubes en cuevas que había en la montaña. Acudía allí cuando quería ocasionar un temporal. Caminaba sobre ellas, cargado de truenos. Hacía que las nubes soltaran todo el agua y el granizo, estropeando así las cosechas de los campesinos. Aquello me lo contaba mi abuela, creyente acérrima de que aquel ser existía. Incluso en su casa encontré algo sobre el tema, en un libro, en algunas de sus páginas.


sábado, 5 de junio de 2021

EL PLAN

 

 

 

Había escuchado rumores y especulaciones sobre el tema desde hacía mucho tiempo en boca de sus más allegados, aquellos en los que podía confiar plenamente. Aquello que contaban, si era cierto, podía significar un gran avance para los suyos, significaría expandirse y conquistar otros lugares donde asentarse y hacerse más fuertes. Esa noche decidió aventurarse a averiguar si todo aquello que contaban era verdad. Al anochecer cogió una barca, una de las muchas que había ancladas en el muelle, y se hizo a la mar. Conocía el sitio exacto donde tenía que situarse y esperar. La espera fue corta. Una nave, de enormes dimensiones, se posicionó encima de él. Un haz de luz se proyectó sobre la barca. Dentro de la cual vislumbró una rampa en movimiento continuo. En un abrir y cerrar de ojos, estaba dentro. Los seres que lo esperaban tenía una forma humana. Él también la tenía. Había optado por ella, para no levantar sospechas. Tal vez si hubiese adquirido una forma animal, no habría conseguido subir a aquella nave. Miró a su alrededor y supo que el plan que había trazado se estaba llevando a cabo. De momento todo iba bien. Lo llevaron a una gran sala donde había cientos de pantallas encendidas ofreciendo distintos datos en cada una de ellas. Le explicaron de dónde venían. Un planeta similar a la tierra y también le informaron de que había muchos más como el suyo que estaban habitados. Ellos tenían una tecnología superior a la que había en el planeta Tierra en esos momentos. Y tenían como única misión observarlos. Él les preguntó sobre temas variados, entre los cuales se interesó por el concepto que tenían ellos del bien y el mal. Para su sorpresa no era creyentes. Se regían por unas normas y leyes, pero no tenían un dios creador, ni un cielo ni un infierno. No había cárceles, ni iglesias, ni jueces. No les hacía falta. Tampoco existía en su vocabulario la palabra, crimen, ira, celos, racismo, violencia, guerra….. No existía el mal en el planeta del que venían. Aquello era una buena noticia, mejor que eso, una noticia excepcional. Hizo un ademán con la mano. La señal que los suyos esperaban, los demonios que habían entrado con él en aquella nave. Aquellos seres no podían ver nada que no tuviera una forma corpórea. Así que fue fácil poseerlos. Conquistar aquel planeta e implantar el mal en ella, era su misión. Satán volvió a la lancha, desde la cual contempló como desaparecía aquella nave en la inmensidad de la cúpula celestial.


viernes, 4 de junio de 2021

OTRA REALIDAD

 

El suicidio de su marido corrió como la pólvora por todo el pueblo. A la gente le encantaba afilar, con un diabólico sacapuntas, la mina de los acontecimientos para causarle el mayor daño posible. Ya no podía leer más los comentarios y suposiciones sobre el por qué, la razón, que le había llevado a su marido a realizar aquel acto tan atroz. Por la calle, la gente del pueblo, la miraba de reojo cuchicheando a su paso. Los que creía eran amigos la culpaban de ello hasta el punto de hacerla sentir culpable. Le había sido infiel. Sí. Que esa infidelidad pudiera ser el detonante. No. Lo tenía muy claro. Porque ya hacía tiempo que su matrimonio no estaba bien. Ni siquiera compartían la misma cama y la idea del divorcio ya rondaba por sus cabezas hacía meses. Se sentó en una terraza. Desde allí podía ver el muelle. No pudo reprimir las lágrimas. Sacó un pequeño espejo del bolso. Contempló su rostro demacrado con grandes ojeras y ojos enrojecidos. Vio a una pareja, caminando en dirección al muelle, cogidos de la mano. El último lugar donde había estaba su marido. El lugar que escogió para tirarse al mar, mientras el sol se ocultaba en el horizonte. Si lo piensas bien, hasta podía decirse que había sido un momento romántico aquel encuentro con la muerte. Aquella noche, al igual que las últimas siete, no pudo dormir. Decidió leer un rato pero era incapaz de concentrarse. Se levantó y fue hasta la cocina. Se sirvió un vaso de leche. Mientras lo hacía, decidió que tenía que hacer algo para poder dormir, o se volvería loca. Se le ocurrió la idea de arreglar el armario de su habitación. Había ropa que ya no se ponía y ese momento era tan bueno como cualquier otro para hacerlo. Fue sacando la ropa y colocándola sobre la cama. En un momento dado, su mano derecha, tocó la parte trasera del armario, atravesándolo literalmente. La mano desapareció tras la madera. La quitó rápidamente. La contempló asustada, desconcertada. Estaba intacta, sin rasguño alguno en ella. Decidió volver a probar. Esta vez metió el brazo entero para luego sacarlo con rapidez. No pasó nada. Decidió ir más allá. Introdujo todo su cuerpo. Se encontró dentro de otro armario. Estaba oscuro. Sintió el contacto de las prendas de ropa, que había allí colgadas, en su piel. Abrió despacio una de las puertas. Donde fuera que estaba era de día. Podía ver una cama, con una colcha igual que la que tenía en la suya. Un traje negro descansaba sobre ella. Parecía que no había nadie. Decidió salir y averiguar dónde estaba. Lo que vio la dejó petrificada. Estaba en una habitación igual que la suya. En la cabecera estaba el cuadro que le había regalado una amiga. Las lámparas eran las mismas, el tocador, el armario, las fotos enmarcadas sobre las mesillas, el joyero que había pertenecido a su madre. Se acercó a él y lo abrió, estaba el collar de perlas que le había regalado su marido por su décimo aniversario de boda. Incluso el libro sobre cómo ser una buena acuicultora, que había comprado hacía unos meses, cuando empezó a interesarse por el tema. Escuchó pasos acercándose. Se metió en el armario de nuevo. Dejó entreabierta un poco la puerta para poder ver de quién se trataba. ¡Era su marido! ¡Estaba vivo! Quiso salir y abrazarlo. Pero se contuvo. Aquello no podía ser real. Dejó algo sobre la cama. Alguien lo llamó. Era la voz de un hombre. Volvió a salir. Sobre la cama había ahora un periódico. Leyó los titulares. “La pasada noche, una mujer se lanzó al agua desde el muelle. Esta mañana, los buzos, encontraron su cuerpo.” La noticia venía acompañada de una foto de la mujer. Era ella.

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...